viernes, 1 de agosto de 2008

libros

AUTOPSIA DEL TURISMO


Primera parte:
El vencimiento de la distancia

Francisco Muñoz de Escalona

La segunda parte, ‘El turismo explicado con claridad’ está editada en www.librosenred.com
Para citar este libro puede utilizar el siguiente formato:Muñoz de Escalona, Francisco (2004): Autopsia del Turismo: El vencimiento de la distancia. Editado por eumed·net; accesible a texto completo en html://www.eumed.net/cursecon/libreria/

A quienes entienden el conocimiento científico como debate permanente

Envíen los comentarios al libro directamente al autor:
mescalona@telecable.es


Oviedo 2004
ISBN: 84-689-0086-9
REFERENTES


Con este libro entro en una parcela de esa cosa misteriosa que llamamos realidad, concretamente en la que lleva el nombre de turismo. Y lo hago con la intención nada inocente de indagar lo que es, aunque presiento que bien puede ser como “fijar el número exacto de los arquetipos platónicos, el enigma que ha atareado durante siglos la perplejidad de los pensadores” (Borges).

Sé que para hacerlo debo contar con todo lo que me ha pasado en la vida, “incluso con las humillaciones, los bochornos, las desventuras, porque todo eso nos ha sido dado como arcilla, como el material que debemos aprovechar para hacer de la miserable circunstancia de nuestra vida, cosas eternas o que aspiran a serlo” (Borges, de nuevo)

Invocar al genial argentino para una tarea tan prosaica como la que me propongo cumplir puede parecer desmesurado. Me consuelo pensando que Borges se dirige a todos sin excepción y que incluye todos los propósitos.

Puede que no sea capaz de alcanzar la tarea que me propongo, pero me reconforto con el aliento de dos escritores no tan dispares como pudiera parecer, el español Camilo José Cela y el francés Georges Bataille. Ambos hacen la misma advertencia.

Según el primero, “si el escritor no se siente capaz de dejarse morir de hambre, debe cambiar de oficio. La verdad del escritor no coincide con la de quienes reparten el oro. La ley del escritor no tiene más que dos mandamientos: escribir y esperar. El cómplice del escritor es el tiempo”.

Para Bataille, “un escritor de verdad muestra, a través de la autenticidad de sus escritos, el rechazo al servilismo (y en primer lugar el odio a la propaganda). Precisamente por ello no se deja arrastrar por la muchedumbre y sabe morir en soledad”.

Son frases exigentes.

Y comprometedoras.

Con el crítico literario Miguel García Posada, andaluz de Sevilla como yo, coincido en que “a las cosas hay que llamarlas por su nombre porque es la única manera de que no perdamos el sentido común”. Los dos parece que seguimos la regla volteriana, tan criticada por Karl R. Popper, que aconseja “no perder jamás de vista la costumbre de definir los términos”. O de identificarlos objetivamente, diría yo.

Como el brasileño Paulo Coelho, “escribo para decirme las cosas a mí mismo. Un libro puede ser un elemento catalizador y revolucionario. Su potencial es prácticamente infinito”.

Al escultor francés Augusto Rodin le preguntaron un día donde comprendió la escultura. Respondió con estas palabras inesperadas: “en los bosques, mirando los árboles, en los caminos, observando la construcción de las nubes, en el taller, observando el modelo. En todas partes excepto en las escuelas”.

Si a mí me preguntaran cómo he llegado a mi visón personal del turismo, respondería: observando a los empresarios, inquiriendo a los consumidores, espiando a los vendedores, en definitiva, estudiando la conducta diaria de los agentes que intervienen en el mercado. En todas partes menos en la Universidad.

Los referentes elegidos para exponer mi visión personal o autopsia del turismo son ambiciosos, exigentes y puede que desproporcionados. Por ello musitaré con recogimiento y devoción la bella oración de Charles Baudelaire: “Dios mío, concédeme la gracia de producir algunos versos buenos, que a mí mismo me prueben que no soy inferior a los que no aprecio”, una vez deflactada de indeseables connotaciones personales porque no debemos despreciar versificadores: solo versos.

He escrito una obra que seguramente no alcanza el acabado que soñaba darle. Como mucho, es un modesto ensayo, admito que de longitud excesiva, lo mismo que su contenido. Una obra indiscutidamente imperfecta, sin precedentes en su campo, deliberadamente arriesgada y provocadora. Una obra que busca el debate y la discusión. Nunca el asentimiento gratuito.

No he contado con ayudas personales para recopilar el material para mi investigación.

Algunas ideas de esta obra han sido ya publicadas en trabajos anteriores.

Hasta la fecha, mi planteamiento del turismo no ha merecido la atención de los llamados expertos científicos en turismo. Ellos sabrán por qué.

Me gustaría pensar que ahora sí la alcanzará, aunque a fuer de realista no debiera esperarlo.

Al publicar mi pensamiento de modo sistemático y exhaustivo me veo como el náufrago que introduce su mensaje en una botella, la cierra y la lanza al mar. Acaricio la idea de que, más tarde que pronto, habrá alguien que la abra, lea su contenido y, al criticarlo, opte por mejorarlo si es que, decepcionado, no la tira de nuevo al mar.
















PROLOGO GENERAL




Turismo o producto turístico son expresiones que utilizan a menudo los expertos, científicos o no, y quienes se mueven en el mundo de los viajes. También los funcionarios y los políticos relacionados con esta materia emplean ambas expresiones con frecuencia. Sindicalistas, miembros de ONGs y asistentes a seminarios, encuentros, jornadas de estudio, mesas redondas y todo tipo de congresos y eventos han hecho suya estas expresiones y las emplean con envidiable familiaridad. Si aquí las utilizo no es solo en atención a su uso generalizado sino que son útiles para designar la materia sobre la que versa mi investigación, necesitada de la precisión de la que carece.
El significado que en esta obra propongo dar a ambas expresiones puede dividir a los lectores en dos grupos disímiles. Los que esperarían un significado convencional de los dos términos, el grupo más nutrido, y los que estarían dispuestos a aceptar, aunque fuera provisionalmente, los significados que propongo darles, el grupo de menor tamaño, si es que cuenta con algún participante.
De hecho, esta es una obra que responde en su concepción, contenido y desarrollo la presencia de dos factores. En un lado se encuentra la literatura acumulada sobre la materia durante más de un siglo (parte segunda). En otro, el empeño del autor en abrir el estudio del turismo al análisis microeconómico sin los falsos pudores que, por hipócritas supervivencias de la antigüedad, aun perduran en la actualidad contra el afán de lucro.
He elegido un título genérico para las dos partes de que consta la obra que a muchos ha de parecer sorpresivo y, a otros, malsonante. Como indica su etimología, autopsia vale por visión personal de algo. También el ensayista y traductor norteamericano Eliot Weinberger ha titulado uno de sus últimos libros con la singular expresión Rastros kármicos. Cuando se le pregunta por qué kármicos, Weinberger responde que eso es culpa de la new age, que secuestró la palabra karma, que en la Edad Media significaba rastro de una vida anterior. Me parecía, continúa, que debía rescatarla porque una de las funciones de la literatura es precísamente lo que Confucio llamó la rectificación de los nombres. En la antigua China, el poeta y consejero del emperador ,garantizaba que, en un Gobierno justo, las palabras significaran su sentido. Cosa que ahora no pasa en absoluto, termina diciendo Weimberger.
Pero incluso en la acepción usual del término autopsia, la que se aplica al trabajo de los forenses, puede tener sentido la expresión autopsia del turismo si, como veremos, puede decirse que el turismo de cada época periclita y da paso al turismo de la época siguiente.
Hay expertos que están convencidos de que la literatura del turismo está empapada de economía. Como dice el filósofo alemán Peter Sloterdijk (Normas para el parque humano, Siruela, Madrid, 2000), experto es el que no tiene que pensar porque ya lo hizo. Tal vez por eso, muchos sostienen que, en el estudio del turismo, se abusa sin razón y hasta equivocadamente del análisis económico cuando lo cierto es que ni siquiera se usa. No se puede negar que gran parte de la terminología empleada en la literatura especializada procede de la economía. Parece lógico que así sea, pues si nos interesa el turismo es porque estamos convencidos de su rentabilidad financiera, económica, social y, últimamente, incluso ambiental. No obstante, por razones que trataré de desentrañar, el análisis económico del turismo no ha pasado del uso de la terminología aplicada a concepciones ajenas a este método, lo que ha producido un precipitado aluvial formado por numerosas capas sobrepuestas de materiales y métodos de procedencia muy dispar. Multidisciplinariedad es el nombre que alborozadamente dan algunos a esta curiosa mezcla de materiales y métodos. Abundan quienes están convencidos de que, como materia objeto de estudio, el turismo presenta una muy alta complejidad debido a sus múltiples facetas, siendo por ello su correcto conocimiento una pretensión poco menos que inalcanzable si para ello utilizamos exclusivamente una sola ciencia social. Según la creencia generalizada, un obstáculo tan serio solo podrá superarse, y al parecer no del todo, atacando el problema desde todas las trincheras científicas.
Tanto los expertos como los aspirantes a serlo y los simples aficionados están convencidos de que el turismo es muy importante, un fenómeno (algunos añaden de masas), un factor de desarrollo económico, una actividad cultural y de ocio, una herramienta imprescindible para conservar el patrimonio cultural y natural, la mayor industria mundial y, finalmente (?), que de él depende que se consiga el necesario conocimiento mutuo entre todos los pueblos de la Tierra, pues el turismo, según ellos, es el medio más valioso que tenemos para alcanzar la paz en la tierra. En la efervescencia de tanto entusiasmo, mientras unos afirman que el turismo tiene la misma edad que la humanidad, otros sitúan su aparición hace tan solo medio siglo. Mientras para los primeros es desplazamiento por el territorio para los últimos, con el francés Dumazedier a la cabeza, el turismo es masivo o no es.
El fenómeno del turismo – ha dejado dicho un conocido consultor al servicio de la Organización Mundial del Turismo (OMT) – es hoy en día un hecho notorio cuya importancia no se discute. Como se ve, quien tiene autoridad la ejerce. Las invocaciones al turismo valen para rotos y descosidos. El turismo está de moda en los ámbitos empresariales y gubernamentales y, por ende, académicos (no a la inversa). Hacerlo, estudiarlo, protegerlo y fomentarlo, por todos los medios a nuestro alcance (políticos, gubernamentales, financieros, propagandísticos y académicos), es lo que se lleva y está de moda. Los pueblos con economías desfavorecidas esperan de él que sea la panacea de sus dificultades para mejorar su nivel de vida. Sin embargo, en la medida en que las alusiones al turismo y a sus pregonadas virtudes están ayunas de esfuerzos por evitar ambigüedades y confusiones, los términos turismo y producto turístico se comportan como clichés sin contenido.
El estudio del turismo podía haber seguido derroteros más modestos, mejor encauzados, de operatividad asegurada y, por supuesto, de mayor eficacia cognoscitiva si desde sus orígenes hubiera sido visto como un producto más, un producto que se obtiene, como cualquier otro, aplicando técnicas específicas, primero domésticas, luego artesanales y, finalmente, industriales en empresas mercantiles especializadas, capitalizadas y gestionadas con métodos modernos. De haber sido así, el producto turístico, específico y plenamente diferenciado de los demás, estaría desde hace años perfectamente identificado y contaría con un epígrafe en las clasificaciones de actividades económicas nacionales o internacionales, sin confusión con cualquier otro bien o servicio, formando parte del sistema productivo moderno en estrecha interdependencia con los demás sectores.
Habrá quien sostenga que éste es precísamente el marco en el que siempre se ha movido la literatura del turismo. Creo poder demostrar en esta obra que no solo no es así sino que, al paso que vamos, cada vez estaremos más lejos de ese marco de tratamiento. Un marco cuya adopción, más que necesaria, es urgente si queremos disponer de un corpus teórico que permita hacer formulaciones claras, lógicas, elegantes, coherentes y exentas de ambigüedades, pero también eficientes, que sirvan para hacer diagnósticos de la realidad en los que basar estrategias empresariales, sectoriales y gubernamentales que ocupen el lugar de las que hoy tanto tienen de quimeras y fantasías mezcladas con algunas falsedades y hasta, a veces, con graves deshonestidades científicas.
La obra se presenta, por ello, como una respuesta al estado en el que se encuentra el pensamiento acumulado y a las opiniones que una y otra vez sostienen (sin fundamentos claros o con fundamentos obsoletos) los expertos en la materia. Sin la implantación generalizada y acrítica del pensamiento acumulado y de las muchas veces gratuitas opiniones de los expertos, esta obra no se habría escrito o sería diferente.
El pensamiento y las opiniones dominantes constituyen algunos de los factores más importantes que han conformado la obra como un largo y hasta si se quiere tortuoso rodeo por campos que a algunos parecerán abstrusos: la antropología cultural, la historia de las civilizaciones y del desarrollo tecnológico en sectores tan dispares como las obras públicas, los medios de transporte, la cartografía, los calendarios, la mensajería, los seguros, el dinero y el sistema bancario, los cuerpos de policía, los idiomas que son o fueron en alguna época lingua franca, los servicios de interpretación, la investigación filológica y etimológica aplicada a ciertos vocablos de interés y, finalmente, la historia de las ideas y de las formulaciones teóricas que surgieron entre fines del siglo XIX y nuestros días en la materia que nos ocupa. Un largo rodeo, sin duda, que, repito, no habría habido necesidad de dar si el turismo se hubiera considerado desde el principio como un producto objetivamente diferenciado de los demás y que se produce, se vende y se consume como cualquier otro producto, salvando, naturalmente, sus propias especificidades.
El segundo factor que ha influido en que este libro sea como es no es otro, dicho sea con tanta sinceridad como realismo, que el que aportan el autor y su curriculum profesional como investigador. A comienzos de la década de los setenta se nos presentó la primera oportunidad de estudiar el turismo. Fue en la ciudad de Porto Alegre, Brasil, donde un equipo de técnicos españoles trabajaba elaborando el informe previo a la adopción de medidas de política económica para aumentar el bajo consumo interno de productos pesqueros en la Región Sur de dicho país. El equipo de expertos sufrió una grave crisis y se nos propuso trabajar en otro informe, un plan de desarrollo del turismo de la citada región. Si rechazamos la propuesta fue por no considerarnos expertos en la materia.
Años más tarde, trabajando de nuevo en el CSIC, ahora en el Instituto de Economía y Geografía Aplicadas (IEGA), actualmente Instituto de Economía y Geografía (IEG), propuse junto con otros investigadores, crear un Departamento de Economía y Planificación del Turismo. El director en funciones, a la sazón un titulado en ingeniería agronómica, creyó conveniente eliminar el término planificación y denominarlo escuetamente Departamento de Economía del Turismo. Nunca adiviné sus razones.
La vida del nuevo Departamento, a pesar de su brevedad, no estuvo exenta de convulsiones. Fue entonces cuando empecé a familiarizarnos con la literatura del turismo.
Habituado a trabajar en sectores productivos en los que el producto (output) está suficientemente bien identificado (agrios, hortalizas, frutas de pepita o de hueso, aceitunas, aceite de oliva, ganado vacuno, especies pesqueras), experimenté malestar y desasosiego ante afirmaciones tales como que en el turismo, el consumidor interviene en el proceso de producción, y que, por ello, el turismo no es posible sin la participación del turista. Y otras formulaciones parecidas. El rechazo de las llamadas especificidades teóricas del turismo, las que al parecer derivan de su extrema complejidad, pudo hacerme abandonar una materia tan exótica y, por qué no decirlo, atrabiliaria desde el punto de vista del análisis económico.

No soy sin embargo el único que ve el turismo así. Peter Burns y Andrew Holden no tienen empacho en afirmar en Tourism. A New Perspective (Prentice Hall, London, 1995) que el estudio del turismo puede ser al mismo tiempo enigmático (enigmatic) y bizarro (bizarre), enigmático porque contiene aspectos difícilmente difundibles, y bizarro (valiente o atrevido) porque aspira a identificar las bases teóricas que explican por qué desean divertirse los seres humanos. Burns y Holden aportan razones que, según ellos, explican que el turismo sea enigmatic and bizarre y las aceptan como inevitables.
Contra pronóstico, en mi caso, aconteció justo lo contrario: lo que pueda tener de enigmático y bizarro el estudio del turismo ha servido de acicate para que me engolfe en tan peculiar materia, encarnada en una literatura que es, sin duda, y por decirlo de un modo neutro, harto peculiar. En la obra aporto razones, sostengo que no es inevitable y hago una propuesta alternativa sometida a la aceptación del debate que intento suscitar por parte de la comunidad de expertos.
Para ello empiezo por el principio del principio, que no es otro que la lectura en clave económica de los textos básicos que se han escrito desde fines del siglo XIX hasta hoy por los más prestigiosos tratadistas. El segundo paso consiste en averiguar las razones que llevan a desarrollos teóricos tan singulares y sorprendentes, hasta el extremo de que ha llegado a afirmarse que no pertenecen a ninguna ciencia social en exclusiva y, mucho menos, a la economía. El tercer paso es el de comprobar si son evitables las aludidas peculiaridades. Dicho de otro modo: si es factible estudiar el turismo como se estudia cualquier actividad productiva. Trato, pues, de ofrecer las interpretaciones de la realidad que configuran el paradigma en vigor, realizar su crítica a la luz del análisis económico y comprobar en que condiciones sería plenamente aplicable este conocido método de estudio al turismo, para lo que es imprescindible saber si puede ser concebido como una rama productiva objetivamente diferenciada de las demás. Incluir el estudio pormenorizado de las ramas productivas que abastecen la producción de turismo haría inabarcable la obra, lo que ocurriría igualmente si alguien exigiera basar su estudio en fuentes directas o empíricas. De aquí que se haya tenido que acoger al método consistente en la crítica de las obras existentes sometidas al test de coherencia lógica interna y a evidenciar las anomalías e insuficiencias con respecto a los fines que se pretenden. Aporto, pues, una visión personal, global y sintética, de una materia como esta, en la que existieron grandes discrepancias en el pasado, discrepancias que hoy se encuentran sospechosamente silenciadas pero que en absoluto están resueltas. Pretender una visión minuciosa y detallada, hecha además a partir de fuentes de primera mano es simple y llanamente inviable de momento. No he tenido otra opción, repito, que basame en estudios y publicaciones existentes sobre los aspectos tratados y además tratarlos de un modo selectivo.
Cabe la posibilidad de que una obra como esta sea leída sin que se suelten las amarras de los prejuicios establecidos en el paradigma convencional. No soy tan ingenuo como para pensar que alguien tenga un interés relevante en la apertura de nuevas sendas que conduzcan a hipotéticas mejoras de las aproximaciones al uso. Pero no me cabe duda de que, de tener lugar, redundaría muy positivamente en los resultados de las inversiones públicas y privadas que hoy se realizan en esta asendereada rama de la producción.
Las ideas que se exponen en la obra no son todas originales, pero las he ordenado y sistematizado para que adopten la forma de un teorema orientado a la formulación clara, razonada y criticable de conclusiones.
Los críticos, si es que logro tenerlos, pueden rectificar muchas de mis formulaciones o el tratamiento que doy a determinados aspectos. Es posible que de esta forma aspiren a invalidar las críticas y a refutar la propuesta que en ellas se basa. Sería deseable que las críticas se hicieran, si es que se hacen, sin olvidar las anomalías que pudieran quedar resueltas con mi propuesta y teniendo en cuenta si las nuevas anomalías, de existir, son de menor calado que las existentes. Estas son, dicho muy resumidamente, las razones que han influido en que esta obra sea como es.
Quedan los consabidos agradecimientos. Acontece, sin embargo, que el cumplimiento de esta convención puede resultar tan singular como la obra misma. No rehuyo exponer las cosas tal y como son, aun a despecho de que sean interpretadas bajo el sesgo de la ironía. Las razones que me llevaron a escribirla forman un todo indesmontable y en él tienen su sitio todos los avatares que lo han acompañado.
Cuando a mediados de los años ochenta decidí hacer una crítica constructiva de la teoría del turismo al uso, el CSIC hacía poco que estaba tratando de establecer la conveniencia, que luego fue necesidad, de que los proyectos de investigación contaran con financiación externa. El Instituto de Estudios Turísticos (IET), dependiente de algún ministerio de la Administración Central del Estado Español que ahora no recuerdo (creo que era el de Transportes y Comunicaciones) llevaba bastantes años convocando concursos destinados a la realización de estudios para mejorar el conocimiento del llamado Turismo Español y fomentar así su desarrollo. Buscando la necesaria financiación complementaria para mi proyecto, expuse al encargado del Gabinete de Estudios del IET cuales eran las pretensiones del mismo y él me propuso hacer una solicitud formal de ayuda a la investigación. Así lo hice.
La memoria que acompañó a la solicitud fue todo menos políticamente correcta. Estaba basada en una crítica, respetuosa en lo personal pero dura en el contenido, a una obra que recientemente había publicado el mencionado encargado del Gabinete. Se trataba de una obra que tenía en su momento la rara virtud de ser un completo y actualizado manual de la materia y que por ello permitía no tener que buscar obras más antiguas y menos claras y completas. La solicitud de ayuda no es que fuera denegada: ni siquiera fue tenida en cuenta.
En noviembre de 1988 la memoria se publicó en Información Comercial Española con el título Economía de la producción turística: Hacia un enfoque alternativo. Y, aunque no resulta fácil de entender, gracias al apoyo de Francisco Gadea Oltra, entonces subdirector general, la revista del IET, Estudios Turísticos, publicó poco después el trabajo en su número 101. Esta misma revista publicó años más tarde otros trabajos míos. Se trataba de avances de los resultados parciales que se iban alcanzando en la línea de investigación que puse en marcha, por supuesto sin financiación complementaria o externa en el IEG.
Los primeros resultados completos, aunque todavía provisionales, se publicaron en 1992 por la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Complutense de Madrid. Se trataba del facsímil del texto de la tesis doctoral leída en dicha Universidad el día 5 de julio de 1991. El tribunal que la juzgó estaba compuesto por cinco catedráticos, todos ellos ajenos a la llamada comunidad de expertos en turismo, lo que, en principio, podía ser considerado como una circunstancia favorable. Los cinco eran, además, obviamente, economistas y catedráticos. Les habría bastado cumplir dos condiciones adicionales: tener algún conocimiento, por limitado que fuera, del estado de la cuestión en la materia, y tiempo (o interés) para leerla con alguna atención. No se dieron ninguna de las dos. Cuatro miembros del tribunal, condescendientes, la aceptaron, y uno, no condescendiente, el profesor Marín Quemada, la rechazó. Pudo haber sido a la inversa. Durante la comida de rigor a la que el candidato al grado de doctor invita por cortesía a los miembros del tribunal y al director de la tesis, expresé mi agradecimiento a los cinco componentes del tribunal, especialmente al que la rechazó, algo que a él le intrigó sobremanera porque le resultaba inusual. Tal vez no se percatara de que, académicamente, conviene que cuando una tesis es discutible no cuente con la unanimidad del tribunal. Así se lo expliqué amable y respetuosamente, añadiendo que, en contrapartida, quien la rechaza asume, obviamente, las consecuencias científicas (positivas o negativas) que de tal hecho se desprenden, exactamente igual, aunque a la inversa, que los que la aceptan.
Volviendo a la memoria que presenté en 1987 al IET, poco después ocurrió algo tan singular que debo exponer. Un funcionario de la Organización Mundial del Turismo (OMT) me propuso realizar una misión en Cuba para evaluar un problema relacionado con el transporte “turístico” en dicho país. Al aceptar el encargo, le hice referencia a la memoria que acabába de escribir para el IET y le propuse remitirle una copia para que hiciera las críticas que creyera pertinentes. No solo no recibí la crítica pedida sino que tampoco tuve más noticias de él. Fui excluido de la misión a Cuba sin más explicaciones. Los conspicuos expertos de la OMT prefirieron el silencio y excomulgar al hereje.
La excomunión decretada por un defensor de la ortodoxia doctrinaria, la falta de medios de financiación complementarios o externos y la falta de unanimidad del tribunal que juzgó la tesis se comportaron, contra pronóstico, como acicates para que continuara desarrollando la línea de investigación iniciada a principios de 1987.
Por si los acicates citados no bastaran, con posterioridad a 1992, surgió uno más. En 1993 envié un resumen de la tesis a una de las más prestigiosas revistas norteamericanas sobre la materia, Annals of Tourism Research, entonces recién fundada. La primera versión fue positivamente acogida por el editor, un experto en turismo mundialmente conocido. La segunda versión, adaptada a las normas de estilo de la revista, fue rechazada por tres evaluadores anónimos nombrados por el director de un instituto universitario del sur de Francia, conocido este por su dedicación a la sin duda ardua tarea de inventariar la ingente bibliografía sobre el turismo que se produce año tras año en el mundo. A la vista del rechazo, el editor de la revista me ofreció publicar un resumen del artículo, propuesta que decliné, no sin antes proponerle que adoptara una actitud valiente para publicar el artículo íntegramente por su interés para abrir un debate.
He aquí la singular relación de entidades y personas a los que expreso mi más sincero agradecimiento y las razones por las que lo hago:
- al CSIC: por permitir una investigación sin financiación complementaria
- al encargado del Gabinete de Estudios del IET: por el reto que supuso su silencio
- al funcionario de la OMT: por su defensa de la ortodoxia
- al miembro disidente del tribunal de la UCM: por apartarse de la consabida unanimidad
- al director del instituto del sur de Francia: por su respeto a la opinión de los tres evaluadores anónimos del método doble-ciego utilizado por la revista
- al editor en jefe de la revista norteamericana: por su respeto del método de selección de trabajos publicables
Sin sus aportaciones, sin su compromiso con las reglas establecidas y con las convenciones científicas en materia de turismo, esta obra no se habría escrito. A todos ellos expreso, pues, mis más efusivas y sinceras gracias: todos alentaron que mi proyecto siguiera adelante.
Debería ampliar la lista de agradecimientos, pero lo si lo hiciera, correría el riesgo de caer en tópicos que prefiero eludir. La lista se alargaría innecesariamente, pero los miembros de este grupo no ignoran la deuda que con ellos tengo contraída por haber soportado tantas prédicas durante tantas ocasiones y en los momentos más insospechados e importunos. Permítaseme englobarlos en un agradecimiento no por anónimo menos cordial y sincero. Pero no debo dejar de expresar un agradecimiento especialmente caluroso a los alumnos y a los asistentes a los numerosos cursos, seminarios y congresos en los que he participado en países de Europa (España, Francia, Grecia y Portugal) y de América (Nicaragua, Cuba, Venezuela, Colombia y Chile). Gracias a ellos, a su interés y a sus preguntas aclaré muchos aspectos oscuros o solo intuidos y me fui dando cuenta de la forma más aconsejable de exponer mi razonamiento para que fuera entendible.
Dos últimos aspectos a destacar: Esta obra cae de lleno en la categoría que P. A. Schumpeter llama visión o preanálisis y así debe ser enjunciada ya que no es más que el desarrollo del pórtico previo a una labor propiamente analítica que espero que alguna vez sea desarrollada. Finalmente, felicitarme por las maravillosas posibilidades que a un investigador heterodoxo como yo brindan la existencia de Internet. Sus sitios científicos me brindan la oportunidad de dar a conocer una visión personal del turismo que los medios convencionales se negaron a darme. Con esta actitud abren la fosa en la que más pronto que tarde caerán por su miopía científica y su negligencia empresarial.

A continuación, el lector tiene a su disposición el texto de la primera parte: “El vencimiento de la distancia”. La segunda fue editada como libro electrónico en 2003 por la Editorial Libros en Red de Uruguay (www.librosenred.com) con el título “El turismo explicado con claridad”.






























PRIMERA PARTE

EL VENCIMIENTO DE LA DISTANCIA

















Nada hay de veras distante en el mundo de hoy
Salvador Giner




























INTRODUCCIÓN


Una de las casi infinitas definiciones que se han dado del turismo es la del investigador alemán Robert Glüksmann, director del Instituto de Turismo de la Escuela Superior de Comercio de Berlín durante los años treinta del siglo pasado. Para él, el turismo no era otra cosa que (traduciendo muy libremente) el vencimiento del espacio o la distancia por quienes llegan a un lugar procedentes de otro. Cuando hace años encontré esta definición en algún libro español me pareció tan extraña y hasta absurda que pensé que era una mala traducción del alemán. Años más tarde, revisando la obra de los suizos Walter Hunziker y Kart Krapf, cuyo título en español sería La doctrina general del turismo, publicada en 1942, encontré una referencia de los autores al vocablo Verkehr con el que los alemanes forman la voz compuesta Fremdenverkehr para referirse a lo que en otros idiomas se llama turismo. Verkehr, dicen los autores citados, es una voz extraña incluso en el alemán actual. Los diccionarios la traducen por tránsito, transporte, tráfico o flujo, pero, al parecer, su significado original es vencimiento de la distancia o el espacio. Por consiguiente, la definición de Glüksmann traducida al español con la que tropecé hace años no solo no es forzada ni incorrecta sino que, muy al contrario, hoy ha llegado a parecerme extraordinariamente sugestiva. Desgraciadamente, Glüksmann terminó abandonando esta original definición para asumir la definición convencional, la que desde los primeros años del siglo XX viene definiendo el turismo como el conjunto de relaciones de todo tipo que tienen lugar entre turistas y residentes, una definición que fue aceptada a mediados del siglo citado por la Asociación Internacional de Expertos Científicos de Turismo, con sede en St. Gallen (Suiza), y elevada más tarde a la categoría de canónica o dogmática. La Organización Mundial del Turismo, con sede en Madrid, la hizo suya cuando, en 1975, empezó a funcionar como organismo encargado de velar por los intereses turísticos de los países miembros. Hay quien cree, ingenua o interesadamente, que la Conferencia de Ottawa de 1991 superó la vieja definición y propuso “una nueva conceptualización del turismo, pero lo cierto es que aquella noción, de raíz popular, formato descriptivo, naturaleza sociológica y fines estadísticos, sigue estando presente en la definición de turismo que sostienen los expertos y defienden tanto la AIEST (organismo profesional de carácter privado) como la OMT, (organismo internacional temático en el seno de la ONU)
El lector que se interese por la problemática que plantea la noción convencional de turista y de turismo puede acudir a la obra que recientemente he publicado en la editorial www.librosenred.com titulada El turismo explicado con claridad. En ella expongo el proceso de formación de la definición convencional de turismo y desvelo el secreto celosamente guardado de las graves anomalías que se presentan cuando, sobre la realidad concebida por ella, se trata de aplicar el análisis microeconómico. La anomalía más grave radica en la indeterminación de la llamada oferta turística. Su consecuencia directa es la inevitable ausencia de la función de producción de turismo en el corpus teórico aceptado por la comunidad de expertos y la indirecta el desconocimiento de la institución del mercado de turismo. Resulta paradójico que la citada literatura haga referencia al producto y al mercado turístico a pesar de desconocer el proceso de producción. En estas condiciones no es posible, ni tiene sentido, aplicar el análisis microeconómico, lo que, sorprendentemente, no empece para que se aplique una y otra vez. La consecuencia en la práctica es la desorientación. Para los inversores, porque son llevados a confundir el turismo con algunos de sus inputs, en especial con los servicios de hospitalidad, los servicios recreativos o los servicios culturales. Para los estudiantes, porque les obliga a enfrentarse con una disciplina mostrenca, llena de singularidades que no son otra cosa que incoherencias lógicas internas atribuidas a la complejidad del fenómeno.
En El turismo explicado con claridad formulo un modelo microeconómico de oferta, alternativo al convencional, sociológico o de demanda. El modelo parte de un postulado: Turismo o producto turístico es el plan de desplazamiento circular, programa de visita o estancia temporal que resulta del ensamblaje de una serie de servicios incentivadores y facilitadores. Los servicios incentivadores recibieron atención en la obra citada, pero no los facilitadores. Este tratamiento disímil se debe a que los servicios incentivadores carecen de bibliografía mientras que los facilitadores cuentan con una bibliografía más que abundante por haber sido confundidos, unas veces, todos y otras, algunos de ellos, con el turismo. Intento ahora subsanar la disimilitud con un tratamiento en profundidad de los servicios facilitadores basado en la idea del vencimiento de la distancia que late en el significado original de la voz propiamente alemana Fremdenverkehr, cada vez menos usada en ese idioma por el avance imparable de la voz anglo latina turismo, más reciente y de significado ambiguo.
Este libro parte del mismo postulado que el anterior, es decir, en la aplicación de un enfoque económico originado en introspección y la intuición. Arranca con la exposición de lo que llamé en el libro anterior Esquema Técnico de Desplazamiento Circular (ETDC), artificio expositivo que refleja las diferentes piezas que quien se desplaza tiene que tener en cuenta cuando elabora un plan de desplazamiento o un programa de visita a, o estancia temporal en, un lugar en el que no reside habitualmente. Sigue con la descripción del marco espacio temporal del ser humano que ejecuta los planes de desplazamiento circular. A continuación se estudian los avances tecnológicos que, traducidos en servicios mercantiles, son puestos a disposición de quien se ve obligado por cualquier motivo a vencer la distancia/espacio que le separa de los bienes, servicios o recursos que necesita y no tiene en su lugar de residencia. No todos los servicios tienen la misma importancia a la hora de planificar y ejecutar un plan de desplazamiento o programa de visita, pero lo que no ofrece dudas es que el libro estudia la mayor parte de los que están facilitando que el obstáculo de la distancia esté siendo vencida cada vez con menos esfuerzos (o con costes menores) por los seres humanos de cultura sedentaria.



















I

EL ESQUEMA TÉCNICO DE DESPLAZAMIENTO CIRCULAR

Todo ser viviente que siente una necesidad intenta satisfacerla. La satisfacción de las necesidades depende de la disponibilidad de medios o recursos idóneos, es decir, aptos para ese fin. Esos medios, recursos, bienes o mercancías pueden encontrarse cerca del sujeto que siente la necesidad o a cierta distancia de él. En el primer caso, el sujeto procede inmediatamente a satisfacer la necesidad después de apropiárselos. En el segundo, tiene que acarrearlos hasta donde se encuentra. Si el sujeto está dotado de medios propios de locomoción, el proceso le lleva a realizar una actividad auxiliar, derivada del deseo de satisfacer la necesidad sentida: desplazarse hasta el lugar donde están los medios o recursos. Una vez más, y como es habitual en el análisis económico, parto de las necesidades sentidas por los seres humanos. Desde este campo paso a considerar el proceso productivo al que lleva en muchos casos la satisfacción de las necesidades, es decir, a la demanda que antecede al consumo. Si los bienes que sirven para satisfacer las necesidades se encuentran cerca del sujeto, éste no tiene más que tomarlos y consumirlos. Si no son aptos para el consumo, el sujeto los somete a un proceso de transformación antes de consumirlos (producción). Como digo, en ciertos casos los bienes pueden estar a cierta distancia del sujeto que los necesita. En este caso se pueden dar dos situaciones: que los bienes sea transportables y que no lo sean, porque son inmuebles o porque la desutilidad o coste de su transporte supera la utilidad que reporta su consumo. En ambos casos estamos frente al obstáculo de la distancia, que ha de ser vencido o eliminado.
En el primer caso (bienes transportables) las sociedades humanas cuentan con la institución del comercio de importación – exportación, un instrumento mediante el cual el bien o servicio es puesto a disposición del sujeto que realiza la demanda porque siente la necesidad de consumirlo.
Si los bienes necesarios no son transportables por alguna razón, y aun así el sujeto insiste en satisfacer la necesidad que siente, entonces no tiene otra opción que ser él mismo quien se traslade desde el lugar donde se encuentra hasta el lugar donde están los bienes. Como ya dije en El turismo explicado con claridad, la institución competente en este caso es el turismo. Si el sujeto opta por satisfacer necesidades con estos bienes o servicios ha de echar mano de un bien o servicio, el turismo que, como el comercio import- export, también es de carácter instrumental o intermedio. La necesidad original suscita una nueva necesidad, la planificación de su salida y posterior regreso al punto de partida. Se trata de una actividad que, por exigir la asignación de recursos escasos, entre ellos trabajo, es una actividad de carácter productivo, puesta al servicio de la satisfacción de la necesidad, pero en este caso, de una necesidad derivada de la primera y original.
Recalco que la acción de un sujeto tendente a satisfacer la necesidad hace surgir en ciertas circunstancias una necesidad nueva para cuya satisfacción tendrá que disponer de un instrumento adecuado, un plan de desplazamiento en el territorio desde el lugar en el que se encuentra hasta el lugar donde se encuentran los medios necesarios para satisfacer la primera necesidad. La distancia entre el sujeto y los medios es un obstáculo que impide satisfacer ciertas necesidades, un obstáculo que ha de ser vencido o superado antes de proceder a satisfacerlas.
Obviamente, el sujeto tiene otra opción: trasladar su residencia al lugar en el que se encuentran los medios que la pueden satisfacer e instalarse en él abandonando el primero. Es lo que hacen los seres errantes o nómadas, pero, también, los que emigran, los que se mudan o cambian de lugar de residencia habitual. Los sujetos que eligen esta opción no usan la institución del turismo.
El esquema expuesto se puede enriquecer tanto como se quiera para adaptarlo a los infinitos matices de la realidad. Es evidente que los medios adecuados para satisfacer necesidades pueden encontrarse en diferentes lugares alternativos. Incluso puede ser una incógnita el lugar en el que se encuentran, lo que llevará a introducir sucesivas necesidades derivadas y acciones intermedias con el fin de determinar el lugar más indicado o más cercano para iniciar el proceso de búsqueda, con o sin información previa y eficaz.
En cualquier caso, se abren perspectivas preñadas de incidencias, que pueden ser conocidas o desconocidas en todo o en parte. La insistencia en satisfacer la necesidad, a pesar de los obstáculos, constituye un indicador harto expresivo de la profundidad con la que el sujeto la siente. Si la necesidad es biológica, el sujeto no cejará hasta satisfacerla ya que de ello depende su supervivencia, pues podría poner en peligro su vida. Si la necesidad sentida es social podrá posponer su satisfacción. Incluso podría desistir de satisfacerla. Pero no es descartable que, también en este caso, insista en satisfacerla, como si la necesidad sentida fuera de carácter biológico. Cuando se presenta este caso estamos en presencia de seres humanos.
En el caso de los seres humanos, hay que contemplar una gama tan amplia de necesidades como es posible, incluyendo desde las más estrictas obligaciones (naturales o instintivas y sociales o imperativas) hasta los más puros caprichos.
A medida que la acción principal: satisfacer la necesidad, lleva al sujeto a intercalar acciones instrumentales en cadena, está claro que se irá alejando de la espontaneidad inicial. Tendrá que realizar acciones de naturaleza singular, radicalmente distintas a las que realizan otras especies: organizar reflexivamente las acciones encaminadas a satisfacer la necesidad original.
Lo que acabo de decir restringe una vez más el estudio a la especie humana, prescindiendo de cualquier otra especie capaz de movilidad propia. Como es bien sabido, los humanos, que proceden por evolución de otras especies animales de cuya naturaleza participan, son seres sociales, históricos y culturales. Por ello, han de ser contemplados desde tanto perspectivas biológicas como culturales, cualquiera que sea el tipo de acción o comportamiento que interese estudiar.
La teoría económica enseña que el conjunto de acciones tanto directas como intermedias o auxiliares que los humanos, aisladamente o en sociedad, llevan a cabo para conseguir la satisfacción de las necesidades, sean éstas biológicas o culturales, recibe el nombre de producción, un término ciertamente polisémico en cualquier idioma pero que en economía ha llegado a ser suficientemente preciso. También enseña la teoría económica que la satisfacción de las necesidades recibe el nombre de consumo, o consumición, palabra que prefiero porque designa solo el consumo final también llamado “improductivo”, diferente del consumo intermedio, llamado “productivo”, el que se lleva a cabo en el seno de las actividades, extractivas o transformadoras, que aumentan la utilidad de los recursos disponibles.
El proceso de producción puede ser realizado por el mismo sujeto que siente la necesidad, en cuyo caso estamos en presencia de la autoproducción o, alternativamente, por otros sujetos, a lo que podemos llamar alteroproducción con o sin fines de lucro.
La aproximación física a los recursos con los que esperamos satisfacer una necesidad que no se puede satisfacer con los recursos disponibles in situ exige movilidad o desplazamiento en el territorio. Exige, como digo, vencer el obstáculo de la distancia. Si el desplazamiento del sujeto hasta el lugar donde se encuentran los recursos buscados (la ida) se sigue de otro, el desplazamiento al punto de partida (la vuelta), hay un tiempo limitado de ausencia del lugar en el que el sujeto reside habitualmente y que equivale al tiempo de estancia pasajera en uno o en varios lugares intermedios. El desplazamiento de ida y vuelta, la ausencia temporal y la estancia pasajera son tres caras de la misma realidad.
Como resumen de todo lo dicho, formularé a continuación el esquema técnico de desplazamiento circular. Un ETDC consta de los siguientes elementos:
La necesidad o necesidades a satisfacer por el sujeto (propósito o motivación del desplazamiento circular)
El lugar donde se encuentra el sujeto que siente la necesidad (la residencia habitual) y decide desplazarse al lugar o lugares en los que se localizan los recursos adecuados para satisfacerla (territorio del desplazamiento o itinerario)
Periodo de tiempo de ausencia del lugar de residencia habitual del sujeto o diferencia entre la fecha prevista del regreso y la fecha de salida. (cálculo de la dimensión temporal del desplazamiento circular)
Los medios o recursos con los que el sujeto espera satisfacer la necesidad o necesidades que le impulsan a desplazarse. Estas necesidades son las que llamaremos originales por ser las que impulsan al desplazamiento circular. Sin ellas no se concibe el desplazamiento
Los medios o recursos instrumentales, complementarios o auxiliares de los que se sirve el sujeto. Entre ellos distinguimos:
· Caminos, vías e instalaciones auxiliares (puentes, terminales)
· servicios de transporte artificiales (tracción animal o mecánica)
· servicios de comunicación y mensajería
· servicios de alojamiento
· servicios de alimentación
· medios de orientación portables (mapas y guías)
· medios de orientación fijos (señalización)
· servicios de información (oral o escrita)
· servicios de guía personal
· servicios de protección
· otros servicios (sanitarios, bancos, comercio en general, etc.)
Los medios citados en el punto 5 forman parte de lo que se denominan viáticos, avituallamiento, intendencia o logística, un conjunto de recursos o, en su caso, de medios de pago, que ha de portar, o en su caso adquirir, el sujeto para satisfacer las necesidades, previstas o imprevistas, derivadas de la necesidad original y que pueden presentarse si para ello ha de vencer la distancia. Al conjunto de los medios, recursos o servicios mercantiles citados en el punto 5 es a lo que denomino facilitación, elementos o servicios facilitadores. El estudio de su aparición y evolución en el tiempo es el objeto de este libro.
Antes de desarrollar el tema central del libro considero de interés hablar del marco espacial e institucional en el que han vivido y siguen viviendo los seres vivos que tuvieron que planificar y ejecutar planes de desplazamiento circular para satisfacer ciertas necesidades, los seres humanos, la especie animal que apareció hace unos dos millones de años en el continente africano. Así lo atestigua el hallazgo del cráneo bautizado como niño de Taung en el yacimiento de Sterkfontein, cerca de Johanesburgo, en 1924. Desde África se expandió la nueva especie por toda la tierra. Según la revista Journal of Antropological Archaeology (junio, 1999), el primer gran éxodo de los humanos tuvo su origen no por cambios climáticos, como se creía hasta ahora, sino por la huida que tuvieron que emprender los grupos más débiles para defenderse del peligro de ser exterminados por los poseedores de armas de guerra más eficaces, como el hacha biface.
Una de las zonas más pobladas de la Tierra al final de las glaciaciones fue Afrasia, denominación que da el historiador y antropólogo australiano Vere Gordon Childe a la franja de tierra comprendida entre el Atlántico al oeste, el valle del Indo al este y los paralelos 25 y 35 de latitud norte (Man Makes Himself, Racionalist Press, Londres, 1936. Versión española en Fondo de Cultura Económica, Los Orígenes de la Civilización, México, 1954) Este territorio es el escenario en el que tuvieron lugar los primeros desplazamientos de los seres humanos. Fue en las regiones de Afrasia donde hace treinta o cuarenta milenios surgieron las primeras culturas sedentarias, los pueblos que abandonaron las estepas, donde se alimentaban cazando en épocas de abundancia, para terminar instalándose en los valles de los ríos y en los oasis para alimentarse ahora por medio de la agricultura y la domesticación de animales. Hasta el 12 de octubre de 1492, con el Descubrimiento de América, auspiciado y financiado por la Corona de Castilla, no tuvo lugar la primera ampliación verdaderamente significativa de este espacio, el más intensamente estudiado por los historiadores. Séneca profetizó esta ampliación del espacio varios siglos antes de que tuviera lugar con estas inspiradas palabras:
Vendrán en los tardos años del mundo ciertos tiempos en los cuales el mar océano aflojará los atamientos de las cosas y se abrirá una grande tierra, y un nuevo marinero como aquel que fue guía de Jason y que hubo de nombre Tiphys descubrirá un nuevo mundo y ya no será la isla de Thule la postrera de las tierras.
Con tan singular e inesperado hallazgo, la tierra dejó de percibirse como un plano, algo que ya se sabía, y empezó a vivirse como un cilindro. A raíz de esta ampliación espacial se pusieron las bases para que las diferentes culturas de la Tierra se relacionaran entre sí cada vez más intensamente.
Hubo que esperar a principios del siglo XX para que tuviera lugar la siguiente ampliación del espacio hegemónico de la humanidad. El 6 de abril de 1909, el norteamericano Pearcy llegó al Polo Norte. Poco después, el 14 de diciembre de 1911, el noruego Amudsen alcanzó el Polo Sur. Desde entonces, la Tierra dejó de ser percibida (vivida) como un cilindro para ser percibida como un globo, el globo terráqueo.
La tercera ampliación verdaderamente significativa del espacio tardó aun menos en producirse. En 1957, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas lanzó al espacio el primer satélite artificial de la Tierra, el Sputnik I. En 1961, el Vostok I, un satélite artificial también soviético, con el astronauta Yuri Gagarín a bordo, inició el proceso de conquista del espacio extraterrestre, el Cosmos. En 1962, la sonda espacial Mariner II consigue aproximarse al planeta Venus. En 1969 el astronauta norteamericano Edwin M. Aldrin realiza el primer paseo de un ser humano por la superficie de la Luna, a la que llega como tripulante de la nave espacial Apolo XI. En 1974, el Mariner X envía imágenes del planeta Mercurio. En 1976, el Viking I se posa en el planeta Marte. En 1979, el Pioneer XI visita el planeta Saturno. En 1984, el norteamericano Bruce McCandless consigue flotar sin ataduras en el Cosmos a lo largo del trasbordador espacial Challenger.
A pesar de numerosos intentos fallidos y de la pérdida de vidas humanas, no cabe la menor duda de que los avances en lo que llamamos conquista del Cosmos continuarán en el futuro y lograrán poner a disposición de la humanidad nuevos espacios para la planificación y realización de desplazamientos de ida y vuelta.
Si hago referencia al espacio y a sus sucesivas ampliaciones es porque estoy convencido de que, insisto, lo que llamamos progreso, desarrollo, civilización o avance se viene materializando en cotas cada vez más altas de consumo de espacio por parte de la humanidad, un hecho que adquiere una especialísima significación desde el punto de vista de la producción y el consumo de desplazamientos circulares y de los factores que los hacen posible. Mucho se viene discutiendo sobre los orígenes de la llamada “globalización”, como si se tratara de algo reciente. La que fue Comisaria europea, la italiana Emma Bonino recordó en su intervención en los cursos de verano de 2001 organizados por la Universidad Carlos III, en la ciudad de Getafe (Madrid) que cada época ha tenido una globalización adecuada a su nivel tecnológico. Lo que pasa es que en las últimas décadas el progreso tecnológico ha sido tan extraordinario que la globalización es un fenómeno más espectacular; todo pasa mucho más deprisa. La globalización es algo irreversible. Irreversible y milenario. Hoy la humanidad dispone ya de los rudimentos técnicos necesarios para desbordar el planeta Tierra y conquistar el espacio cósmico. Se trata de la extrapolación fáctica de la tendencia que surgió hace al menos cinco milenios.
No puedo entrar aquí en detalles de lo que se refiere al marco institucional, entre otras razones porque para eso están las obras especializadas en historia general y de las civilizaciones. Sin embargo, espero que se admita la conveniencia de ofrecer una exposición resumida de lo ya sabido.
A los efectos que me interesan, destacaré que el desarrollo de la humanidad se traduce, como digo, en un creciente consumo de espacio porque aumentan aquellas necesidades para cuya satisfacción el hombre se ve impelido a planificar y realizar desplazamientos circulares.
El modelo de las sociedades paleolíticas sigue en cierta forma presente en las culturas pastoriles. Tanto unas como otras son endógamas, están colectivizadas y sufren situaciones frecuentes de falta de abastecimiento. Debieron contar muy pronto con instituciones sociales entre las que destacaré la división de tareas y funciones según el sexo. Como dice Thorstein Veblen, la práctica de la caza exige un empleo frecuente de las cualidades de robustez, agilidad y ferocidad. La lucha y la caza vienen a constituir el oficio de los hombres físicamente aptos. Las mujeres se encargaban de hacer el resto del trabajo que había que realizar para la supervivencia – los demás miembros del grupo que no son aptos para llevar el trabajo propio de los hombres eran clasificados a este propósito comp mujeres (Thorstein Veblen, Teoría de la clase ociosa, F.C.E. México, 1971, pp. 22 y 23). Páginas antes, Veblen apunta a que las actividades del grupo social primitivo tendieron a dividirse en dos clases, que en términos modernos pueden denominarse hazaña e industria. La industria es el esfuerzo encaminado a crear cosas nuevas, con una finalidad nueva que le es dada por la mano moldeadora de quien la hace empleando material pasivo o bruto, mientras que la hazaña, en cuanto produce un resultado útil para el agente, es la conversión hacia sus propios fines de energías anteriormente encaminadas por otro agente a algún otro fin. La distinción entre hazaña y tráfago coincide con la diferencia de sexo. La serie de actividades que en términos generales caen bajo la denominación de hazaña corresponde al varón como más fuerte y robusto
Las sociedades neolíticas agrícolas, exógamas, con propiedad privada de los medios de producción y mejor abastecidas que las paleolíticas, añadieron pronto a la división de tareas por sexos una nueva especialización del trabajo, la que se basa en la estirpe. La división de actividades en función de la estirpe fue también adoptada por los pueblos ganaderos de las estepas. Los jefes, señores o nobles, una minoría llamada por Veblen clase ociosa, quedaron liberados de tareas industriales (negociosas) y, en su lugar, se reservaron con carácter exclusivo el ejercicio del gobierno, el uso de las armas y el arte de la guerra, los juegos de adiestramiento, el sacerdocio, la magia, el deporte de la caza, la participación en actos solemnes, la diplomacia, las expediciones de reconocimiento o por motivos diversos al extranjero, la adquisición de conocimientos y el magisterio para la transmisión del conocimiento acumulado a los jóvenes nobles. Estas quedaron encomendadas a la clase ociosa. Los nobles estaban tan rígidamente obligados a ganar honores por medio de las hazañas como los siervos de la gleba a producir bienes y servicios por medio de las actividades industriales. La separación entre ambos tipos de obligaciones era extremadamente rígida de acuerdo con sus respectivos estatutos. El escritor inglés sir Thomas Malora narra en La muerte de Arturo (Libro II, cap. 3) esta significativa historia:
El rey Arturo acababa de celebrar sus nupcias con Ginebra. Co este motivo, prometió otorgar un don a quien se lo pidiese. Un hombre pobre que era vaquero y tenía trece hijos se dirigió al rey para contarle que todos sus hijos hacían el trabajo que él les encargaba menos uno, el cual prefería arrojar dardos, le gustaba ver batallas y caballeros y deseaba que el rey lo invistiera caballero. El rey accedió a su deseo y le preguntó a Merlín si el muchacho sería un buen caballero. Merlín le contestó que sí, que lo sería porque el vaquero no era su padre ni tenía parentesco alguno con él, que du verdadero padre era el rey Pellinor.
La ficción refleja bien hasta qué punto estaban rígidamente divididas las tareas sociales por clases en la época feudal, tanto que llegó a pensarse que tenían bases biológicas.
La mayoría, formada por vasallos o servidores de los señores, quedó encargada de las actividades ordinarias, las que sirven para proveer a todo el colectivo de los medios aptos para satisfacer las necesidades vitales (alimentación, vivienda y vestido), las llamadas por Veblen actividades industriales.
Al tratar de esta cuestión es obligado recurrir a las aportaciones del citado economista norteamericano, padre de la escuela institucionalista. Veblen se refiere en la obra antes citada a la clase ociosa, presente en los estadios superiores de la cultura bárbara. Y afirma que la característica de significación económica más saliente que hay en esas diferencias de clases es la distinción mantenida entre las tareas propias de cada una de las clases. Las clases altas están consuetudinariamente exentas o excluidas de las ocupaciones industriales y se reservan para determinadas tareas a las que se adscribe un cierto grado de honor. La más importante de las tareas honorables en una comunidad feudal es la guerra; el sacerdocio ocupa, por lo general el segundo lugar. La regla es que los miembros de las clases superiores están exentos de tareas industriales y que esa exención sea expresión económica de su superioridad de rango. La clase ociosa comprende las clases guerrera y sacerdotal, junto con gran parte de sus séquitos. Las ocupaciones de esas clases están diversificadas con arreglo a las subdivisiones en que se fracciona, pero todas tienen la característica común de no ser industriales. Esas ocupaciones no industriales de las clases altas pueden ser comprendidas, en términos generales, bajo los epígrafes de gobierno, guerra, prácticas religiosas y deportes (T. Veblen, ob. cit. pp 10 y 11)
La división de tareas por clases debió aparecer cuando las sociedades lograron resolver, aunque sólo fuera parcialmente, el problema de abastecimiento de víveres y pudieron considerarse ricas por disponer de excedentes o sobrantes después de haber atendido a la satisfacción de las necesidades primarias o vitales. La vida de los señores, liberados como hemos dicho de las tareas ordinarias, mecánicas, se caracterizaba por la consumición, la ostentación y el lujo, consustancial a las funciones representativas y simbólicas que les estaban reservadas. Algunos pensadores, entre los que debemos citar de nuevo a Veblen, caracterizan a las clases altas en función del ocio, o, lo que es lo mismo, de la dedicación a tareas o trabajos no directamente productivos. Los demás, los vasallos, se ocupaban de los negocios o industrias, es decir, del trabajo directamente productivo.
Herodoto recoge en Historia que la sociedad del antiguo Egipto se dividía en siete clases, de las cuales, una se llama la de los sacerdotes, otra la de los guerreros, otra la de boyeros, otra la de porquerizos, otra la de mercaderes, otra la de intérpretes y otra la de pilotos. Todas estas son las clases de los egipcios y toman nombre de sus oficios (...) ninguno de ellos (se refiere a los guerreros hermotibies) ha aprendido oficio alguno sino que se dedican a las armas. (...) Tampoco les está permitido a éstos (se refiere a los guerreros calasiries) ejercer ningún oficio, y ejercen solamente los de la guerra, de padres a hijos. (...) casi todos los bárbaros tienen en menor estima entre sus ciudadanos a los que aprenden algún oficio y a sus hijos; y tienen por nobles a los que desechan los trabajos manuales, y mayormente a los que se dedican a la guerra”. (Herodoto, Historia, Libro II, cap. 164 - 167).
Herodoto añade en el cap. 168 del libro citado que los sacerdotes tenían los mismos privilegios económicos que los guerreros (doce aruras de tierra libres de impuestos). Los guerreros que estaban de guardia tenían además otras prerrogativas: cinco minas de pan cocido, dos minas de carne de vaca y cuatro jarras de vino.
La división de tareas por clases sociales, sobrepuesta a la división por sexos, juega, en nuestra opinión, un papel de extraordinario significado para la historia de la humanidad en general y de los desplazamientos circulares en particular así como para su correcta conceptualización. Las actividades de los nobles eran prestigiantes en tanto que, por contraste, las de los vasallos eran humillantes o, al menos, no conferidoras de prestigio social. En ambos casos, unas tareas más que otras, claro, y de ello tenemos todavía hoy muestras muy expresivas.
Pero, insisto, tanto unas tareas como otras eran impuestas a la clase correspondiente de un modo muy rígido. Su cumplimiento era siempre considerado como un deber social ineludible. Ambas tareas eran igualmente necesarias para la sociedad, que no se concebía sin garantizar su realización. Sin las actividades productivas, industriales o de negocio (de no – ocio), tareas “mecánicas” son llamadas todavía hoy en los cuarteles, no existe supervivencia física. Sin actividades improductivas o de ocio no existe gobierno de la res pública.
La obtención de cosas por medios distintos a la captura viene a ser considerada como indigna de un hombre en su mejor condición, recuerda Veblen (1899, ob. cit. p. 26). La clase de los señores ha acaparado siempre una parte del producto social mayor que los vasallos. Como la clase ociosa es siempre menos numerosos que la negociosa también era incomparablemente más rica.
Los efectos de la combinación entre estatus y riqueza en la clase de los señores se evidencian no solo en las tareas encomendadas, (las actividades propias de la clase ociosa no son otras, como ya se ha dicho, que las propias de una vida de hazañas) sino, también en un consumo ostentoso, el cual se manifiesta, entre otras cosas, en la posesión de servidores personales ocupados en servir a la persona del amo y en producir bienes para él, dicho con palabras de Veblen (ob. cit. p. 62).
Por tanto, entre los muchos productos consumidos por los señores hay que destacar los variados servicios personales prestados por vasallos selectos. Estos adquirían derechos hereditarios sobre el puesto de trabajo, al igual que los señores. Los servidores de los señores compartían el carácter de éstos y estaban presentes en su vida diaria hasta el punto de que llegaron a participar de su dignidad.
De este modo surge, pues, una clase ociosa subsidiaria o derivada, cuya tarea es la práctica de un ocio vicario para mantener la reputación de la clase ociosa primaria o auténtica, (aunque) la ociosidad del criado no es su propia ociosidad. (Veblen, ob. cit. p. 67)
Lo dicho hasta ahora puede explicar por qué los servicios fueron considerados, desde antiguo, como trabajo improductivo. Porque formaron parte del consumo ostentoso. Todavía hoy se consideran así por la escuela marxista ortodoxa de economía, heredera del pensamiento de los clásicos, y no incluye a los servicios entre las actividades productivas. Los servidores más cercanos a los señores contaban, a su vez, con servidores, para los que ellos cumplían, igualmente, la función de señores. Se estableció así, en el pasado, tanto remoto como relativamente próximo, un ordenamiento piramidal de la sociedad en el que los niveles sociales más altos irradiaban nobleza y dignidad a los más bajos, lo que dotaba al sistema de una gran solidez. En sentido inverso, es decir, de los vasallos a los nobles, fluían los bienes materiales.
Durante la prolongada vigencia de la forma de producción feudal, la acumulación de honores y dignidades era la tarea prioritaria de los señores, tarea en la que estaban interesados también, indirectamente, los mismos servidores, desde el primero hasta el último. La sociedad feudal, afirma Jacques Verger (Ver: La Alta Edad Media. Edaf. Madrid, 1985), estaba organizada en función de las necesidades de la guerra y la defensa. Se dividía entres clases muy marcadas: los guerreros, los clérigos y los campesinos. En palabras del citado historiador francés, los que aran, los que luchan y los que oran. He aquí la estructura social de clases durante el Antiguo Régimen. Los labradores acuden en socorro de su señor con víveres y bastimentos; los caballeros, con las armas y los clérigos con el culto a la divinidad. Por ello, aunque el pensamiento burgués y su heredero, el socialista, no vean en las instituciones feudales más que un sistema de explotación de unas clases por otras, tal visión no deja de ser reduccionista y científicamente incorrecta. Un señor prestigioso irradiaba el prestigio que había logrado mantener o incluso acrecentar a todos los miembros del colectivo gracias a sus hazañas caballerescas. De esta manera, se integraba en el modelo social e integraba a los vasallos. La explotación de una clase por otra era evidente, pero la solidez del modelo lleva a pensar que la explotación social, en sí misma, no basta para caracterizarlo. Y menos para entenderlo o condenarlo. Los vasallos aceptaban sus funciones como los nobles las suyas, con la profunda convicción de que formaban parte de un todo armónico e indesmontable.
La división de tareas y funciones a la que me acabo de referir generó, sin duda, la aparición de nuevas necesidades de desplazamientos y el desarrollo progresivo de las antiguas. Me refiero a los cultos religiosos, a las tareas de gobierno, a las relaciones protocolarias con otras colectividades (diplomacia), a los fastos, solemnidades, homenajes y conmemoraciones en honor de los héroes, y a las fiestas y espectáculos orientados a la plebe, considerados éstos últimos por algunos estudiosos como medidas complementarias para el mantenimiento del orden y la paz social.
El desmontaje del modelo feudal se inició en Europa en el siglo XVI con la progresiva sustitución de muchos altos servidores reales procedentes de la nobleza por funcionarios de capas sociales modestas pero bien capacitados (Josephine Bregazi, en su reciente obra Shakespeare y el teatro renacentista inglés (Alianza, Madrid, 1999), al tratar de las causas que influyeron en el cambio que experimentó la sociedad inglesa de fines del siglo XVI, afirma que como punto de partida, podemos señalar la gradual erosión de la antigua estructura de clases sociales, que hasta finales del siglo XV se había basado en un sistema prácticamente feudal. A lo largo del siglo XVI, fue surgiendo la nueva y próspera clase mercantil, cuyos miembros en un principio se habían enriquecido con el comercio de importación de de materias primas y la exportación de telas confeccionadas por la próspera industria textil (ob. cit. p. 12) Bregazi se basa en Nigel Heard, 1995, Stuart Economy and Society, Hunwuin Hyman, The Bourgeoisie y en Henry Kamen, 1984, European Society 1500 – 1770) y se profundizó con el triunfo de los valores de la Revolución Francesa, en lo político, y de la revolución productivista o industrial, en lo económico. Pero fueron los cambios que provocó la primera Gran Guerra los que llevaron a su irreversible consolidación. Como afirma A. J. Norval en su obra The Tourist Industry, Londres, 1936 p. 45, política, social y económicamente, el mundo en el que hoy vivimos está separado por un abismo del que había en 1914. Los sistemas políticos han cambiado; las barreras sociales no pueden mantenerse debido a la intensidad de los cambios; incluso el sistema económico está experimentando cambios muy drásticos.
Lo que no quiere decir que no queden hoy reminiscencias apreciables del modelo antiguo. Todavía en nuestros días hay diferencias sociales entre un rentista y un asalariado, sin descartar las apreciables diferencias de nivel de vida que pueden existir dentro de cada una de esas dos categorías sociales según nos situemos en el medio urbano o en el rural. Diferencias que influyen en todo lo relacionado con la satisfacción de las necesidades que generan desplazamientos y en todo aquello que tiene que ver con ellos. Además, con el surgimiento durante el último cuarto del siglo XX del fenómeno del paro masivo, ha aparecido en escena una nueva diferenciación, la que se establece entre los trabajadores que tienen ingresos por estar empleados, y los que no los tienen por estar desempleados. Dentro de esta segunda categoría existen también diferencias entre quienes, por ejemplo, perciben subsidio de paro y quienes no lo perciben.
Queda delineado así el doble marco territorial e institucional (como un sistema de coordenadas) sometido a continua transformación, en el seno del cual se encuentran los humanes y desarrollan numerosas funciones, entre ellas la elaboración y realización de desplazamientos de todo tipo. Aquí me intereso solo por los circulares, redondos o de ida y vuelta.


























II

INFRAESTRUCTURAS, TRANSPORTE Y ACCESIBILIDAD


Los medios de transporte necesitan apoyarse en equipamientos fijos a los que los expertos dan el nombre de infraestructuras, tecnicismo derivado del inglés infrastructure. Según la Wester’s Encyclopedic Unabridged Dictionary of the English Language, Gramercy Books (Nueva York, 1996) este término significa sistema de instalaciones fijas que atienden la prestación de servicios básicos de un país, ciudad o región tales como los de transportes y comunicaciones, de abastecimiento de energía y de educación, entre otros, como los de salud. Su uso es cada vez más frecuente en la literatura especializada. Mientras unos medios de transporte (navegación marítima, lacustre, fluvial, aérea y cósmica) utilizan equipamientos fijos puntuales (puertos, aeropuertos, helipuertos, hangares, cosmódromos), otros como los vehículos terrestres (carreteros y ferroviarios) necesitan, además, equipamientos lineales, las llamadas vías o caminos.
Los expertos en transportes distinguen entre medios guiados, aquellos en los que el vehículo y el camino son indisolubles (ferrocarriles), y medios no guiados, en los que pueden disociarse perfectamente ambos elementos (carreteros, marítimos, aéreos)
Comenzarçe la exposición con las vías de comunicación terrestres, marítimas y aéreas. En el caso de las dos últimas, el equipamiento lineal (vía o camino) es sustituido por las llamadas técnicas de navegación y control externo del tráfico.

Vías carreteras

Los caminos aparecieron cuando los humanos fijaron su residencia como consecuencia de la revolución agraria del Neolítico. Los primeros caminos eran senderos, carriles o caleyas marcados por el uso, medios espontáneos o no producidos deliberadamente. Las expediciones guerreras, primero, y las comerciales e incluso religiosas, más tarde, facilitaron redes de vías de longitud y extensión variable. La construcción deliberada de vías especializadas de comunicación es una actividad que no madrugó.
Los pueblos más poderosos aspiran a poseer redes viarias extensas, completas y de la mejor calidad posible. La calidad y la abundancia del capital viario son indicadores expresivos del poder y de la riqueza de un país. En lo que sigue, hago una sucinta exposición del desarrollo en el tiempo de las vías de comunicación según el medio utilizado.
Los antiguos imperios persas contaban con un sistema de vías terrestres ordenado a sus necesidades. En la Babilonia de Nabucodonosor II existían sendas que comunicaban las principales ciudades de Mesopotamia y éstas con las de Egipto, Siria, Palestina y Asia Menor. El antiguo Egipto también disponía asimismo de vías de comunicación por tierra. Algunas de las sendas interiores de Egipto aprovecharon las excavaciones de canales de riego en el valle del Nilo. Al mismo tiempo se estableció una red de vías de navegación fluvial. Los cauces de los ríos, wadis en árabe, se utilizaron como sendas transitables durante los largos estiajes anuales. Gracias a ella, Egipto se comportaba como la bisagra que articulaba las relaciones comerciales del este de África con el oeste de Asia.
Los ríos sólo pudieron cruzarse en la Antigüedad por los vados. Los puentes de barcas tardaron en aparecer. La ciudad de Sevilla, por ejemplo, tuvo desde el siglo XV un puente de barcas para cruzar el Guadalquivir. Las riadas se lo llevaron aguas abajo en numerosas ocasiones, pero fue repuesto una y otra vez. En el siglo XIX se construyó con materiales metálicos. Fue en Babilonia donde se construyó el primer puente. Se tendió sobre el Éufrates y era semi fijo. Constaba de varios pilares de ladrillo sobre los que, durante el día, se tendían tablones de madera que se retiraban de noche para evitar la entrada de intrusos a la ciudad.
Por regla general, las sendas de la Antigüedad no eran de uso permanente, sino solo transitables durante la estación seca. Algunas cambiaban de trazado de un año al siguiente. Hoy podemos encontrar una situación viaria parecida en cualquiera de los países del llamado Tercer Mundo.
La construcción intencionada de caminos coincide con la aparición de vehículos con ruedas en los países del Mediterráneo oriental y central, y de un modo muy significativo en la isla de Malta, entre el Neolítico inferior y la edad del Bronce, en pleno desarrollo de la civilización urbana. Los vehículos con ruedas se conocen con el nombre de carros y los caminos aptos para su paso son las carreteras. Los carriles de las primeras carreteras tenían entre 8 y 15 cm. de profundidad, unos 20 cm. de grosor y entre 112 y 145 de trocha.
China contó con la más antigua red permanente (de toda estación) de caminos terrestres conocida, algunos siglos antes que el Imperio Persa y 2.000 años antes que los Incas. Hacia el año 1100 a. C., los chinos tenían ya un sistema de comunicaciones terrestres plenamente desarrollado. Un cuerpo especial se encargaba de vigilar el tráfico y el cumplimiento de las normas de seguridad vial impuestas por el poder central. El sistema de carreteras de la dinastía Chou (entre 1122 y 221 a.C.) alcanzó tan altos niveles de desarrollo que estaba clasificado según su calidad y dedicación: veredas o sendas, para el uso humano y de animales de carga, caminos para vehículos estrechos, carreteras para vehículos anchos, carreteras aptas para que pudieran cruzarse dos vehículos y, finalmente, carreteras de primer orden, cuya anchura permitía que pudieran cruzarse hasta tres vehículos.
Siglos más tarde, el Imperio Persa (559 – 330 a.C.) contó con una red de caminos para atender las comunicaciones rápidas entre el poder central y los gobernadores provinciales. Las carreteras persas estaban pavimentadas en muchos tramos y disponían de puestos de vigilantes cada 25 km.. La carretera entre Sardis y Susa, la capital del imperio, tenía 2.600 km. de recorrido. La que unía Susa y Babilonia era de 320 km. Era tal su nivel de servicio que un mensajero podía cubrir esta distancia en dos jornadas.
Heródoto se refiere en el libro II de su Historia al monumental camino de piedra labrada y esculpida con figuras de animales que los egipcios construyeron para el transporte de materiales destinados a la erección de la pirámide de Keops. Los templos egipcios estaban comunicados por vías terrestres de excelente calidad (dromos). Entre los caminos más antiguos que se conocen suelen citarse los de Asiria. Aún existe el de Bagdag a Ispahán. Roger Caratini, autor de una biografía de Alejandro Magno (Plaza Janés, Barcelona, 1995), al hablar de Macedonia, dice que este reino contaba con caminos y que fue Arquelao (413 – 399 a. C.) quien hizo construir un gran número de carreteras que irradiaban desde Pela, ciudad que así se unía a todas las regiones del reino, incluidas las más inaccesibles. Alejandro el Magno de Macedonia dispuso de una red caminera muy completa de la que se sirvió para gobernar su reino y dominar a los vecinos. San Isidoro afirma en su obra Orígenes que fenicios y cartagineses fueron los primeros en emplear losas de piedra en la construcción de carreteras al servicio de los intercambios comerciales. Los griegos preferían realizar el comercio por vía marítima debido a lo accidentado de sus tierras.
Roma llevó las técnicas de construcción y las inversiones en carreteras al máximo nivel conocido en la Antigüedad. El fin primordial de las calzadas romanas no era otro que facilitar la movilidad de sus legiones y la administración del Imperio. Como dice el historiador español Antonio Domínguez Ortiz, la finalidad de las calzadas romanas era doble: Económica y política, con predominio de la segunda, lo que explica su trazado, ahorrando curvas, con pendientes más accesibles a la marcha del legionario que a los vehículos. La Vía Augusta era una obra colosal que iba desde Gades a Roma, un recorrido de casi tres mil kilómetros esmaltados por mansiones y miliarios (…) Era el cordón umbilical que ligaba Hispania a la Urbe, mientras las vías trazadas en el interior de la Península aseguraban la ligazón entre las diversas provincias y dotaban de unidad administrativa y económica al conjunto ejerciendo variedad de funciones. (ver A. Domínguez Ortíz, España, Tres milenios de historia, Marcial Pons, Madrid, 2000, p. 21)
El historiador Arther Ferril afirma en su obra La caída del Imperio Romano (Edaf, Madrid, 1998) que el sistema defensivo del Imperio Romano se basaba en una red de vías y otras líneas interiores de comunicación (ríos y el mar) tales que las tropas podían ser transportadas desde una base a lo largo de la frontera para ayudar a proteger un punto en peligro.
La red principal de calzadas romanas llegó a tener 19.000 kilómetros, según afirma Bergier en su Histoire des grands chemins de l’Empire Romain (Bruselas, 1736). Los romanos construyeron puentes utilizando grandes bloques de piedra. Sus puentes estuvieron en servicio durante más de 1.500 años a pesar de que no recibieron obras de mantenimiento durante cientos de años. Como los persas, los romanos construyeron también puentes efímeros para facilitar sus expediciones militares. Hasta 1779 no se construyó el primer puente de hierro, acontecimiento que tuvo lugar en Shoropshire, Inglaterra.
Los romanos utilizaron los caminos construidos por egipcios y persas después de mejorar el firme para que soportaran la mayor capacidad de carga de sus vehículos. La red completa de calzadas llegó a tener 300.000 kms., cubriendo desde el norte de Europa hasta África y desde Asia Menor hasta el sur de Hispania. Las calzadas romanas siguieron usándose durante la Edad Media sin mantenimiento apreciable. De esta forma, se pudo salvar en parte la notable carencia de inversiones en vías de comunicación terrestre que caracterizó a esta época. Una parte de las calzadas y de los puentes construidos durante el Imperio Romano ha llegado hasta nosotros conservando su antiguo estado. Otra parte fue sustituida por caminos modernos con un trazado parcialmente coincidente.
Según Debauve (Routes, París, 1873), en el siglo VII no había en Francia más carreteras que las romanas que éstas estaban en pésimas condiciones de conservación. En tiempos de Brunehilda se llevaron a cabo algunas obras de reparación en ciertos tramos del norte. Carlomagno tuvo que reparar algunas calzadas romanas antes de acometer sus conocidas empresas bélicas. Siglos más tarde, las calzadas romanas de Francia y de otras antiguas provincias del Imperio Romano quedaron arruinadas. Durante la edad media, los nobles franceses se desplazaban de un punto a otro a caballo y los escasos intercambios comerciales se hacían por sendas y a lomo de mulas.
Cuando todavía en Europa no se prestaba atención a la construcción de caminos, los Incas contaban en Perú con caminos que aun causan admiración. Merecen citarse los dos caminos que enlazaban Quito y Cuzco. Uno de ellos discurría por los altiplanos andinos y el otro por la costa. Medían unos 3.000 Km. de longitud. El primero fue considerado por Humbolt una de las obras más asombrosas de la humanidad.
Las rutas terrestres (también las marítimas y aéreas como expondré más adelante) fueron tributarias de las necesidades de la guerra y solo más tarde se pusieron al servicio de los intercambios comerciales y del transporte de personas con fines pacíficos, profesionales y recreativos. Pero las vías terrestres quedaron durante muchos siglos relegadas a un lugar muy secundario si se comparan con el que ocuparon las marítimas desde el siglo XIV a. C. Lo mismo acontece si las comparamos con el fuerte desarrollo que tuvieron los canales interiores en los países europeos más avanzados desde el siglo XV hasta el desarrollo del ferrocarril. Hasta mediados del siglo XVIII, los caminos terrestres siguieron ofreciendo el mismo aspecto pero más deteriorado que alcanzaron durante el Imperio Romano.
Con las aspiraciones al nacionalismo económico del despotismo ilustrado, en Europa se asiste al despertar del interés del Estado por disponer de una red de caminos terrestres para facilitar primero la guerra y más tarde el comercio. Surgieron así organismos especializados en el seno de las administraciones públicas encargados de planificar, construir, mantener y mejorar continuamente las comunicaciones terrestres.
Los arquitectos y los ingenieros italianos del siglo XVI fueron los primeros que mostraron interés por el estudio de las técnicas de construcción de carreteras. Nicolás Bergier, un abogado de la ciudad francesa de Reims, encontró restos de antiguas calzadas romanas y apoyándose en textos de autores latinos escribió la obra Histoire des Grands Chemins de l’Empire Romain. La Enciclopedia Británica afirma que esta obra acaparó una gran atención a fines del siglo citado. Es la época en la que yab habían aparecido los modernos estados nacionales estaban en Europa. En 1599 se crea en Francia, durante el reinado de Enrique IV, la Jefatura de Ingenieros de Caminos con delegados en todas las provincias. Muchas de las principales carreteras se pavimentaban desde entonces con bloques de piedra para soportar el paso de medios de transporte con capacidad de carga cada vez mayor.
Francia tenía a fines del XVIII una red caminera, clasificada según calidad técnica y nivel de servicio, que superaba los 40.000 km. El proceso de desarrollo económico que propició hizo de Francia el modelo a imitar por los países que aspiraban al crecimiento de la riqueza.
Europa padeció gran escasez de caminos durante siglos. Solo contaba con simples veredas. En la Francia de Luis XIV se construyeron algunos caminos en los alrededores de París con financiación real o con fondos facilitados por las ciudades o por ciertos nobles y, en general, con el impuesto conocido como prestación personal, generalmente en forma de trabajo sin remunerar. En este país hubo que esperar a los estudios del ingeniero Trésaguet (1775) para que se dispusiera de técnicas adecuadas para la construcción de caminos.
A fines del siglo XVIII los caminos ingleses eran todavía poco transitables. Arthur Young afirmaba en 1770 que las carreteras de los condados de Lancaster y Newcastle tenían rodadas de barro de más de un metro de profundidad y que se necesitaba el concurso de al menos dos hombres para impedir que volcase un carruaje. Esta situación se mantuvo sin grandes variaciones durante los años siguientes. En 1816, McAdam afirmaba que las carreteras inglesas eran de pésima calidad, unas, por estar mal construidas y otras, por falta de mantenimiento.
Un país como Francia, que hoy puede vanagloriarse de contar con una excelente y extensa red de caminos, carreteras y autovías, tenía hace un siglo una red de poco más de 500.000 km. de longitud, de los que los caminos vecinales cubrían el 86,3 %. En Inglaterra, no llegaba a los 200.000 Km., de calidad algo mejor (80,7 % de caminos vecinales). Italia tenía una red menos extensa (111.183 km.) que los dos países anteriores, pero los caminos vecinales representaban menos del 70 % del total. España solo tenía 52.000 km. de caminos, la mayor parte de carácter estatal o provincial. El 35,7 % de los caminos españoles eran vecinales.
El sistema francés de caminos fue mantenido y ampliado por Napoleón al servicio de sus ambiciones militares. Durante las primeras décadas del siglo XIX se asiste en Europa a una verdadera fiebre de construcción de nuevos caminos y mejora de los existentes, una actitud que fue imitada por los países del continente americano después de alcanzar la independencia política. La técnica de construcción caminera más avanzada en el siglo XIX fue la aportada por el ya citado ingeniero escocés John Loudon McAdam (1756 – 1836) que, en 1815, fue nombrado administrador de las carreteras del condado de Bristol y, en 1827, director general de carreteras. Su técnica de pavimentación del firme con piedras trituradas fue muy aplicada durante gran parte del siglo XX. La mayoría de los países avanzados acometió después de la Segunda Guerra Mundial crecientes inversiones en grandes obras de mejora de vías terrestres con niveles de prestación crecientes.
El conocido cronista del Madrid del siglo XIX, Ramón de Mesonero Romanos, habituado a los malos caminos que entonces había en España y entusiasmado con las ya buenas vías terrestres que tenía Francia, dice en su obra Recuerdo de viaje a Francia y Bélgica en 1840 y 1841, que las carreteras principales que en todos sentidos cruzaban la Francia, y muchísimas de las travesías particulares de pueblo a pueblo, se encuentran en un estado excelente, merced a la configuración particular del suelo, mucho más llano en general que el de nuestra España, a la sólida y bien entendida construcción de la calzada, y al crecido presupuesto destinado a su constante entretenimiento. Por lo general no son de una extremada anchura; se hallan formadas con una ligera curva, cuya parte superior está en el centro, y revestidas de piedras cuadradas cuidadosamente unidas que ofrecen a las ruedas una superficie plana y constante: a uno u otro lado de la calzada (…) suelen formarse ánditos cómodos para los viajeros pedestres (bastante comunes en aquel país).Los puentes colgantes, continúa Mesonero, los fuertes murallones, los diques elevados convenientemente a los márgenes de los ríos, los inteligentes cortes y rodeos para evitar los tránsitos de las montañas, son testimonios constantes del entendido celo de un gobierno que en todas ocasiones ha dado la mayor importancia a la rapidez y a la comodidad de la circulación interior.
A principios del siglo XIX se percibía ya con claridad en Europa la conveniencia de contar con buenos caminos. Su construcción estaba encomendada al soberano, pero los hombres de negocio participaban en los gastos de mantenimiento y conservación. El inglés Thomas de Quincey (1785 – 1859) en su obra Confesiones de un inglés comedor de opio, atribuye el buen servicio de correo que había entre Londres y Bristol a una doble causa: la existencia de una carretera excepcionalmente buena y la colaboración de los comerciantes de Bristol, directamente interesados en que la carretera se encontrara en buenas condiciones, que participaban en la formación de un fondos para financiar las obras.

Vías férreas

En Principios de economía Alfred Marshall (1890, Aguilar, Madrid, 1963) afirma que, (a fines del siglo XIX) el coste de un buque a vapor equivalía al trabajo de 15 años de los que trabajaban en su construcción. El capital empleado en los ferrocarriles de Inglaterra y Gales equivale al trabajo de 30 años de los 300.000 trabajadores que trabajaban en ellos. La frase permite calibrar el relieve que siempre tuvo el transporte en el proceso de formación de capital y, una vez dentro del sector, el enorme relieve que experimentaron las inversiones efectuadas durante la segunda mitad del siglo XIX en el transporte ferroviario. Hay que destacar con especial énfasis que el ferrocarril fue un revolucionario medio de transporte terrestre de carácter masivo. Gracias a él se abarató el transporte terrestre y pudo despegar el desarrollo económico de territorios alejados del litoral y también de los que no contaban con vías fluviales navegables o no habían recibido los beneficios de las vías navegables artificiales.
Durante la segunda mitad del siglo XIX las inversiones en vías férreas y estaciones, terminales o de paso fueron muy cuantiosas. El ferrocarril se implantó especialmente en los países industrializados de Europa y América. Las primeras líneas fueron construidas en el Reino Unido después de la invención de la caldera de vapor. El primer servicio de transporte ferroviario se inauguró el 27 de septiembre de 1825, la línea de Stockton a Darlington. En 1850 ya había 19.500 km. de líneas ferroviarias en explotación en el Reino Unido. La red ferroviaria inglesa creció al asombroso ritmo de 776,7 Km./año, lo que supone un esfuerzo inversor en infraestructuras de transporte absolutamente desconocido hasta entonces en el mundo. Quince años más tarde, había ya 49.626 km. de líneas ferroviarias en el Reino Unido. El ritmo constructivo pasó a ser de más de 2.000 km/año, es decir, casi 2,6 veces más que de 1825 a 1850.
Siete países europeos (Reino Unido, Francia, Alemania, Austria – Hungría, Rusia – Finlandia, Italia y Bélgica) tenían en 1885 en funcionamiento cerca de 270.000 Km. de líneas ferroviarias, una cifra que habla con elocuencia del éxito alcanzado por este revolucionario medio de transporte, llamado “guiado” por los expertos. La red ferroviaria mundial estaba llamada a seguir creciendo exponencialmente hasta mediados del siglo XX. A partir de esta fecha, las inversiones en ferrocarriles entran en una prolongada crisis, recientemente superada con la aparición de fórmulas innovadoras capaces de competir con el transporte aéreo en distancias medias con velocidades del orden de los 500 km/h en monorraíles y trenes de alta velocidad.
El ferrocarril no limitó su desarrollo a Europa y Estados Unidos. También se desarrolló también en las colonias americanas, africanas y asiáticas de las potencias de Occidente. En 1972 había en todo el mundo unos 150 millones de Km. de vías férreas, correspondiendo a Estados Unidos cerca de 500.000. En la antigua Unión Soviética, país que sigue a Estados Unidos en desarrollo ferroviario, había cerca de 140.000 y en Francia, país que sigue a la ex - URSS, casi 80.000 km. Los datos sobre longitud de vías férreas proceden de Jane’s World Railways 1971 – 72. citados por The New Enciclopaedia Britanica, 15 Ed., 1988. Los demás proceden de la de A. J. Norval, The Tourist Industry, Londres, 1936, p. 38, quien, a su vez los toma de Emile Sax, Die Verkehrsmittel in Volks- und Staatwirtschaft, Vol. 3, Verlag von Julius Springer, Berlín, 1920.
Al ferrocarril volveré más tarde al referirme a los medios de transporte de personas.

Vías acuáticas (fluviales y marítimas)

Las primeras vías acuáticas fueron obviamente los ríos. El Nilo fue navegable desde la ocupación por el hombre de este fértil valle. Fue la vía más larga de comunicación de la Antigüedad, unos mil kilómetros, desde la primera catarata hasta el Delta. Los desplazamientos norte – sur estaban garantizados gracias al Nilo, a sus brazos secundarios y a los numerosos canales artificiales disponibles. Esta red de vías fluviales facilitaba la accesibilidad a las ciudades más importantes de Egipto. Más difícil resultaban los desplazamientos este – oeste a uno y otro lado del río dado que solo existían puentes para los canales más estrechos (pasarelas móviles). El río contaba en algunos puntos con vados practicables en la época seca. También había barcas al servicio de los viajeros que necesitaban pasar de una a otra orilla. (Franco Ciammino, La vida cotidiana en Egipto, Edaf, Madrid, p. 39)
Desde las dinastías del Imperio Antiguo, Egipto contó con una red de vías de comunicación al servicio de las actividades productivas y de las relaciones con otros pueblos. Las principales ciudades egipcias estaban, por tanto, relativamente bien comunicadas entre sí. Durante la civilización faraónica el Nilo fue la vía de comunicación más eficaz y segura para poner en comunicación las tierras altas con el Delta. No acontecía lo mismo con el desierto, un lugar que siempre infundió temor y rechazo a los egipcios, a pesar de que contaba con la protección de cuerpos especiales de vigilancia como los que creó el faraón Psamético II (vigésimo sexta dinastía) contra los ataques de los hostiles y temidos beduinos ya que siempre había que contar con la amenaza añadida de serpientes y de hienas y con el alto riesgo de desorientación un peligro que podía ser más mortal que los anteriores.
Lo mismo puede decirse de las ciudades de Mesopotamía, comunicadas entre sí gracias a sus dos ríos principales, el Tigris y el Éufrates, y a muchos de sus numerosos afluentes transversales.
Entre las vías de comunicación acuáticas destacan las marítimas. Primero fueron de cabotaje. La navegación de mar abierto vino más tarde. Las marítimas fueron pronto las vías más utilizadas para salvar grandes distancias. En tiempos de los romanos era más barato transportar trigo en barco desde Siria hasta Hispania que llevar la misma cantidad de mercancía a 120 Km. de distancia por vía terrestre. Durante milenios, las vías marítimas siguieron siendo más utilizadas que las terrestres tanto para mercancías como para pasajeros. Las embarcaciones especialmente construidas para el transporte de pasajeros no estuvieron disponibles hasta hace relativamente poco, entre otras cosas porque tardó en aparecer la demanda. Durante milenios, los barcos estaban diseñados y construidos exclusivamente para la guerra, solo mucho más tarde empezaron a construirse para el transporte de mercancías y más tarde aún, para transportar viajeros. Las únicas personas que utilizaban los barcos eran tropas y tripulaciones. Los primeros viajeros que utilizaron este medio de transporte eran nobles. Eran barcos de guerra que contaban con acondicionamiento especial. Los demás viajeros tenían que aceptar las condiciones existentes para la tripulación o la tropa.
Con el desarrollo del ferrocarril, primero, y del motor de explosión, poco después, las vías terrestres lograron finalmente imponerse a las marítimas. Hoy, con el desarrollo de la aviación, las vías marítimas han quedado limitadas al transporte de ciertas mercancías (graneles sólidos y líquidos) y a los cruceros de placer. Pero antes de llegar a esta situación hubo que resolver muchas dificultades. Las respuestas que se fueron dando a los problemas planteados constituyen las llamadas técnicas de navegación marítima. El problema de la orientación en mar abierto fue durante milenios una de las más serias dificultades que tenían que salvar quienes pretendieran realizar desplazamientos marítimos de largo y muy largo recorrido. Hay que añadir a ello el problema de la resistencia de los materiales de construcción de embarcaciones. Por esta razón, la navegación marítima se centró, desde sus inciertos orígenes hasta el siglo XIV d. C., en el cabotaje, apoyado en la visión de la costa, cuyos entrantes fueron dotados de torretas luminosas (los faros) destinadas a señalizar la ruta más segura. El desconocimiento de lo que pudiera haber más allá de lo que alcanzara la vista, la precariedad de las embarcaciones y las dificultades de los sistemas de orientación por estima son los factores que limitaron durante milenios la navegación marítima. Los navegantes antiguos aprendieron a determinar la situación de la nave basándose en la observación de los astros. La navegación incentivó la investigación astronómica. Sus avances continuos y la mejora de los instrumentos de navegación impulsaron este medio de transporte hasta nuestros días. Tal vez el primer instrumento utilizado fue el astrolabio, atribuido al griego Hiparco (siglo II a. C.). El instrumento permite estimar la posición de la nave calculando la altura de los astros sobre el horizonte, método que mejoró sensiblemente las técnicas de navegación, pero inducía a frecuentes errores. Para eliminarlos hubo que esperar hasta principios del siglo XX en que se inventó el astrolabio de prisma. A mediados del siglo citado también se consiguió eliminar el error conocido como ecuación personal.
El diccionario Shon Wey, que data del año 120, menciona ya la brújula, aguja náutica o de marear, una revolucionaria innovación tecnológica en la que se apoyó durante casi un milenio la navegación de altura junto con el conocimiento y la observación de los cuerpos celestes. Fueron los navegantes chinos los primeros en utilizar la aguja de marear. Se servían de ella en los siglos VII y VIII. Los árabes la heredaron de los chinos y la transmitieron a los europeos, quienes la utilizaron a partir del siglo XIII. La brújula permitió fijar el rumbo con cierta seguridad, pero no era suficiente para determinar la posición de la nave. Para su cálculo se utilizó el reloj de arena bajo vigilancia de un grumete. Fueron finalmente los europeos quienes perfeccionaron las técnicas de navegación. Ellos inventaron la rosa de los vientos y el compás de navegación o sextante, instrumento que tiene la misma función que el astrolabio. Tanto el sextante como la rosa de los vientos se atribuyen a Fernando, navegante portugués de fines del siglo XV. Fernando Braudel (El Mediterráneo, Espasa Calpe, Madrid, 1989) alude a las tres transformaciones que marcaron la evolución general de los barcos en el Mediterráneo antes de la aparición del vapor y de los cascos de hierro. En el siglo XII se introdujo el gobernalle de codaste, un timón de madera que, penetrando en el casco, permite que el timonel lo maneje desde el interior. Tres siglos más tarde se introdujo la tablazón de tingladillo, solape de las planchas del casco que da a la nave mejor resistencia al mal tiempo que las planchas simplemente unidas. En el siglo XVII se inicia la especialización naviera con la aparición del barco de línea o velero de casco alargado, más maniobrable que la antigua y pesada galera, de casco chato y rechoncho. El barco de línea fue uno de los barcos mercantes más eficaces.
Los sucesivos avances tecnológicos hicieron posible la frecuentación de rutas marítimas cada vez más alejadas del litoral. En los siglos XIV a XVI las técnicas portuguesas de navegación marítima fueron las más avanzadas de su tiempo. Consistían en una sabia combinación de datos facilitados por diferentes instrumentos (la corredera, la carta náutica, la brújula y el sextante). Se comprende que un navegante tan ambicioso y experto como Cristóbal Colón pensara en ponerse al servicio del rey de Portugal para llevar a cabo su proyecto de abrir una nueva vía marítima a la India por el oeste. Pero era evidente que estas técnicas no bastaban para navegar con seguridad por la desconocida Mar Oceana. Los navegantes no ignoraban que podían estar largos meses sin avistar tierra. Los conocimientos de astronomía y geometría eran todavía insuficientes para procesar los datos aportados por estos instrumentos. Lo demás seguía dependiendo de la pericia, el arrojo y el afán de aventura de los navegantes. O de su afán de poder, gloria y riqueza.
Walter Raleigh comenta en su conocida Historia del Mundo: No puedo menos de alabar la paciente virtud de los españoles. Raramente o jamás nos es dado encontrar una nación que haya sufrido tantas desgracias como sufrieron ellos en sus descubrimientos de las Indias, persistiendo, sin embargo, en su empresa con constancia invencible y logrando brindar a su patria regiones tan maravillosas que se pierde el recuerdo de tantos peligros pasados (Citado por Saturnino Suanzes de la Hidalga en su presentación a la edición de Paulino Castañeda et alt. de la obra de Alonso de Chaves: Espejo de navegantes. Instituto de Historia y Cultura Naval. Madrid, 1983)
He citado el papel que los conocimientos de astronomía juegan en la mejora de las técnicas de navegación marítima. En 1475 se publicó la Cosmographia de Claudio Tolomeo. Basándose en Hiparco, Tolomeo sostenía que la Tierra era una plataforma fija situada estáticamente en el centro del Universo. Según su teoría, el Sol, la Luna y los planetas giran en torno a la Tierra una vez al día sin dejar de moverse hacia el este, el llamado movimiento epicicloidal, con relación a las estrellas, cuerpos éstos que, a su vez, giran también alrededor de la Tierra. Esta es la particular concepción del universo en la que se basaron los navegantes portugueses en particular, y europeos en general, una teoría geométrica ayuna de conocimientos mecánicos que, sin embargo, sirvió para mejorar las técnicas artesanales de navegación marítima de varios milenios. Con ella se abrieron las puertas a una nueva etapa, la que se conoce como navegación preastronómica, que abarca del siglo XV al siglo XVII.
Nicolás Copérnico (1473 - 1543) desarrolló, como es sabido, una astronomía alternativa, próxima a la de Aristarco de Samos (310 - 230 a. C.), en la que se parte de que la Tierra no ocupa el centro del Universo sino que gira alrededor del Sol y de su propio eje, dos movimientos ausentes en la concepción de Tolomeo. Esta teoría, basada en puros cálculos matemáticos y, como la de Tolomeo, sin bases empíricas, fue rechazada durante más de un siglo con inusitado vigor por la comunidad de expertos. No solo porque contradecía la ortodoxia tolemaica sino, sobre todo, por ser incompatible con la física aristotélica, por un lado, y con la verdad revelada por Dios, recogida en la Biblia, por otro. Atentaba, pues, contra los tres grandes pilares de la ortodoxia del saber astronómico de Occidente en la Antigüedad, la Edad Media y parte de la Edad Moderna.
Curiosamente, la geometría heliostática de Copérnico no es más que el reverso de la geometría geocéntrica de Tolomeo. Ambas son puras deducciones matemáticas y carecen, como decimos, de bases empíricas. Copérnico trató de probar matemáticamente que su hipótesis heliostática no solo no era absurda ni menos exacta que la hipótesis geocéntrica de Tolomeo sino que, además, y esto es lo realmente importante, podía esperarse de ella que explicara mejor la realidad. Copérnico no pudo formular más que una conjetura en este sentido. El herramental científico de su tiempo no le permitió ir más allá, pero se arriesgó y consiguió demostrar, en base a puros razonamientos lógicos, que la teoría admitida tenía que ser errónea.
La lógica le llevó a pensar que lo probable era que la Tierra, más pequeña, girara alrededor del Universo, y no a la inversa, como se creía entonces. Copérnico se alejó así de su especialidad, la astronomía matemática, para adentrarse en la física, campo en el que colisionó, como he dicho, con el pensamiento de Aristóteles. Copérnico no podía menos que aceptar respetuosamente la física aristotélica pero su teoría heliostática le llevó a contradecirla. A la hora de elegir, la comunidad científica optó por Aristóteles, lo que, de rechazo, significó seguir aceptando la teoría geocéntrica de Tolomeo.
El conservadurismo de la comunidad científica de su tiempo la mantuvo en el error y éste a postergar el progreso. A mediados del siglo XVII los planteamientos del italiano Galileo Galilei volvieron a poner la teoría copernicana sobre la mesa. Galilei tropezó con la intransigencia de Roma y se vio obligado a retractarse para evitar la hoguera. Años más tarde, el heliocentrismo copernicano llevó a Isaac Newton (1642 - 1727) a formular la ley de la gravitación universal en la que se basa la física moderna y el desarrollo científico y económico actual.
El descubrimiento de América a fines del siglo XVI y su progresiva explotación posterior dieron lugar al pleno desarrollo de la navegación oceánica. El 27 de septiembre de 1519 salía del puerto de Sanlúcar de Barrameda una escuadra formada por cinco naves al mando del portugués Fernando de Magallanes: Trinidad, mandada por el mismo Magallanes; Concepción, por Gaspar de Quesada; San Antonio, por Juan de Cartagena; Victoria, por Luis de Mendoza, y Santiago, por Juan Serrano. La tripulación la formaban doscientos treinta y siete marineros. Tres años después, el 6 de septiembre de 1522, la nave que quedó de la flota inicial, entraba en el puerto de Sanlúcar. Dos días más tarde, rendía viaje en Sevilla con sólo dieciocho hombres bajo el mando del vasco Juan Sebastián del Cano (1476 - 1526). Se acababa de dar la primera vuelta a la Tierra (Antonio Pigafetta, Primer viaje alrededor del Globo. Grech. Madrid, 1988)
El siglo XVI es conocido como el Siglo de los Descubrimientos y las Grandes Expediciones entre Europa y el resto del mundo: el nuevo continente, América, y las tierras de Oriente (China, India, Japón...) Fue el siglo de la navegación de altura y de las grandes rutas marítimas, primero transitadas por grandes barcos de guerra y mercantes y más tarde, a partir de la aplicación del vapor como fuerza impulsora de los navíos, por grandes transatlánticos de pasajeros. A partir del siglo XVIII se entra en una nueva etapa, la de navegación astronómica, con la invención del cronómetro, un instrumento que resolvió el problema secular de la determinación de la longitud. En el siglo XX., con la invención de la radio, se asiste al inicio de la navegación avanzada de nuestros días, la llamada radio eléctrica.

Las vías aéreas y espaciales o cósmicas

Fue durante los últimos años del siglo XIX cuando tuvieron lugar los primeros desplazamientos sin contacto con la tierra o el agua, por vía aérea. Pero las aspiraciones eran muy anteriores. Las penalidades inherentes a los desplazamientos por tierra o por mar fueron tan grandes durante tanto tiempo que los humanos quisieron emular el vuelo de las aves, que se les antojaba placentero y sin obstáculos. Para la humanidad era el paradigma de la facilidad. La mitología griega cuenta con la figura de Dédalo, el héroe encerrado por Minos en el Laberinto con su hijo, Ícaro. Ambos lograron evadirse con la ayuda de unas alas hechas con plumas y cera.
Leonardo da Vinci (1452 – 1519) dibujó los primeros artilugios voladores. En el siglo XVIII se ensayaron algunos vehículos voladores sin fortuna.
Los especialistas distinguen los aparatos voladores “más pesados” de los “menos pesados” que el aire. Los aeroplanos, aviones y cohetes pertenecen al primer grupo; los globos de materiales livianos inflados con gas, al segundo.
Georges Cailey (1796 – 1853) es considerado el padre de los aparatos que vuelan siendo más pesados que el aire. El primer vuelo de la historia lo hizo el ruso Alexander Fedorovich Mozhaiski (1825 – 1890), quien consiguió despegar con un monoplano desde una rampa y superar una distancia de 18 a 30 metros. Su vehículo iba propulsado por una máquina de vapor ultraligera.
La aviación es posible gracias a la aplicación de leyes de la física que se conocían desde mucho antes. El escollo que había que resolver no era teórico sino práctico: aplicar un generador de fuerza potente y liviano (caso de los aparatos más pesados que el aire) o disponer de tejidos resistentes y herméticos (caso de los menos pesados que el aire)
La delantera la tomaron los primeros gracias a los continuos avances en la tecnología de los motores de explosión. Solo los llamados planeadores, aparatos sin motor, permitían realizar breves desplazamientos de naturaleza ensayística y deportiva. Los primeros artefactos voladores no necesitaban vías como los demás vehículos. El espacio aéreo era libre y estaba muy poco transitado. Con el desarrollo de este medio de transporte, los estados se vieron en la necesidad de regular el espacio aéreo estableciendo rutas controladas. Los avances de la telefonía sin hilos y del radar pusieron las bases de control de vuelos. El pilotaje automático introducido por Francia en 1924 y la regulación por radio del tráfico aéreo han transformado a la aviación de medio “no guiado” a “guiado”. El transporte aéreo es hoy un complejo sistema de vehículos, infraestructuras aeroportuarias y técnicas de control basadas en modernos medios de telecomunicación.
La aviación comercial tiene algo menos de un siglo, la mitad si se cuenta desde que se resolvieron muchos de los problemas que se presentaron durante los primeros vuelos. Desde hace tres décadas, la capa de aire que rodea a la tierra por debajo de los quince mil metros está surcada por un enorme y complejo entramado de rutas gracias a los avances tecnológicos que mejoran los instrumentos de control y las telecomunicaciones. La navegación aérea se sirvió de los avances tecnológicos de la navegación marítima.
Por encima de los 15.000 metros de “altura” se trazan hoy lo que deberíamos llamar vías espaciales o cósmicas para distinguirlas de las viejas vías aéreas. Las vías cósmicas, hoy aún en un estadio experimental, están llamadas a alcanzar un espectacular desarrollo durante las primeras décadas del siglo XXI. Como antes las aéreas y las marítimas, las rutas cósmicas están dando sus primeros pasos al servicio de las necesidades bélicas (guerra de las galaxias) y del aumento de la riqueza (se tiene la seguridad de que los astros esconden ingentes cantidades de minerales, algunos de ellos considerados estratégicos). Solo cuando se alcance su consolidación y pleno desarrollo es previsible que se pongan también al servicio del transporte de personas, lo que dará lugar a un nuevo medio de transporte que algún día será masivo. Debo referirme aquí a quien se le ha llamado primer turista espacial. El 28 de abril de 2001 las agencias transmitieron la gran noticia: El multimillonario norteamericano Dennis Tito cumplió el sueño de su vida al inaugurar el turismo espacial y viajar rumbo a las estrellas a bordo de una nave rusa “Soyuz” lanzada desde el cosmódromo centroasiático de Baikonur. El cohete portador “Soyuz – U” impulsó a las 09.37, según el plan previsto, la nave que lleva a Tito y a los cosmonautas rusos Talgat Musabayez y Yuro Baturin a la Estación Espacial Internacional, en construcción desde hace dos años. La expedición partió sin incidencias técnicas. Dennis Tito tenía 17 años cuando vio en la televisión el primer satélite soviético, con 24 entró como ingeniero en la NASA, a los 39 era millonario y a los 60 pasará diez días en el espacio exterior. Esto no son unas vacaciones; es la realización del sueño de toda una vida, volar al espacio, declaró a la CNN antes de salir del cosmódromo. Cumplir su sueño le costó 20 millones de dólares. Más que astronauta o turista, él se sintió “viajero espacial, pionero de un futuro en el que, dentro de unos miles de años, habrá colonos en Marte. Repárese en que el primer turista del cosmos utilizó un medio de transporte de carácter militar. La Agencia Espacial Rusa es un operador de expediciones de investigación y conquista. Solo se habla de su función touroperadora con respecto a Dennis Tito, pero, sin negar que el norteamericano ha viajado por gusto, por curiosidad o por pasar a la historia, es evidente que consumió un programa de estancia temporal en la ISS similar en gran parte al elaborado para la tripulación y consumido por ella. Mientras tanto, hasta que tal cosa ocurra, su uso seguirá estando restringido, una vez más, a determinadas personas, primero, en función de su profesión, y, más adelante, en función de sus niveles de ingresos.
El 4 de octubre de 2004, la nave SpaceShipOne consiguió el premio Ansari-XPrize (diez millones de dólares) al conseguir realizar el segundo vuelo al espacio suborbital con dos pasajeros en quince días. La nave va propulsada por un motor cohete que consume un combustible sólido mezclado con óxido nitroso. Fue pilotada por Brian Binnie, diseñada por Buró Rutan, financiada por Paul Allen y construida en la factoría Scaled Composites. Para volar fue transportada hasta quince km. de altura a bordo de un avión White Knight. A partir de esta distancia de la Tierra, la nave enciende su motor hasta alcanzar los 112 de distancia. Para regresar a la Tierra pliega sus alas y las vuelve a desplegar para aterrizar en un aeropuerto convencional. Todos los medios de comunicación del mundo destacaron el hecho por ser la primera nave espacial de capital privado aunque es evidente que su tecnología es la misma que la que se utiliza por las fuerzas armadas. Un ejemplo más de que la actividad productiva comercial avanza gracias a la tecnología militar. Las puertas están ya abiertas para que se desarrollen empresas mercantiles dedicadas a la producción de turismo espacial. De momento es obvio que no será masivo, pero su futuro depende de que lo sea.

Servicios de transporte y accesibilidad

El hombre puede desplazarse por sí mismo de un lugar a otro por estar dotado de extremidades locomotoras. Desde sus orígenes se desplaza a pie (paseando, andando, caminando). Aquí me limito a los medios no biológicos de locomoción o transporte, los llamados medios técnicos o mecánicos, primitivos, artesanales e industriales.
Desde la revolución neolítica, el hombre utiliza animales para ayudarse en el cultivo de la tierra y como medio para facilitar el transporte de cosechas y materiales para la construcción de viviendas. No utilizó animales para desplazarse él mismo de un lugar a otro hasta mucho más tarde, una actitud que podemos observar hoy en las culturas campesinas que todavía quedan en algunos países.
A continuación resumo la evolución de los medios de transporte según el tipo de vía de comunicación utilizada.

Medios acuáticos

Los desplazamientos por vía fluvial, lacustre o marítima se hicieron desde un principio utilizando medios idóneos. Un tronco de árbol pudo ser el primer flotador utilizado por el hombre. La unión de varios troncos para formar balsas se llevaría a cabo a partir de un cierto nivel de desarrollo de la riqueza y de la población y de la consecuente expansión de necesidades de desplazamiento que acompaña al aumento de la riqueza. La técnica del vaciado de grandes troncos para confeccionar flotadores más ligeros aparecería tan pronto como la humanidad dispuso del herramental adecuado, lo que bien pudo acontecer a partir de la Edad del Hierro. La canoa se propulsó primero con los brazos y después con remos, una prolongación artificial de los brazos. La vela tardó en aparecer. Fue, sin duda, una invención de enorme eficacia y trascendencia. Permitió servirse del viento, una fuerza no de sangre, que aumentó la fuerza propulsora de los remos. La primera representación de una vela que se conoce pertenece a Egipto y tiene unos 8.000 años, pero su descubrimiento puede ser muy anterior. La vela primitiva era un paño cuadrado de lino sujeto a una vara que, a su vez, pendía horizontalmente de un palo vertical anclado en la quilla a modo de percha. La invención de la vela en el noveno milenio a. C. permitió aprovechar un recurso natural renovable (el viento) como fuerza propulsora. Los múltiples tipos de vela conocidos reflejan la trascendencia que tuvo esta innovación a lo largo de la historia. Las más conocidas son las llamadas bastarda, cangreja, latina, de cruz, cuadrada, de cuchillo, encapillada y de abanico. La vela no desplazó al remo pero permitió remontar corrientes de agua.
Los pueblos de la Antigüedad surcaron las aguas de ríos y lagos y navegaron por el mar a escasa distancia de la costa con embarcaciones de madera dotadas de remos y de velas como las que he descrito. Con ellas transportaron ejércitos y se abastecieron de los bienes que necesitaban y no producían. De nuevo nos encontramos con las necesidades bélicas y comerciales como generadoras de una técnica, en este caso la mejora de las técnicas de construcción de naves y de navegación acuática. El avance que supuso la vela de abanico o tarquina se aplicaba ya a la navegación en tiempos de los romanos. Esta innovación permitió un aprovechamiento más eficiente de la energía eólica que la vela primitiva. El remo quedó convertido en fuerza de propulsión complementaria para aumentar la velocidad de desplazamiento de la embarcación. Las naves pudieron aumentar su tamaño y, en consecuencia, su capacidad de transporte tanto de tropas como de mercaderías. Entre los años 1200 y 1000 a. C. se produjeron en Fenicia y en otros pueblos asiáticos y africanos intensas y continuas invasiones de los llamados pueblos del mar, tribus nómadas de las estepas sirias, que, acosadas por el hambre, se dedicaban al pillaje y sembraron la inseguridad y el desorden en toda la región. A pesar de que muchas ciudades fueron destruidas, los pueblos del mar fueron agentes culturales que introdujeron y difundieron nuevas técnicas, la más importante de las cuales fue la del trabajo del hierro (ver M’Hamed Hassine Fantar, Los fenicios en el mar Mediterráneo, Icaria, Barcelona, 1999, p. 42). Con la llegada de los filisteos a Canaán llegó también la Edad de Hierro a sus ciudades. Los cananeos aprendieron las técnicas metalúrgicas y las aplicaron a la construcción naval. El citado historiador tunecino añade: En esta época se construían en las atarazanas excelentes barcos, gracias a la quilla, las cuadernas y los clavos, tres grandes invenciones que revolucionaron el mundo de la navegación. Con tales naves uno podía desafiar el mar y sus imprevisibles cóleras (ob. cit., p. 43)
A partir de este momento, la tecnología naviera se centró en sucesivas mejoras del velamen y de los instrumentos de ayuda al pilotaje, como el timón, la brújula y el sextante, entre otros instrumentos ya citados.
Los humanos utilizan embarcaciones para desplazamientos bélicos y comerciales desde hace casi diez mil años. Destacaré aspectos que pueden parecer nimios, pero que tienen un especial significado. Me refiero a que si se utilizó la vía marítima se debe a que durante milenios, como ya he dicho, el transporte de tropas por vía terrestre era menos expedito y más caro, pero el escenario de las confrontaciones bélicas se mantuvo en tierra firme hasta no hace mucho. Las mismas embarcaciones de guerra sirvieron, como dije, para el transporte de mercancías. La especialización en construcción naviera según los usos citados no fue la norma durante los tiempos antiguos. El historiador británico J. R. Hall (Ver: Historia del Mundo Moderno, Universidad de Cambridge. Volumen II, capítulo VII) afirma que los barcos se consideraban útiles para transportar tropas y protegerlas en route, para hacer correrías por las costas de los países enemigos y para bloquear sus puertos, pero había escasas diferencias en el diseño, especialmente en los barcos de ruta, entre el barco de guerra y los barcos mercantes, que, en último término, constituían el grueso de una fuerza combatiente, mientras las tácticas navales se basaban en el abordaje, y en tácticas a la manera del soldado de tierra más que del marino. Mientras las acciones en el mar fueron planeadas y ejecutadas por soldados, hubo pocos incentivos para pensar de manera específica en términos navales, termina diciendo el historiador.
Los astilleros de las potencias medievales del Mediterráneo mejoraron tanto la velocidad como la maniobrabilidad de las embarcaciones. La galera pesada sustituyó en el siglo XV a la galera ligera. La primera fue la nave más adelantada de su tiempo durante muchos años, pero era lenta y poco manejable. La potencia marítima de la época, Venecia, la incorporó muy pronto a su flota mercante. Estaba dotada de armamento pesado y permitía llevar una tripulación muy numerosa, por lo que podía defenderse con éxito de cualquier ataque y atacar a cualquier enemigo. Esta es la embarcación con la que se atendieron también las necesidades del comercio de especias. Gracias a los enormes beneficios que este comercio reportaba fue posible financiar sus altos costes de transporte.
Cuando se tuvo un mayor dominio de las técnicas constructivas de naves y de orientación en el mar sin apoyos terrestres, la guerra pudo empezar a cambiar de escenario. Se fue desplazando de la tierra al mar. Se hicieron posibles las confrontaciones bélicas de barco a barco, lo que puso las bases de la moderna infantería de marina y de la estrategia bélica naval. La construcción de barcos pudo especializarse en barcos de guerra y barcos mercantes, pero este proceso fue muy lento. Como reconoce el historiador británico J. P. Cooper, la estrategia naval se orientaba, más que en cualquier época pasada, a la protección del propio comercio y a la destrucción del comercio ajeno, ya que el poderío marítimo dependía tanto de la importancia de la flota de guerra como de la flota mercante. Pero el sostenimiento de una flota de guerra se había encarecido enormemente y requería una organización permanente y de más envergadura que en el pasado para diseñar, construir y tener dispuestas unidades de combate muy especializadas que no eran aptas para su aprovechamiento en el transporte de mercancías (Ver: Historia del Mundo Moderno. Ob. Cit. Volumen IV capítulo VII)
Durante la primera mitad del siglo XVI se libraron grandes batallas navales entre las flotas de España, Inglaterra y Holanda. España, potencia básicamente colonial, poseía una flota muy considerable, pero no tanto como Inglaterra y Holanda, potencias fundamentalmente navales. Este periodo se caracterizó por una frenética actividad constructora de naves. Los astilleros se convirtieron pronto en la primera industria del mundo, visceralmente puesta al servicio de la gran revolución mercantil que trajo consigo el descubrimiento y posterior explotación de las tierras americanas. Las potencias que más se lucraban con el comercio trasatlántico eran también las que mayores inversiones podían hacer en la construcción naval. Las que mejor flota naval tenían estaban llamadas a ser las grandes potencias de la época. Guerra y comercio seguían inextricablemente unidos en esta época. Las naves se siguieron haciendo durante muchos años de forma que sirvieran al mismo tiempo para ambos fines, quedando muy ralentizado el proceso de especialización antes aludido. Como dice J. R. Halle, no había armada lo bastante numerosa para prescindir de buques mercantes, ni había país lo suficientemente rico para dedicar sus buques de guerra exclusivamente a la lucha (Ver: Historia del Mundo Moderno. ob. cit. volumen I, capítulo XVI)
Halle añade que en Inglaterra, por ejemplo, el tráfico mercante de cierta envergadura estaba subvencionado por la Corona con vistas a utilizarlo para reforzar la armada, y, en tiempos de paz, los buques de la escuadra eran alquilados a los comerciantes. Las características de los buques de guerra eran determinadas por las necesidades de la marina mercante (ob. cit.)
Durante milenios, el transporte marítimo de mercancías exigía contar con una poderosa flota de guerra. Del siglo XVI al XIX, la hegemonía política de un país se basaba en la navegación marítima y ésta estaba unida a la comercial. Las grandes potencias de los siglos citados eran potencias marítimas (Portugal, España, Holanda, Inglaterra, Francia)
La última mitad del siglo XVI, fue decisiva para la historia del comercio mundial, que es lo mismo que decir para la industria naviera y para las flotas mercantes y de guerra. Surgieron nuevos centros comerciales e industriales a ambos lados del Atlántico, aparecieron nuevos productos en los mercados (azúcar, tabaco, café, caucho, añil, algodón). El comercio de esclavos se incrementó para facilitar mano de obra a las grandes explotaciones agrarias que surgieron en América con capitales europeos para atender la creciente demanda de estos productos. La intensificación del comercio marítimo hizo subir una vez más la demanda de buques de carga.
Los modernos medios de transporte de pasajeros por vía marítima son ya en su mayor parte, desde hacía casi dos siglos, propiedad de grandes empresas privadas que ofrecen en el mercado servicios regulares y discrecionales. En la Baja Edad Media, pero sobre todo en el Renacimiento, aparecieron las primeras empresas privadas dedicadas a prestar servicios de transporte marítimo, una actividad hasta entonces controlada por los gobernantes. La ciudad estado de Ragusa (hoy Duvrovnik) fue una de las más importantes potencias marítimas del Mediterráneo desde el siglo XIV hasta su incorporación a alguna de las naciones vecinas, a principios del siglo XIX. Los comerciantes de Ragusa utilizaban la flota para sus propias necesidades de transporte de minerales, prestaban servicios de transporte marítimo a la demanda y alquilaban navíos, lo que es muestra de las dimensiones que llegó a tener el mercado. La propiedad de uno de esos grandes navíos estuvo dividida en partes, ordinariamente en 24 quilates, dice Fernando Braudel (p. 53 de la ob. cit.), es decir, existían grandes sociedades por acciones dedicadas al transporte marítimo. Estas sociedades dedicadas a la prestación de servicios de transporte eran en numerosos casos transnacionales. La expansión comercial se orientaba hacia Occidente. El principal objetivo de la política de Francia e Inglaterra, entre 1660 y 1673, consistió en aumentar su participación en las transacciones comerciales con las coloniales ultramarinas. Esta política requería poseer una flota mercante y contar con protección armada.
Hacia 1763, el comercio entre Inglaterra y América utilizaba un tercio de su flota. En el Caribe se precisaba una flota naval que protegiera los barcos coloniales ingleses. Las reexportaciones británicas en el Báltico y en el Mediterráneo estaban sometidas a una constante amenaza. Una marina poderosa y un sistema organizado de bases navales era indispensable, por tanto, para la protección del creciente comercio marítimo.
Los barcos de madera movidos por el viento estuvieron en uso hasta los años treinta del siglo XIX. Con la aparición del cliper, un barco de pequeño tamaño, se consiguió todo un hito de perfección debido a su especial rapidez y maniobrabilidad. Pero las antiguas técnicas basadas en la vela tenían ya los días contados. A fines del XVIII, empezó a aplicarse el vapor como energía propulsora de embarcaciones.
S. de Caus fue el primero que, hacia el año 1615, se dio cuenta de las posibles aplicaciones industriales del vapor de agua. D. Papin creó la primera caldera de vapor hacia mediados del siglo XVII. El ingeniero escocés James Watt (1736 – 1819), asociado con Matthew en 1775, inventó la máquina de vapor de doble efecto en 1785. Un año más tarde, J. d’Abbans logró propulsar un barco con remos mecánicos movidos por una máquina de vapor en el río Doubs y poco después un barco de ruedas de palas en el río Saône. En 1827 se inventó la caldera tubular y dos años más tarde la aplicó Stephenson a una locomotora de ferrocarril, la llamada “Rocket”.
Los primeros buques movidos a vapor llevaban una inmensa rueda dotada de paletas. Al girar la rueda, las paletas empujaban el agua hacia atrás, a la manera de numerosos remos, impulsando a la embarcación a mayor velocidad que la alcanzada con el viento. La rueda fue sustituida años más tarde por una hélice. La velocidad, pues, siguió aumentando. La hélice fue una innovación tecnológica especialmente relevante. La sabia combinación entre caldera de vapor y hélice abrió una auténtica edad de oro en la navegación marítima.
Fue a mediados del siglo XIX cuando puede decirse que se consolidó el transporte por vía marítima. Hasta entonces, las embarcaciones mercantes reservaban un espacio limitado para el transporte de pasajeros, personas que, sin formar parte de la tripulación, recibían el servicio de desplazamiento de un puerto a otro. El aumento de la oferta de naves de guerra y mercantes y el aumento de la frecuencia de las expediciones marítimas con una u otra finalidad hizo posible que personas ajenas a la guerra, al comercio y al transporte de carga pudieran utilizar la vía marítima para sus desplazamientos intercontinentales. Hasta entonces, los desplazamientos por vía acuática (fluvial y marítima) de este tipo de usuarios se habían limitado, en general, a los desplazamientos de recorridos inferiores a los quinientos o mil kilómetros. Después del descubrimiento de América, comerciantes que no eran navegantes (misioneros, exploradores, estudiosos, aventureros y funcionarios públicos de todo tipo) pudieron utilizar el barco para hacer desplazamientos de gran recorrido, como los que los guerreros habían hecho hasta entonces y siguieron haciendo después.
Las primeras travesías marítimas (también algunas fluviales) duraban varios meses. Los barcos tuvieron que acondicionarse con equipamiento adecuado para prestar servicios de pernoctación, alimentación y primeros auxilios médicos, servicios que fueron progresivamente mejorados y a los que se añadieron equipamientos complementarios para prestar servicios de diversión, recreo, pasatiempos y práctica de ciertos deportes. Los grandes transatlánticos para el transporte marítimo de pasajeros fueron las primeras empresas integradas al servicio de la producción de planes de desplazamiento lineal o circular. En la actualidad, después de la crisis del transporte marítimo que siguió al desarrollo de la aviación civil en la segunda mitad del siglo XX, estas empresas continúan desarrollando su actividad limitándose a la realización de cruceros de placer. Las empresas que se dedican a esta actividad se caracterizan por integrar la producción de planes de desplazamiento circular con la realización de los mismos en todas sus dimensiones, desde la incentivación a la facilitación.
En la segunda mitad del siglo XIX surgieron las primeras líneas regulares dedicadas al transporte marítimo de pasajeros servidas por grandes trasatlánticos movidos a vapor y construidos en hierro y acero. Herederos de una larga y azarosa tradición tecnológica nacida, como hemos visto, al servicio de las necesidades guerreras y comerciales, los modernos buques de pasajeros se pusieron al servicio de quienes planeaban desplazarse para satisfacer necesidades diferentes a las tradicionales. Se trataba, ciertamente, de una actividad productiva llamada a ser altamente rentable: el transporte de pasajeros personal o colectivo, incluido el que hoy algunos llaman masivo y creen exclusivo de nuestro tiempo.
Durante la segunda mitad del siglo XX, el transporte de pasajeros ha llegado a convertirse en una de las actividades productivas más dinámicas y rentables, pero ahora utilizando también otras vías, la aérea y la terrestre, hoy hegemónicas al desplazar a la marítima. El transporte marítimo de pasajeros ha quedado reducido, a partir de la Segunda Guerra Mundial, a relaciones de corto y medio recorrido, atendidas por modernas embarcaciones con las que se prestan servicios regulares, algunos con tan alta frecuencia que cumplen funciones de puente entre dos orillas.
Al quedar relegada a un segundo plano la vía marítima como medio de servicio regular de transporte, empezaron a desarrollarse los servicios discrecionales de transporte marítimo de pasajeros. Me estoy refiriendo a los cruceros, término con el que se alude a los desplazamientos marítimos realizados con fines placenteros o recreativos. Los cruceros tienen una historia que se remonta a mediados del siglo XIX, años en los que el transporte marítimo regular de pasajeros alcanzó su apogeo. George Ritzer(Ver: George Ritzer, El encanto de un mundo desencantado. Revolución en los medios de consumo. Ariel, Barcelona, 2000), sitúa su origen inmediato en el viaje inaugural del Sundward, en Florida, el 19 de diciembre de 1966. Los cruceros marítimos se popularizaron en la década de los años setenta del siglo XX. Contribuyó a ello la serie televisiva Vacaciones en el mar y la oferta de la naviera norteamericana Carnival, que inició sus operaciones en 1972. Según la obra citada, mientras que en 1972 las compañías de cruceros llevaron medio millón de pasajeros, en 1995 esta cifra se había multiplicado por diez, es decir, cinco millones de pasajeros, lo que supone una tasa de crecimiento cercana al 8% anual. En este periodo de tiempo, las naves mejoraron muy sensiblemente en materia de comodidades y seguridad. Las navieras ofrecen cada vez más y mejores servicios a bordo por la creciente competencia. Hoy, una nave dedicada a hacer cruceros marítimos es hoy un moderno hotel flotante con casinos, clubes nocturnos, instalaciones deportivas, balnearios, restaurantes, centros comerciales, bancos y servicios médicos, entre otros muchos servicios. La única diferencia entre una nave para cruceros y un hotel convencional radica en que el crucero es, además, un avanzado medio de transporte intercontinental. El servicio de transporte que prestan los modernos cruceros es uno más entre los diferentes servicios prestados y tal vez no precisamente el más importante.
La flota privada de yates y de otros tipos de embarcaciones de recreo, por regla general dotadas de motor de explosión aunque pueden llevar también propulsión a vela y remos, cuenta con instalaciones adecuadas para atracar. La existencia de estas embarcaciones privadas de recreo y de pesca deportiva ha generado una demanda creciente de servicios de atraque a la que se responde con la construcción de puertos deportivos y marinas en casi todos los países del mundo, sobre todo en los limítrofes a mares como el Mediterráneo y el Caribe.

Medios terrestres

Es evidente que el hombre primitivo no llevó una vida nómada por elección sino por necesidad. El medio le impuso, a partir del final de las glaciaciones, una vida de frecuentes desplazamientos en procura de alimentos cargando con crías y enseres. Puede que conociera algunas técnicas de transporte rudimentarias. Un animal recién cazado se amarraría a un tronco de árbol para portarlo al asentamiento. Un relieve de alabastro procedente de Sumer y fechado en el tercer milenio a. C. representa a dos porteadores transportando una vasija de barro. Los primeros medios para desplazar objetos de un lugar a otro por tierra fueron lógicamente los de tracción a sangre: hombres y cuadrúpedos.
Puede que el primer animal utilizado para el transporte de objetos fuera el onagro, un asno muy abundante en el Alto Egipto, en la cuenca mediterránea y en el Medio Oriente. Muestras de su utilización en caravanas se encuentran en abundantes representaciones gráficas halladas en el desierto de Siria y Asia Menor. Otros animales, como camellos, dromedarios, búfalos, renos, elefantes, yaks, bueyes, llamas y perros fueron usados para transportar objetos en el pasado y aun siguen utilizándose en algunos países en nuestros días.
Los animales más utilizados para el transporte terrestre fueron durante milenios los camélidos, tanto la variedad de una joroba (Arabia) como la de dos jorobas (Bactrián). El camello es un animal perfectamente adaptado a las incidencias de largas travesías por regiones desérticas frías o calurosas: puede caminar con facilidad por la arena y resiste la sed. Su capacidad de carga se aproxima a los trescientos kilos. El aporte de leche de las hembras es alimento en lugares inhóspitos, desprovistos de medios de supervivencia (llamadas en Castilla tierras de pan llevar) Las grandes llanuras esteparias son territorios con duras condiciones de vida. Aun así, es el hábitat que eligieron los pueblos que viven de la ganadería trashumante. El ganado que pastorean es su única fuente de alimentación. Los animales transformación una flora que solo es aprovechable por ellos, raramente por el hombre directamente. Pero estos inhóspitos espacios escasamente poblados fueron siempre especialmente apropiados como vías de comunicación. A pesar de la dureza de su clima (temperaturas diurnas por encima de los 50º y nocturnas por debajo de cero y ausencia casi total de agua), las estepas y los desiertos resultaron en la Antigüedad más transitables que otras zonas precisamente por la ausencia de ríos y de cadenas montañosas. Por esta razón se han comparado con el mar como vías naturales de comunicación. Son utilizables por los transeúnte no por los residentes. Como dice A. J. Toynbee (ob. cit. vol. III), “ofrecen a los viajes y los transportes facilidades notablemente mayores que las que ofrecen los lugares de la superficie donde las comunidades humanas suelen residir permanentemente. Existe una semejanza real, pues, entre la horda nómada que anualmente sigue la misma ruta de los campos de pastoreo de verano e invierno y la flotilla de pescadores que navega de banco en banco de acuerdo con la estación; entre el convoy de mercaderes que intercambia los productos de las opuestas riberas del mar, y la caravana de camellos que une las opuestas riberas de la estepa; entre el pirata marino y el bandido del desierto; y entre los súbitos movimientos de población que impulsan a los nómadas o minoicos o cruzados a tomar sus barcos y arremeter en oleadas contra las costas de Europa o el Levante, y aquellos otros movimientos que impulsaron a imohag o árabes o escitas o turcos o mongoles a evadirse de su ruta ”.
Existe una semejanza real, pues, entre la horda nómada que anualmente sigue la misma ruta de los campos de pastoreo de verano e invierno y la flotilla de pescadores que navega de banco en banco de acuerdo con la estación; entre el convoy de mercaderes que intercambia los productos de las opuestas riberas del mar, y la caravana de camellos que une las opuestas riberas de la estepa; entre el pirata marino y el bandido del desierto; y entre los súbitos movimientos de población que impulsan a los nómadas o minoicos o cruzados a tomar sus barcos y arremeter en oleadas contra las costas de Europa o el Levante, y aquellos otros movimientos que impulsaron a imohag o árabes o escitas o turcos o mongoles a evadirse de su ruta anual de la estepa y arremeter, con igual violencia e igual subitaneidad, contra las tierras colonizadas de Egipto o del Irak o de Rusia o de India o de China.
La tracción humana de vehículos rudimentarios para el transporte de objetos puede tener más de diez mil años. A partir del Neolítico, el hombre aprende a domesticar ciertas especies de animales para utilizarlas, como fuente de alimentación, para facilitar actividades productivas como el laboreo de la tierra y para el transporte de objetos. Algunos historiadores creen que la horca de ramas de árbol arrastrada por hombres o animales fue el primer tipo de vehículo utilizado como medio de transporte terrestre. De él derivaría el trineo, un tipo de vehículo conocido por casi todos los pueblos primitivos. Hacia el 5000 a. C., el trineo era el vehículo más utilizado por los pueblos que habitaban las regiones frías. En sus orígenes, no sería más que una simple plataforma rectangular arrastrada o empujada. Del trineo derivan otros vehículos más evolucionados, movidos por empuje o tracción.
La evolución de los medios de transporte terrestre se basa en una reducción progresiva de la superficie de fricción con la tierra. Fue así como se llegó a disponer de una plataforma deslizante, el patín. El trineo parece que también fue conocido por los pueblos que se asentaron en los valles de los ríos. Los egipcios y los asirios lo utilizaron para transportar a cortas distancias los materiales utilizados para la construcción de palacios, pirámides, obeliscos y grandes estatuas. El esquí pudo utilizarse desde muy pronto para el desplazamiento de personas en comarcas frías. En Noruega se ha encontrado un relieve en una pared rocosa que representa un tipo de esquí de hace unos 2.000 años.
Antes de la conquista de la rueda, las mejoras tecnológicas se centraron en la tracción. El primer vehículo deslizante tenía un solo varal, lo que obligaba a uncir los animales de arrastres por colleras a ambos lados. La propulsión se abarató cuando se inventó el vehículo de dos varales porque podía moverse solo con un animal.
Los animales domesticados no eran utilizados en la Antigüedad para el transporte de personas, como ya hemos dicho. Durante milenios los hombres se desplazaron por tierra a pie (caminando) y no a lomos de animales, aunque dispusieran de ellos. Los egipcios, por ejemplo, andaban descalzos. Si poseían sandalias las llevaban en las alforjas, una costumbre que todavía practican algunos campesinos.
El caballo, dice el historiador italiano Franco Ciammino, era utilizado (en el antiguo Egipto) solamente para tirar de los ligeros carros de guerra o de los coches de los señores, jamás para usos agrícolas, quien añade que si el egipcio disponía de un asno lo utilizaba para transportar la carga, casi nunca como cabalgadura.
Con referencia a estos animales de carga, dice también Ciammino en la obra citada. (Franco Ciammino, La vida cotidiana de los egipcios, Edaf, Madrid, 1991, p. 186): El paisaje del antiguo Egipto no estaría completo sin los asnos. Estos animales vivían todavía en manadas salvajes por el desierto, aunque muchos eran domesticados a principios de la época histórica. Esbeltos y delgados, bastante dóciles, transportaban pesadas cargas arreados por conductores que los guiaban en largas caravanas hasta los lejanos oasis y hasta Nubia. No parece que fueran usados como cabalgaduras, dado que solamente un relieve, de la época menfita, muestra a dos onagros aparejados que transportaban una silla de mano. La silla de mano evolucionó hasta la litera, una caja - habitáculo cubierta o no con uno o dos asientos sobre dos largos varales, era llevada por dos o más hombres, unos delante y otros detrás, aunque también podía ser transportada por dos caballerías, fue el primer vehículo empleado para el transporte de los poderosos (reyes, nobles, sacerdotes y sus altos servidores). Llegó a ser muy lujoso. Cuando se inventó el carro, la litera se instaló sobre su plataforma, primero de un modo simple y más tarde suspendida sobre cuatro columnas por medio de correas a fin de evitar las incomodidades para sus usuarios producidas por el traqueteo al circular por caminos de tierra. Las lujosas carrozas del siglo XVIII que todavía hoy se utilizan para el transporte de altos dignatarios son en realidad un híbrido de litera y carro.
Los animales se utilizaban preferentemente en la Antigüedad como medio de carga o para el arrastre de vehículos muy rudimentarios, tipo trineo, desplazables por fricción sobre superficies deslizantes. Hasta que no se inventó la rueda no fue posible disminuir la pérdida de energía por fricción del vehículo remolcado. Con la invención de la rueda mejoró sensiblemente la eficacia y la utilidad de los medios de transporte terrestre propulsados por arrastre de sangre. De cualquier modo, el carro o carreta y sus derivados no fueron tampoco especialmente tempranos en aparecer, y cuando aparecieron se emplearon para el transporte de objetos, no para personas. Los romanos sí utilizaron caballos y mulas para el transporte de personas. Con este medio de transporte hacían hasta sesenta o setenta kilómetros por jornada cuando a pie solo conseguían hacer unos veinticinco o treinta. De Bríndisi a Roma se tardaban cerca de diez días a caballo. Los reyes y los nobles utilizaron durante milenios para sus desplazamientos sillas de mano, portantes o literas, llevadas por esclavos o servidores. También utilizaron los primitivos carros para sus desplazamientos, pero éstos, debido al mal estado de los caminos, eran más incómodos que la silla de mano.
Los egipcios parece que conocían la rueda desde el Imperio Nuevo. No tardó mucho en difundirse su uso por los países más próximos. Las primeras ruedas eran planas y de gran peso y no muy adecuadas para rodar fácilmente por rudimentarios caminos de tierra. Giammino afirma que, cuando, hacia 1600 a. C. llegaron de Asia Menor el caballo y el carro ligero, este último tuvo una utilización más bien militar que civil. Únicamente el rey, la reina y otros altos dignatarios lo utilizaban para desplazarse más rápidamente (ob. cit. p. 41).
El carro empezó siendo un armazón de maderos en forma de cajón rectangular dotado de ruedas y arrastrado por bueyes o mulas María Moliner da en su Diccionario de uso del español la siguiente acepción de carro: Vehículo empleado para el transporte, que consta de una plataforma sobre dos ruedas, con barandillas a los costados y una o dos varas delante a las que se enganchan las caballerías que tiran de él. De carro deriva carreta. Según el diccionario citado, carreta es un carro tosco con las ruedas sin herrar, con una sola lanza que es prolongación de uno de los maderos que forman la plataforma en la cual va el yugo al que van uncidos los animales de tiro, generalmente bueyes. De carreta deriva carretera, camino ancho, pavimentado, destinado al paso de vehículos, según la acepción del María Moliner. El carro se utilizaba como máquina de guerra y como medio de transporte de objetos. Del primitivo carro asiático deriva el que usaron los griegos, los romanos y puede que también los egipcios. Con el trineo, del que deriva, el carro es uno de los medios de transporte terrestre más antiguos que se conocen. Este primitivo medio de transporte terrestre, que sigue utilizándose en nuestros días en todo el mundo, ha sufrido numerosas transformaciones. Los desplazamientos en carro eran más lentos que en caballería, aunque la velocidad dependía del número de animales que se engancharan al carro. Lo habitual era poner entre uno y cuatro, pero podían ser más. Según Suetonio, algunos carros romanos iban tirados hasta por diez caballos.
Cada pueblo adaptó el carro a sus necesidades y lo transformó según su capacidad de inventiva técnica y artística. El primitivo carro se transforma en la llamada carruca dormitoria y en las bigas y cuadrigas de los romanos (en Roma hubo carros de cuatro ruedas, algunos lujosos y acondicionados para poder pernoctar a bordo), en el coche del siglo XVI, del que se conocen numerosas variantes, en la berlina y en la carroza del siglo XVII, y en tantas otras variantes como ha tenido y seguirá teniendo este vehículo terrestre. Los carros, que terminaron siendo utilizados para el transporte de personas de alto rango, están en la base de nuestros actuales automóviles (los, curiosamente, llamados turismos). La diligencia supuso una sustancial mejora del transporte colectivo de pasajeros cuando apareció a mediados del siglo XVIII. En el siglo XIX ya eran las diligencias un medio de transporte en vías de desaparición a causa de la competencia del ferrocarril. Gustavo Flaubert las describe al referirse al viaje que hizo a Bretaña en 1847: “Los hombres , que ahora se dedican a jugar a policías, y las mujeres, que dan cenitas en el jardín, ya solo conocerán por la tradición lo que era la diligencia, con su conductor con chaqueta bordada de astracán, y los postillones, con sus guardapolvos, que lanzan su grito sonoro desde lo alto del pescante, pensarán en la rotonda y en la imperial, en los relevos de la posta –donde al llegar se atan los caballos humeantes salpicados de barro a las anillas del muro”. Cuando hizo este viaje, Flaubert tenía menos de veinte años y todavía se encontraba como creador en una efervescencia romántica que años más tarde superó.
También el omnibus y el furgón están en la base de los tranvías, los trenes, los autobuses (a los que en España se da el nombre singular de granturismos) y los camiones de nuestro tiempo, destinados como ellos al transporte colectivo urbano e interurbano de pasajeros y al transporte de carga, respectivamente. A fines de la década de los veinte del siglo XIX, el escritor español Mariano José de Larra (1809 – 1837) nos ofrece esta descripción del parque de vehículos que prestaba el servicio de transporte público de viajeros en la ciudad de Madrid a principios del siglo XIX, sin olvidar la adscripción de cada tipo por clases sociales: Hace años, si se le ocurría a usted hacer un viaje, empresa que se acometía entonces solo por motivos muy poderosos, era preciso recorrer todo Madrid preguntando de posada en posada por medios de transporte. Estos se dividían entonces en coches de colleras, en galeras, en carromatos, tal cual tartana y acémilas. En la celeridad no había diferencia ninguna. En los coches viajaban solo los poderosos; las galeras eran el carruaje de la clase acomodada; viajaban en ellas los empleados que iban a tomar posesión de su destino, los corregidores que mudaban de varas; los carromatos y las acémilas estaban reservados a las mujeres de militares, a los estudiantes, a los predicadores cuyo convento no les proporcionaba mula propia. Las demás gente no viajaba, y semejantes los hombres a los troncos allí donde nacían, allí morían. (yo subrayo) (La diligencia, artículo publicado en la revista El Mensajero. En Obras Completas de M. J. Larra. Edición de Carlos Seco. Tomo II. p. 74)
Larra, que vivió en pleno romanticismo, se nos muestra menos romántico que el primer Flaubert, quien se impregnó tanto de él que pronto se esforzó por repudiarlo con todas sus fuerzas. Más adelante, Larra hace este otro jugoso comentario, en el artículo citado: ….no entraré en la explicación (…) de las causas que me hicieron estar no hace muchos días en el patio de la casa de postas, donde se efectúa la salida de las diligencias llamadas reales, sin duda por lo que tienen de efectivas (…). Una empresa particular las dirige, el público las llena y las sostiene (…). A la entrada le llama a usted la atención un pequeño aviso que advierte, pegado en poste, que nadie puede entrar en el establecimiento público sino los viajeros, los mozos que traen sus fardos, los dependientes y las personas que vienen a despedir o recibir a los viajeros; es decir, que allí solo puede entrar todo el mundo. Al lado, numerosas y largas tarifas indican las líneas, los itinerarios, los precios.
Los carros son medios de transporte caracterizados por su lentitud de marcha debido a su tracción de sangre. Las distancias atendidas por estos vehículos no suelen ser grandes. Cuando hay que cubrir distancias considerables han de hacer uso de servicios de apoyo (cambio de tiro, comida, y pernoctación). En su defecto, es imprescindible llevar lo imprescindible a bordo.
A principios del siglo XIX había en París empresas familiares de transporte, los conocidos como “mensajeros”, ordinarios que diariamente prestaban servicios regulares de transporte mixto (paquetería y pasajeros) entre esta ciudad y sus alrededores con coches de caballos. El tipo de coche más utilizado era el llamado cuco aunque había también el llamado omnibus o diligencias. Honorato de Balzac se refiere a estos servicios en la obra Un primer paso en la vida (1842). Los servicios estaban regulados por ordenanzas reales. Salían de grandes corrales privados o de plazas públicas, que cumplían la función de estación terminal. Algunos de estos lugares estaban dotados de casas de alojamiento.
El cronista de Madrid, don Ramón de Mesoneros Romanos, realizó varios viajes a Francia y Bélgica durante los años 1840 y 1841 de los que nos dejó muy jugosos datos en su obra Recuerdos de viaje. En ella dice que tres son los medios adoptados generalmente para viajar a Francia, a saber: las diligencias generales, la male o correo y las sillas de posta particulares; los tres están ensayados entre nosotros, aunque bastante diferentes en su perfección. El primero y más general seguido es el de las diligencias públicas. Dos empresas inmensas, conocidas bajo los nombres de Mensajeros generales y de Laffite y Caillard, explotan hace ya muchos años todas las carreteras generales de Francia, además de otras muchas empresas que se han repartido luego las transversales y subalternas; en términos que no hay ninguna que deje estar servida con regularidad, pudiendo recorrerse el país en todas direcciones con la seguridad de hallar diariamente comunicación. (nosotros subrayamos)

El mismo autor dice en la obra citada que la silla - correo en que salí de Madrid en los primeros días de agosto (después de haber esperado un mes mi turno para viajar en posta (la posta, según el Diccionario de Autoridades es el “conjunto de caballerías prevenidas o apostadas en los caminos a distancia de dos o tres leguas, para que, mudando los tiros, los correos y otras personas caminen con toda diligencia”. La definición alude claramente al uso de la posta como servicio de transporte tanto de mensajes como de personas, lo mismo que la caravana) pertenecía a la nueva compañía que se ha encargado de conducir la correspondencia en esta carrera, y por la especial construcción del carruaje soportaba, además del peso de dicha correspondencia y conductor, mayoral y zagales, el no despreciable que formábamos nueve viajeros, tres en la berlina y seis en el interior. Ítem más, un décimo que (…) había transigido con viajar al aire libre, entre el mayoral y el zagal, en el asiento delantero (…) A tal punto llegaba el deseo de lanzarse a los caminos y a tal grado de provecho lo utilizaban las empresas de carruajes públicos. (yo subrayo)
Existía, pues, un mercado de servicios de transportes, a mediados del siglo XIX, en el que, unas empresas, ya bastante diferenciadas, atendían a una demanda creciente, una parte de la cual, en determinados momentos podía quedar desatendida. Adicionalmente, las clases acomodadas disponían de sus propios medios de transporte, como en el pasado, una solución que iba a perder relieve durante algún tiempo, aunque se recuperaría desde mediados del siglo XX La información de Mesoneros coincide con la que aporta Honorato de Balzac en la obra antes citada. Tanto uno como otro describen un mercado de servicios de transporte de pasajeros con frecuentes situaciones de overbooking agravada desde mediados del siglo XX, aunque muchos creen que es característica de nuestros días.
Mesoneros compara el servicio de diligencias que existía en Francia con el que había en España. Con vehículos muy similares se daban servicios diferentes. En Francia las diligencias eran más veloces que en España no solo por el mal estado de los caminos sino también por la forma de explotación más personalizada y más indolente en España, donde se dejaba a los pasajeros más tiempo en las paradas intermedias para comer, dormir y descansar, tanto que incluso era posible dar un paseo por el lugar y visitar sus monumentos (hoy llamamos a esto “hacer turismo” y también “hacer una visita turística”) Mientras en España, por moderno establecimiento, por su precio bastante elevado (según los datos que Mesonero Romanos aporta en su obra, a mediados del siglo XIX, los servicios de transporte de pasajeros eran en España entre catorce veces (viajes solo de ida) y veintidós veces (viajes de ida y vuelta) más caros que en Francia, y entre 6,5 y 8 veces más lentos) y por la escasez de otros medios más rápidos de comunicación, (la diligencia) reasume todavía el privilegio de servir a las clases más acomodadas y distinguidas, en Francia, la sociedad que en ella se reúne es bastante heterogénea gracias a la extremada baratura del precio: Comisionistas, corredores de comercio (comis voyageurs) tipo especial francés, jóvenes despiertos y aun atolondrados (…) oficiales del ejército que se mudan de guarnición; cómicos y empresarios de los teatros de provincias; estudiantes y entretenidas; modistas y amas de cría; hermanas de la caridad y poetas excéntricos y no comprendidos en su lugar. Tales son los elementos que en ellas (las diligencias) vienen a reunirse generalmente. Mesonero Romanos aporta aquí una interesante tipología de viajeros en la que se advierte la ausencia del viajero por gusto al que dio más tarde en llamarse turista. (ver R. Mesoneros Romanos, ob. cit.)
A mediados del siglo XIX, existía en Francia, además de la diligencia, la fórmula llamada malle – poste, cómodos carruajes de elegante y ligera forma que permiten tres asientos además de el del correo (medios especialmente rápidos ya que, cuenta Mesoneros, están obligados a hacer cada legua, unos cuatro kilómetros, en veintidós minutos, y no se les concede más que uno o dos para las remudas de caballos, y un cuarto de hora para comer o cenar, aunque el mismo autor reconoce que esta misma rapidez llega a hacerse insoportable al viajero a quien urgentes negocios no llamen vivísimamente al punto al que se dirige. Mesoneros añade que el precio de estos asientos está fijado en franco y medio por cada parada de dos leguas, o sea, tres reales escasos por cada legua, lo que viene a equivaler a una tasa de cambio paritaria (un real por cuarto de franco). La cita refleja el despertar de una sociedad acelerada que alcanza en nuestros días muy altos niveles de desarrollo) y la silla de posta, medio de alquiler que, reuniendo la rapidez y la comodidad del viajero a su voluntad libre e independiente, es el más adecuado para saborear los placeres del viaje; pero como se deja conocer, es también el más costoso, y se paga a razón de franco y medio por caballo (no pueden alquilarse menos de dos) y otro tanto por el postillón en cada postas de dos leguas, además del alquiler de la silla y otros gastos pequeños (Ver R. Mesoneros Romanos, ob. cit.)
En el siglo XVI existía en Italia un sistema de transporte de mensajería y de personas conocido como percacho, según el autor de Viaje a Turquía, la mejor cosa que se puede imaginar: un correo no que va por la posta sino por sus jornadas y todos los viernes del mundo llega en Nápoles, y parte de los martes, y todos los viernes del mundo llega en Mecina (...) cuatro que se cruzan, y cada vez entra con 30 o 40 caballos, y veces hay que con 100 (...) Y este percacho da cabalgadura a todos cuantos fueren con él por seis escudos cada una en estas 100 leguas y van con éste seguros de los forajidos. No hay caballero ni señor ninguno que no se precie de ir con el percacho, y a todos los que quieren hace la costa para que no tengan cuidado de cosa ninguna más que de cabalgar y apearse, y no les lleva mucho, y dales bien de comer. (El percacho está) en toda Italia, de Nápoles a Roma, de Génova a Venecia, de Florencia a Roma, de toda la Apulla y cuanto más quisiéredes (ob. cit. pp. 564 a 566)
En el siglo XVIII casi todas las ciudades contaban con servicios de carruajes de alquiler. El Simón, también Don Simón, se llamaba en Madrid al “coche alquilón o alquilado”, nombre que deriva de un constructor francés de carruajes llamado Simón Garrau, que vivía en Madrid en 1772 (citado por Corominas y Pascual, Diccionario etimológico crítico castellano e hispánico, Gredos). En Italia existía la llamada vetura, sistema de alquiler de carros y acémilas, tomaba la denominación del nombre del carruaje, vetura, del que derivaba el nombre del cochero y alquilador, vetturini (citado por Stendhal en Paseos por Roma, 1835)
En Camborne, una aldea inglesa de Cornualles apareció en 1801 el primer coche de vapor construido por Trevithit y Vivian, dos lugareños que consiguieron subir con él la cuesta del pueblo. Conseguida la proeza el precursor del moderno automóvil se incendió por falta de agua en la caldera.
A partir de 1820, la caldera de vapor se aplicó en Inglaterra para propulsar vehículos de transporte por carretera. En 1865 se dictó la famosa Acta de Vehículos Locomotores que tuvo el efecto de limitar la aplicación del vapor al ferrocarril en detrimento de la carretera. Las primeras diligencias a vapor fueron abandonadas en aras del ya imparable desarrollo del ferrocarril.
El automovilismo supo zafarse de las trabas que en sus comienzos le puso el privilegiado sistema ferroviario gracias al desarrollo del motor de combustión interna. Con su perfeccionamiento progresivo, casi un siglo más tarde se consumó lo que pudo haber ocurrido muchos años antes, la hegemonía del transporte por carretera en su dura competencia con el ferrocarril durante la segunda mitad del siglo XX.
El ingeniero francés Etienne Lenoir construyó el primer motor de combustión interna en 1850 que funcionaba quemando gas. En 1857, se descubrió el método de obtención de un líquido inflamable, la gasolina, procesando una materia fósil bituminosa. La mezcla proporcionada por una parte de gasolina y otra de aire constituye el combustible que ha hecho posible una de las más espectaculares revoluciones de los transportes. En 1862, Lenoir propulsó un viejo carruaje de tracción animal con un motor de combustión interna que funcionaba con gas. Había nacido el automóvil, un vehículo de tracción mecánica. Con él su inventor se paseó por el bosque de Vicennes, en los alrededores de París. El nuevo vehículo estaba llamado a revolucionar no solo el transporte de pasajeros sino también las formas de vida de la humanidad de los años siguientes.
En 1886, el alemán Gottlieb Daimler (1834 – 1900) logró mover un coche de caballos por medio de un motor de explosión a bordo. El siguiente paso lo dieron los franceses René Panhard (1841 – 1908) y Emile Levassor (1844 – 1897). El automóvil creado por ellos empezó a alejarse del modelo original, el carricoche de tracción animal, iniciando así el vertiginoso proceso que dotaría a este vehículo de las formas conocidas. A partir de aquí el reto se centró en el abaratamiento de los elevados costes de fabricación. La primera piedra del proceso la puso el norteamericano Ramson Eli Olds (1864 – 1950), quien, en 1901, resolvió el problema técnico y económico de la producción de automóviles en serie, mejoradas de forma muy significativa en 1910, con el famoso “modelo T”, por el también norteamericano Henry Ford (1863 - 1947) fundador de una dinastía dedicada a la producción y venta de coches automóviles que todavía hoy existe en competencia con otros productores norteamericanos, europeos y orientales (Japón y Corea)
Las continuas innovaciones tecnológicas, junto con la mejora de las prestaciones (seguridad, rapidez, confort y belleza), al mismo tiempo que se consiguen progresivas reducciones de los costes de producción, ha hecho posible que cada vez más familias, incluso de clase media y media baja urbanas y rurales, posean automóviles y los usen para sus desplazamientos circulares, lo que revolucionó la vida cotidiana de nuestro tiempo una vez que se generalizó en Estados Unidos (a partir de los años veinte) y en Europa (a partir de los años cincuenta del siglo XX)
W. W. Rostow incluye en su conocida obra Las etapas del desarrollo económico (Cambridge, 1959, versión española FCE México), los datos que aparecen en la tabla siguiente:

Números de automóviles particulares en servicio por millón de habitantes en algunos países en los años 1900, 1920, 1930, 1940 y de 1950 a 1958
Año
USA
Canadá
Francia
RUnido
Aleman
Italia
Japón
1900
100
-
80
-
-
-
-
1920
76400
47800
3.460
4.440
970
900
140
1930
186000
-
-
-
-
-
-
1940
207000
106000
49000
43600
17000
6710
800
1950
266000
139000
-
46100
7480
7310
520
1951
277000
150000
37900
48600
14700
9010
680
1952
280000
159000
41300
51100
18500
10800
1020
1953
292000
169000
47200
56100
23000
12900
1320
1954
300000
175000
62100
62800
28000
15500
1560
1955
316000
186000
69300
71100
33100
18200
1710
1956
323000
197000
79300
78100
40000
21700
2000
1957
327000
203000
89700
83600
47300
25500
2410
1958
327000
-
-
90300
56300
-
-

Transcurrió un siglo entre la aparición del primer automóvil y su utilización masiva, un periodo que se habría acortado si su dinámica no se hubiera visto obstruida por la adopción de medidas en beneficio del ferrocarril. Durante el siglo y medio largo que tiene este singular medio de transporte siguieron apareciendo innovaciones tecnológicas y mejoras de un modo ciertamente vertiginoso, tanto en lo que concierne al diseño como en lo que respecta a la mecánica (funcionamiento sin averías y seguridad para los usuarios)
En nuestros días, se está tratando de lanzar al mercado el automóvil con motor eléctrico, pero, de momento, no se ha pasado de los modelos en prueba Su futuro depende del encarecimiento de los derivados del petróleo por agotamiento de las reservas y de que se consiga aumentar su autonomía y su velocidad.
El automóvil es hoy el medio de transporte más difundido debido, sobre todo, a la graduada gama de modelos y marcas (precios y prestaciones) disponible y a la autonomía que confiere a su propietario en los continuos desplazamientos a los que se ve forzado el hombre de hoy. En la actualidad se fabrican en el mundo unos cincuenta millones de automóviles anuales, uno por cada cien habitantes. La flota de automóviles privados en circulación alcanza ya cifras astronómicas. En los países más desarrollados se está llegando a un automóvil por familia, pero ya hay familias que tienen tres, cuatro y más. No está lejos el día que se superen los quinientos millones de automóviles de propiedad privada dedicados a usos personales sin contar con los dedicados a usos mercantiles.
Ya nos hemos referido más arriba a las vías férreas, uno de los elementos básicos del llamado medio de transporte ferroviario. El otro es el tren, una serie de vagones (carros) en línea enganchados unos a otros y arrastrados por una cabeza tractora. El transporte ferroviario se orientó desde sus inicios a la carga, pero con las mejoras de confort incorporadas al vagón y con la construcción de vías más consistentes y seguras se hizo posible su dedicación al transporte de pasajeros. El ferroviario fue el único medio de transporte que nació al servicio de la industria, pero pronto se utilizó para el transporte de tropas. Antes del siglo XIX ya se utilizaban en las minas de carbón inglesas pequeños carros (vagones o vagonetas) con ruedas metálicas adaptadas para rodar sobre dos raíles metálicos fijados al suelo. Se movían empujados por los mismos mineros. Cabe la posibilidad de que este sistema de transporte sea uno de los más antiguos ya que en las civilizaciones de la Antigüedad era utilizado para desplazar grandes pesos.
A partir de los años veinte del siglo XIX, empezaron a surgir empresas privadas que comunicaron por ferrocarril numerosas ciudades en los países europeos y en Estados Unidos. Las empresas ferroviarias se percataron de que las grandes inversiones que exigía este medio de transporte solo podían ser rentables si se orientaba tanto a personas de alto nivel de renta como a posibles usuarios de clase media urbana. El ferroviario fue el único medio de transporte que nació con vocación de ser masivo. En la obra citada, escrita en los comienzos del ferrocarril, hace Honorato de Balzac este profético comentario: En un futuro no muy lejano los ferrocarriles harán desaparecer ciertas industrias y modificarán otras y, sobre todo, aquellas que afectan a los diversos medios de transporte en uso para los alrededores de París. De suerte que , muy pronto, las personas y cosas que constituyen los elementos de esta escena le conferirán el mérito de un trabajo de arqueología. ¿No quedarán encantados nuestros nietos al conocer el material social de una época que llamarán el viejo tiempo? Así que esos pintorescos coucous (coche pequeño de servicio público, cuco) tan florecientes en 1830 todavía, hoy ya no existen, y apenas si para la más atractiva solemnidad campestre se ve alguno en marcha en 1842. Por aquella época surgían para las menores localidades de los alrededores de París empresas de coches lindos, rápidos y cómodos que salían de París y volvían a él a hora fija y que en todos los puntos y en un radio de diez leguas dieron lugar a una competición encarnizada.
El ferrocarril fue durante más de un siglo el primer medio moderno de transporte terrestre. Junto con el transporte marítimo alcanzó altas niveles de desarrollo a partir de mediados del siglo XIX. Ambos medios aplicaron con eficacia la fuerza generada por la máquina de vapor. La primera máquina de vapor eficiente data de 1801 y se debe, como sabemos, al inglés Richard Trevithick (1771 – 1833). A partir de 1829, el ingeniero Robert Stephenson la aplicó a la locomotora “Rocket”. Un año más tarde, se inauguró la primera línea ferroviaria entre Liverpool y Manchester con locomotoras a vapor al servicio del transporte de mercancías y de pasajeros. A partir de 1830, tuvo lugar una espectacular actividad inversora en líneas ferroviarias, como ya hemos dicho más arriba, centrada en el vapor como fuerza propulsora. El extraordinario éxito del ferrocarril se explica no tanto por su capacidad de satisfacer la demanda de servicios de transporte de pasajeros existente en el momento de su aparición sino, también y sobretodo, por la afloración que provocaron sus extraordinarias prestaciones de lo que llaman los expertos demanda inducida. La nueva oferta generó una demanda de servicios de transporte de pasajeros hasta entonces inexistente, que no ha dejado de crecer desde entonces, incentivando la investigación y el desarrollo de continuas mejoras.
En 1881 se aplicó por primera vez, en Alemania, la energía eléctrica como fuerza propulsora a locomotoras ferroviarias, iniciándose otra gran corriente innovadora, la producción industrial de electricidad, primero, y el motor eléctrico, después, capaz de transformar la energía eléctrica en fuerza mecánica. En 1913, se construyó en Suecia la primera locomotora (automotor) propulsada con motor de explosión alimentado con diesel, un derivado del petróleo, que supuso una mejora en toda la gama de prestaciones del servicio a los usuarios (rapidez, regularidad, seguridad y confort) unido al progresivo abaratamiento de los costes presente desde los inicios de este medio de transporte. La tracción diesel acabó con la tracción de vapor y la tracción eléctrica acabará por desplazar a la tracción diesel. En 1987 se inauguró en Gran Bretaña el High Speed Train. Con su tracción diesel se aproximó a los 284 Km. por hora, multiplicando casi por tres la velocidad alcanzada por los trenes de vapor convencionales.
En 1990 se inauguró el TGV (Train de Grand Velocité) francés en la línea París – Lion. El TGV es de tracción eléctrica, puede superar los 500 Km por hora y una velocidad de crucero de 300 Km / hora, cuatro veces más que la locomotora de vapor. El ferrocarril lleva muchos años utilizando cabezas tractoras dotadas de potentes motores alimentados con diesel, pero la tracción óptima es, sin duda, la eléctrica. Gracias a las últimas innovaciones y mejoras, el ferrocarril está recuperando gran parte del mercado perdido desde la generalización del automóvil de uso familiar. Entre los 500 y los 1.000 km. de distancia, el ferrocarril se está imponiendo de nuevo en nuestros días como un medio de transporte de pasajeros que compite con el automóvil en las distancias cortas y medias y con el avión en distancias medias y largas. La aviación regional es su competencia más directa.

Medios aéreos

Como ya he dicho, Dédalo es el mito griego que encarna la vieja aspiración humana a volar. La leyenda mítica dice que Dédalo fue el arquitecto que construyó el laberinto de Creta encargado por el rey Minos. Al finalizar su obra, Minos encarceló a Dédalo para que no revelara el secreto del laberinto. Pero Dédalo se hizo con plumas y cera unas alas con las que se fugó de la cárcel con su hijo Icaro, quien, en su entusiasmo, se acercó tanto al Sol que se quemó las alas y se precipitó al mar. ¿Una premonición de los accidentes que se producen en la aviación moderna desde sus orígenes? Fue en las alas donde el hombre localizó intuitivamente la capacidad de volar que tienen las aves. Los hombres de la Antigüedad que quisieron hacer como las aves creyeran que bastaba atarse unas alas al cuerpo para poder emprender el vuelo arrojándose el vacío desde cualquier altura. Los resultados del experimento fueron siempre trágicos.
Leonardo da Vinci (1452 - 1519) realizó estudios técnicos para descubrir los secretos del vuelo. Sus estudios quedaron materializados en numerosos dibujos que estuvieron perdidos durante siglos. A pesar de sus errores, los intentos de Leonardo da Vinci se encuentran entre los más interesantes precedentes de la aviación. Sin embargo, no fueron las alas el primer instrumento con el que los hombres consiguieron elevarse en el aire sino el mismo aire. Con él se infló un globo de papel y pronto se evidenció que cuanto más ligero fuera el aire introducido en el globo más fácilmente se elevaría éste a las alturas. La meta consistía, pues, en encontrar un gas que fuera más ligero que el aire atmosférico. La primera solución se encontró calentado el aire para hacerlo más liviano. El 21 de noviembre de 1783, los hermanos Montgolfier construyeron un globo de papel, lo llenaron de aire caliente y lograron que se elevara por el aire llevando a bordo a François de Rozier y al marqués de Arlandés, los cuales se convirtieron en los primeros seres humanos que consiguieron volar por los aires sobre la ciudad de París. Quince días más tarde se repitió el experimento. En esta ocasión el globo, construido con tela e inflado con hidrógeno, iba ocupado por J. Charles y M. Robert. Cerca de medio millón de parisinos presenciaron su vuelo. Estalló así la globomanía entre los habitantes de París. Pasear en globo por el aire se convirtió en el deporte de moda. Los hombres más acaudalados de Francia rivalizaban entre sí para batir las marcas establecidas.
El primitivo globo dio mejoró con la técnica del dirigible, llamado así porque podía ser llevado en la dirección que desearan sus tripulantes. Esta innovación tuvo que esperar hasta el 24 de septiembre de 1852, fecha en la que tuvo lugar el primer vuelo del primer aerostato dirigible de Henri Giffard, un globo ahusado hinchado con gas inflamable y movido por calderas de vapor que más adelante se sustituyeron por motores de gasolina. Los dirigibles podían alcanzar velocidades superiores a los 30 Km./h. Los desarrollados por Fernando Zeppelin (1838 – 1917) fueron las primeras aeronaves que transportaron un número significativo de pasajeros. El ejército alemán utilizó el Zeppelin para bombardear las ciudades de Londres y París en la primera guerra mundial. Este medio de transporte ya se encontraba en funcionamiento en la década de 1920 para la explotación de líneas aéreas de pasajeros que cruzaban el Atlántico. Los dirigibles eran de gran tamaño y su visión en vuelo generaba tal expectación que se explica que fueron exhibidos en numerosos países. Sin embargo, los problemas técnicos que se presentaban no pudieron ser resueltos. Los problemas del hidrógeno eran tan graves que finalmente se renunció a su explotación después del trágico accidente sufrido por el Hindenburg, que explosionó en Lakerhurts (USA) cuando en 1937 realizaba las maniobras de atraque.
Aun así, los dirigibles cumplieron importantes cometidos bélicos durante la Gran Guerra de 1914 - 18 y fueron, sin duda, un importante precedente en la conquista del transporte aéreo. La novedosa línea que venía cultivando el ingeniero británico George Carley (1773 – 1857) se demostró viable. Carley abandonó la fórmula basada en el binomio globo – gas y situó de nuevo las alas en las bases de la aspiración a volar. Inspirándose en la cometa construyó en 1804 un planeador con un ala delantera en ángulo hacia arriba y una cola estabilizadora. Mejorado muy sustancialmente, en 1853, siendo ya de avanzada edad, este ingeniero construyó un nuevo planeador con el que uno de sus sirvientes logró hacer un corto vuelo.
El alemán Otto Lilienthal construyó a partir de 1890 varios planeadores ligeros parecidos a las alas. Con ellos consiguió volar en pequeñas distancias. Lilienthal es considerado el primer aviador de la historia. En 1896, murió en accidente, cerca de Berlín, mientras volaba con uno de sus planeadores. Por estas mismas fechas, los hermanos Wright adoptaron unas dobles alas unidas, el llamado biplano. El norteamericano Samuel Langley construyó el Aerodrome, modelo de dos alas impulsado por un motor de vapor, con el que consiguió volar a una distancia de 1 km. En 1903, Langley adaptó un motor de gasolina a un nuevo modelo de mayor tamaño, pero no tuvo éxito, pero sería el siglo XX el que alumbraría una nueva vía de comunicación hasta entonces inédita, la vía aérea, cuyas raíces se encuentran en teorías hacía tiempo conocidas y en los experimentos desarrollados durante el siglo XIX. Como ya hemos dicho, el ruso Alexander Mozhaiski (1825 – 1890) realizó el primer vuelo de la historia con un monoplano impulsado por una máquina de vapor. El Aerodrome I, construido por Samuel Pierpont Langley en 1896 consiguió volar sin piloto a 55 kilómetros por hora una distancia de 1.600 metros. El Aerodrome III iba ya impulsado por un motor de explosión.
Los hermanos Wright hicieron su primer vuelo en el Flyer I el 17 de diciembre de 1903, un aparato que estaba propulsado por un motor de explosión de 25 CV de potencia. El Flyer II, dotado con hélices de pala cubrió en 1904 la distancia de 1,240 metros. El 5 de octubre de 1905, el Flyer III consiguió volar 38,6 km en 38 minutos (61 km/h). Poco antes, el 28 de marzo, tuvo lugar el primer vuelo con un pasajero a bordo. Los primeros pasos de la navegación aérea demostraron que el problema a resolver era el de contar con motores livianos con grandes prestaciones. Resuelto el problema, aparecieron otros obstáculos, entre los que hay que citar el material de construcción, la técnica de pilotaje, despegue y aterrizaje, la seguridad, la autonomía de vuelo y tantos otros que, una vez resueltos, dejaron el campo abierto para que se presentaran los de tipo económico si se quería que la aviación fuera un medio de transporte competitivo con los medios ya existentes.
La progresiva solución de unos y otros fue potenciada por la utilización de los aviones como arma de guerra, primero, y como medio de transporte de tropas, después, sin olvidar sus grandes aportaciones a los servicios de inteligencia militar.
Si bien los comienzos de la aviación están fuertemente marcados por las aportaciones de investigadores, ingenieros y deportistas insensibles a los peligros de muerte, su consolidación como eficaz medio de transporte se debe al interés que los ejércitos de los países avanzados mostraron por ella con motivo de la Gran Guerra. Si en 1914 un aeroplano había logrado alcanzar una velocidad deqq5 Km./h y 3.000 metros de techo, en 1918 se habían conseguido ya los 225 Km./h y 7.000 metros, respectivamente. La autonomía de vuelo pasó de cuatro a ocho horas y la capacidad de carga de cincuenta a tres mil kilos.
Durante las dos primeras décadas del siglo XX, la aviación experimentó espectaculares progresos. Ya en 1909, el francés Louis Blériot cruzó por el aire el canal de la Mancha (41 km). Los primeros aviones eran artefactos de gran fragilidad construidos con madera, iban provistos de un motor de escasa potencia y mandos muy rudimentarios. Volaban a unos 150 metros de altitud y a velocidades por debajo de los 75 Km. / hora.
En 1909 tuvo lugar en Reims la primera exhibición aérea internacional. En 1913 había aviones que volaban a 6.000 metros de altitud y a casi 200 Km. / hora. El caza Bristol, un aeroplano biplaza, participó en la primera Gran Guerra en la detección de la artillería enemiga. En 1929 aparecieron los primeros aviones construidos con materiales metálicos, con fuselajes y alas aerodinámicas, que lograron cruzar el espacio aéreo a velocidades inimaginables pocos años antes.
La primera travesía aérea sin escala del Atlántico la llevaron a cabo John Alcock y Arthur Brown, en un vuelo de 16 horas, los días 14 y 15 de diciembre de 1919 con un aeroplano de cabina abierta y bajo una lluvia helada. Pero el primer servicio regular de transporte de pasajeros aéreo lo estableció la compañía Fransler el 1 de enero de 1914, fecha en la que se inauguró la línea San Petersburgo - Tampa, Florida, con un hidroavión Benoìst XIV.
Durante los años de la Gran Guerra, se fabricaron 180.000 aeroplanos. La guerra acabó con la Paz de Versalles. Con ella desapareció drásticamente la demanda y la industria aeronáutica sufrió su primera crisis. La fábricas se enfrentaron al cierre y los pilotos al paro. Pronto se puso de manifiesto que la solución pasaba por dos caminos complementarios:
La promoción de las competiciones deportivas (raids) retomando el espíriti competitivo de los tiempos prebélicos
El desarrollo de la aviación comercial (transporte de mercancías y de viajeros)
Ambas soluciones resultaron viables gracias al fuerte descenso de los precios de los aparatos sobrantes al finalizar la guerra y al descenso de los salarios de los pilotos que quedaron sin trabajo. Una de las primeras líneas aéreas europeas de largo recorrido fue la que inauguró el 1 de septiembre de 1919 la compañía francesa Lignes Aériens Latécoère desde Toulouse a Casablanca con escalas en Barcelona, Alicante y Málaga, atendida por biplanos Breguet XIV. En 1919 se crearon además las siguientes líneas aéreas:
Berlín - Leipzig - Weimar
París - Bruselas
París - Londres
Nimes - Niza
Toulouse - Barcelona – Rabat
Amsterdam – Londres
Manchester – Southport – Blackpool
Key West – La Habana
Seattle - Vancouver
En dicho año, compañías americanas y británicas lograron realizar las primeras travesías aéreas Oeste – Este del Atlántico, abriendo la posibilidad de competir con la navegación marítima, hasta entonces monopolizadora de este tráfico. Pronto se fletaron vuelos de 3.000 km. Con una duración total de 16 horas en aparatos con capacidad para diez pasajeros.
La empresa alemana Junkers fabricó en 1919 el primer avión comercial, el F – 13, un monomotor con capacidad para cuatro pasajeros capaz de cubrir quinientos kilómetros en cuatro horas de vuelo. En 1923 se consiguió aumentar la autonomía gracias al reabastecimiento en vuelo. Se pasó de 1.000 a 5.300 km. El pilotaje automático se introdujo en 1924. La producción de aviones se basó durante las décadas de los veinte y los treinta del siglo pasado en la demanda de aparatos comerciales y deportivos.
La compañía francesa Latécoère inauguró en 1924 una nueva línea aérea entre Alicante y Orán, servida con hidroaviones. Un año más tarde, la línea se prolongó hasta Dakar con escala en Casablanca.
El escritor y piloto de aviones francés Antoine de Saint – Exupery, uno de los primeros aviadores de Aeropostale, la futura Air France, se refiere en su conocida obra Tierra de hombres a los avances en las técnicas de pilotaje con estas palabras: El piloto, el mecánico y el radiotelegrafista no se embarcan ya en una aventura. Ahora se encierra en un laboratorio. Obedecen a un juego de agujas marcadoras y no al desarrollo de los paisajes. Fuera, las montañas continúan inmersas en las tinieblas. Pero ya no son montañas. Son potencias invisibles cuya distancia es preciso calcular. El radiotelegrafista anota sabiamente las cifras bajo la lámpara, el mecánico puntea el mapa y el piloto corrige la ruta si las montañas han derivado, si las cimas que él deseaba doblar a la izquierda se han desplazado frente a él con el silencio y el secreto de los preparativos militares. En cuanto a los radiotelegrafistas de guardia en tierra, van anotando en sus cuadernos, en el mismo segundo, el mismo dictado de su compañero. Hoy las dotaciones viajan así. No tienen la sensación de estar en movimiento.
En septiembre de 1933 tuvo lugar el primer vuelo comercial en un aeroplano alemán marca Junker de Berlín a Tokio con breves escalas en Nueva York y Vancouver. Los datos del vuelo se encuentran en el Museo de la Aviación de Frankfort. Los pasajeros pertenecían a la alta sociedad cosmopolita. Se sirvió en vuelo una comida aceptable sin agua pero con champán. El sistema de calefacción tuvo problemas y los pasajeros pasaron frío extremo. En el Pacífico se presentó una borrasca y el aeroplano estuvo al borde de entrar en picado, lo que produjo los consiguientes mareos y vómitos en el pasaje. Al llegar al aeródromo de Tokio los pasajeros estaban embadurnados de champán y restos de langosta, pero orgullosos de los avances de la industria aeronáutica y contentos de no haber perecido en el vuelo.
Ni que decir tiene que los primeros aeródromos eran simples llanuras escasamente preparadas para el aterrizaje y el despegue de los primeros aeroplanos. Siguiendo el precedente de la navegación marítima, los primeros aeroplanos volaban orientándose por la observación de accidentes geográficos, núcleos de población, caminos y vías ferroviarias.
Las hazañas realizadas por los pilotos aéreos durante los años de entre guerra fueron memorables y lograron infundir tal grado de confianza en el nuevo medio de transporte que pronto se constituyeron en todos los países empresas mercantiles dedicadas al transporte aéreo de pasajeros. Las líneas aéreas crecieron por todo el mundo de un modo espectacular. El mundo tomó conciencia de que contaba con el medio de transporte más revolucionario entre los hasta entonces conocidos. Las empresas de transporte ferroviario, que habían comenzado ya a sufrir la competencia del automóvil, recibieron el nuevo envite de la aviación civil. El nuevo medio de transporte también compitió con el transporte marítimo hasta dejarlo reducido al transporte de carga, por un lado, y al transporte de recreo y deportivo, por otro.
La aviación deportiva, también llamada turística como el coche automóvil se llamó turismo, avanzó apoyada en la organización de raids. El más célebre fue el de Charles Lindberg con su legendario Spirit of Saint Louis. Lindberg atravesó sin escala en 33 horas el Atlántico desde Nueva York a París. El aparato era un Ryan monomotor que consumió en el vuelo dos mil litros de combustible.
Gracias a la incipiente aviación comercial y deportiva, la industria pudo seguir produciendo aparatos cada vez más rápidos y seguros. Pero el verdadero aliciente fue la guerra. Las cifras que siguen revelan el crecimiento exponencial de la producción durante los años de la Segunda Guerra Mundial y su posterior caída una vez finalizada:

Años Aviones construidos
1939 21.962
1940 39.853
1941 59.936
1942 106.786
1943 174.786
1944 223.518
1945 91.780


Con la aparición del motor a reacción, a fines de la década de 1930, se imprimió a la aviación el impulso definitivo que la situó en el lugar de preeminencia que goza en nuestros días en el mercado de trayectos medios y largos. La aviación tiene todavía por delante un esplendoroso futuro a pesar de los grandes pasos que ya ha dado. Volar a más de 2.500 Km. / hora es habitual desde hace años. Las distancias siguen siendo las mismas, por supuesto, pero desplazamientos que requerían meses de viaje se hacen hoy en menos de 10 horas.
En 1970, entró en servicio el “Jumbo”, un Boeing 747, el primer reactor de fuselaje ancho con gran capacidad de transporte (unos 300 pasajeros). Hasta entonces, el transporte aéreo había sido un servicio solo al alcance de gente con niveles de renta relativamente altos. Desde entonces se encuentra al servicio de millones de pasajeros de todo el mundo, al amparo de normas reguladoras establecidas por las administraciones públicas, a cambio de que las empresas aéreas respeten ciertas condiciones en la prestación de sus servicios. Desde hace varios años, estas normas han entrado en un proceso de paulatina desaparición controlada. La llamada desregulación de los servicios de este medio transporte está aumentando la competencia entre las compañías aéreas con el consiguiente abaratamiento de las tarifas. Lo que hace tiempo era un medio de elite es ya, desde las últimas décadas del siglo XX, un transporte de masas muy adecuado para distancias largas (de 1.000 Km. en adelante).
Pero como ya hemos dicho, la demanda de aparatos no se basa en las necesidades de la aviación comercial. Antes que un medio de transporte y un arma de guerra la aviación fue un deporte, incluso un deporte de aventura con altos niveles de riesgo. En sus primeros tiempos, antes de la Gran Guerra, pilotar aeroplanos fue una actividad puramente vocacional. Para quienes la practicaban era una fuente inagotable de emociones y de prestigio social pero también de gastos y sinsabores. El caso más relevante es el de Louis Bleriot, quien dilapidó la dote de su esposa y cuanto ganó hasta morir en la miseria. Nadie cuestiona que los avances de la aviación deben mucho a los deportistas, aviadores aficionados que conocían tan bien sus técnicas como los profesionales, civiles o militares.
Tres son las especialidades del deporte aéreo, el vuelo con motor, la acrobacia y el vuelo a vela. A ellas hay que añadir el paracaidismo, los ultraligeros, el parapente y el paramotor. La diferencia entre ellas radica en el esfuerzo físico del piloto y en las técnicas de pilotaje. Como ya hemos dicho, los llamados aviones “de turismo” tienen su origen en la afición a realizar vuelos sin otra pretensión que vivir unas horas de esparcimiento y asueto. Son aviones polivalentes preparados para viajar volando, no para participar en competiciones.
Al mismo tiempo, se fueron revolucionando tanto las técnicas de construcción de aeronaves como las de gestión de los servicios de tierra en los que se apoya la aviación. Las técnicas de navegación aérea se basan hoy en potentes radares y en las modernas comunicaciones vía satélite. Los cielos están surcados por una densa red de rutas aéreas minuciosamente vigiladas por miles de torres de control dotadas con los últimos adelantos en telecomunicaciones.
Como ha ocurrido con los medios de transporte marítimo y terrestre, también el transporte aéreo se ha generalizado hasta el punto de haber conseguido penetrar en la esfera familiar y personal. Las familias adineradas cuentan hoy con avionetas para usos personales de dos y más plazas con las que realizan desplazamientos por múltiples motivos pilotados por alguno de sus miembros. Los aviones fueron desde sus comienzos utilizados para fines deportivos y recreativos, pero, después de su espectacular y rápido desarrollo al servicio de la guerra y el comercio, siguen dedicados a usos individuales y privados. Como los globos primitivos aerostáticos, los aviones también se utilizan hoy para actividades de tiempo libre.
El uso de aviones privados por hombres y mujeres de negocios es frecuente debido al alto valor que estos profesionales dan al tiempo. Hoy existen empresas que ponen a su disposición flotas de aviones en régimen de copropiedad con niveles de servicio muy próximos o tal vez superiores a la propiedad individual. Suelen ser empresas de ámbito mundial con avanzados sistemas informatizados de planificación de viajes aéreos a la demanda. El usuario puede disponer de un avión privado si lo demanda con un mínimo de seis horas.
En esta visión retrospectiva de la aviación comercial o civil no debemos olvidar la aparición en los años treinta del siglo XX de compañías aéreas de servicios no regulares, que podemos llamar “discrecionales”, aunque se ha generalizado el término inglés charter. Estos servicios de transporte aéreo, como sus homólogos por carretera, por ferrocarril y por vías acuáticas, responden al mantenido crecimiento de la movilidad que tiene lugar en los países industrializados desde mediados del siglo XIX, que puede seguir creciendo en el futuro. La rigidez propia de la oferta de servicios regulares de transporte aéreo fue obviada por una oferta basada en la flexibilidad necesaria para adaptarse a las exigencias de la nueva demanda. El Acuerdo de París de 1956 eliminó las trabas legales existentes y abrió las puertas para el crecimiento de compañías dedicadas a la prestación de servicios de transporte de pasajeros o de mercancías con aeronaves fletadas en condiciones especiales. El tráfico alcanzó niveles de congestión y se hizo necesario desarrollar nuevos servicios de tierra específicamente dedicados a estos servicios de transporte.

Medios espaciales o cósmicos

Ya nos hemos referido a la posibilidad que los vuelos espaciales tripulados están abriendo para que, dentro de pocos años, sea posible que, quienes sin ser astronautas puedan hacer desplazamientos por el espacio como simples pasajeros. De momento, ya se habla de proyectos empresariales destinados a ofrecer programas de estancia temporal en satélites artificiales a los que se llegará en un trasbordador espacial. La cadena hotelera Hilton ha expresado su intención de abrir “hoteles” en el espacio para el año 2005. La British Airways se encargará de prestar el servicio de transporte cósmico en transbordadores convencionales. Los mismos vehículos espaciales que hoy se están utilizando para fines combinados (militares y de investigación) serán dentro de poco utilizados para otros fines (enseñanza, deporte, recreo, aventura, reuniones de empresa, viajes de recién casados, etc.) La nave SpaceShipOne ya citada es un hito mundialmente reconocido en la carrera hacia el espacio cósmico de pasajeros que quieren experimental el placer de contemplar la Tierra a una distancia progresivamente mayor.
Cuando se generalicen los vuelos cósmicos, la tecnología de navegación habrá alcanzado nuevos niveles, aun más complejos y avanzados que los actuales. La navegación aérea de nuestros días combina una compleja ingeniería de sistemas de comunicaciones integrados con tecnologías de la información e ingeniería electrónica. Estos avanzados sistemas se emplean tanto para la navegación aérea como para la marítima. Combinan y desarrollan los sistemas de emisiones radiales, telefonía sin hilos, satélites artificiales, tratamiento electrónico de la información y tecnología digital. Estamos viviendo la segunda gran revolución de las telecomunicaciones y no hay que descartar avances futuros aun más sorprendentes, como los llamados viajes en el tiempo, una posibilidad cuya semilla estaba presente en la teoría de la relatividad elaborada por Albert Einstein en la década de 1920.










































III

EQUIPAMIENTOS Y SERVICIOS DE HOSPITALIDAD

El término hospitalidad procede del latín hospitalitas –tis. El Diccionario de la Lengua Española lo define como una virtud, la que se ejercita con peregrinos, menesterosos y desvalidos, recogiéndolos y restándoles la debida asistencia a sus necesidades. La hospitalidad es para el diccionario la obra de misericordia que los buenos cristianos están obligados a practicar con sus semejantes más menesterosos. El viejo catecismo de la doctrina cristiana del padre Ripalda habla de dar de comer al hambriento, de beber al sediento y posada al peregrino. En épocas pasadas, los pueblos de España contaban con servicio de alberguería para pobres y transeúntes sufragados con limosnas de los lugareños Como segunda acepción, el diccionario da a la voz hospitalidad el significado de la buena acogida y recibimiento que se hace a los extranjeros y visitantes. Esta es la acepción que utilizaré porque, aunque no lo especifica, el DRAE parece apuntar a la prestación de un servicio remunerado. Llamo hospitalidad, pues, al conjunto de servicios onerosos básicos o de primera necesidad que se ofrecen a los forasteros en un lugar. Los libros de turismo incluyen en la hospitalidad la cortesía y la amabilidad en el trato que los residentes en un lugar dan a los forasteros. Los turisperitos suelen conferir a las virtudes de cortesía y amabilidad carácter de técnicas para aumentar el flujo de forasteros. Mi enfoque es empresarial, no de beneficencia o relativo a la virtud.
Angelo Mariotti confiere a la existencia de la tessera hospitalis (el symbolon griego) la prueba de que se practicaba el turismo en la Antigüedad. Yo estoy convencido de ello, pues, como he demostrado en El turismo explicado con claridad, el turismo se practica desde hace unos siete mil años. Pero los turisperitos como Mariotti no llaman turista a cualquier forastero o huésped sino solo a quienes realizan el viaje por placer o curiosidad. La tessera hospitalis de los latinos era una tablilla que se partía en dos mitades. Una mitad se la quedaba el anfitrión. La otra se la llevaba el visitante. Cada mitad estaba llamada a cumplir una función de contraseña o de identificación para el caso de que, años más tarde, tal vez muchos, el huésped visitara de nuevo a su antiguo anfitrión. Bastaba con que una mitad encajara en la otra para confirmar la identidad del forastero (ver Rafael Arguyol, Aventura. Una filosofía nómada. Plaza Janés. Barcelona, 2000, pp. 72 y 73). La función de la tessera era más bien simbólica, lo que explicaría el término griego. En realidad sería más bien un recuerdo o tornaviaje pues pocas oportunidades existían en la Antigüedad de que la visita se repitiera
En este capítulo estudio los medios que sirven para satisfacer las tres necesidades fundamentales de un forastero: alimentación o comida, hidratación o bebida y pernoctación o descanso. Los tres se subsumen en una sola, la necesidad de refección que tiene todo ser vivo y que en las sociedades humanas puede adoptar la forma de servicios mercadeables prestados por empresas con fines de lucro. Durante milenios hubo pueblos que prestaron gratuitamente estos servicios. Cuando estos servicios no existían, el desplazado tenía que improvisarlos o portarlos consigo. Los servicios que llamamos de hospitalidad hunden sus raíces en preceptos religiosos. Pero el aumento del tráfico de forasteros en ciertos lugares trajo consigo una creciente demanda y la hospitalidad se transformó en servicios prestables mediante el pago de un precio.
Comer, beber y dormir son necesidades biológicas que el ser humano ha de satisfacer al margen del lugar en el que se encuentra. Cuando decide desplazarse de un lugar a otro, es posible que, en las etapas intermedias del itinerario o en el lugar en el que se localizan los recursos que satisfacen la necesidad que motivó el desplazamiento, no existan medios, mercadeables o no, para descansar y refeccionar. Es la situación que caracteriza a los territorios desérticos, también llamados por ello inhóspitos, sin servicios de hospitalidad. Pocos son los seres vivos que se asientan permanentemente en estepas, zonas de alta montaña o pantanosas y pocos son, también, los individuos que se desplazan por estos espacios vacíos. La satisfacción de la necesidad de dormir exige contar con menos recursos que las de comer y beber si el territorio no es extremadamente frío durante la noche. A veces, es posible encontrar refugios naturales para guarecerse de las inclemencias del tiempo y ocultarse a salteadores de caminos y alimañas. La ausencia o escasez de viandas, agua potable y cobijo ha sido la situación generalizada a la que se enfrentaron quienes sienten necesidades que exigen desplazarse de un lugar a otro. A pesar de ello, nuestros antepasados no se arredraron, lo que supone un indicador expresivo de la intensidad con la que pueden sentirse las necesidades cuya satisfacción lleva a planificar y realizar desplazamientos lineales o circulares.
El mercader veneciano Marco Polo terminó en 1296 su viaje al Imperio del Gengis Kan. El año citado fue apresado y encarcelado por los genoveses. En su conocida obra La descripción del mundo (Il Milione) cuenta que quien parte de Cherman cabalga siete jornadas por un camino muy abrupto (…). A lo largo de las tres jornadas de marcha no se encuentra agua sino verde como la yerba, salada y amarga. (…). Por tal motivo se lleva bebida para todo el camino (…). Durante estas tres jornadas no se encuentra morada alguna, pues todo es desierto y gran sequedad, no hay animales, pues no hallarían con qué alimentarse. Al cabo de estas tres jornadas se encuentra otro lugar, que tiene una extensión de cuatro jornadas sin que tenga otra diferencia con las tres jornadas anteriores salvo que se encuentran onagros (Editorial Orbis, Barcelona. P. 57 y 58)
Durante miles de años, el hombre ha contado con tres formas de satisfacer las necesidades de comer, beber y dormir fuera de su residencia permanente:
- Cargar con las provisiones (avituallamientos o viáticos)
- Aceptar la hospitalidad de los pueblos que encuentra en su itinerario
- Apropiarse (pacífica o violentamente) de los recursos que encuentra
Es verosímil que en el pasado las necesidades de servicios hospitalarios fueran satisfechas con alguna combinación de los tres métodos. Las religiones más evolucionadas propiciaron entre sus seguidores la virtud de la hospitalidad con los forasteros. De esta solución cabe esperar una oferta suficiente mientras la demanda es insignificante. La hostilidad al desconocido (el forastero o foráneo, el llegado de fuera) estuvo más difundida que la hospitalidad, dos palabras que, como advierte Pier P. Deferí, tienen la misma raíz. En Viajes Italianos (Aguilar, México 1991), Goethe cuenta la comprometida situación en la que se vio en la localidad italiana de Malcesina, en la ribera del lago de Garda. En este puerto tuvo que hacer una escala obligada por motivos meteorológicos en su itinerario lacustre entre Torbola y Verona el 13 de septiembre de 1786. Al comprobar que Malcesina tenía un castillo medieval en ruinas quiso dibujarlo en su cuaderno. Cuando estaba haciéndolo, fue bruscamente interrumpido por los vecinos del lugar, quienes le tomaron por un espía al servicio del emperador de Austria.
Medio siglo más tarde, la escritora francesa Aurora Dupin, conocida como George Sand, viajó a Mallorca en compañía de Federico Chopin. En su obra Un invierno en Mallorca, (1855) se refiere a las fulminantes y cómicas diatribas que le dirigieron los mallorquines como consecuencia de la publicación de su viaje de 1838. Los reproches que le hicieron, dice, confirmarían mis aseveraciones sobre la hospitalidad, gusto y delicadeza con que los mallorquines reciben a los extranjeros (Ver la versión castellana de la obra citada en Editorial Columba, Palma de Mallorca, 1951)
En los pueblos más evolucionados, la hospitalidad adopta la forma de un conjunto de servicios mercantiles cuando la demanda es significativa. El proceso desde la total ausencia hasta la aparición de los primeros servicios mercantiles de hospitalidad es tan largo como el seguido por la humanidad misma y lo desglosaré atendiendo a sus dos componentes: servicios de alimentación y bebida, por un lado, y servicios de alojamiento, por otro. Frecuentemente, ambos servicios se prestan de un modo integrado.

Refacción

La prestación de servicios de refacción al forastero se confunde en sus orígenes con las formas de alimentación de los residentes en sus viviendas. Lo que puede decirse sobre las prácticas alimenticias de los residentes (formas de abastecimiento, alimentos consumidos, técnicas culinarias de preparación, instrumental utilizado tanto en la cocina como en la mesa y el protocolo seguido por los comensales) forma parte de la evolución en el tiempo de este servicio. Estas prácticas no experimentaron cambios apreciables desde la aparición de la especie humana hasta la conquista del fuego en pleno Paleolítico, hace quince o veinte mil años. Con la posibilidad de hacer fuego, el hombre pasó de comer alimentos crudos a comerlos cocidos. Tanto la mejora en las técnicas de tallado de la piedra como la posterior sedentarización de las formas de vida introdujeron cambios sustanciales en la alimentación. A estos cambios contribuyó de un modo apreciable la construcción de vasijas de barro y cuencos de madera y de metales como la plata, el cobre, el bronce o el hierro. Los niveles alcanzados en el Neolítico no mejoraron significativamente hasta la llegada de las grandes civilizaciones de la Antigüedad, hace cinco o seis mil años. Tanto en Egipto como en Sumeria, Babilonia y Asiria las técnicas culinarias y los protocolos en la mesa presentan ya avances dignos de tenerse en cuenta, no solo en lo que concerniente a los residentes sino, también, a las atenciones prestadas a los forasteros.
Distingo dos formas de alimentarse, la que podría llamar “estática”, que sirve tanto a residentes como a visitantes, y la “ambulatoria”, utilizada por quienes tuvieron que realizar desplazamientos de cierta duración en el pasado. Un ejemplo de forma ambulatoria es la intendencia militar. El intendente es el militar que se ocupa de proveer de víveres, agua potable y otros recursos imprescindibles a las tropas tanto en sus acuartelamientos como en las marchas y expediciones. En la guerra tiene sus orígenes el elemento auxiliar del desplazamiento que llamamos restauración (un galicismo) o catering (un anglicismo) a pesar de que en español disponemos de términos como refacción, refección y colación El Diccionario de Uso del Español (María Moliner) explica que refacción procede del latín refectio, -onis, de “refícere” y éste de “fácere. El diccionario remite a “hacer”, “refitolero”, “refacer” y “rehacer fuerzas”. La primera acepción de refacción es colación, comida ligera y sencilla, sólo para reparar fuerzas, como la de los monjes. Restauration alude a comer, a la recuperación de fuerzas a través de la ingesta de alimentos. Catering es el término inglés que se da al servicio de abastecimiento de comida entendido como negocio. En español usamos expresiones como casa de comidas, servicio de comidas, mesón y venta.
Los mercaderes, como los guerreros, se vieron igualmente durante milenios en la necesidad de contar con sus propios servicios de refacción en sus desplazamientos. Tanto unos como otros perfeccionaron las técnicas de la refacción ambulante. Las grandes civilizaciones de la Antigüedad ofrecen los primeros atisbos de lo que andando el tiempo serían servicios mercantiles de refacción en respuesta al paulatino crecimiento de la demanda. Cuando Egipto creó su red caminera la dotó de estaciones de descanso con pozos de agua y otros servicios hospitalarios. Estos servicios estatales se ofrecieron para facilitar las expediciones de tipo militar y mercantil que el progresivo desarrollo de la economía genera. Aún así, las expediciones militares y mercantiles en el antiguo Egipto y en otras civilizaciones contemporáneas hubo que hacerlas portando provisiones para cubrir necesidades de alimentación, hidratación y pernoctación. En el transporte marítimo la propia embarcación servía de comedor y cobijo. Si se elegían medios terrestres, para el cobijo se usaron tiendas de pieles y chozas de vegetales, técnicas ambas enraizadas en la vida nómada. Las provisiones de alimentos y de agua eran relativamente fáciles de hacer si no se pasaba por el desierto. Tanto unas como otras se dejaban a la improvisación cuando los territorios atravesados lo permitían. La situación extrema la marca el desierto. La caravana constituyó por ello algo más que un simple medio de transporte, lo mismo que el percacho italiano y la posta. Los camellos y los dromedarios son bestias que no solo transportan mercancías sino también vasijas de agua, provisiones alimenticias y tiendas para el cobijo nocturno o diurno durante el desplazamiento. Como productores de leche, los camellos aportan también alimento. La caza de pequeños animales a lo largo del itinerario sigue proporcionando todavía a los caravaneros medios suplementario de alimentación. Los oasis aportan agua y frutos para los hombres y pastos para las bestias. Las caravanas, más que un medio de transporte, fueron durante miles de años una forma de viajar que dieron servicio a quienes necesitaban desplazarse a grandes distancias por tierra y no eran mercaderes. Además de los servicios citados (transporte, refacción y alojamiento), la caravana ofrece seguridad, protección contra bandidos y alimañas y cierta garantía de llegar al lugar de destino.

Alojamiento

Lo que he dicho de los medios de refacción podría repetirse con referencia a los medios de alojamiento. Durante milenios, el hombre vivió en cavernas. Las primeras viviendas que construyó eran chozas o tiendas hechas con pieles, ramas de árboles y otros vegetales. En las expediciones guerreras se utilizaban estas mismas técnicas para albergar a las tropas en sus desplazamientos y durante los largos asedios.
En Viaje de Turquía, la obra de autor anónimo del siglo XVI que ya he citado, Juan de Voto a Dios se pregunta si es vanidad construir hospitales y donde se podrían aposentar tantos pobres peregrinos si no hubiese servicios de hospitalidad en caminos y ciudades. Pedro de Urdemalas piensa que la construcción de hospitales gratuitos para peregrinos pobres es la mayor (vanidad) del universo si han de ser como ésos (de lujo), porque el cimiento es de ambición y soberbia. El mejor remedio del mundo, dice, es cumplir con la devoción solo cuando se pueden pagar los costes de la peregrinación. De lo contrario, conviene limitarse a cumplir devociones domésticas: Los que tuviesen que gastar en mesones, y los que no se estuviesen en sus tierras y casas, que aquella era buena romería, y que de allí tuviese todas las devociones que quisiesen con Santiago. ¿Qué ganamos nosotros con sus romerías ni ellos tampoco según la intención? Que el camino de Jerusalén ningún pobre le puede ir, porque al menos gasta cuarenta escudos y más, y por allá, maldita la cosa les aprovecha pedir ni importunar. (ob. cit. p. 230)
Luis de Mejía, en Apólogo de la ociosidad y el trabajo (Obras que ha hecho, glosado y traducido Francisco Cervantes Salazar, Alcalá, Juan de Brocar, 1546, citado por Marie-Sol Ortola en su edición de Viaje de Turquía, Castalia, Madrid, 2000, p.230) propone otra solución a los romeros pobres que no hallan hospitales donde alojarse: Cuando todos (los hospitales) estuviesen llenos no pueden faltar portales, casas inhabitadas, cuevas, hornos, estufas, baños. Y algunos hay que se hallan cuando están metidos en una cuba que en un palacio real. Pues si tenéis miedo que os ha de faltar en que dormir, qué región tan estéril hay en el mundo donde no se halla heno o paja; y cuando esto faltare, no puede ni faltar un muladar en que te envuelvas: que no hay mejor género de cama que aquel que hallado no cuesta nada.
Cuando el primitivo carro evolucionó y se generalizó, adoptó formas adecuadas para que los desplazados pernoctaran a bordo y se protegieran contra las inclemencias, como ya he dicho en el capítulo anterior. Los servicios de postas ofrecieron alojamientos en ruta a los viandantes y estabulación y pienso a los animales de carga. También las embarcaciones de cierto tamaño ofrecen a sus tripulantes (guerreros o mercaderes) refacción y pernoctación en espacios harto limitados, no solo en los primeros tiempos sino incluso hasta hace tres o cuatro siglos, ya que las primitivas embarcaciones no estaban pensadas para transportar pasajeros sino para materiales y tropas. Como dice Norval (ob. cit.) el origen y la historia de la hospitalidad es de gran interés y resulta fascinante. Norval busca la historia y la razón de ser de estos servicios en las necesidades del comercio y del transporte en la Antigüedad, sin percatarse de que, antes de que surgieran las expediciones mercantiles, ya había expediciones guerreras, cercos y sitios a las ciudades enemigas a conquistar.
En tanto resulte acertado pensar que la guerra precedió al comercio, podemos suponer que las primeras soluciones al problema de satisfacer las necesidades de comer, beber y descansar durante los desplazamientos debieron darlas los jefes militares de los tiempos más remotos. Los desplazamientos de las tropas eran muy lentos en el pasado, la marcha se hacía a no más de cuatro o cinco Km./hora. Las tropas necesitaban meses y hasta años para aproximarse a su objetivo bélico, y el mismo tiempo, o más, para volver. Una vez en las proximidades del enemigo se procedía a sitiarlo. Sitio viene del latín obsidio, del verbo sitiar, que también significó sentar, según Corominas y Pascual. El sitio podía durar años. La ciudad de Tiro, por ejemplo, fue sitiada durante once años por las tropas babilonias. Muchas ciudades sufrieron sitios que duraron años. Durante tan largos periodos de tiempo había que resolver problemas de pernoctación, alimentación y ocupación en la inactividad de un gran número de guerreros, muchos de ellos mercenarios. La solución consistía en la instalación de campamentos, verdaderas ciudades provisionales construidas con materiales livianos, en las que no podían faltar cocinas, comedores, mingitorios, botiquines, cuerpos de vigilancia y hasta, en ciertos casos, medios de distracción para hacer más llevadera la espera hasta que llegara el momento propicio para el ataque.
Podemos, pues, considerar como la primera forma de hospitalidad ambulante la autoproducida por los encargados de la intendencia al servicio de las expediciones militares. Las expediciones de mercaderes, de menos miembros que las militares, debieron imitar estas formas de hospitalidad ambulante. La posterior generalización del comercio provocó la aparición de servicios mercantiles de hospitalidad en las mismas ciudades visitadas, fueran de paso o de destino, como ya hemos dicho. En la antigüedad más remota no había alojamientos abiertos al público en sentido moderno que ofrecieran acomodación a los viajeros a cambio del precio estipulado, afirma Norval en la obra citada. Más aprovechable es la frase en la que el citado autor dice que a los extranjeros se les ofrecía hospitalidad de un modo generalizado por ser una obligación social y un gravamen público que gravaba a los súbditos. Quienes realizaban un viaje al extranjero no estaban seguros de encontrar un recibimiento agradable. Los extranjeros eran recibidos en el establecimiento y, al partir, se les preguntaba el nombre, el domicilio permanente y el objeto de la estancia. (Ver K. Lange: Die Geschichte des Gasthausgewerbes im Altertum. En: Stehle: Die Geschichte des Hotel- Restautation- und Kaffeehausgewerbes, p. 1, Tomo I, Heinrich Killinger. Norhausen am Harz. Ver también E. L. Sarkis: The Importance of the Hotel Industry. Tesis doctoral. Leyden, N. V. Boek- en Steendrukery Eduards Ijdo,1933). Muchos ricos de la Antigüedad competían entre sí ofreciendo libre hospitalidad a los extranjeros. En Grecia, entre el año 1000 y el 500 a. C. se hicieron acuerdos entre estados para realizar intercambios comerciales. Algunos de estos antiguos estados griegos construyeron hospederías estatales en las que los peregrinos comían y se alojaban libremente. Olimpia, por ejemplo, tenía una posada que fue construida por los lacedemonios en la que se ofrecía hospitalidad a los reyes y a los embajadores de los estados amigos con origen griego. También en la isla de Delos y en Delfi había posadas en las que se alojaban los extranjeros a expensas del estado. En los primeros tiempos del Imperio Romano las posadas se construían y gestionaban a expensas del estado y se destinaban a las necesidades de los funcionarios estatales y de los embajadores de los países extranjeros. (Norval, ob. cit. pp. 196 y 197)
En esta larga y documentada frase del profesor Norval se pone de relieve, por un lado, el rechazo primario que los habitantes de un país pueden sentir contra los forasteros, siempre unos desconocidos, en quienes veían posibles enemigos o, cuando menos, molestos alteradores de sus costumbres. La sustitución de los sentimientos de hostilidad ante el forastero por los de hospitalidad ha sido muy lenta y siempre ha quedado incompleta. La frase de Norval refleja también algo digno de ser resaltado, que la producción de servicios hospitalarios fue durante la Antigüedad una actividad atendida por el sector público. Las autoridades locales se vieron en la obligación de atender la acomodación nocturna de visitantes cuando su continuo crecimiento convirtiera en insuficientes las soluciones basadas en preceptos religiosos o en vagas obligaciones fiscales de los súbditos.
La asunción de la oferta de servicios de hospitalidad por parte del Estado vino impuesta por el crecimiento de las relaciones internacionales, tanto diplomáticas como culturales, militares, comerciales o religiosas en la Antigüedad tardía. Estas relaciones provocaron frecuentes intercambios de visitas de altos funcionarios públicos de unos países a otros. Nada tiene de extraño que el país anfitrión se encargara de dar satisfacción a las necesidades de sus huéspedes facilitándoles servicios de hospitalidad al nivel previamente establecido por el protocolo bilateral en vigor. Aun hoy sigue siendo frecuente. Los gobernantes se ocuparon de disponer tanto en los caminos como en los núcleos habitados instalaciones de apoyo para los viajeros en las que se facilitaban condiciones mínimas de alimentación, pernoctación y protección. Muchas de estas instalaciones eran, en ocasiones, meros cobertizos en las afueras de los poblados.
Como apoyo a las caravanas, se desarrollaron desde la Antigüedad servicios de hospitalidad conocidos como caravansary, caravansar o caravantserai, instalaciones financiadas por los gobernantes y concebidas para alojar a un gran número de personas de paso. El Diccionario de la Real Academia Española recoge en su última edición (la 22ª) la voz caravansar con esta acepción. Eran, como dice el arquitecto venezolano Ciro Caraballo Perichi en Hotelería y turismo en la Venezuela Gomecista (Corporación de Turismo de Venezuela. Caracas, 1993), edificios de grandes dimensiones, con una sola puerta, forma rectangular y cerrados sobre sí mismos que dejaban un corralón en el centro para las bestias. El caravantserai se inspiró en las instalaciones militares asiáticas llamadas ribats. En un caravantserai podía haber instalaciones de diferentes niveles de prestaciones, desde las dedicadas a los pobres de solemnidad hasta las que aseguraban un alto confort a los funcionarios y a los mercaderes adinerados. Un caravantserai podía integrar palacios y mezquitas. Los historiadores citan el ejemplo del caravantserai de Aliabad, construido en el siglo XIX entre Teherán y Qum, dotado de baños, tiendas, almacenes de mercancías y alojamientos de lujo para personajes de alto nivel, un claro y lejano precedente de los modernos establecimientos, tan frecuentes hoy en los países avanzados, establecimientos a los que George Ritzer califica como medios o catedrales de consumo (Ver su obra El encanto de un mundo desencantado, Ariel, Barcelona, 2000)
El anónimo autor de Viaje de Turquía se refiere a los carabanzas turcos al hablar de los mesones de Constantinopla en el siglo XVI: Mesones muchos hay que llaman carabanzas pero como los turcos no son tan regalados ni torrezneros (holgazanes) como nosotros, no hay aquel recado de camas ni de comer, antes en todo el camino no ví carabanzas de aquellos que tuviese mesonero ni nadie. (Son) unos hechos a modo de caballeriza con un solo tejado encima y dentro por un lado y otro lleno de chimeneas, y alto a manera de tablero de sastre, aunque no es de madera sino de tierra, donde se aposenta la gente, sin más cama ni recado, ni aun pesebre para los caballos, sino entre tantos compañeros toman una chimenea de estas con sus cadalsos, y allí ponen su hato sobre el cual duermen echando debajo un poco de heno. Una ropa aforrada hasta los pies lleva cada turco de a caballo en camino, la cual le sirve de cama. (Como) no hay huésped (la cebada para los caballos y todo lo que han menester lo encuentran en) mil tiendas que hay cerca del mesón que de cuanto hay les proveerán, que por la posada no pagan nada, que es una cosa hecha de limosna para cuantos pasaren, pobres o ricos. El autor termina su descripción haciendo referencia a su utilización de un carabanza: Hizimos nuestras camas y echámonos, no con menos frío que ahora hace, todos juntos, la alforja frailesca por cabecera y el tejado por frazada (ob. cit. pp. 463 a 465)
En las grandes ciudades islámicas había alojamientos llamados han muy parecidos a los caravanserai, y, como éstos, apostados en los caminos más transitados. Entre los más conocidos destaca el han de Estambul, construido en 1764. Más modestos eran los establecimientos llamados fondac. El aristócrata francés Charles de Foucauld (ver Viaje a Marruecos 1883 – 1884. Olañeta, Palma de Mallorca, 1998) describe el fondac como un vasto recinto cuadrado cuyo contorno está provisto en el interior de un cobertizo; los viajeros se instalan bajo este abrigo, y los animales se quedan en el centro: el dueño del lugar percibe una pequeña retribución por animales y personas; además vende cebada y paja. Los establecimientos de este tipo, raros en el campo, son numerosísimos en las ciudades; allí el cobertizo tiene encima un piso donde hay pequeñas celdas que se cierran con llave y que se alquilan a los forasteros; son las únicas hospederías que existen (ob. cit. p. 9)
Como se ve, el fondac se asemeja al caravantserai. También el fondac se ofrece a los que se desplazan en una caravana. Foucauld se refiere a un fondac situado en el camino de Tetuán a Fez en el que se hospedó como parte de los servicios convenidos poco antes con un mulero musulmán para que le condujera a Fez formando parte de su caravana, constituida por diez bestias de carga, el mulero y su hijo y un criado. Como Foucauld viajaba en compañía de un judío auténtico (lo aclara porque él iba disfrazado de rabino para encontrar mejor acogida) llamado Mardoqueo, (a quien había tomado a su servicio en Argel y conservó hasta su regreso a la ciudad de partida con el fin de que lo presentara como rabino, lo que formaba parte del disfraz que se vio forzado a adoptar para evitar inconvenientes en sus desplazamientos), la caravana estaba compuesta, además de las tres personas que formaban la tripulación, por tres pasajeros. (El pasaje aumentó en tres personas más al día siguiente). Esta es la descripción que hace Foucauld: El fondac donde estamos parece muy frecuentado; al atardecer se encuentran reunidos cerca de cincuenta viajeros; el patio está lleno; caballos, asnos, mulos y camellos se apretujan entremezclados con rebaños de vacas y ovejas (ob. cit. p. 9)
En los templos egipcios del Nuevo Imperio (1570 – 715 a. C.) había instalaciones orientadas al alojamiento de forasteros, en general nobles y mercaderes. Lo mismo acontecía en Grecia, donde había templos con zonas destinadas a la prestación de servicios de alojamiento.

Norval estudió la historia de los servicios hospitalarios apoyándose en trabajos de otros investigadores como L. Friedländer (Roman Life and Manners under the Early Roman Empire), Sthele y Sarkis (cuyas obras ya han sido citadas aquí). Norval se refiere al incremento de la demanda de servicios de hospitalidad al mismo tiempo que hace referencia a la localización de establecimientos y a la pésima calidad de sus prestaciones en la Antigüedad: Con la mejora de las condiciones económicas y con la expansión del comercio, la hospitalidad privada y la hostelería pública se demostró que eran inadecuadas. Los alojamientos públicos comenzaron a aparecer durante el Imperio Romano, localizándose a lo largo de las rutas comerciales y de las principales vías públicas. La mayor parte de estos alojamientos eran de tercera clase puesto que en ellos se atendían solo a las clases más pobres. Los alojadores tenían una mala reputación; para la policía tenían la misma consideración que los ladrones y los jugadores profesionales ya que eran mentirosos y tramposos, adulteraban el vino y robaban la avena del pienso de las caballerías de los huéspedes. Los alojamientos no eran a menudo más que prostíbulos, aunque en los lugares comerciales más concurridos y en los centros de recreo del litoral había hoteles bastante buenos. Por ejemplo, en Bernice, en el Alto Egipto, en el Mar Rojo, el mercado más importante para productos de la India y de Arabia, en el canal de Canobus y en Carura, en la frontera de Frigia y Caria, donde la primavera era muy cálida, había hoteles de lujo para gente rica. (Norval, ob. cit. p. 198)
La sociedad romana contaba con villas de recreo (las conocidas villae rusticae) en la campiña y en el litoral. Cornelia (siglo II a. C.), hija de Escipión el Africano, más conocida como madre de los Graco, se hizo edificar una lujosa mansión, como segunda residencia, en los alrededores de Roma, un claro antecedente de una costumbre que tantos seguidores tuvo en los siglos posteriores por parte de nobles y burgueses. El crecimiento de la riqueza que se dio en Roma después de las guerras púnicas benefició, sin duda, a las clases altas. Las villas de recreo y descanso proliferaron por los alrededores de Roma. Horacio, que no soportaba la ruidosa vida de la Urbe, huía de la ciudad para refugiarse en su modesta villa campestre, sobre todo cuando llegaban las Saturnalias, bulliciosas fiestas de fin de año reservadas al placer, la embriaguez, las orgías y los juegos. Durante estas fechas, eran muchos los romanos que se ausentaban de Roma. Lo mismo hacían, entre otros, Cicerón y Plinio el Joven. El primero se iba a su villa de Campania y el segundo se recluía en la casa que tenía en Laurentes.
Las ocasiones en las que los residentes en Roma preferían ausentarse de la ciudad eran muy numerosas, pero las que tenían para ir a Roma quienes no residían en la Urbe no serían menores. Los más ricos pasaban largas temporadas estivales en Tibur, Prenesta o Túsculum y, en invierno, en Tarento o en el golfo de Baias, lugares donde la vida se hacía durante la noche y el día se dedicaba a descansar de las diversiones nocturnas, un tipo de vida aparentemente incomprensible, en establecimientos a los que se iba en busca de la salud supuestamente perdida. Los balnearios antiguos, como los de hoy, integraban ya una abundante oferta de servicios de hospitalidad, diversiones y oportunidades de relaciones sociales.
La red viaria romana estaba relativamente bien provista de albergues privados, pero la mayor parte de las veces solo los ciudadanos medios, los comerciantes y los arrieros, paraban en ellos. Sus comodidades eran nulas. La comida se la preparaban los mismos huéspedes, lo que les obligaba a llevar consigo el menaje necesario. Los lechos estaban infectados de chinches y en las habitaciones, colectivas casi siempre, había ratones, mosquitos y arañas. Los albergues de los caminos carecían de higiene. Para colmo, la estancia en ellos no era segura.

Es comprensible, por ello, que los romanos pudientes no pernoctaran en los albergues, llamados hospitios, deversorios o camponas. Para sus desplazamientos, procuraban tener una red de villas en las que pernoctaban y descansaban uno o varios días cuando se desplazaban de un lugar a otro. Parece que Cicerón tenía varias residencias en el camino que utilizaba cuando iba de Roma a Campania. Como la fórmula es obviamente muy cara y no estaba generalizada, muchos romanos ricos tenían que acogerse a la hospitalidad de algún pariente o amigo, o pariente o amigo de aquellos. En sus desplazamientos, los romanos procuraban ir provistos de cartas de recomendación por si tenían necesidad de hacer uso de estos servicios no de mercado.
En el siglo V tuvo lugar la invasión de las provincias occidentales del Imperio Romano por los bárbaros, lo que precipitó una decadencia fulminante y generalizada. La actividad productiva quedó reducida a su mínima expresión y, con ella, los intercambios y las expediciones mercantiles, aunque no así las guerreras y las misiones religiosas. Los desplazamientos motivados por las crecientes relaciones entre los monasterios cristianos, que entonces empezaban a proliferar por las antiguas provincias romanas, compensaron la brusca disminución de la oferta, la mercantil y la no remunerada, de servicios de hospitalidad que la decadencia del Imperio había provocado. Pero ahora ya no se trataba, como antaño, de pésimos albergues solo aptos para mercaderes o arrieros, ni siquiera de alojamientos de lujo en balnearios para patricios aburridos, sino de sobrios cenobios y austeros refectorios de los monasterios, conventos y abadías de la cristiandad. Muchos de ellos contaban con albergues destinados a cumplir con la misericordia de dar posada al peregrino durante algunos días. Proliferaron las órdenes monásticas dedicadas a estos menesteres, llamadas por eso hospitalarias.
Graziano Gasparini y Luise Margolies (ver Arquitectura inka. Universidad Católica de Venezuela. Caracas, 1977 citado por Ciro Caraballo, ob. Cit.) se refieren al tambo, una instalación propia de la cultura tiwanakota de los Andes (siglo VII d. C.), construida y gestionada por los gobernantes para dar alojamiento a emisarios, mercaderes, guerreros y funcionarios. Los tambos se localizaban en los caminos, a distancias regulares unos de otros, lo mismo que los caravantserai asiáticos y africanos y las casas de postas de los países europeos. Los incas desarrollaron el viejo modelo de albergue caminero hasta convertirlo en un claro antecedente de los actuales resorts norteamericanos ya que, como éstos, eran verdaderos centros urbanos con todos los servicios necesarios para realizar estancias pasajeras.
Durante los oscuros siglos que transcurrieron en Europa hasta los albores del Renacimiento puede decirse que la única oferta de servicios de hospitalidad era la que procedía de los monasterios cristianos. Estos servicios religiosos respondían a una práctica piadosa recomendada por las tres religiones monoteístas, judía, cristiana y mahometana, y fueron suficientes para atender la escasa demanda existente durante varios siglos. Los nobles pudieron seguir acogiéndose a la hospitalidad de sus iguales, como en el pasado, lo mismo que las altas jerarquías eclesiásticas. Por su parte, los monjes y el bajo clero se acogían a la hospitalidad de los monasterios, disponible también para los escasos legos que se atrevían a desplazarse de un país a otro.
Marco Polo, al hablar de los mensajeros que había en el país de los mogoles en el siglo XIII, se refiere a la existencia de postas de caballos en Asia con estas palabras: en cada una hay un grandísimo y hermoso palacio en el que se alojan los mensajeros del gran señor (…) y en ellas no hay menos de cuatrocientos caballos que el gran señor ordena permanezcan siempre estabulados en ellas y prestos para los mensajeros. (...) Para los mensajeros que han de recorrer lugares deshabitados, el Gran Kan ha mandado construir esas postas más distanciadas o cada treinta y cinco millas o cada cuarenta millas. Los palacios (de las postas) son también más de diez mil y están dotados de tan rica impedimenta como os he dicho. ( pp. 167 y 168, Ob. cit.) Era un modelo similar al tambo incaico, que se repite en los países europeos y en la Norteamérica de los siglos XV al XIX. No cabe duda de que estamos ante una fórmula común a culturas muy diferentes.
Michel de Montaigne (1533 - 1592) ofrece su visión del estado en el que se encontraba en Europa la oferta de servicios hospitalarios durante el siglo XVI en su obra Diario del viaje a Italia (Ver la edición bilingüe de Miguel Marinas y Carlos Thiebaut publicada conjuntamente por el CSIC y Editorial debate. Madrid, 1994) El viaje lo hizo entre el 22 de junio de 1580 y el 30 de noviembre de 1581. La obra aporta datos sobre servicios de alojamiento y comida que permiten saber que, aunque con deficiencias, ya había en el citado siglo establecimientos mercantiles en manos privadas dedicados a la prestación de estos servicios como complemento a la oferta de los monasterios. Cito varios casos porque creo que su testimonio es harto valioso:
Baños de Plombieres. Los baños se encuentran en los confines de la Lorena y Alemania, en una vaguada. Eran muy frecuentados por bañistas alemanes, sobre todo durante el mes de mayo. También los franceses acudían masivamente. Montaigne se hospedó en El Angel, hospedaje muy próximo a los baños y el mejor de los existentes, con habitaciones privadas, confortables pero no lujosas. La pensión completa y varias habitaciones le costó 15 sueldos diarios fuera de temporada (septiembre), aunque en temporada alta (mayo) le habría costado 1 escudo diario, lo que le pareció barato. El hospedaje tenía un buen servicio de cocina y venta de leña para alimentar el fuego de las chimeneas de las habitaciones. Montaigne anotó que el vino y el pan eran malos. También hace referencia a las ordenanzas de los baños expuestas en carteles en alemán y en francés sobre la normas de higiene, conducta y seguridad que debían seguir los bañistas. Su estancia en Plombieres fue de 9 días.
Basilea. A fines de septiembre de 1580, Montaigne y su séquito llegan a esta hermosa ciudad suiza a orillas del Rin famosa por sus excelentes vinos. Allí se aloja en un albergue que ocupa una gran mansión de la ciudad donde comprueba que nunca hay cortinas en las camas y siempre hay tres o cuatro camas pegadas unas a otras en la misma habitación, lo que habla elocuentemente de su extremada falta de privacidad. Las habitaciones eran sucias pero la comida le pareció buena, sobre todo el pescado. No tuvo necesidad de aguar los vinos porque son ligeros y jóvenes. Los criados se sientan a la mesa con los señores. Se mezclan diversas carnes a la vez, a veces unas sobre otras, pero los platos están bien presentados y son de madera. Para beber emplean jarras de plata. Las comidas duran tres o cuatro horas ya que comen con poca prisa viandas sanas, muy bien aderezadas. El viernes guardan una estricta vigilia en las comidas. Los vinos son buenos y la carne y el pescado abundantes. Los caballos tienen pienso en abundancia. El mismo hospedero sirve de intérprete en sus conversaciones con otros huéspedes. La camas son tan altas y que subir a ellas con escaleras. Bajo ellas hay otras camas más pequeñas. Los precios son tan altos como en París.
Baden. Llega a los baños de esta ciudad suiza cercana a Zurich a primeros de octubre. En este lugar se celebran frecuentes reuniones principescas. Se aloja en una hospedería cercana a los baños, junto al torrente Limaq. Los baños descubiertos solo los usan los bañistas pobres. Los baños cubiertos, a los que llegan canalillos de agua caliente, están en el interior de las casas y se alquilan junto con el servicio de habitaciones He aquí un ejemplo de programa de estancia basado en servicios de salud combinado con servicios de hospitalidad elaborado por el mismo empresario del lugar visitado. Resalta que hay magníficas hospederías. En la que se hospeda hay capacidad para 300 comensales, 70 camas, 17 salas con estufa, 11 cocinas y 50 habitaciones amuebladas. Los bañistas suelen estar cinco o seis semanas y son mayoritariamente alemanes, los cuales llegan a Baden en grandes multitudes, una referencia clara a lo que hoy llamamos turismo de masas y algunos creen que es exclusivo de nuestro tiempo. La temporada alta coincide con los meses de verano. Los baños de Baden funcionan desde muy antiguo. El historiador romano Tácito se refiere a ellos. Los albergues son establecimientos públicos explotados por concesionarios. El precio de la estancia le resulta a Montaigne tiránico, como en todas las naciones, con los extranjeros. Pagó por 4 habitaciones con 9 camas, 2 estufas y un baño la suma diaria de 1 escudo por él mismo, 9 sueldos por cada sirviente y 14 por los caballos, además de alguna cantidad adicional por otros servicios que no especifica añadiendo que de un modo abusivo.
Montaigne anota en su Diario numerosas observaciones de este tenor a través de las cuales nos podemos hacer una idea sobre la situación de la oferta de servicios de hospitalidad en varios países europeos (Francia, Suiza, Alemania e Italia) durante el siglo XVI. Aunque, en general, los comentarios son negativos, se atisba en ellos el despertar de un sector de actividad que estaba llamado a alcanzar niveles de calidad espectaculares tres siglos más tarde. Aunque evolucionó tan lentamente durante tanto tiempo que puede decirse que durante varios siglos estuvo estancado en los niveles que refleja el Diario de Montaigne. En la obra de Alfredo Alvar Vida cotidiana en la España de Velázquez (Ediciones Temas de Hoy, Madrid, 1994. Véase el capítulo VI: Viajes, posadas, caminos y viajeros) puede leerse esta frase extraída del viaje a España de Brunel en 1655: Muy pronto nos fue preciso aprender a viajar a la moda del país, que es ir a comprar en diversos lugares lo que se quiere comer. En cuanto se ha llegado a la posada, se pregunta si hay camas y después de haberse provisto de ellas es preciso o dar la carne cruda que se lleva a cocer o ir a comprarla a la carnicería. Cuando se está en la taberna es preciso ir a comprar el pan, el vino y los huevos, porque todo eso está separado y no es permitido más que a los que han adquirido el derecho a venderlo. Da pena ver esas tabernas; puede darse uno por bastante comido cuando se ha visto su suciedad. (Alfredo Alvar, ob. cit. pp. 123 y 124)
Brunel no hace sino reflejar un estado de cosas que, concretamente en España, obedeció a la existencia de monopolios para la venta local de algunos alimentos perecederos desde el siglo XV. Aunque Felipe II autorizó a algunos posaderos suministrar alimentos y bebidas a sus huéspedes y piensos a los jumentos, lo cierto es que los corregidores siguieron dictando providencias que convertían esta práctica en delito en numerosas ciudades. Esta es la razón que explica que, cuando un forastero llegaba a una posada y pedía algo para comer y un lecho para descansar, éstas no tuvieran más que un poco de pan y vino y unas pobres camas cuyas sábanas y colchones podían estar tan sucias que no animaban al huésped a desprenderse de la vestimenta, dicho sea parafraseando a Brunel (ver Alfredo Alvar, obra citada, p. 124)
España fue célebre durante largos siglos entre los viajeros por su descomunal falta de hospitalidad. El caso de España, aun siendo extremo si lo comparamos por ejemplo con Francia durante los mismos siglos, no refleja sino una situación generalizada que, con sus más y sus menos, se caracterizaba por la escasez, la ruindad y los precios abusivos.
La oferta de servicios de alojamiento de calidad en las ciudades europeas del siglo XVI estaba atendida por el alquiler de residencias palaciegas. Stendhal cuenta en Crónicas italianas que el príncipe Paolo Orsini decidió pasar una larga estancia en los baños de Albano, cerca de Padua, entonces dependiente de la República de Venecia, con la que la casa Orsini estaba unida por servicios recíprocos. Para ello, alquiló tres palacios: uno en Venecia, el palacio Dandolo, en la calle de la Zecca; el segundo en Padua, el palacio Foscarini, sito en la bellísima plaza denominada de la Arena; el tercero lo eligió en Salo, junto a la deliciosa orilla del lago de Garda. Este último había pertenecido antiguamente a la familia Sforza Pallavicini. Pero también había mesones que daban servicios de hospitalidad pagados por persona y día, algunos de calidad alta. Pondré como ejemplo los que cita el autor anónimo de Viaje de Turquía: Dos mesones tiene (Milán) insignes, adonde cualquier príncipe se puede aposentar que los llaman osterías: la del Falcón y la de los Tres Reyes. Eran establecimientos que integraban el alojamiento y la refacción, dos servicios hospitalarios que habitualmente se vienen prestando conjuntamente por un precio global. En el caso de los mesones citados, la comida y la pernoctación por persona y día incluida la estabulación y el pienso de la cabalgadura era a mediados del siglo XVI de cuatro reales y medio. Pedro de Urdemalas nos informa, además de que: No paga más el señor que el particular porque no le dan más sea quienquiera ni hay más que le dar. En cada (mesón) hay un escribano que tiene bien en que entender en tomar dineros y asentar el día y hora en que vino (el huésped). Y ansí allí como en toda Francia bien podéis descuidaros del caballo, que os le darán todo recado y os le limpiarán y no harán la menor traición del mundo. Por allá no hay paja sino heno, ni cebada sino avena.
Especial interés tienen los datos que siguen sobre el personal al servicio de un mesón de cierto nivel hace cuatro siglos y medio: Tiene seis criados de caballeriza que en ninguna otra cosa entienden sino en dar de comer al caballo, y otros tantos de mesa que sirvan, y otros tantos cocineros, y otros tantos despenseros. El dueño del mesón retribuía al personal en especie dándoles la comida. Los trabajadores obtenían un complemento monetario por la “buena andada”, es decir, que por los servicios que hacen a los huéspedes, quien les da un cuarto y quien una tarja, y habiendo tanto concurso de huéspedes es mucho, cada día tocaba 50 escudos uno con otro, que es gran cosa. (ob. cit. pp. 607 a 609)
Esta forma de remunerar el trabajo del personal al servicio de los establecimientos de hospitalidad aun sigue en vigor en algunos países.
Durante el largo periodo de tiempo comprendido entre la decadencia del Imperio Romano y el Renacimiento, quienes necesitaban servicios de hospitalidad en Europa tenían que recurrir a sus amigos o a los monasterios. Como dice el sociólogo alemán Hans-Joachin Knebel (Ver su obra Sociología del turismo. Cambios estructurales en el turismo moderno, traducción al castellano de J. M. Núñez Espallargas, Editorial Hispano Europea, Barcelona, 1974. La obra original es Soziologische strukturwandlungen in modernen Tourismus, Ferdinand Enke Verlag, Stuttgart, 1960): Cada uno solicitaba u ofrecía el derecho de hospitalidad a los de su mismo rango. El aprendiz de un determinado oficio pernoctaba con los maestros de su gremio, el estudiante con sus conmilitones o profesores, el comerciante en las casas o patios de sus colegas mercaderes. Los primeros alojamientos abiertos a todas las clases sociales fueron los de las instituciones benéficas de los monasterios que servían de albergues de peregrinos, aunque con el tiempo predominaron cada vez más los motivos económicos en su apertura.
La baja demanda de servicios de hospitalidad existente durante la Edad Media era atendida por la oferta de instituciones sin fines de lucro. La demanda no justificaba la apertura de establecimientos privados dedicados a ofrecer servicios de hospitalidad. Los pocos que había eran de pésima calidad, como ya hemos dicho. El progresivo aumento de la demanda que trajo consigo la reactivación de la economía que siguió a los grandes descubrimientos del siglo XVI, provocó un creciente interés por parte de la iniciativa privada. Surgieron ventas y posadas en las rutas más concurridas, que fueron también las que recibieron las primeras atenciones para mejorarlas por parte de los gobernantes. Según Werner Sombart (1922), al aumentar el tráfico en los caminos reales europeos, se inició el desarrollo de una red relativamente densa de albergues, posadas y hoteles en pequeñas y grandes ciudades. Las más famosas eran las llamadas posadas de postas, establecimientos que ofrecían a los pasajeros de diligencias, a los caminantes y a los caballeros servicios de descanso, refrigerio, pernoctación y comida, así como alquiler o cambio de montura y estabulación y pienso para los caballos. Hasta el siglo XVIII no se ponen las bases en Europa para el desarrollo del moderno negocio de la hospedería comercial (Ver H. J- Knebel, ob. cit. La cita de Sombart hecha por Knebel está tomada de la obra Der moderne Kapitalismus, Munichs – Leipzig, 1922, vol. II, p. 271).
Las hospederías europeas de los siglos XVII y XVIII diferían sustancialmente de las de tipo han, existentes desde siglos atrás en las ciudades asiáticas. En Europa no había hospederías estatales con servicios integrados. Abundaban, por el contrario, las hospederías en viviendas familiares, improvisadas y de reducida capacidad, de propiedad y gestión privada, atendidas por el posadero y su familia, sin preparación alguna para el servicio. Las habitaciones eran, por regla general, compartidas por varias personas. No había cuarto de baño ni retretes. Desde mediados del siglo XX proliferan de nuevo en los países europeos los servicios de alojamiento de este tipo no profesional adoptando denominaciones muy variadas (bed and brekfast y cottage en Inglaterra, maisons ruraux en Francia, ecotourism en USA, casas de aldea o de turismo rural en España, agriturismo en Italia etc., como respuesta al interés mostrado por los residentes en grandes ciudades por la llamada cultura rural, en fase de profunda reestructuración desde la segunda guerra mundial. Los caminos europeos tenían casas de postas en las que hacían escala las diligencias y en las ciudades empezaron a abundar las posadas desde mediados del siglo XVIII. El escritor francés Gustave Flaubert realizó en 1847 un viaje por la Bretaña acompañado de su íntimo amigo Maxim du Champ. En su obra Viaje a Bretaña, Flaubert, todavía en plena fase romántica (tenía menos de veinte años cuando hizo este viaje), describe con nostalgia las viejas posadas europeas: Nosotros soñamos con aquellas noches en posadas antiguas, con las confusiones de camas, el soplo de las velas en los pasillos, el alboroto de las sirvientas, el posadero diciendo juramentos, la posadera gritando. Es la misma sensibilidad que hoy tiene el urbanita frente a los establecimientos que se abren en pequeñas aldeas y en granjas campesinas.
Las posadas inglesas (inns) aparecen a fines del siglo XVII. Eran establecimientos comerciales dedicados a prestar servicios de hospedaje (alojamiento y refacción) a los forasteros y supusieron un notable avance. Ofrecían habitaciones individuales, lo que en su día fue una valiosísima aportación, y que, al generalizarse, marcaron el umbral de calidad. El término inn se usa en Inglaterra para formar las expresiones inns of Courts (edificios londinenses propiedad de las cuatro sociedades que detentaban los derechos de admisión de quienes aspiraban a ejercer la abogacía) y inns of Chancery (también edificios londinenses que se utilizaban como residencia de los estudiantes de derecho gestionados por sociedades autorizadas). En ambos casos se trataba de la hospedería integrada en instituciones relacionadas con la enseñanza, similares a los internados docentes y a los llamados en España Colegios Mayores. Las posadas inglesas constituyen el más avanzado modelo de la época artesanal de la hospedería y un precedente del modelo hôtel que se desarrolló en Francia a fines del siglo XVIII, el que marcó el nacimiento de la hotelería del siglo XIX, imitado hasta la saciedad desde entonces en todos los países del mundo, convertido en arquetipo universal.
Nunca el hotel se limitó a dar servicios de alojamiento. Lo habitual ha sido siempre que integre la prestación de servicios de refacción y otros servicios. En el siglo XIX ya integraba servicios de lavado de ropa, salas de lectura, peluquería, comercio especializado, instalaciones deportivas, salas de reuniones, congresos y exposiciones. El hotel es un tipo de establecimiento que, aunque ha conservado su nombre primitivo, es desde hace tiempo una empresa integrada de numerosos y variopintos servicios ofrecidos tanto a los forasteros como a los residentes.
La revolución industrial alteró la economía mundial y generó una trepidante movilidad al intensificarse las relaciones comerciales entre diferentes países, sobre todo europeos y norteamericanos. Eran todavía los años de la diligencia y las casas de postas, de los mesones camineros y las ventas pensadas para facilitar los largos viajes a través de regiones poco pobladas, pero también el inicio de profundos cambios en la prestación de servicios hospitalarios. Los nuevos alojamientos se inspiraban, en parte, en el modelo inglés de las inns, y estaban localizados con frecuencia en ciudades portuarias, al servicio de las necesidades surgidas por el desarrollo del transporte marítimo. Destacaba en estos tiempos el Hotel Dessein, en Calais, que contaba con grandes salones, oficinas, jardines y tiendas de artículos de lujo. Con respecto al modelo anterior, el alojamiento moderno dejó de estar integrado o inspirado en modestas viviendas familiares urbanas y adoptó el modelo de los lujosos palacios de la aristocracia francesa. Hôtel es el nombre que se da en Francia a mansiones de lujo. Hôtel de Ville se llama en Francia a la Casa Consistorial. La Revolución Francesa había provocado la huida de los aristócratas y el abandono de sus mansiones. La burguesía emprendedora no tardó en adquirirlos para dedicarlos a vivienda propia, si podía, o a la prestación de servicios hospitalarios de lujo, orientados precisamente a la realeza, a la aristocracia residual y a la alta burguesía emergente. El término hotel se universalizó, perdió su significado original y quedó reservado para designar un hospedaje de lujo.
Según Gerold Meyer (ver Geografía de la Confederación Helvética, Zurich, hacia 1838 – 39. Cit. por Knebel, ob. cit.), hacia la década de los treinta del siglo XIX, había en Suiza solo 459 pensiones y posadas con servicio decoroso. Entre la crisis de 1874 y la segunda década del siglo XX, se asiste en Europa al primer “boom” de la industria hotelera, animado por la febril expansión de las inversiones en el transporte ferroviario, a las que me referí en el capítulo I. André Siegfried (ver Ver Aspectes du XXe Siècle. Hachette. París, 1955. Cap. V: L´âge du tourisme, p. 107), que distingue tres etapas o periodos en el desarrollo de la industria de servicios de hospitalidad: el artesano, el mecanizado y el administrativo, afirma que el primero no queda cerrado hasta bien entrado el siglo XX. Como ya he dicho, el hotel es una innovación francesa. Adoptó el mismo nombre que tenían los palacetes de la aristocracia en los alrededores de París y otras ciudades. Pero además del nombre se imitó el estilo de los lujosos hoteles de la nobleza, así como su habitual servidumbre (cocineros, camareros, doncellas, cocheros, etc.). El diccionario de Manuel Amador, editado por Sopena, Barcelona, 1964, da como significado del término francés hotel palacio, morada suntuosa de un personaje de distinción. Con este significado se utilizaba el término como galicismo en España para referirse a una vivienda aislada y de lujo. Al generalizarse su uso para designar un establecimiento comercial dedicado a la prestación de servicios de alojamiento y refacción, en vez de hotel para referirse a una vivienda aislada se prefirió usar el diminutivo “hotelito”, ahora con el significado de vivienda de clase media. La invención, que revolucionó la prestación de servicios de hospitalidad, se originó en la segunda mitad del siglo XIX. Su desarrollo es concomitante con la expansión del ferrocarril, en cuyos servicios se apoya.
El suizo Edmond Guyer – Freuler, experto en administración y gestión hotelera, publicó en 1874 la obra Das Hotelwesen der Gegenwart, en la que afirma que un hotel es la forma de prestación de servicios de alojamiento (…) ejecutada con personal adiestrado y en edificios especiales dotados de instalaciones adecuadas. Fueron los empresarios hoteleros ingleses los que optaron por ofrecer sus servicios en edificios proyectados expresamente para este fin mientras los países del continente seguían aferrados a la restauración de antiguos palacios. El método terminó por imponerse. Desde entonces casi todos los hoteles son objeto de proyectos arquitectónicos ad hoc en la línea que recoge la cita de Guyer – Freuler. De esta forma pudieron incorporar espacios e instalaciones no habituales junto a los servicios básicos y clásicos de refacción y alojamiento (salones, biblioteca, jardines, espectáculos y tiendas, entre otros)
Como ya he dicho, los servicios de alojamiento eran prestados hasta entonces por personal sin adiestrar y en instalaciones improvisadas. Con la aparición del hotel se entra en una etapa caracterizada por la prestación de servicios de refacción y alojamiento a través de modernas empresas mercantiles, en las que continuamente se integran y ofrecen nuevos servicios mercantiles a los huéspedes. Aunque en los primeros momentos muchos de ellos siguieron en manos familiares, pronto pasaron a las de poderosas y dinámicas sociedades por acciones, muchas de ellas de carácter transnacional. La etapa artesana a la que se refiere Siegfried dio paso a la aparición de la moderna fórmula hotelera. Los empresarios de estos establecimientos se dirigieron con ellos a la burguesía acomodada que surge en Europa gracias a la primera revolución industrial, cuyos miembros ansiaban distinguirse imitando las costumbres y el nivel de vida de la aristocracia. Sin embargo, los primeros hoteles tenían todavía serias deficiencias si los comparamos con los actuales. Los hoteles, alojamientos de lujo, reflejaron el concepto del lujo imperante en la época.
En la primera generación hotelera destacan el Great Western Hotel, en las proximidades de la estación de Paddington, el Great Northern Hotel, en la terminal ferroviaria de King Croos, y el Grosvenor Hotel, cerca de la estación Victoria, todos ellos abiertos a mediados del siglo XIX en Londres. Los primeros hoteles estaban orientados, en general, a un tipo de clientela muy concreto, el viajero de paso. Los hoteles para clientes que buscaban estancias de cierta duración se inspiraron en las hospederías de los balnearios de aguas termales, pronto dotadas de las comodidades propias del modelo hotelero.A fines del siglo XIX, era ya frecuente encontrar hoteles de este tipo en algunos países europeos y norteamericanos. El ya citado André Siegfried se refiere a ellos en Aspectes du XXe Siècle (Hachette, París, 1955) como establecimientos con espaciosas habitaciones, iluminados con velas, con estufas o chimeneas, sin agua corriente ni cuarto de baño, tan solo alguna jofaina y cubos en los que se echaba el agua usada, dice Siegfried, que añade que los ingleses, pioneros de la higiene personal que practicaban ya en el siglo XIX, llevaban con ellos sus bañeras (las había de goma plegables); el Príncipe de Gales, el futuro Eduardo VII, ¡hacía traer de fuera una bañera!. Los clientes no se quejaban de un confort rudimentario y no se extrañaban que no hubiera agua corriente, algo que ya era indispensable para los americanos. Era la sociedad victoriana la que marcaba el tono (ob. cit. pp. 108 y 109). En el comedor había una gran mesa redonda de uso colectivo (table d´hôtel en francés). También tenían biblioteca y salón social.
Siegfried se refiere a los comentarios que Alphonse Daudet hace en Tartarin sur les Alpes sobre el famoso hotel Righi – Kulm, especializado en clientela de alpinistas, con un comedor con capacidad para seiscientos comensales, una inmensa table d’hôtel y un salón de lectura con divanes circulares.
Las compañías ferroviarias incorporaron desde muy pronto dos tipos de vagones especiales a los grandes expresos: el coche restaurante y el coche cama. Los primeros en ofrecer estos servicios fueron los empresarios norteamericanos quienes, en 1867, fundaron la “Pullman´s Palace Car Company”, empresa que, en el llamado vagón señorial proporcionaba a los pasajeros habitaciones privadas para dormir, comer o entretenerse durante los largos desplazamientos. La fórmula fue imitada en 1872 por los alemanes y, en 1876, por los belgas, que, en dicho año, crearon la Compagnie International des Wagons – Lits. El llamado hotel sobre ruedas de las compañías ferroviarias alemanas fue completado en 1880 con un vagón comedor que entró en servicio en 1896. En 1916 se fusionaron las compañías alemanas de coches - cama y coches -comedor en la empresa “Mitropa”, precedente de la Deutsche Schlafwagen und Speisewagen Geselschaft de Alemania.
Las empresas de transporte trasatlántico de pasajeros fueron las primeras ofrecer a bordo servicios de refacción y pernoctación. Muchas de ellas incorporaron servicios hoteleros con el lujo de los hoteles más lujosos, como muestra el ejemplo del Titanic, el más moderno, lujoso y seguro trasatlántico de su época, que tuvo la desgracia de naufragar en su primer viaje (1912)
Ya me he referido a los hoteles “términus” de mediados del siglo XIX y a los hoteles integrados en los balnearios de aguas termales o medicinales, encargados de atender la pensión alimenticia, la pernoctación y el entretenimiento de los agüistas. Knebel (ob. cit.) se refiere a la existencia de tres tipos de balnearios, los de aguas medicinales, los de mar y los de curas de aire. Todos ellos se asociaron para la defensa de sus intereses y dedicaron recursos a la investigación científica para luchar contra la creciente competencia en 1910. El hotel de los balnearios solo se distingue del de las ciudades por la estancia más prolongada de sus visitantes y por no estar tan directamente condicionado al tránsito de la estación del ferrocarril. Como hotel de primera categoría tenía clientes pertenecientes a una capa social que no podía permitirse descender a hospedarse en establecimientos de segunda clase, (razón por la que) estos hoteles (llegaron) al borde de la quiebra tras la Primera Guerra Mundial. La crisis de los hoteles de balneario dio paso a lo que Knebel llama un nuevo estilo de hotel, el hotel deportivo, moderno y pequeño hotel con todas las comodidades que suplantó casi en todas partes al del antiguo balneario. Nos encontramos así ante una evolución que amenazaba al gran hotel de las ciudades y que, en cambio, favorecía a la pequeña y olvidada pensión, caracterizada no por las actividades sino por la calma y la atmósfera personal.
La culminación de la primera generación hotelera corrió a cargo de la aportación realizada por un empresario suizo innovador, César Ritz (1850 - 1918). El primer hotel que llevó su apellido abrió sus puertas en la Place Vendôme de París, en 1898. En pocos años, la empresa se convirtió en una cadena de hoteles de gran lujo con establecimientos en las principales ciudades del mundo. Alfred Siegfried (ob. cit.) cuenta que César Ritz se familiarizó en el hotel Splendide con los problemas típicos de los hoteles de lujo ¿Por qué no hay aquí agua helada ni cuarto de baño?, dijo delante de él un americano, y la observación fructificó en la fértil imaginación de este mâitre de hotel nato. En 1874, Ritz era mâitre de hotel en el Righi – Kulm, en los Alpes suizos, donde conoció al famoso animador hotelero suizo, el coronel Pfyffer d’Altishofen, el fundador del Gran Hotel Nacional de Lucerna, de reputación europea. Se dice que D’Altishofen oyó contar lo que sucedió con motivo de la avería de la calefacción poco antes de que llegara al hotel un grupo de cuarenta americanos muy ricos. La ingeniosa solución que Ritz dio al problema hizo que D’Altishofen le confiara la dirección del Hotel Lucerna, lo que constituyó el inicio de una fulgurante carrera. No solo como mâitre de hotel sino también como organizador, creativo y animador de los más grandes establecimientos de lujo de la época, Ritz renovó totalmente la industria hotelera. Trabajó en el National de Lucerna, el Roches- Noires de Trouville, el Grand Hotel de Baden – Baden, el Frankfurter – Hof, las Termas de Salso – Maggiores, la Villa – Hygeia de Palermo, el August – Victoria de Wisbaden, el Iles Britaniques de Menton… Fue en Inglaterra donde ocupó el puesto más importante de su carrera. Invitado por el propietario a dirigir el restaurante, Ritz llegó a ser su director en 1889, puesto en el que permaneció hasta 1898. Por iniciativa de Ritz se construyeron los hoteles Carlton de Londres y Ritz de París con capital inglés. Como culminación de su extraordinaria carrera se construyeron bajo su dirección hoteles Ritz por todas partes, en Madrid, en El Cairo, en Johannesburgo
Los hoteles de lujo de principios del siglo XX no eran como los actuales. A pesar de que se tenían por hoteles de lujo, no todas las habitaciones tenían cuarto de baño privado, un servicio que pasó a constituir años más tarde el umbral de calidad hotelera inexcusable. Un hotel Ritz se convirtió en sinónimo de establecimiento de gran lujo en el que uno puede alojarse con los ojos cerrados porque la marca es indiscutida, comentaba Siegfried, quien pudo haber resaltado la novedad que supuso la aparición de una oferta de servicios de hospitalidad con “marca” comercial, a imitación de las ramas de producción transformadoras. Los hoteles dejaron de ser exclusivamente establecimientos limitados a la producción de servicios de hospitalidad para iniciar o si se quiere retomar la integración de otras líneas productivas en el mismo establecimiento (atracciones, distracciones, congresos, juegos, tiendas, excursiones, espectáculos, deportes, enseñanza, ferias, exposiciones….) Después de la revolución de Ritz, un hotel es, decididamente, un establecimiento donde, además de comer, beber, dormir y descansar, es posible reunirse, hacer amistades, comprar objetos de lujo, practicar deportes y tener reuniones científicas y de negocios, entre otras muchas actividades.
Durante los primeros años del siglo XX se construyeron en muchas ciudades europeas y americanas numerosos grandes hoteles. Ya he hablado del Hotel Ritz de Madrid. A principios de siglo, cuando el rey Alfonso XIII contrajo matrimonio, la ciudad carecía de hoteles adecuados para ofrecer hospedaje a personalidades de alto rango. Fue la constatación de esta carencia lo que llevó a la construcción del Hotel Ritz en una parcela de más de trece mil metros cuadrados, junto al Museo del Prado, con el apoyo directo del rey. El proyecto se encargó al arquitecto británico Charles Newes, que ya había proyectado otros hoteles Ritz en Londres y París. Newes estuvo directamente asesorado por César Ritz. El Ritz de Madrid es, sin duda, un hotel maravilloso hecho por un hotelero para un hotelero. Las obras duraron 15 meses y el día 2 de octubre de 1910 se inauguró con la presencia de los reyes. Tenía 180 habitaciones y al menos un cuarto de baño y una cabina telefónica en cada piso.
El mismo año de la inauguración del Ritz se tomó la decisión de construir un nuevo hotel de lujo en Madrid, el Hotel Palace. El proyecto lo hizo el arquitecto Ferrés, ganador del concurso convocado por la Oficina Técnica del Palace de Bruselas. León Monneyer y los ingenieros de la Empresa Marquet modernizaron el proyecto e incluyeron un jardín de verano y otro de invierno. Las obras se encargaron a la casa Monneyers et Fils. El hotel quedó terminado en 15 meses y se inauguró en 1912.
La segunda revolución hotelera tuvo lugar en los Estados Unidos hacia la tercera década del siglo XX. Se inicia con ella la época de las grandes firmas transnacionales y alcanza su apogeo el uso de marcas. Los hoteles norteamericanos siguieron la pauta inglesa de elaborar un proyecto específico y, a diferencia de los hoteles continentales europeos, fueron siempre de gran tamaño. Los hoteles siguieron sin limitarse a la prestación de servicios hospitalarios. El hotel americano añade al alojamiento cuatro refacciones diarias incluidas en el precio. Este sistema tarifario es mundialmente conocido como AP, las iniciales de la expresión “American Pension”. Se orientaron también a la demanda de residencia permanente de residentes y se especializaron en alta restauración, celebración de fiestas de sociedad y de empresa, sin olvidar la importante función de lugar de encuentro que muchos hoteles emblemáticos cumplen en las ciudades. El hotel es un centro destacado de la vida social en muchas ciudades norteamericanas.

Los hoteles americanos se caracterizaron también desde muy pronto por las llamadas “suites”, apartamentos de dos o más habitaciones con baño pero sin cocina para huéspedes fijos o de largas estancias. Muchos industriales, profesionales, políticos, escritores y actores de gran éxito optan en Estados Unidos por vivir permanentemente o durante largas temporadas en un hotel. El hotel de la ciudad de Richmond, Virginia, puede que fuera el primero que adoptó este modelo, a fines del siglo XVIII. Un siglo más tarde, la ciudad de Nueva York, en la que existen grandes hoteles que pueden ofrecer hasta 400 habitaciones, podía alojar 200.000 transeúntes y 100.000 estables, según N. Pevsner (ver A History of Building Tipes. Princenton University Press, New Jersey, 1970) quienes estén interesados por el proceso hotelero neoyorquino pueden consultar la obra de Batteberry On the Town in New York. Las aportaciones norteamericanas a la moderna hotelería son numerosas, y hoy por hoy, universalizadas, tanto en materia de diseño arquitectónico como en el campo de la gestión. Los hoteles de los Estados Unidos marcan desde hace más de un siglo las pautas a seguir en esta industria. La marca Westin se creó en 1930 en Estados Unidos. En 1946 introdujo el pago con tarjeta de crédito, fue la primera empresa hotelera que instauró el servicio de habitaciones durante las 24 horas del día y el servicio telefónico de buzón de voz.
A principios de 1947, la escritora francesa Simone de Beauvoir estuvo en Estados Unidos invitada por numerosas universidades. Beauvoir reconoció en 1954 que el suyo fue un viaje de placer, según cuenta en América día a día. Diario de viaje (Mondadori, Barcelona, 1999) Su estancia en USA fue de cuatro meses. Tuvo, pues, tiempo de conocer numerosos estados y muchas ciudades, pero, sobre todo, Nueva York y Los Angeles. Sus comentarios sobre los hoteles americanos son especialmente significativos: En Nueva York el exotismo del lobby hotelero me aturde. Expendiduría de periódicos y puros, Western Union, salón de peluquería, writing –room con taquígrafos y mecanógrafos escribiendo al dictado de clientes: club, sala de espera, gran almacén, todo a la vez. Para Chicago, treinta y seis horas son pocas. Me han hecho reservar una habitación en Palmer House: bar, cafetería, lunch – room, salón rojo, salón victoriano, orquesta cíngara, orquesta mexicana, flores, caramelos, todo tipo de tiendas, agencias de viajes, compañías aéreas, una ciudad en toda regla con sus barrios residenciales, sus tranquilas avenidas y su bullicioso centro comercial, se respira con dificultad en un lobby donde reinan un calor agobiante y un denso olor a dólares.
Simone también incluye en su libro opiniones sobre otros modelos hoteleros, los que hoy llama una editorial madrileña con encanto. Circulando por la carretera de Los Ángeles a San Francisco en el automóvil conducido por su anfitriona comenta: De tarde en tarde un hostal; todos son pintorescos, construidos al estilo western con tronos de madera; a veces tienen letreros con viejas carretas de emigrantes con toldo verde como insignias distintivas. Paramos en un hostal donde servirían una comida refinada como si estuviéramos en Francia; tienen una chimenea grande, bancos de madera, ventanas de cristales cuadrados, vigas en el techo.
A mediados del siglo XX tampoco faltaban en Estados Unidos los lugares de acampada. Simone anota en su diario con referencia al viaje a San Francisco: Dejamos la carretera general, bajamos hacia el valle por un camino angosto, sinuoso, lleno de baches. En un rincón a la sombra de un río, hay un terreno para acampar listo para el turismo; mesas, bancos, hogares para encender fuego, trapecios y columpios, solo hay que plantar las tiendas de campaña. se accede en coche, desde luego; las distancias son demasiado grandes como para venir a pie o en bicicleta. se acampa sin problemas en trailers. Son auténticas casas con ruedas provistas de todas las comodidades americanas
En cuanto a los hoteles de lujo, a los rurales y a las zonas de acampada, en los comentarios de Simone sorprende que haya transcurrido medio siglo porque la descripción de la oferta de servicios hospitalarios está a la altura de nuestros días en Europa. En la actualidad, los hoteles norteamericanos, urbanos o rurales, siguen detentando el sello indiscutido de la calidad y la innovación continua. Antes he hablado de la marca hotelera Westin. La marca es propiedad del grupo norteamericano Starwood Hotels and Resorts, propietario de cinco marcas más. El grupo facturó en 1999 más de 3.500 millones de euros, posee 716 establecimientos en 80 países, en los que ofrece 217.651 habitaciones servidas por 12.000 empleados, dos personas por habitación, lo que refleja el alto nivel de sus prestaciones.
Con empresas hoteleras de este tipo se asiste al nacimiento de la hotelería de tercera generación a mediados del siglo XX que, de nuevo, lleva el sello indiscutible de Norteamérica. Aunque conservan el nombre de hotel, los establecimientos actuales han llevado hasta tal punto la técnica de la integración de servicios que, como reconocía Simone de Beauvoir en 1947, más que hoteles son remedos de ciudades. Basta para comprobarlo la contemplación de un hotel de gran lujo en Las Vegas: además de alojamiento y refacción y todos los servicios que han ido integrando a lo largo de su no demasiado larga historia (piscinas, pádel, salas de congresos, tiendas de todo tipo agencias de viajes, servicios bancarios, medios de transporte, etc.), los clientes tienen a su disposición, entre otras prestaciones, casinos, máquinas tragaperras, parques temáticos, museos, exposiciones, conciertos de música, servicio de fax, acceso a Internet, etc. Pero no quedan aquí las cosas: El Hotel Bellagio de Las Vegas, inaugurado en 1998, ofrece a sus clientes la recreación de la región italiana de su mismo nombre, mientras el Hotel Luxor, también de Las Vegas, cuenta con una reproducción de la tumba del faraón egipcio Tutankamón. Aprovecho la ocasión para comentar lo incorrecto que es afirmar, como hacen los turisperitos, que llaman turismo a ciertos hoteles, lugares y monumentos, que el turismo es inexportable.
Por su parte, los restaurantes experimentaron una evolución similar. Simone de Beauvoir describe así un restaurante de lujo en California: En una sala hay una exposición de joyas hawaianas, collares de conchas, guirnaldas de flores y semillas de colores suaves. Nunca he visto un restaurante tan encantador; es tan bonito como el palacio de los espejismos del museo Grèvin. Invernaderos con plantas exuberantes, acuarios, pajareras con aves de color mariposa revoloteando y bañadas por una inquietante luz submarina; las mesas son veladores de cristal que reflejan la paja brillante que reviste el techo; los pilares en forma de prisma tienen espejos con facetas que multiplican el espacio infinito. Cenamos en una cabaña, al fondo de un lago, en un bosque, en mitad de un diamante negro. La comida nos traslada de forma inesperada a China. Los platos no tienen esa presentación demasiado vistosa que en América, a menudo, disuade el paladar más dispuesto: al contrario, entran por los ojos estimulando los jugos gástricos; y si la cocina francesa es “reflexiva”, según la expresión acuñada por Colette, ésta parece fruto de una meditación milenaria.
Pero la oferta gastronómica se había diversificado ya extraordinariamente en Estados Unidos, el país que ha aportado las cadenas multinacionales de comida rápida. Sobre este punto puede verse la obra de George Ritzer: The McDonalization Thesis: Explorations and Extensions, Sage, Londres, 1998. Hoy es frecuente encontrar cadenas de restaurantes temáticos que ofrecen impresionantes exhibiciones, incluso de cocina (cooking show) junto con el servicio de comida y bebida. La comida ha pasado a ser en muchas ocasiones algo perfectamente secundario. Antes que la comida, los clientes valoraran en ellos el tamaño, la animación, la decoración, la diversión y el exotismo.
Ejemplos de estos modernos restaurantes son el Hard Rock Café, con espectáculos sobre el mundo de la música del rock, el Planet Hollywood, sobre el mundo del cine, o el Rainforest Café, donde se exhiben cascadas, lluvias y tormentas tropicales, con su aparato eléctrico incluido, pájaros tropicales vivos de los bosques nubosos, árboles, mariposas y hasta cocodrilos. Y, junto a todo ello, siempre es posible encontrar una tienda donde se venden productos con el logotipo de la marca de la cadena trasnacional (los llamados merchandising)
Ni que decir tiene que la hotelería que antaño llevaban a bordo los grandes transatlánticos es posible encontrarla hoy en los lujosos cruceros de recreo, habida cuenta de que el transporte marítimo de pasajeros de largo recorrido hace tiempo que desapareció prácticamente del mercado. Hoy los grandes cruceros no son solo simples aunque lujosos medios de transporte. Ni siquiera lo son en primer lugar. Son, sobre todo, grandes ciudades flotantes con todo lo que puede tener una gran ciudad moderna para atender cada una de las necesidades de sus pasajeros, con la diferencia a favor de los cruceros de que éstos se desplazan de una ciudad convencional a otra cambiando de clima y de paisaje, mientras los pasajeros tienen la oportunidad de elegir el tipo de diversión que más les guste y de adquirir a bordo múltiples bienes y servicios de cualquier procedencia.
Las compañías de transporte aéreo también incorporan servicios de refacción y de bar en sus vuelos, servicios que primero solo se prestaban a los pasajeros de primera clase pero que no hace mucho se han extendido a los de clase económica, obviamente incluidos en el precio del pasaje. Las empresas de transporte aéreo integran, además, audiciones musicales, salas de proyección de películas, venta de diversos productos y, últimamente, servicios de telecomunicaciones a bordo.
Y ya que he llegado a los servicios de hospitalidad a bordo de aeronaves no debo dejar pasar la oportunidad para referirnos a los que inevitablemente incorporan los cohetes y las lanzaderas utilizados en la conquista del espacio. Robert Jastron, director durante varios años del Instituto Goddard de Estudios Espaciales de la NASA, la agencia espacial norteamericana, hace este insinuante comentario sobre las cosmonaves que un día podrían salvar a la especie humana de la extinción provocada por el apocalipsis de la lejana pero segura muerte del Sol llevando a bordo grupos de humanos hasta cuerpos celestes con más esperanza de vida: Con el actual nivel de progreso en la tecnología de cohetes, en unos pocos cientos de años, seríamos capaces de construir barcazas espaciales gigantes del tamaño del Queen Mary, que serían autosuficientes y podrían conservar la vida por un periodo de tiempo indefinido. Estas barcazas serían “Tierras” en miniatura que cultivarían sus propios alimentos y transportarían con ellas la cultura de la civilización de sus antepasados. Nacerían allí generaciones que se desarrollarían y morirían en el camino hacia una estrella distante (Robert Jastrow: La exploración del espacio. RBA, Barcelona, 1993, p.178) Estas barcazas cósmicas serían el colmo de la integración de servicios de transporte con los de hospitalidad autosuficiente. Jastrow se refiere a un desplazamiento emigratorio, no a un desplazamiento circular. Pero no hay descartar, puestos a hacer ciencia ficción, que un vehículo de tal naturaleza no pueda ser utilizado también para hacer viajes interplanetarios circulares que satisfagan alguna necesidad que compense los astronómicos costes a pagar.
Volviendo a los servicios de hospitalidad ofrecidos en instalaciones inmuebles, podemos citar ahora los albergues juveniles y las residencias de ancianos. Los albergues juveniles son instalaciones dedicadas a prestar servicios de alojamiento y refacción a bajos precios aunque acogidos a las normas establecidas por la International Youth Hostel Federation. El primer albergue juvenil para estudiantes y escolares se fundó en 1884 en el Imperio Austrohúngaro. K. Fischer, el fundador del movimiento juvenil conocido como Wandervögel (pájaros emigrantes), propició en 1896 el desarrollo de una red de albergues de gran sencillez para poder pasar la noche durante las excursiones educativas de varias etapas realizadas por escolares al cuidado de sus monitores o maestros. En 1909, el maestro de la escuela in der Nette de Altena, R. Schirrmann, propuso el método peripatético de enseñanza, consistente en ir de pueblo en pueblo, y de monte en monte, estudiando a la vista de escenarios reales, un método que obviamente se apoyaba en una red de albergues juveniles. Estamos en presencia del movimiento juvenil, conocido en España como ajismo, de albergue y juvenil. Los albergues juveniles responden a los siguientes criterios:
- dormitorios colectivos separados por sexos
- adecuadas condiciones sanitarias
- sala de reuniones multiuso
- cocina para que cada grupo prepare su comida
- almacén de equipajes
- local para bicicletas, en su caso
Como los hoteles, también los albergues juveniles son de dos tipos: de paso o tránsito y de estancias prolongadas de varios días.
Similar al albergue, aunque con ciertas diferencias, es el llamado campismo. Las instalaciones de pernoctación son en este caso tiendas de lona o de otros materiales livianos, aunque han de contar también con otras instalaciones colectivas, en general parecidas a las de los albergues (salón, cocina, fregaderos, lavabos, comedores, etc.) y con los mismos fines. El movimiento campista se inició en Europa a fines del siglo XIX. El campismo, en los Estados Unidos, un país en el que nació y vivió Henry David Thoreau. Simone de Beauvoir se refiere en la obra ya citada a su visita al estanque de Walden, en cuyas orillas vivió Henry David Thoreau durante dos años y dos meses. Con su experiencia, Thoreau trataba de conocer la resistencia del ser humano a la soledad más absoluta, viviendo como un animal más entre otros animales y en plena naturaleza. Desde Walden se encaminó Simone hasta Concord (Massachusetts), el lugar donde nació (en 1817) y vivió Thoreau la mayor parte de su vida. Concord, una de las cunas de la independencia americana, ha logrado conservar los “viejos puestos del siglo XVIII con sus enseñas y sus comestibles de bonitos colores” (p 299 de la obra citada). Pero no es esto lo más importante.
Concord añade a todo ello haber conseguido ser el lugar donde vivieron otros personajes de la historia de América como Emerson y Nathaniel Hawtorne. Sin embargo, el elemento incentivador por excelencia de Concord no es otro que ser la cuna de Thoreau. Existe en la ciudad la Asociación Thoreau, que cuenta con numerosos asociados de diferentes lugares de América. La asociación organiza anualmente un banquete y se hace cargo del campamento y de la publicación de los trabajos relacionados con la vida y el pensamiento de Thoreau, conocido como el San Francisco de Asís de América por su amor a la naturaleza. Hoy se le tiene como pionero del ecologismo y de la vida en libertad.
En 1861 se fundó en Estados Unidos el primer campamento para muchachos y en 1885 el primer campamento para muchachas. La aparición de la bicicleta fomentó el campismo en numerosos países. En 1901 se creó en Gran Bretaña el llamado Ciclo – Camping y en 1907 los clubes de campismo de Inglaterra y de Irlanda, los países europeos que se consideran pioneros de la afición a pasar estancias pasajeras al aire libre. En este mismo año surgió el movimiento scout en Inglaterra. Su creador fue Lord Baden Powel, quien en el verano del año citado dirigió un primer campamento de 24 niños. Este fue el origen de un movimiento juvenil que se ha extendido por todo el mundo.
La práctica del campismo se benefició sensiblemente de los materiales con los que se hicieron las tiendas para los desplazamientos de las tropas durante la Primera Guerra Mundial para proteger de las inclemencias del tiempo la pernoctación de los soldados. Al acabar la contienda, estos materiales especiales, entre los que se encontraba el nylon, siguieron fabricándose para tiendas de campismo, su nueva utilidad. La realidad de la guerra y las innovaciones que fomenta siguieron aportando soluciones a la vida en el campo. Lo mismo ha hecho el desarrollo de la industria del automóvil. La posibilidad de cocinar y alumbrarse con butano embotellado en pleno campo y las llamadas auto caravanas, que facilitan el auto alojamiento, han propiciado el desarrollo de una tupida y extensa red de instalaciones permanentes adaptadas para los amantes de la acampada.
Hay que referirse también, aunque sea someramente, a la paulatina proliferación de alojamientos en viviendas rurales y en explotaciones agrarias, un sistema de hospitalidad que se viene desarrollando al mismo tiempo que las familias abandonan las actividades agrícolas. Esta fuerza de trabajo está siendo sustituida por la mecanización, en los países industriales desde hace años, con especial fuerza después de la Segunda Guerra Mundial. Francia es un país que destaca por la cantidad y la calidad de sus alojamientos rurales, que se vienen desarrollando desde los años cincuenta del siglo XIX. También en el Reino Unido existen estos servicios, conocidos como “bed and brekfast” (cama y desayuno). Durante el último cuarto del siglo citado, los alojamientos rurales han experimentado un auge tan sorprendente que hoy puede decirse que la prestación de servicios de hospitalidad ya no es exclusiva de las ciudades. Los albergues juveniles y los campismos, por un lado, y los alojamientos llamados “rurales” por otro, tanto en aldeas y pueblos como en viejas explotaciones agrarias han conseguido generalizar estos servicios a cualquier punto de casi todos los países del mundo.

































IV

MENSAJERÍA Y COMUNICACIONES


Desde que aparecieron hace unos diez mil años las sociedades sedentarias, los desplazamientos nomádicos (de ida, lineales o abiertos) disminuyeron. Desde entonces, lenta pero firmemente, crecieron los desplazamientos de quienes, sedentarios, viven afincados permanentemente en un lugar (desplazamientos de ida y vuelta, circulares, redondos, cerrados o turísticos). Estos desplazamientos implican una salida y, posteriormente, un regreso al lugar de partida, lo que equivale a la ausencia pasajera del lugar de residencia permanente y a residencia temporal en lugares ajenos.
La mensajería implica un desplazamiento circular. Los primeros servicios de mensajería no tardarían en aparecer una vez implantado el modo de vida sedentario. La esencia de estos servicios consiste en desplazamientos por encargo de otro, es decir, no para satisfacer la necesidad de quien los realiza sino la de quien los utiliza. La mensajería es, por su propia naturaleza, un servicio contra el obstáculo de la distancia.
Los primeros servicios de mensajería eran realizados por emisarios encargados de portar el mensaje o la noticia de un lugar a otro relativamente alejado. Los primeros mensajes serían, obviamente, puramente verbales. Los mensajeros memorizarían el contenido del mensaje del emisor para transmitirlo oralmente al receptor o destinatario. En este tipo de mensajes no son nunca descartables ciertas discordancias entre la versión emitida de un mensaje y la versión recibida por el destinatario, lo que los hace una herramienta poco precisa y escasamente fiable y por ello limitada a necesidades muy específicas.
La invención de la escritura hacia el año 4500 a. C introdujo una mejora sustancial en los servicios de mensajería. Los mensajes escritos comenzarían a sustituir a los verbales ganando en precisión y fiabilidad. Aunque aún se emplean mensajes verbales, los escritos son desde entonces los más usados.
Los egiptólogos han encontrado en los antiguos manuscritos egipcios (ver José M. Galán: Cuatro Viajes en la Literatura del Antiguo Egipto. CSIC. Madrid, 1998) alusiones al envío de misivas y a la utilización de mensajeros. Concretamente, Galán, en la obra antes citada, afirma que en Tell – el – Amarna, la antigua Aketaton, declarada capital de Egipto durante el reinado de Akenaton, se descubrió un archivo compuesto fundamentalmente por correspondencia diplomática escrita circa. 1375 – 1345 a. C. abarcando los últimos años de Amenofis III hasta el reinado de Tutanjamón inclusive. Las cartas están escritas sobre tablillas de barro, en escritura cuneiforme y la mayoría de ellas empleando la lengua acadia. Un grupo de cuarenta y cuatro documentos reflejan las relaciones entre Egipto y los grandes estados del antiguo Oriente: Mitani, Alasia (Chipre), Hatti, el incipiente reino de Asiria y, desde el punto de vista egipcio, la lejana Babilonia. Los reyes se tratan entre sí de “hermano”, y en su correspondencia acuerdan matrimonios interdinásticos, el envío de doncellas sirvientes, intercambios de objetos de lujo y materias primas, etc. El intercambio, tanto de misivas como de regalos y mercancías, era la forma de exteriorizar y materializar la ideología subyacente a las relaciones diplomáticas entre casas reales. El segundo grupo está formado por trescientas seis cartas enviadas entre la corte egipcia y sus vasallos que gobernaban distintas ciudades de Palestina y de Siria. En ellas, los gobernantes informan de la situación política, social y económica del territorio bajo su control, del comportamiento de sus vecinos, de la presencia o ausencia de tropas egipcias, etc. A través de mensajeros, los gobernadores de la periferia del dominio egipcio elevan sus quejas, expresan sus inquietudes y afirman reiteradamente su incuestionable lealtad y servicio al faraón. (ob.cit. pp. 136 y 137)
Los servicios de mensajería nacieron al servicio de las necesidades de la gobernación, la diplomacia y la guerra. El servicio de mensajería tradicional obliga al mensajero a realizar un desplazamiento a pie o a lomos de algún cuadrúpedo. Los primeros mensajeros eran hombres resistentes y de pies ligeros. Hermes, el dios griego de la mensajería, se encargaba también de proteger a los comerciantes y a los ladrones, tres profesiones estrechamente ligadas a los desplazamientos. Hermes, el Mercurio de los romanos, lleva alas en los pies como símbolo de celeridad.
Los mensajes urgentes se transmitían por servidores entrenados en la carrera. Llamamos correo a la mensajería porque el término procede del latín currere, cursum. Decimos “cursar” (enviar) un mensaje. Para llevar un mensaje o cursar una noticia de un lugar a otro, el mensajero corre, a pie o a caballo. Los servicios de mensajería consumen recursos humanos especializados. En los primeros tiempos, solo podían utilizar mensajeros los gobernantes y quienes estaban a su servicio. Los mensajeros eran destacados servidores del poder. Evelyne Patlagean incluye el servicio de correos (el cursus publicus ) en el sistema de administración del Imperio Romano y del Imperio Bizantino, reservado a los funcionarios y a los obispos en sus desplazamientos en virtud del cargo y a los portadores de mensajes oficiales. (ver Introducción a una historia de Bizancio. En E. Patlagean y otros: Historia de Bizancio. Crítica, Barcelona, 2001. p. 20)
En el antiguo Egipto no existió un verdadero servicio postal, pero sí hubo, como ya he dicho, correos ocasionales al servicio del faraón, de los escribas y de los sacerdotes, y también, aunque menos, de los grandes hacendados. Los mensajeros se utilizaban también para obtener información sobre la situación del país y de posesiones alejadas. Los súbditos tenían que confiar en los escasos viajeros que pasaran por su lugar de residencia para poder enviarse mensajes, una fórmula que aun hoy siguen utilizando los residentes en países con economías desfavorecidas. Los mensajes privados eran muy poco frecuentes en el antiguo Egipto. La Residencia monopolizaba los servicios de mensajería, necesitada como estaba de conocer la situación de un país muy extenso y con grandes distancias. La mensajería nació, en realidad, como un instrumento al servicio de la guerra y de la gobernación de los países, sobre todo de los más extensos, desarrollados y poderosos.
Desde los tiempos más remotos se conocen también otros medios menos personalizados de transmisión de mensajes. Entre ellos hay que citar los acústicos y los visuales. Los primeros transmiten los mensajes por medio del sonido con instrumentos como el tambor utilizando sistemas cifrados con códigos muy simples. Los mensajes visuales requieren también la existencia de un código. El más elemental de los medios visuales es el que se basa en el humo, pero hay sistemas que utilizaron banderas y el reflejo de la luz solar con espejos. La transmisión de mensajes acústicos por medio de tambores todavía sigue utilizándose en el África Subsahariana. Jenkins nos facilita un ejemplo que tuvo ocasión de conocer con motivo de la expedición que realizó al río Níger en 1991 acompañado por tres amigos. Más allá de Nianforando, nos dice, la pista se convierte en barro. El camino termina en el pueblo siguiente, Bambaya, donde hay veinte chozas como colmenas agrupadas en círculo y rodeadas por la jungla. El jeep alquilado es inútil para continuar el viaje. El transporte de la impedimenta ha de hacerse con porteadores. Tembakunda está a una distancia de tres días a pie. ¿Qué solución da el guía? Pedir porteadores por medio de señales acústicas. Jenkins incluye en su libro este diálogo:
-Hombres oyen tambores. Hombres oyen lo que tambores dicen. Hombres vienen
En el poblado no hay teléfono. Tampoco lo hay en el lugar al que nos dirigimos. Las escasas tentativas de trazar carreteras se las ha llevado la lluvia, de modo que los poblados siguen comunicándose por medio de tambores. Sori dice que el sonido de un tambor se puede oír a diez kilómetros. A un corredor le llevaría una hora salvar esa distancia. Y un corredor solo llega a un lugar.
Estamos él y yo fuera de la cabaña. Mike, Rick y John han ido a dar una vuelta por el poblado. Sori extiende los brazos y gira en círculo.
-Tambores llegan a todas partes
(Mark David Jenkins, Rumbo a Tumbuctu, Ediciones B. Barcelona, 1998, p. 86)
Sin embargo, las limitaciones de la mensajería por señales obligaron a los viajeros a servirse de un mensajero personal.
En el siglo V a. C., los griegos y los persas libraron numerosas batallas entre las que destaca la de Maratón, una de las más conocidas de la antigüedad. Para advertir a los atenienses de un posible contraataque de Darío, Milcíades envió desde el campo de batalla un mensajero a Atenas. Dada la urgencia, le recomendó correr tan velozmente como pudiera para comunicar la noticia a tiempo. El mensajero corrió tanto que después de cumplir el encargo cayó muerto. La fama y la gloria de la carrera de Maratón ha soportado el paso del tiempo y ha llegado hasta nuestros días. Con el término maratón damos nombre hoy a un deporte olímpico cuyo origen fue la prestación de un servicio de mensajería.
Pondré un ejemplo más de mensajería procedente de la misma guerra. Temístocles envió en secreto este mensaje a Jerjes: “Ataca enseguida, pues si no, se te escaparán los aliados de los atenienses”. Jerjes cayó en la trampa que le tendió el mensaje. Atacó con sus grandes embarcaciones de guerra dotadas de cuatro filas de remeros. Los barcos griegos eran más pequeños, pero también los más versátiles, lo que resultó ser una ventaja para moverse en un mar sembrado de islas. Los persas fueron derrotados de nuevo. Entre las técnicas militares utilizadas juegan un papel destacado los servicios de mensajería.
Hasta ahora me he referido a mensajes no escritos. Con la invención de la escritura proliferaron estos mensajes, más fiables que los acústicos El primer mensaje escrito del que se tienen noticias se remonta al V milenio a. C. Tuvo lugar en Babilonia y consistió en el transporte de una tabla de arcilla escrita en caracteres cuneiformes. El historiador Herodoto de Halicarnaso nos habla de los famosos correos de Ciro hacia 550 a. C. El emperador romano Augusto también se sirvió del correo en el año 30 a. C. Las mejores postas o correos de la antigüedad fueron las que tenían los califas de Bagdag. Y antes de que Colón llegara a tierras americanas ya se conocían los servicios regulares de correos, atendidos por servidores preparados especialmente para ello.
Carlomagno creó a principios del siglo IX tres líneas de relevo de postas al servicio del imperio para facilitar el gobierno de las provincias más distantes (España, Italia y Alemania). En la Alta Edad Media hubo nuevos intentos de establecer un servicio internacional de correos. La invención de la imprenta en el siglo XVI dio un impulso definitivo a la mensajería escrita. La Casa de Austria decidió a fines del siglo citado encargar sus servicios de correos y mensajería a la familia Taxis. Carlos V renovó la concesión, en 1516, a la misma familia, a cuyos miembros concedió el título de correos mayores de todas sus posesiones. El correo, un medio de transmisión de mensajes, informes y noticias, seguía estando al servicio exclusivo de los gobernantes, aunque empezaba ya a extenderse a los monasterios, a los grandes mercaderes y a las universidades.
El servicio real de correos fue establecido en España a principios de siglo XVI aunque limitado a pliegos de carácter oficial. La restricción no se levantó hasta principios del siglo XIX. Emilio Cotarelo y Mori ( 1857 – 1936) es el autor de una biografía de Juan de Tassis, el poeta del Siglo de Oro español más conocido por su título nobiliario, el Conde de Villamediana. Además de poeta y noble, Tassis fue también Correo Mayor de la Católica Monarquía durante el reinado de Felipe III, cargo que heredó de su padre además del título de nobleza. El cargo de Correo Mayor fue ejercido por sus antepasados desde que el emperador Maximiliano nombrara para desempeñar el cargo al italiano Francisco Tassis, quien a su muerte lo legó dividido en reinos a sus tres sobrinos: a Juan Bautista, Flandes; a Mateo, España y a Simón, Italia. El cargo era de gran autoridad e importancia en Europa ya en el siglo XV. Descendiente de Mateo fue el padre del poeta castellano, a quien Carlos V confirmó como Maestro de Hostes y Postas de España, es decir, encargado de dar hospedaje a los servidores del rey y de atender su servicio de mensajería. Gonzalo Fernández de Oviedo dejó escrito que el cargo de Correo Mayor era de gran prestigio y excelentemente remunerado por ser un servicio de reconocida utilidad para la gobernación del reino. Los correos reales se despachaban a través de quien ostentaba el cargo, razón por la que éste tenía que ser leal, solícito y de buen entendimiento. El Correo mayor solía ser muy rico, tanto que muchos de ellos se convirtieron en banqueros. Oviedo decía que no había Correo mayor pobre pues todos eran ricos sin necesidad de correr postas. Era él quien se llevaba las ganancias sin correr el riesgo de caer del caballo. La de Correo mayor era sin duda en España una lucrativa empresa privada de ámbito nacional por especial concesión real, que contaba con un capital considerable en caballos y cuadras y un nutrido cuerpo de servidores. La empresa siguió en manos de la familia Tassis hasta que Felipe V de Borbón la incorporó a la corona, es decir, nacionalizó el servicio, previa indemnización al concesionario el año 1706.
La ampliación a toda la sociedad de los servicios de correos no se alcanzó en Europa hasta el siglo XVIII. Su eficacia aumentó sustancialmente con la invención de los sellos por el inglés Rowland Hill, lo que agilizó el pago de la tarifa para cada envío. Aun hoy, el servicio de correos sigue estando en manos de la administración pública aunque la urgencia de los envíos ha aumentado tanto durante los últimos años que las compañías privadas de mensajería urgente han proliferado en todos los países del mundo.
Hasta la invención del transporte ferroviario, el correo utilizó caballos y servicios regulares de transporte con coches de línea y diligencias apoyados en las llamadas casas de postas. El término postas es la castellanización del francés post, correo, galicismo que también pasó al inglés. Las casas de postas eran instalaciones oficiales dotadas de una serie de servicios entre los que destacaban los de refacción, alojamiento, descanso, refrigerio y cambio o alquiler de caballerías. Ya me he referido a las postas y al percacho, dos procedimientos ideados al servicio del correo o envío de mensajes escritos (cartas). El anónimo autor de Viaje de Turquía describe así el reparto de cartas en las grandes ciudades italianas del siglo XVI: En la posada tienen un escribano que toma todos los nombres de los sobrescritos para quien vienen cartas y pónelos por minuta, y en cada carta pone una suma de guarismo, por su orden, y pónelas todas en un cajón hecho aposta, como barajas de naipes, y el que quiere saber si tiene cartas mira en la minuta que está allí colgada y hallar: Fulano con tanto de porte a tal número; y va el escribano y dícele: “Dadme una carta”. Pregúntale a cuanta está, luego dice a tantas, y en el mismo punto la halla (ob. cit. pp. 565 a 566)
El ferrocarril agilizó de un modo muy significativo los servicios postales desde su invención a mediados del siglo XIX. También el transporte marítimo prestó inestimables servicios a los envíos de mensajes personales y de paquetería. A mediados del siglo XX, con la implantación generalizada del transporte aéreo, este medio comenzó a absorber gran parte de los servicios de correos, sobre todo los de larga distancia. El correo aéreo comenzó a prestarse antes de la invención de los modernos aviones.
Los hermanos Montgolfier rompieron con globos el bloqueo de París impuesto por las tropas de Bismark. El primer envío de mensajería postal se hizo el 23 de septiembre de 1870. Ese día se elevó en el aire el globo Neptune, tripulado por Jean Durof, con 125 kilogramos de cartas. Unas horas después se posó en el castillo de Cracouville, a 5 km. de Evreux, al noroeste de París. El globo salvó una distancia de 104 km. Al vuelo inaugural le siguieron setenta más. Todos salieron de París con un aeronauta, algunos pasajeros y los mensajes. El servicio se puso posteriormente a disposición de todos los parisinos sin restricción alguna y estuvo prestándose hasta unas horas antes de la firma del armisticio, el 27 de enero de 1871. El último servicio fue el realizado por el globo Le Général Cambrone. Cuando se adquirió seguridad en las técnicas de navegación y surgieron las primeras líneas de transporte aéreo, además de pasajeros, los aviones también llevaron cartas y periódicos, como antaño los trenes y los barcos. A partir de los años cincuenta, el correo aéreo es hegemónico.
Debo citar la prensa periódica en el contexto de la mensajería, un medio que ha alcanzado tan alto nivel de desarrollo que merecería un capítulo aparte. La historia de la prensa se entrelaza con la del correo a partir de la innovación y el desarrollo de la imprenta. Sus relaciones se advierten todavía en las alusiones al servicio postal que mantienen algunos periódicos en su cabecera. Antes de la prensa periódica, los estudiosos de la historia de los medios de comunicación citan las hojas manuscritas llamadas gazettas, en alusión a la moneda que fijaba su precio, con las que los gondoleros venecianos en el siglo XVII daban a conocer hechos y habladurías (Juan Luis Cebrián, El peridismo en los tiempos del cólera. El País 10.000, Octubre, 2004) La prensa periódica aparece en el siglo XVIII. En 1702 se publicó en Inglaterra el primer diario conocido, el Daily Courant. El primer diario español se publicó en 1758 con el nombre de Diario Noticioso, Curioso, Erudito, Comercial, Público y Económico. Hasta mediados del siglo siguiente no se generalizó la prensa diaria en el mundo. A partir de 1900, los periódicos se convirtieron en una actividad industrial basada en la búsqueda, tratamiento y difusión de noticias. Más tarde se dedicaron, además, a la creación de opinión.
La prensa presta con frecuencia servicios contra la distancia a quienes elaboran y realizan desplazamientos circulares. Gracias a ella, pueden conocer una serie de datos de interés (situación de posibles conflictos, desbordamiento de ríos, estado de los caminos, tiempo atmosférico) y otras muchas informaciones que, de otra forma, no se conseguirían o serían muy costosas. No obstante, como servicio de producción en masa y estandarizado, la prensa escrita, como más tarde la hablada (emitida por radio), entra más bien dentro de los sistemas de comunicación social, es decir, de interés general, más que en la mensajería personalizada o individual.
Los envíos de noticias personalizadas siguieron produciéndose durante muchos años más con la tecnología del mensajero personal. En algunos núcleos rurales aun sigue existiendo esta figura, sobre todo en los países menos desarrollados. En España se conocieron con el nombre de recaderos. La fórmula ha ido perdiendo parte de su utilidad con la invención y el desarrollo de las telecomunicaciones modernas. Digo modernas porque en la antigüedad hubo también telecomunicaciones, como dije antes, las basadas en la emisión de sonidos o de señales luminosas por medios elementales, tambores o gong en el primer caso y lumbreras en el segundo. El uso de tambores entre las tribus primitivas estuvo muy generalizado. El llamado tan – tan. La emisión de señales luminosas se conoce también desde hace milenios. Los romanos establecieron una red de torres para enviar mensajes cifrados a grandes distancias, generalmente mensajes bélicos, defensivos o agresivos. Los árabes utilizaron este método con frecuencia. Hoy quedan restos de esas torres de telecomunicaciones primitivas en muchos países. Los llamados faros para la ayuda de la navegación se basan en la misma técnica. Citaré entre los más antiguos el famoso faro de Alejandría, que fue una de las siete maravillas del mundo antiguo. Las torres – vigía fueron profusamente utilizadas durante las edades Media y Moderna. La mensajería postal aun necesita apoyarse en el mensajero personal, encargado del reparto de cartas a domicilio.
El primer medio moderno de telecomunicación fue el telégrafo. La primera línea telegráfica se inauguró el 1 de septiembre de 1793 entre París y Lille. Se basaba en la emisión de señales ópticas desde torres regularmente escalonadas que eran recibidas por el receptor con ayuda de anteojos. En la fecha antes citada, se emitió el primer telegrama de la historia. Este sistema se extendió rápidamente por todos los países del mundo.
La primera línea telegráfica española se inauguró en 1931 para dar servicio a la relación Madrid – La Granja de San Ildefonso y Aranjuez. El servicio se instaló, de nuevo, para cubrir las necesidades de la Casa Real. Pocos años después se inauguró la línea Madrid – Irún. El telégrafo óptico fue desplazado por el basado en la emisión de sonidos por medio de hilos, lo que hizo posible la aparición de la telefonía. La invención de la telefonía permitió enviar mensajes orales desde un aparato (teléfono) emisor a otro, el receptor. Aplicado el sistema al telégrafo, permitió enviar mensajes escritos en un alfabeto en clave llamado Morse que, más tarde, en destino, era traducido al alfabeto convencional antes de ser entregado, personalmente o por teléfono, al destinatario. El sistema se perfeccionó con la energía eléctrica. El primer telégrafo eléctrico, el inglés Wheatstone, se complementaba con un aparato Morse en el receptor, pero pronto fue sustituido por un aparato impresor gracias a la invención que aportó el inglés David E. Hughes.
Volviendo al teléfono debo citar entre sus predecesores teóricos al belga Bourseul, quien en 1854 publicó un trabajo sobre la transmisión de palabras a distancia por medio de la electricidad, y también al físico alemán Reis. Con las ideas de ambos, el norteamericano Graham Bell fabricó un sistema de corto alcance con el que mantuvo con Watson, su ayudante, (el 10 de marzo de 1876) una conversación a distancia a través de una línea telefónica local. En 1878 se construyó la primera central telefónica. Años después le siguieron las centrales de Londres, París, Bruselas y otras muchas grandes ciudades, aunque todavía limitadas a la telefonía local. En 1880 se abrieron las centrales de Madrid y Barcelona. A principio del siglo XX ya había líneas interurbanas y pronto se contó con redes intercontinentales. Hoy la telefonía cuenta con centrales totalmente automatizadas en casi todos los países del mundo.
A fines del siglo XX, la conjunción de la electrónica con las telecomunicaciones vía satélite ha propiciado la aparición del llamado teléfono móvil o celular para distinguirlo del convencional, necesitado de líneas de conexión entre emisores y receptores. Puede decirse que ninguna innovación tecnológica ha logrado un nivel de aceptación tan fulminante como la que está teniendo el teléfono móvil. Su rápida generalización está provocando profundas transformaciones en la vida cotidiana. Como decía un editorial del diario El País (25 de enero de 2000), La relación instantánea para transmitir hechos, emplazamientos y emociones, su facultad para enviar y recibir mensajes a varias personas a la vez, ha ido creando una invisible red de contactos inmediatos como no se había conocido nunca. Unas veces el móvil actúa, por su reducido tamaño, su adaptabilidad a la mano o a la oreja, con el efecto de una prolongación orgánica. El cable, en el teléfono tradicional, lo ataba a un lugar externo y objetivo, pero el móvil se apropia y se subjetiviza. Pronto, además, ni será necesario empuñar un artefacto, por menudo que sea. La nanotecnología desarrollará sensores agregados a la ropa que transmitirán la voz y acaso la indicación de diferentes deseos. La miniaturización actual es un presagio de esa sutil relación sin medios perceptibles y la evolución de una ecología de la comunicación y de la información que apenas se ha inaugurado con el desarrollo de este aparato conectable a Internet y capaz, según las previsiones, de llegar a sustituir las interacciones actuales con la pantalla del ordenador portátil. Las reuniones de empresas, el seguimiento de sucesos, la compra de entradas, la verificación de las alarmas del coche o de la casa, la recepción de correo electrónico. El teléfono móvil no ha hecho más que comenzar a ofrecer servicios en cualquier lugar y de cualquier especie.
La telefonía no es el único sistema de emisión de señales acústicas a distancia. En 1885, cuando todavía el teléfono se encontraba en sus primeros balbuceos, el italiano Marconi envió el primer mensaje acústico basándose en la capacidad que tienen las ondas hertzianas para transmitir el sonido. En 1906 se consiguió emitir por primera vez la voz humana a través de la radio. Lo llevó a cabo el ingeniero norteamericano A. Fessenden desde Brant Rock, Massachusetts. Su contenido fue un poema, una conversación y algunas melodías populares Las primeras emisoras permanentes de radio aparecieron durante la década de los años veinte del siglo pasado. Quince años más tarde, la radio se había generalizado por todos los países del mundo gracias a la incorporación de mejoras sucesivas. Después de la Segunda Guerra Mundial se adoptó la primera regulación internacional del medio y, años más tarde, en la segunda mitad del siglo XX, las torres de emisión fueron sustituidas por satélites artificiales. Las emisiones alcanzaron así una difusión mundial.
A fines del siglo XX, las emisiones analógicas empezaron a ser sustituidas por emisiones digitales, evitando las perturbaciones atmosféricas que tanto distorsionan la calidad de la radiodifusión convencional, mejorando la calidad de las emisiones en frecuencia modulada. La radiodifusión es una innovación básica en la evolución de las modernas telecomunicaciones como herramienta de lucha contra la distancia. Como medio de comunicación social, la radiodifusión introdujo una rapidez desconocida hasta entonces entre la ocurrencia de la noticia, la difusión y la recepción por los destinatarios. Pero la radio no puede competir con el teléfono en el envío de mensajes personalizados. La generalización del teléfono a partir de la segunda mitad del siglo XX ha convertido a este sistema de mensajería personalizada en el más eficaz de todos los disponibles. A la transmisión de la voz por el teléfono hay que añadir la transmisión de textos facsímiles gracias al complemento de las recientes técnicas de la digitalización de mensajes.
La radiodifusión quedó complementada con la televisión, un sistema de transmisión de imágenes a distancia. La primera emisión televisiva tuvo lugar en Londres el año 1928. Fue realizada por el físico John Logie Baird. La primera emisión en España tuvo lugar el 28 de octubre de 1956. En los años cuarenta, las emisiones de televisión empezaron a generalizarse en todo el mundo, primero en blanco y negro y, a partir de los años cincuenta, en color. Complementada con el cinematógrafo y la radiodifusión, la televisión se ha convertido en el primer medio de comunicación social de nuestro tiempo. Para ello no se han necesitado más que tres décadas. A partir de mediados del siglo XX, la televisión se convirtió en el principal medio de comunicación social, presente hasta en las viviendas de las clases más humildes.
La integración de todas las innovaciones tecnológicas citadas con los avances en electrónica y en la puesta en órbita de satélites artificiales ha hecho avanzar las comunicaciones personales por medio de la telefonía móvil de última generación que incorpora además de la transmisión de la voz la transmisión de la imagen. Quienes se comunican a través de un teléfono móvil equipado con microcámaras de televisión también se ven mientras hablan. Las llamadas autopistas de la comunicación de banda ancha de Internet están experimentando un avance que nadie duda en calificar de revolucionario. Desde hace una década se califica a nuestra época como la era de la información. El sociólogo español Manuel Castells se refiere a que Internet se originó en un audaz plan ideado en la década de los setenta por los guerreros tecnológicos del servicio de Proyectos de Investigación Avanzada del Departamento de Defensa estadounidense (Advanced Research Projects Agency, el mítico DARPA) para evitar la toma o destrucción soviética de las comunicaciones en caso de guerra nuclear. Arpanet, la red establecida por el Departamento de Defensa de USA, acabó convirtiéndose en la base de una red de comunicación global y horizontal de miles de redes de la que hacen uso individuos y grupos de todo el mundo para toda clase de propósitos, bastante alejados de las preocupaciones de una guerra fría extinta (Manuel Castells: La era de la información. Economía, Sociedad y Cultura. 3 volúmenes. Alianza, Madrid, 1996. Vol. 1, pp. 32 y 33)
La mensajería personalizada ha experimentado a partir de los años ochenta del siglo XX unos niveles de calidad y eficacia insospechados. La combinación de la moderna electrónica con la informática y su organización en redes de usuarios cada día más tupidas está integrando sistemas como la telefonía, la radio y la televisión con las transmisiones vía satélite para provocar lo que, sin duda, es la gran revolución tecnológica de fines del siglo XX, la transmisión instantánea (“en tiempo real”) de datos, textos, voz e imágenes desde cualquier punto a otro, del planeta y fuera del planeta. La mensajería ha conseguido hoy niveles de eficacia muy altos a costes tan bajos que ha situado estos servicios al alcance de cualquier persona física o jurídica. El vencimiento de la distancia que aportan es realmente admirable.
Los servicios de mensajería facilitan extraordinariamente los desplazamientos tanto en la fase de planificación (producción) como en la de realización (consumición). Al facilitar con tanta eficacia la primera, permiten indudablemente incrementar tanto la producción para sí mismo (autoproducción) como la producción para los demás (alteroproducción). Se están alcanzando tan altas cotas de eficacia en la transmisión de información a grandes distancias que la moderna mensajería ha desbordado ya su primitiva función facilitadora de los desplazamientos personales. Una parte de la futura demanda de estos avanzados servicios de mensajería personalizada será generada para evitar desplazamientos.
La oferta de servicios de mensajería tiene hoy capacidad tanto para incrementar la demanda de planes de desplazamientos circular como para disminuirla. Su comportamiento en uno u otro sentido puede variar de un país a otro, de un estrato social a otro y de un momento a otro. Los efectos facilitadores de desplazamientos de los modernos servicios de mensajería deben ser objeto de estimación empírica en cada caso.










V

ACOMPAÑAMIENTO



En la actualidad una persona puede realizar desplazamientos circulares, incluso de gran recorrido, sin necesidad de acompañamiento, es decir, sin la presencia de una o varias personas a su servicio gracias, entre otras cosas, a la abundante oferta de servicios facilitadores de los desplazamientos, desde los de accesibilidad y transporte hasta los de hospitalidad pasando por los de mensajería y comunicaciones. Los cambios tecnológicos de los últimos doscientos años han propiciado, además, que, desde hace años, vivamos en sociedades cuyos miembros han dejado de ser tan gregarios como lo fueron en el pasado al permitir la existencia de formas de vida con grandes dosis de autonomía individual. Son muchos los factores que han hecho posible que el ser humano pueda vivir en soledad y desplazarse de un lugar a otro sin necesidad de compañía. Durante milenios los humanos tuvieron que vivir en grupo y desplazarse con acompañamiento y protección.
En el pasado, la vida humana solo fue viable en colectividad. El individuo no existía más que como una pieza indesmontable del grupo. Cuando, tras el progresivo abandono de la vida nómada, empezaron a realizarse desplazamientos circulares, éstos nunca se hicieron en solitario. El cúmulo de peligros que acechaban a quienes se alejaran de su núcleo de residencia permanente exigía ir acompañado. Los peligros podían proceder tanto de grupos hostiles como del presumible ataque de fieras y alimañas, muy abundantes en los grandes espacios despoblados del itinerario a seguir. Los peligros también podían proceder de repentinos e imprevisibles cambios en las condiciones climáticas (pensemos en los frecuentes y temibles golpes de fortuna durante las travesías marítimas, por ejemplo). Añadiré entre los obstáculos a salvar durante los desplazamientos, la ausencia o escasez de servicios facilitadores o de vencimiento de la distancia como los que ya he citado en los capítulos anteriores. Muchos factores negativos, pues, se daban cita para entorpecer los desplazamientos de un lugar a otro en el pasado. No es de extrañar, por ello, que se hicieran muy pocos desplazamientos y que los pocos que se hicieron fueran muy costosos en penalidades físicas y en desembolso de recursos materiales.
Quienes hacían desplazamientos no solo tenían que llevar consigo provisiones de víveres y medios para pernoctar que suplieran la ausencia de servicios facilitadores. Además, como digo, no tenían otra opción que desplazarse con acompañamiento. El jefe del grupo era quien establecía la necesidad de realizar el desplazamiento. Era esta la situación más frecuente. Con ello me sitúo en estadios de la humanidad en los que ya había algún rudimento de jerarquía entre los miembros de los colectivos sociales.
Los primeros desplazamientos realizados por el hombre fueron expediciones de caza y de guerra, como ya he dicho en otra ocasión. Más tardíos fueron los desplazamientos motivados por la necesidad de abastecerse de los recursos que en cada comunidad fueran escasos, por procedimientos pacíficos (trueque, comercio) y los que respondieran a la necesidad de asistir a lugares sagrados (las llamadas peregrinaciones religiosas). Los jefes y sus allegados que realizaban estos desplazamientos iban acompañados por servidores cuya misión no era otra que la protección y el auxilio.
El acompañamiento de quienes hacen desplazamientos recibe nombres diferentes según el desplazamiento. En la expedición militar, el jefe iba acompañado por los guerreros que componían su tropa, hueste o ejército. Si el desplazamiento estaba generado por el protocolo de las relaciones internacionales, el acompañamiento recibía el nombre de séquito. Según el diccionario, séquito es una agregación de gente en obsequio, autoridad o aplauso de uno que le acompaña y sigue.
Si se trataba de desplazamientos ceremoniales, el acompañamiento recibía el nombre de cortejo. Nuestro diccionario explica que cortejo es el conjunto de personas que forman el acompañamiento (de alguien) en una ceremonia, en tanto que cortejar es la actividad que consiste en asistir, acompañar a uno, contribuyendo a lo que sea de su gusto.
En castellano disponemos de una tercera palabra para hacer referencia al acompañamiento de quien se desplaza. Se trata de la voz escolta. Escoltar, dice el diccionario, es acompañar algo o a alguien que va de un sitio a otro para protegerlo. Escoltar es también acompañar a una persona, como el rey o un personaje de los que, por su categoría, suelen llevar acompañamiento.
El idioma recoge cuatro modalidades de acompañamiento que se dieron en el pasado y que aún hoy siguen presentes en algunos desplazamientos. Con la mejora de los principales servicios facilitadores y la progresiva generalización de los desplazamientos circulares, empezó a abundar la figura del guía, el servidor que acompaña a quien se desplaza. El guía es conocido desde la más remota antigüedad.
El verbo guiar procede del alemán “weten” según María Moliner. Guiar es la actividad que consiste en ir delante de otros o con otros, mostrándoles el camino que deben seguir. La actividad del guía no es otra que la que consiste en indicar un camino a alguien o dirigir a alguien enseñándole o aconsejándole lo que debe hacer o como debe conducirse. Para María Moliner, de cuyo Diccionario de Uso del Español proceden las citas, guiar equivale a conducir y también a llevar. Por tanto, un guía es la persona que acompaña a una o varias personas en la realización de determinadas actividades, entre ellas las de desplazamiento. Es obvio que hay desplazamientos que se hacen en tales condiciones de tiempo y lugar que la más elemental prudencia aconseja realizarlos con la ayuda de uno o varios guías. No es raro que hasta los ejércitos se sirvan de guías en sus expediciones militares de invasión o de conquista. Los guías son conocedores de los territorios por los que deben pasar las tropas en sus maniobras.
También los mercaderes pueden necesitar servicios de guías en sus expediciones de intercambio cuando desconocen el territorio o éste es especialmente peligroso en algún sentido.
Los guías también pueden asumir una función protectora. Los primeros guías se ofrecían como servidores, por un precio previamente estipulado, a los transeúntes por itinerarios especialmente peligrosos. El francés Charles de Foucauld (1859 – 1916) se sirvió de este tipo de guías protectores en el viaje que hizo por el norte de Africa durante los años 1883 y 1884. En su libro Viaje a Marruecos, 1883 – 1884, precedido de Itinerarios por Marruecos (Olañeta. Palma de Mallorca, 1998), Foucauld hace este instructivo comentario sobre la institución del guía – protector en Marruecos: En todas las tribus independientes de Marruecos, así como en las que no están totalmente sometidas, la manera de viajar es la misma. Se le pide a un miembro de la tribu que nos conceda su anaya, “protección”, y que nos haga llegar a salvo a tal lugar que se designa; él se compromete a ello por un precio que se discute con él, zetata,; una vez que fijada la suma nos conduce o nos hace conducir por uno o varios hombres hasta el lugar convenido; allí nos dejan solo en manos seguras en casa de amigos a los que nos encomiendan. Estos nos conducirán o nos harán conducir más allá en las mismas condiciones: nuevo anaya, nueva zetata, y así sucesivamente. Se pasa así de mano en mano hasta la llegada al término del viaje. Quienes componen la escolta son llamados zeta; su número es extremadamente variable, siempre lo indicaré; se verá que unas veces basta un solo hombre, mientras que otras, a menudo, quince no bastan.
La dedicación al oficio de guía protector constituía en Marruecos una actividad que podía ser muy lucrativa. Foucauld lo explica así: El uso de la anaya, también llamada mezrag, forma parte de una de las principales fuentes de ingresos de las familias poderosas. A ellas, en efecto, se dirigen los viajeros preferentemente, pues la primera condición de un zetat es el poder hacer respetar a su protegido. Hay una segunda cualidad no menos esencial que hay que buscar en él: la fidelidad. (ob. cit. p. 34)
El inglés Wilfred Thesinger, nacido en Arabia, volvió a este país en 1945 comisionado por la FAO para realizar varias misiones por el llamado Territorio Vacío (el gran desierto saudí) desde dicho año hasta 1954. Thesinger sabía muy bien que solo podía pasar por el desierto planificando minuciosamente sus desplazamientos. No solo adquirió el medio de transporte idóneo para el desierto, un grupo de camellos, sino que solicitó al wali de Salalah un grupo de bedu que le sirvieran de guías acompañantes. El wali dispuso que le acompañaran cuarenta y cinco bedu. Thesinger siguió escrupulosamente las indicaciones que le dio el cónsul británico en Mascate, previamente acordadas con el sultán. El precio de cada acompañante se fijó en diez chelines diarios, una cantidad que a Thesinger le hizo escribir en Arenas de Arabia. (Península. Barcelona, 1998) estas dos frases:
Me di cuenta de que todo el mundo veía aquí mi viaje como una oportunidad enviada por el cielo para enriquecerse y que todos intentarían que mi grupo fuera lo mayor posible. El wali insistía en que, como había serio riesgo de que me encontrara con bandidos, no podía asumir la responsabilidad de permitir ir a Mughshin con menos de cuarenta y cinco hombres, y que los propios bedu no consentirían en ir con un grupo más pequeño (…) Finalmente, después de varias reuniones con el wali, accedí a llevar treinta árabes (p. 63)
Los bedu llegaron después del desayuno acompañados por una muchedumbre de Salalah. Era un grupo de aspecto salvaje: la mayoría se cubría con un taparrabos y todos iban armados con rifles y dagas. (p. 65)
Podría pensarse que a Thesinger le habría bastado con la escolta contratada. Pero no fue así. Para atravesar el Territorio Vacío por los dominios de los duru tuvo necesidad de contratar, además, los servicios de un rabia, figura similar a la que hemos visto en el Marruecos de fines del siglo XIX, lo que permite pensar que se trata de una institución si no universal sí propia de los pueblos de cultura islámica. Thesinger escribe: Para viajar a salvo entre los duru necesitábamos un rabia o compañero que pudiera franquearnos el paso por su territorio. Podía ser de los duru, o de cualquier otra tribu a quien las costumbres concedieran el derecho a ofrecer protección a sus compañeros de viaje entre los duru mientras estuvieran en su compañía. Un rabia hacía un juramento: “Sois mis compañeros y la seguridad tanto vuestra como de vuestras posesiones está en mi rostro”. Los componentes de un grupo eran responsables de la seguridad de los otros y se esperaba de ellos que lucharan en defensa de los demás si era necesario, incluso contra sus propias tribus o familias (ob. cit. p. 221)
En Memorias de un turista (1838), Stendhal se refirió a los guías con estas palabras: Esta mañana, al levantarme tomé un guía y volví orgullosamente a mi gran café. Seiscientos años antes de la Era Cristiana, Bourges era la antigua Avarium sitiada por César. Volví en seguida a la catedral; el portero, mi amigo, me dio un guía de quince años que, a pesar de su juventud, desempeñó muy bien sus funciones. Sabe de memoria los nombres de las cinco cosas que hay que ver. Me condujo al Tribunal Real, instalado en el hotel de Jacques Coeur. Nada más curioso. Es una encantadora obra del Renacimiento. Mi joven guía me ha llevado a la casa de los Enfents Bleus. Esta casa es más bonita todavía que la de Jacques Coeur; es una encantadora y pequeña obra maestra; Es la arquitectura del Renacimiento en toda su gracia. Nunca me hubiera perdonado haber dejado Bourges sin verla. Mi joven guía iba trotando delante de mi y repitiendo a media voz la lista de todas las bellas cosas que debe ver el extranjero que visita Bourges. Luego fuimos a la Puerta Romana de Saint Cursin, cerca del parque de artillería. He ido al Marché – Neuf, que honra mucho a M. Julien, el arquitecto municipal he acabado por el museo y la biblioteca. En lugar de comer en mi triste fonda como lo habría hecho un viajero vulgar fui a pasar las dos últimas horas a la catedral.
Stendhal establece magistralmente en las frases citadas el perfil de la figura que hoy llamamos guía turístico, un servicio que abunda en los lugares visitados por turistas. No debo dejar pasar la oportunidad para resaltar un aspecto que puede resultar de interés. Stendhal tiene al protagonista de su obra por un turista. De hecho fue, como se sabe, el primer escritor que se decidió a utilizar este anglicismo para referirse al singular tipo de viajero que empezaba a ser frecuente en el continente europeo a mediados del siglo XIX. La misma frase de Stendhal permite adivinar en qué consiste la singularidad de tal tipo de viajero, el que va de un lugar a otro porque quiere conocer las cosas bellas que se encuentran desperdigadas por todos los rincones del mundo (catedrales, iglesias, palacios, bibliotecas, museos de pintura y escultura, ruinas del pasado, paisajes memorables, pueblos raros y costumbres exóticas). Turista es para los hablantes el que se ausenta de su lugar de residencia permanente para satisfacer una necesidad específica: la curiosidad.
Hasta el siglo XIX, esta necesidad solo pudo ser satisfecha por miembros de la nobleza y de las clases dirigentes, la llamada clase ociosa. Pero, a partir del siglo citado, también pudieron satisfacerla, primero los burgueses ilustrados y, más tarde, ya en el siglo XX, los miembros de las diversas clases medias. En tiempos de Stendhal ya se distinguía entre el turista, un viajero ilustrado, adinerado y de buen gusto, y el viajero vulgar. Según el comentario de Stendhal, mientras éste se queda a comer en la triste posada, el turista aprovecha el escaso tiempo disponible para contemplar alguna de las cosas bellas que debe ver un extranjero, por ejemplo, la catedral de Bourges. El significado vulgar de turista evolucionó. Hoy se usa para resaltar los mismos comportamientos, pero ya gregarios.
La figura del guía sigue teniendo sentido en los desplazamientos que se hacen en la actualidad por muchos países pero, sobre todo, en los países atrasados. La prensa trae a menudo noticias sobre asaltos, robos y asesinatos sufridos por residentes en países desarrollados que realizan expediciones de riesgo por territorios poco habitados que no tuvieron la precaución de contratar los servicios de acompañamiento que todavía son imprescindibles en dichos países. Incluso en los países del mundo desarrollado es aconsejable contratar servicios de guía cuando se hacen desplazamientos caracterizados por la presencia de peligros y obstáculos (desorientación, aludes, accidentes, etc). Los servicios de guía presentan ya en numerosos países un alto nivel de desarrollo y son prestados por empresas especializadas a precios en general competitivos y previamente estipulados.









VI

CARTOGRAFÍA


El consumo de espacio y tiempo juega un papel esencial en la elaboración y realización de desplazamientos circulares. Ambos elementos configuran un sistema de coordenadas en el que cualquiera de sus puntos representa un desplazamiento circular concreto.
Me ocupo hora del consumo de espacio territorial derivado de la superación o vencimiento del obstáculo de la distancia entre dos o más puntos. Además del vencimiento de la distancia entre dos puntos, el consumo de espacio o territorio es la estancia en un hábitat cualquiera que sea su duración, desde la habitual o permanente a la puntual o momentánea pasando por la pasajera o transitoria.
El espacio o territorio es percibido, en general, como el soporte físico de la vida y de los recursos que la hacen posible, y, a nuestros efectos, como la distancia que separa un hábitat de otro, como la discontinuidad entre los hitos, puntos o lugares involucrados en los desplazamientos. El espacio o territorio es, a estos efectos, un conjunto de lugares o hábitat relacionados o conectados (“comunicados”) por líneas reales /virtuales que configuran /simulan una red. Cada línea o combinación de líneas recibe el nombre de itinerario o ruta. Como ya se ha dicho, las limitaciones inherentes a cualquier lugar concreto en materia de dotación y disponibilidad de recursos aptos para satisfacer necesidades, se encuentran en la base de las decisiones que se ven obligados a tomar los humanes de desplazarse a otro lugar con carácter permanente o pasajero.
La historia de los itinerarios se confunde con la historia de los lugares que los configuran. La historia de los itinerarios es también la historia de las vías de comunicación y del transporte (ver capítulo II). Cualquiera que sea la opción que elijamos, se abre un horizonte tan amplio para estudiar la historia de la ordenada espacial de los desplazamientos que no resulta fácilmente abarcable.
Me limitaré, por ello, a las representaciones gráficas del territorio y de los itinerarios que lo cruzan. Disponer de una representación gráfica del territorio facilita tanto la ejecución de los desplazamientos como su adecuada planificación. Por ello se entiende que, a partir de un determinado momento, el hombre procurara dotarse de ilustraciones, mapas o cartas gráficas más o menos completas del hábitat ocupado y de su hinterland. Son representaciones gráficas del territorio y sus contenidos en una superficie plana.
En la jerga cartográfica se habla de mapas-itinerario, los que muestran los caminos, especifican las distancias y resaltan la importancia de cada punto singular expresándola por su población, servicios de hospitalidad, patrimonio incentivador y la práctica de determinadas actividades productivas y, en general, por todo aquello que puede ser de utilidad o de interés para quienes se desplazan o planean desplazarse. Existen otros tipos de mapas además de los citados. Entre ellos se encuentran los llamados mapas militares, en los que se marcan los vados de los ríos, los accidentes montañosos, los medios de comunicación y los establecimientos de todo tipo, especialmente los que tienen carácter estratégico para las confrontaciones armadas, y los mapas topográficos, relativos a territorios de extensión limitada en los que se detallan las características orográficas (montes, vaguadas, barrancos, llanuras), hidrográficas (costas, lagos, ríos) y también obras públicas de interés.

Al margen de su especialidad, los mapas son útiles para planificar desplazamientos, aunque solo sea por la representación del itinerario y porque orientan en territorios desconocidos con cierta seguridad, lo que es útil si no existen o no son adecuadas o frecuentes las señales indicadoras.
No es posible saber con certeza desde cuando el hombre dispuso de ideas sobre la forma de la Tierra. Los babilonios la representaban como una montaña emergente del mar. Para los egipcios, la Tierra era una planicie apoyada en los montes. Para Homero era una concavidad circular en cuyo centro estaba el mar. Un cilindro es la figura geométrica que utilizó Anaximandro, discípulo de Tales de Mileto, el primero en atreverse a representar la Tierra habitada, mientras que Jenofonte la imaginaba con forma cónica. Tales de Mileto cayó en la cuenta de que el cielo semeja una esfera en cuyo centro flota la Tierra, como una yema en la clara. Hecateo de Mileto (fines del s. VI a. C.), un griego peregrinabundo que mejoró la representación de Anaximandro de la tierra por medio de una circunferencia (gês períodos) que se completa alrededor de un contorno (periegesis).
La Tierra era el lugar de intersección entre la naturaleza y la historia para los filósofos presocráticos. Pitágoras representó la Tierra por medio de una esfera, conjetura a la que llegó por observación de la forma circular que tiene su sombra en los eclipses de Luna.
Los primeros desplazamientos de los hombres se hicieron ignorando la forma de la Tierra y también muchos de los detalles situados a cierta distancia del sujeto. Los mismos desplazamientos aportaron datos útiles sobre el entorno del lugar habitado. La información se transmitió oralmente hasta que se encontró la forma de plasmarla gráficamente en algún soporte (corteza, cuero, papiro o pergamino) dando lugar a los primeros mapas parciales. En el capítulo titulado Expediciones a las canteras de su obra El Antiguo Egipto día a día (Planeta, Barcelona, 1999), el egiptólogo francés Christian Jacq se refiere al empleo de mapas precisos por el jefe de las expediciones. Se trataba de mapas en los que se representaban las zonas más o menos alejadas con mayor interés por su riqueza en recursos valiosos: granito en Asuán, alabastro en Hatnub, oro en Sudán, esquisto en Uadi Hammamat, cuarcita roja en Gebel el-Amar, cobre y turquesas en el Sinaí, madera en Líbano y en la Tierra de Punt, etc. En el Museo de Egipto de Turín se conserva el fragmento de un mapa egipcio, la muestra cartográfica más antigua que se conoce. Los mapas se preparaban para uso de los jefes de las expediciones que se planeaban y se hacían a territorios de difícil orientación. Las grandes civilizaciones de la Antigüedad contaron ciertamente con mapas, aunque, por supuesto, muy burdos. A pesar de sus imperfecciones, los mapas se usaban para orientase por el territorio en los desplazamientos guerreros y en las expediciones de abastecimiento. También en los que se hacían para facilitar las tareas de gobierno (expediciones de reconocimiento).
El comercio entre países era en la Antigüedad una actividad que contaba, como hoy pero de un modo más exclusivo, con la protección del poder político. En las culturas antiguas, el comercio era una actividad estatal o realizada en nombre de los gobernantes, como lo fueron casi todas las actividades vitales para el grupo. Los mismos desplazamientos circulares que se realizaban con los fines apuntados aportaron datos de sumo interés para la elaboración de mapas cada vez más precisos, que sirvieron, a su vez, para planificar y realizar nuevos desplazamientos.
Los mapas servían tanto para planificar desplazamientos como para realizarlos con las máximas posibilidades de éxito ya que las posibilidades de extraviarse tanto a la ida como a la vuelta eran muy altas. Sin embargo, durante milenios, la ayuda de los mapas fue limitada debido a sus insuficiencias.
En el Museo Británico se conservan inscripciones que aluden al catastro que los babilonios elaboraron en el 3800 a. C. Los antiguos egipcios, como buenos geómetras, dispusieron hacia el 1330 a. C. de un mapa catastral en el que figuraban los límites entre países. El griego Anaximandro dibujó un mapa basado en las enseñanzas de su maestro, Tales de Mileto (siglo VI a. C.), el fundador de la escuela Jónica y uno de los siete sabios de Grecia, el cual, como se sabe, estudió durante varios años en Egipto. Según Eratóstenes (276 - 196 a. C.), éste es el primer mapa verdadero que conocemos. Los pueblos griegos utilizaron el mapa realizado bajo la dirección de Aristóteles, en el siglo IV a. C., en la ciudad de Mieza, por encargo de Filipo II de Macedonia, para la formación de su hijo Alejandro.
Para el historiador G. R. Crone, cualquiera que sea la razón, es claro que la cartografía tal como se la conoce es un producto de la civilización occidental (Historia de los mapas, FCE. México, 1998). Los mapas primitivos representaban la Tierra como la sección transversal de un cilindro, plana y de cierto grosor. Esta imagen siguió empleándose durante mucho tiempo para dibujar el mapamundi. El mar se concebía como el contorno circular de la tierra firme. Los mapas se basaban en teorías especulativas adobadas con los relatos de quienes habían realizado desplazamientos por cualquiera de las necesidades frecuentes en la Antigüedad (guerra, comercio, mensajería, caza, exploración, religión, salud, investigación...)
Marino de Tiro (120 a. C.) dibujó un mapa que mereció la atención de Claudio Tolomeo (90 - 168), quien, al escribir Geografía, dibujó un mapa del mundo que estuvo extraviado durante siglos. A partir de su hallazgo, en el siglo XV, fue muy utilizado. Julio César encargó un mapa del Imperio Romano para planificar y conducir sus numerosas expediciones bélicas. El nuevo mapa se terminó el año 7 a. C. y contaba, entre otras cosas, con un itinerarum scriptum, por lo que puede considerase como el primer mapa de carreteras. Este mapa se conoce con el nombre de Tabula peutingeriana porque la copia que de él hizo el monje Colmar fue adquirida por Conrado Peutinger. La copia se conserva en Siena.
Las técnicas cartográficas de la Antigüedad sufrieron un serio retroceso durante la Alta Edad Media por causa de su forzosa adaptación al texto bíblico, elevado por el cristianismo a la categoría de la más alta expresión de la sabiduría. Los primeros atisbos de la esfericidad de la tierra quedaron soterrados. En su lugar se impusieron concepciones cartográficas del mundo llenas de fantasías, casi siempre con centro en la ciudad de Jerusalén. La ciencia cartográfica se refugió durante estos años oscuros de Occidente en los países islámicos, entre los que destaca Irak, sobre todo su capital, Bagdag. Como es sabido, los árabes, muy dados a los desplazamientos y con avanzados conocimientos de geometría y geografía, hicieron aportaciones muy valiosas en esta materia. Las culturas asiáticas consiguieron igualmente avances destacados en este campo, pero no superaron los conocimientos logrados por los occidentales.
Los avances de la astronomía fueron de gran utilidad para la tecnología cartográfica de la Baja Edad Media. El mapamundi de Jorge Calapoda data de 1552 y recoge con bastante aproximación los datos que aportaron los navegantes españoles y portugueses que participaron en los llamados Grandes Descubrimientos, pero, sobre todo, los que aportó el español Juan de la Cosa, compañero de Colón en sus viajes, considerado hoy como el primer cartógrafo de las tierras americanas. Como ya hemos dicho, la navegación astronómica recurría a la observación del sol y las estrellas. La nueva cartografía incluía meridianos graduados y latitudes. Gracias a ella pudo suplirse la estimación a ojo de experto de la posición de la nave por cálculos más precisos. Las cartas, planas o de grados iguales, eran una proyección cilíndrica rectangular o equidistante que mejoraron muy sensiblemente la carta de Marino de Tiro.
A mediados del siglo XVI se asiste a una profunda revolución tecnológica en la cartografía científica. Las cartas de marear fueron posteriormente perfeccionadas gracias a la meritoria labor investigadora desarrollada tanto por la Audiencia como por la casa de Contratación de Sevilla, creada por real cédula el 14 de febrero de 1503. En el capítulo VI volveremos a referirnos a la Casa de Contratación, un organismo público que se ocupaba de todos los asuntos relacionados con el comercio y tráfico de las Indias.
La elaboración de mapas era una tarea realizada por expertos en navegación marítima. La especialización dio lugar a la división de funciones entre el cosmógrafo y el piloto, aunque ambas podían coincidir en la misma persona. Es el caso del sevillano Alonso de Chaves, quien, nombrado el 11 de julio de 1552 piloto mayor del Rey, siguió dedicado hasta su muerte a la cosmografía. En el siglo XVI, el reino de Castilla disponía ya de una Carta Universal, también conocida como Carta General o Padrón Real. Se trataba de un documento matriz con arreglo al cual se confeccionaban las cartas de marear de los pilotos. En el Padrón Real se vertían con el mayor secreto las observaciones de interés y los descubrimientos que hacían los navegantes solventes al regresar de sus viajes.
En 1526, el hijo de Colón, Hernando, recibió una Real Cédula de Carlos I en la que se le encargaba hacer una carta de navegar, un mapamundi y una sphera en la cual se sitúen todas las yslas y tierra firme, y nuevas yslas que ya estuvieren descubiertas, o que se descubriesen de aquí en adelante” (Granada, 6 de octubre 1526) Para ello recurrió a los más renombrados expertos del momento, entre los que destacó el citado Alonso de Chaves, quien acumuló experiencias como navegante y como autor de cartas e instrumentos para la navegación (aguja de marear, astrolabio, cuadrante, sonda, ampolleta, ballestilla y otros. (Ver la edición de Paulino Castañeda, Mariano Cuesta y Pilar Hernández de la obra de Alonso de Chaves Quatri Partitu en Cosmografía Práctica, y por otro nombre Espejo de Navegantes, escrita en el siglo XVI, en fecha desconocida, y publicada por primera vez por el Instituto de Historia y Cultura Naval. Madrid, 1983)
El libro primero, parte primera, de la obra citada ofrece a los pilotos un compendio para la elaboración de cartas de marear. En primer lugar, pasa revista a los diversos tipos de cartas que se conocían en el siglo XVI: esféricas y planas. Las primeras son consideradas las más perfectas, pero las más usadas eran las segundas, llamadas cuadrangulares, a causa de no ser los pilotos doctos ni entender la theorica, ni la razón ni proporción que hay entre los meridianos y paralelos.
En el siglo XVIII se dio en Francia un fuerte y definitivo avance en la tecnología cartográfica gracias a la labor realizada por sus grandes navegantes, exploradores y geodestas. La geodesia y la topografía son los fundamentos científicos de la cartografía moderna.
Años más tarde, Alemania llegó a ser el centro de estos conocimientos gracias a las aportaciones de Humboldt. Hoy, con la tecnología de la fotointerpretación y con la información facilitada por satélites artificiales (Sistemas de Información Geográfica), se han alcanzado elevadas cotas de perfección en la representación de lo que está sobre la superficie de la tierra, e incluso de lo que está en el subsuelo y en la atmósfera, lo que era absolutamente impensable hace menos de un cuarto de siglo.
A fines del siglo XX se utilizan sistemas de información geográfica basados en datos facilitados por transbordadores espaciales. Cuando éstos estén plenamente implantados se dispondrá de mapas treinta veces más precisos que los hasta ahora se consideran de alta precisión.
Hasta la invención de la imprenta, las técnicas de impresión de mapas fueron estrictamente artesanales. La fabricación de papel recibió un impulso decisivo con la invención de la imprenta hacia 1440, atribuida al alemán Gutemberg, impresor de Maguncia. La imprenta aportó un abaratamiento progresivo de este producto. La industria editorial y de artes gráficas dedica desde hace más de medio siglo especial atención a la elaboración de mapas de escala variable y con fines diversos, utilizando para ello los datos aportados por los potentes y numerosos centros científicos que existen en todos los países avanzados. Las técnicas actuales se basan en fotografías tomadas desde satélites artificiales procesadas en laboratorios con ayuda de trabajos de campo y de la moderna informática, en fases sucesivas. Los fotograbados se imprimen finalmente en off-set.
Los mapas constituyen por sí mismos elementos facilitadores de los planes de desplazamiento y son una herramienta imprescindible de los libros - guía y para el trabajo de los guías acompañantes. Los mapas están hoy totalmente generalizados. Los altos volúmenes de producción de la industria editorial han abaratado los costes de producción de mapas hasta niveles insospechados hace tan solo medio siglo.
En épocas pasadas no disponían de mapas más que las clases altas. Los mapas estaban reservados a las personas poderosas y a los organismos ligados al poder. En la obra antes citada de Alonso de Chaves se alude a que los mapas eran documentos destinados al emperador Carlos V para acompañarle en sus viajes. Los mapas empezaron a generalizarse a fines del siglo pasado pero no llegaron a estar disponibles para las capas medias y bajas de la sociedad hasta hace algunas décadas. En nuestros días, la revolución informática que está teniendo lugar desde hace dos o tres quinquenios ha puesto a disposición de las clases altas y medias mapas en formato CD-Rom que incluso pueden incorporarse al pilotaje de los medios de transporte (terrestres, marítimos, aéreos o cósmicos) tanto colectivos como de uso personal El Pentágono llevaba varios años preparando una expedición científica para la confección de un nuevo mapa de la Tierra que será treinta veces más detallado que los más precisos que existen actualmente. El transbordador espacial Endeavour se puso en órbita el 11 de febrero de 2000 con seis tripulantes. En varias jornadas de 12 horas de trabajo se toman datos estereofónicos de la superficie de la Tierra con ayuda de un radar. El mapa resultante muestra la Tierra en tres dimensiones. Su interés inmediato es militar y de espionaje. Esperamos que, a no tardar este mapa será puesto, al menos parcialmente, al servicio de otros fines, entre ellos los relacionados con la elaboración y realización de planes de desplazamiento circulares.













VII

MEDICIÓN DE LA DISTANCIA


No basta con disponer de representaciones gráficas del territorio para realizar un desplazamiento. Tanto la elaboración como la realización de planes de desplazamientos necesitan contar con la posibilidad de medir con cierta precisión la distancia que separa los puntos que configuran el espacio. Para ello hay que adoptar alguna unidad de medida uniforme y de uso generalizado. El historiador británico Arnold J. Toynbee afirma que las medidas uniformes de tiempo, distancia, longitud, volumen, peso y valor monetario son necesidades de la vida social en cualquier nivel que esté por encima del más primitivo (Ver su obra: Estudio de la Historia, Vol. VII, 2ª p. p. 377, Emecé, Buenos Aires, 1961) Las primeras unidades de longitud o distancia entre dos puntos se basaron en el cuerpo humano, concretamente en las extremidades inferiores y superiores: pulgada, palmo o cuarta, pie, codo y paso geométrico. La pulgada tiene 2,5 cm.; el palmo, 21 cm.; el pie, 30 cm.; el codo común o geométrico, 41,8 cm.; el paso geométrico, 100 cm.
Aun hoy se siguen utilizando estas unidades de longitud en muchos países. Junto a ellas se utilizaron y aun se utilizan otras como la vara, el estadio, la legua y la milla. La vara tiene 126,6 cm.; el estadio, 125 pasos de 5 pies romanos, es decir, 171,8 m, la octava parte de una milla (unos 1.375). Medidas antiguas de longitud pueden tener el mismo nombre y no coincidir. Por ejemplo, hay millas de 1.609 m. (la inglesa) y de 1.852 m., la castellana. Algunas son específicas para medir longitudes marinas. La legua marina, la milla náutica de los anglosajones, equivale a tres leguas terrestres.
La pulgada, el palmo, el codo, la vara y el pie, por su reducido tamaño, se utilizan, sobre todo, para medir longitudes limitadas. Para medir distancias mayores se impuso muy pronto la jornada, entendiendo por tal la distancia que un hombre puede recorrer (andando o a lomos de una caballería) durante el periodo de tiempo que transcurre desde la salida hasta la puesta del sol, una medida de distancia poco consistente por ser variable de una estación del año a otra y de una a otra latitud. La jornada es, sin duda, una medida imprecisa, pero fue muy útil durante milenios. Aun hoy se sigue utilizando en algunos pueblos. Unidades inferiores a la jornada son la vara, la milla y la legua, medidas itinerarias que son también variables de un país a otro e incluso de una a otra comarca. La llamada legua corta oscila entre los 3.933 metros de la francesa o de París y los 4.800 metros de la suiza. La legua larga varía entre los 7.409 metros de la alemana y los 8.335 metros de la húngara. Entre ambas, se encuentra la legua de 20 al grado o común, que fue la más utilizada en España, y lo sigue siendo en Inglaterra y otros países, equivalente a 5.555,55 metros.
No es de extrañar, por ello, que hasta hace relativamente poco hubiera serias dificultades para fijar con cierta precisión la distancia recorrida en los desplazamientos. La heterogeneidad es la característica más destacada de las unidades itinerarias antiguas. Este problema se intentó resolver a fines del siglo XIX con la invención del sistema métrico decimal.
El metro es una unidad de medida de longitud de creciente implantación a nivel mundial. Forma parte del sistema de base decimal que se propuso en la Iª Conferencia General de Pesos y Medidas, celebrada en París en 1889. El metro, junto con otras unidades, forma parte del Sistema Internacional de Unidades. En sucesivas ediciones de la Conferencia de París, se ha perfeccionado tanto el S. I. U. como la definición de las diferentes unidades que lo integran, entre ellas el metro, pudiendo citarse como hitos de relieve las conferencias de 1927 (VIIª), 1954 (Xª), 1960 (XIª) y 1971 (XIIª). Sin embargo, a pesar de tan reiterados esfuerzos para convertir el metro en la única unidad de longitud utilizada en todos los países del mundo, aún no se ha conseguido su uso generalizado. Como se sabe, Estados Unidos, el Reino Unido y los países de la Commonwealth siguen utilizando, en parte, un sistema de unidades propio, anterior al normalizado S. I. U.












































VIII

MEDICIÓN DEL TIEMPO

Calendarios

Además de consumo de espacio, los desplazamientos en general y los circulares en particular implican consumo de tiempo. La duración en el tiempo se comporta como la abscisa en el sistema de coordenadas en el que podría representarse un desplazamiento circular. El tiempo (duración) y el espacio (distancia y hábitat) consumidos identifican el punto que refleja en dicho sistema el desplazamiento concreto planificado/realizado.
El consumo de tiempo se mide por el intervalo que media entre el momento de salida (origen o inicio del desplazamiento) y el momento de llegada al lugar en el que será satisfecha la necesidad que lo genera. En los desplazamientos circulares el sujeto que se desplaza vuelve, por definición, al lugar de partida. Este lugar se comporta no solo como lugar de inicio sino, también, como lugar final del desplazamiento. El sujeto que realiza un desplazamiento circular se ausenta del lugar en el que reside habitualmente, pero solo de un modo transitorio o pasajero. La duración del desplazamiento circular equivale al tiempo de ausencia.
Desde hace al menos cinco milenios, el hombre cuenta con instrumentos de medida del paso del tiempo más o menos adecuados. El primero fue el llamado calendario. La idea de formar un calendario ha sido una de las ilusiones más persistentes de la humanidad. Los primeros calendarios –de los que derivan los actuales- se hicieron a base de la contemplación de las estrellas, dice el escritor catalán Josep Pla en Las horas (Destino, Barcelona, 1994)
El calendario es una herramienta para medir el tiempo que surgió como respuesta a las necesidades de los cultivos agrícolas agricultura Según lo define The New Enciclpaedia Britanica, un calendario es una agrupación de días de un modo adecuado para regular la vida civil y para la observancia religiosa así como para fines historiográficos y científicos. El término deriva del latín calendarium, que significa registro de interés o libro de cuentas y que deriva de calendae (o kalendae), nombre del primer día del mes Romano, que era el día que se proclamaban los días de mercado, las fiestas y otros eventos similares. Cada pueblo tuvo un calendario propio, pero todos utilizaron el periodo de tiempo denominado año. Un año es un conjunto de días. Los años se dividieron en meses. El mes, como el año, es una medida temporal que deriva de la unidad básica, el día.
Desde 1925, llamamos día al intervalo de tiempo que transcurre entre la media noche y la que le sigue. Desde el siglo II d. C., hasta la fecha citada, los astrónomos estuvieron llamando día al intervalo de tiempo que transcurre entre un meridiano y el siguiente. La duración del día es la misma en cualquier caso, pero desde que las relaciones entre pueblos alejados entre sí empezaron a ser frecuentes, gracias al paulatino vencimiento de la distancia, se impuso adoptar una convención clara y terminante ya que de ello dependen numerosas cuestiones en las culturas avanzadas. Entre las cuestiones que requieren adoptar una convención universalmente aceptada se encuentra la planificación (producción) y realización (consumo) de desplazamientos circulares. Los establecimientos hoteleros siguen usando convención antigua (de mediodía a mediodía), pero las empresas de transporte se adhirieron a la convención moderna y más generalizada en todos los ámbitos (de medianoche a medianoche)
Cuando hablo de medida del tiempo me refiero, claro está, a su paso, al antes y al después de cada momento de la existencia. El hombre es el único ser vivo que es consciente de que existe. Percibe la existencia en el tiempo como un flujo imparable de momentos sucesivos desde el nacimiento a la muerte. La necesidad de medir el tiempo la sintieron los hombres tan pronto como surgió la división de clases. El calendario es una institución utilizada para el gobierno de la res pública, un medio para regular las actividades productivas, las fiestas religiosas y las relaciones entre los pueblos. Es también el primer sistema de medidas que conoció la humanidad. La necesidad de medir el paso de las estaciones que forman un ciclo anual es la supervivencia que mantiene al calendario en vigor en plena revolución tecnológica, haciéndolo tan necesario hoy como cuando se inventó en la edad de los metales. Y no deja de ser curioso que, a pesar de los avances que desde entonces han tenido lugar, los calendarios que hoy utilizamos sigan teniendo sus fundamentos en conocimientos científicos superados hace siglos.
El hombre se percató muy pronto de que no podía modificar los movimientos de los astros que son visibles desde la Tierra (ignoraba que algunos, como el Sol, solo se desplazan aparencialmente), pero también se percató muy pronto y de forma persistente de que sus condiciones de vida dependen estrechamente de esos “movimientos”. Nada tiene, por tanto, de extraño que los sistemas propuestos para medir el tiempo en las diferentes culturas se basaran en esos movimientos aparentes del Sol y también en los de la Luna y en los de otros cuerpos celestes como Sirio. Además de calendarios solares y lunares ha habido también calendarios lunisolares, que combinan meses lunares con años solares. De este último tipo eran los utilizados en las civilizaciones de la Antigüedad, en el Medio Oriente, con excepción de Egipto y Grecia. También era lunisolar el calendario romano hasta la reforma de Julio César el 46 a. C.
El calendario lunisolar se inventó en Mesopotamia en el tercer milenio a. C. El año de este calendario estaba dividido en dos estaciones, el verano y el invierno, cada una compuesta de seis meses. Hacia el 2400 a.C. los escribas sumerios utilizaban un año de 360 días (doce meses de treinta días), muy próximo al calendario agrícola, basado en la observación de las inundaciones periódicas de los ríos, que tenía 365 días. El año lunar tiene solo 345 días. El ajuste se conseguía intercalando un nuevo mes cada cierto número de años, por ejemplo, 11 meses cada 18 años, o dos meses en el mismo año, según las necesidades del poder gobernante.
Además de calendarios astrológicos hubo calendarios religiosos y calendarios gubernamentales parcialmente coincidentes con los primeros. Todo calendario requiere la fijación de un momento al que referir el cómputo. En general, el momento de referencia se ha venido estableciendo en coincidencia con un hecho singular. El calendario judío cuenta el paso del tiempo desde la fecha en la que creen que dios creó el mundo, hace unos 5.800 años. El calendario juliano establece el origen del tiempo en la fundación de la Urbe en el 753 a.C. Los mahometanos cuentan el paso del tiempo desde la Hégira, la marcha de Mahoma de La Meca a Medina, hecho que tuvo lugar el jueves 15 de julio del año 622 d.C. Los franceses que hicieron la Revolución de fines del siglo XVIII cambiaron el calendario gregoriano y lo sustituyeron por otro cuyo inicio estuvo marcado por la caída del Antiguo Régimen en 1798. Lo mismo hicieron los rusos que protagonizaron la revolución bolchevique en 1918, los italianos que impusieron el régimen fascista en 1923 y los españoles que ganaron la guerra civil, iniciada el 18 de julio de 1936. Como dice el teólogo español Olegario González de Cardedal, debajo de estos intentos y de la denominación de nuestros años late una convicción: el tiempo fluye sin meta y sin sentido si no es referido a algo que lo ordena, da finalidad y peso. El tiempo sin el ser es insensato; la historia sin el valor eterno de algo rueda hacia un abismo de tiniebla viniendo de un abismo de ignorancia. Nuestra historia y cultura se comprende a partir del nacimiento de un judío, Jesús de Nazaret, en una zona marginal del Imperio Romano, en Judea, hace dos milenios (ver Olegario González, 2000 años ¿después de quien?. El País, 4 de noviembre, 2000)
El calendario más completo y exacto de la Antigüedad fue el egipcio, que ya existía en el año 4241 a. C. Se basaba en la observación de la salida helíaca de Sirio (Shotis) Llamamos salida helíaca de un cuerpo celeste a su aparición por la línea del horizonte. Sirio se hace visible de esta forma después de haber estado invisible durante sesenta días. Los egipcios se percataron de que el tiempo que transcurre entre dos salidas helíacas consecutivas de Sirio es de 365,256 días solares medios. Este es el año sidéreo, que es casi idéntico al año solar (365,242 días solares medios)
El año egipcio (renpit) constaba de 365 días agrupados en doce meses de treinta días normales más cinco festivos, los denominados epagómenos por los griegos. Por tanto, el año de calendario era un cuarto de día más corto que el año solar. Las inundaciones anuales del Nilo (producidas por los deshielos de las montañas del sur) se anticipan un día cada cuatro años del calendario convencional. Los egipcios dividieron el año en tres estaciones de cuatro meses: inundaciones o akhet, el invierno; siembra o peret, la primavera; y maduración o cosecha, shemu, el verano.
Lo que más interés tiene, a los efectos de este libro, es dejar constancia de que la implantación del calendario no está bien documentada hasta el antiguo Egipto.. Según el historiador alemán Eduard Meyer (ver Geshichte des Altertums, vol. I, parte II, Cotta, Stuttgart, 1913, pp. 28 – 30, citado por Arnold J. Toynbee, op. cit.), el calendario era ya una institución establecida entre los años 4241 y 4237 a. C. en el Egipto Faraónico, lo que equivale a decir que tiene unos siete u ocho milenios de antigüedad. Esto quiere decir que posiblemente todas las grandes civilizaciones de la Antigüedad conocían esta institución: asirios, hititas, caldeos, hebreos, macedonios, indios, persas, romanos, musulmanes… El problema, por tanto, no radicaba en su desconocimiento sino en el seguimiento o sometimiento a la arbitrariedad del poder establecido, y, por consiguiente, en su falta de generalización. Había, por otro lado, una gran profusión de calendarios de carácter local que no coincidían entre sí.
El calendario islámico es de base lunar y tiene su origen en el que ya usaba la ciudad de La Meca hasta que su imposición. Los romanos tenían dos calendarios, uno oficial y otro solar, que tampoco coincidían, ya que mientras el segundo se regía por el Sol el primero se atenía a las necesidades de la gobernación del Imperio. Pero parece que además de estos calendarios había otros en la práctica, basados en la utilización de alguna fecha memorable, una guerra, una victoria, el inicio de una dinastía o el nacimiento de un personaje singular.
El calendario que se utiliza hoy en la mayor parte del mundo se basa en el que nos legaron los romanos, quienes a su vez lo tomaron de los griegos (aunque, al parecer, los griegos no medían el tiempo, hecho que se recoge en la conocida frase romana “ad calendas grecas” que significa nunca) y éstos de los egipcios, los caldeos y los hebreos. Dado su carácter de institución del poder, los pueblos antiguos solían nombrar un alto funcionario especialmente encargado del calendario.
El primitivo calendario romano, que tenía 304 días, fue reformado por Julio César, de quien tomó su nombre, en el año 707 post urbem conditam, (46 a. C.). Como cualquier otro, el calendario romano reformado estaba desajustado con respecto al movimiento de los astros. Triunfante de la guerra civil, César se ocupó de la organización del estado y dedicó especial atención a la reforma del calendario. Como ya he dicho, el calendario civil romano era lunisolar: los años tenían meses lunares y cada cuatro años se intercalaba un año para adaptarlo al sol. Los años comunes tenían 355 días repartidos en doce meses, cuatro de 31 días (marzo, mayo, julio y octubre) uno de 28 (febrero) y los demás de 29. Los idus de los meses con 31 días eran el día 15. Los idus de los demás meses eran el día 13. El año intercalar tenía una veces 377 días y otras 378. Contaba este año con la adición de un mes de 22 o 23 días intercalado entre el 23 y el 24 de febrero. El ciclo era el resultado de los esfuerzos que se hacían para ajustar el calendario lunar al ciclo del sol, aunque se producía un error anual por defecto estimado en un día solar. Para compensarlo se autorizó a los pontífices intercalar los días que estimaran oportuno. Pero aplicaron tan caprichosamente esta facultad que el año civil quedó totalmente desajustado con el solar. Como decía Suetonio, las fiestas de la siega no coincidían con el verano ni las de la vendimia con el otoño.
César tuvo que reajustar el calendario civil con el solar y para ello añadió a partir de las nuevas calendas de enero dos meses entre noviembre y diciembre. Por esta razón, como el año 46 a. C. Coincidió con un año intercalar terminó teniendo quince meses. De este modo compensó el déficit de 67 días que por entonces tenía el año civil con relación al solar. El calendario actual es el juliano reformado por san Gregorio papa en el siglo XV.
Hasta después del primer milenio de la era cristiana no hubo en Occidente un calendario de uso generalizado. Un reflejo de los problemas que plantea la existencia de múltiples calendarios la encontramos, por ejemplo, en el procedimiento que se vio obligado a adoptar el evangelista Lucas para datar el inicio de la predicación de Juan, hijo de Zacarías, el llamado precursor de Jesús de Nazaret: Y en el año quince del imperio de Tiberio César, siendo gobernador de Judea Poncio Pilatos, y Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Felipe tetrarca de Iturea y de la provincia de Traconite, y Lisanias tetrarca de Abisinia…. (Lucas, 3, 1). La falta de precisión del método utilizado por Lucas es, pues, notoria, a pesar de sus infructuosos intentos de ser preciso dando una serie de dataciones.
El calendario juliano fue asumido por la Iglesia de Roma, sede del sumo pontífice de la cristiandad católica. La llamada “era cristiana” o “nuestra era” fue una creación del poder eclesiástico en el año 525 d. C. El abad Dionisio el Pequeño, por encargo del pontífice entonces reinante, hizo una estimación del año de nacimiento del Mesías tomando como base el calendario juliano. Ese año fue designado como el primero de la nueva era, aunque, los modernos cálculos fijan la fecha del nacimiento de Cristo entre los años 7 y 6 a. C. Desde entonces se utiliza el método de medir el paso del tiempo en la parte del mundo que llamamos Occidente por referencia a dicho año. Pero no debe olvidarse que el nuevo cómputo no empezó a generalizarse hasta el siglo IX. En 1582, el papa Gregorio XIII reformó el calendario juliano y promulgó un nuevo calendario, conocido por ello como gregoriano. El calendario gregoriano elevó a definitivas las tradicionales concomitancias entre las exigencias solares, las fiestas paganas, previamente cristianizadas, y las específicas del cristianismo, dando por resultado un híbrido de astrología y mitos que aún hoy se mantiene a pesar de los intentos ultrarracionalistas que hicieron los franceses que instituyeron la Primera República, que se constituyó el 22 de septiembre de 1792, fecha con la que se iniciaba una nueva era y un nuevo calendario, el único de base racional que llegó a existir pero con una vida harto efímera, pues solo estuvo en vigor hasta 1806, el año decimocuarto de la Era de la Razón. El año de este calendario tenía diez meses de treinta días con tres semanas de diez días. Según el historiador británico A. Toynbee, la brevedad del ‘sensato’ calendario inventado por los adeptos franceses de la razón atestigua que, después de todo, los revolucionarios franceses fueron menos sabios que los conservadores romanos (A. Toynbee, op. cit. en nota 2, vol. VII, 2ª p. 386)
Teniendo en cuenta el carácter de institución gubernamental del calendario, sus primeros usuarios debieron ser, durante milenios, los reyes, los sacerdotes, los nobles y sus servidores. Como ya he dicho, la generalización del calendario como instrumento de la vida cotidiana de los ciudadanos debió de ser muy lenta, no solo por la persistente y drástica división de las sociedades en clases dominantes y clases dominadas sino también porque las técnicas de reproducción gráfica fueron muy elementales durante siglos. Ya me he referido a la evolución seguida por los procesos empleados para la fabricación de papel y a la invención de la imprenta. El primer calendario moderno salió precisamente de una imprenta mecánica, la que regentaba Gutenberg en Maguncia. Fue elaborado en 1447 y se refiere al año 1448. Como se sabe, fue en 1445 o 1446 cuando Gutenberg imprimió el primer libro. Desde entonces los procesos de producción no han dejado de mejorar y de abaratarse su elaboración gracias a la continua innovación en soportes de todo tipo hasta llegar en nuestros días a los magnéticos y a su difusión electrónica. Digamos que hasta después de mediados del siglo XIX no se asiste a una progresiva generalización del uso de calendarios, limitados hasta entonces a las clases más altas de la sociedad y a las instituciones gubernamentales y religiosas.

Relojes

El calendario debió bastar para planificar con cierta aproximación la duración temporal de los desplazamientos circulares hasta la aparición del reloj. El reloj es el instrumento con el que medimos el paso de las horas del día. Los primeros relojes se basaron en la sombra proyectada sobre una superficie plana por un cuerpo iluminado por el Sol, generalmente una varilla inclinada situada sobre una superficie plana. El reloj de sol fue conocido por los antiguos egipcios. El ejemplar que se conserva en el museo de Berlín lleva el nombre del faraón Tutmosis III y tiene cerca de 3,5 milenios. También los babilonios conocían el reloj de sol. Algunos lo atribuyen a Bereso, que vivió en Babilonia en el siglo VII a. C y fue, al parecer, quien lo llevó a Grecia, donde fue perfeccionado por Tales de Mileto. En el siglo III a. C. se introdujo en Roma. Como durante la noche y los días nublados el reloj de sol no marca la hora, los egipcios introdujeron ya en el siglo IV a. C. el reloj de agua o clepsidra. Platón lo introdujo en Grecia y Escipión Nasica en Roma en el siglo II a. C. Los nobles romanos se servían diariamente del reloj. Aristóteles instaló un reloj de sol en el patio del edificio en el que impartía sus enseñanzas a sus discípulos, entre los que se encontraba el adolescente Alejandro, heredero del trono de Macedonia. En la biblioteca que utilizaba para la formación del príncipe y de sus selectos compañeros, Aristóteles instaló un reloj de agua.
Los navegantes desarrollaron sistemas para calcular la hora sin necesidad de relojes. Unos se utilizaban durante el día y otros durante la noche. El primero se basaba en los rayos solares. Se debe a Iohanes de Monteregio y recibe el nombre de “horóscopo”, y el segundo en la estrella polar. En el libro segundo de la obra citada de Alonso de Chaves se explican ambos métodos. Desde entonces la inventiva tecnológica en este campo ha pasado por los relojes de aceite y de arena Los navegantes llevaban a bordo un reloj de arena al que llamaban ampolleta. En el tratado segundo del libro primero de Alonso de Chaves (ob. cit. p. 131) se hace referencia a este tipo de reloj, utilizado para mostrar la hora del día y de la noche en todo tiempo y lugar, aunque sea en tiempo tempestuoso, lo cual es cosa muy necesaria y de mucho provecho en la navegación, no solo para saber las horas del tiempo que es ya pasado, mas también para medir el tiempo de las singladuras y derrotas que son necesarias hacerse en la navegación, y para repartir el tiempo de las velas de la gente para la guardia de la noche que se hace. La frase documenta la utilidad de los instrumentos que miden el paso del tiempo tanto para la planificación como para la realización de desplazamientos. El tratado primero del primer libro de la obra citada se dedica precisamente al calendario, que no era otro que el Romano, según el uso y costumbre de la santa Iglesia de Sevilla. Además de la medición del paso del tiempo, el calendario estaba destinado a indicar los días que la Iglesia de Sevilla celebraba las fiestas de los santos que todo cristiano venía obligado a guardar.
Así se llega al siglo X de la era cristiana, en el que tiene lugar la invención del reloj mecánico, basado en una cinta de acero enrollada (muelle) que al ser soltada regularmente actúa sobre un juego de ruedas dentadas accionado por un péndulo. Este instrumento es, si no el más antiguo, sí el más sensacional, el más sobrecogedor invento de los hombres, reconoce Camilo José Cela. El reloj mecánico fue inventado por el monje Gerberto (947 - 1003), que más tarde fue papa con el nombre de Silvestre II. Ya me he referido al generalizado interés que los relojes mecánicos despertaron tanto entre las nobleza como en el pueblo llano, hasta el punto de convertirlo en un objeto cuya posesión confería prestigio a la ciudad (relojes públicos en iglesias y consistorios), familiar (relojes domésticos) e individual (relojes de uso personal). Pero desde su primera expansión en el siglo XII hasta la total generalización alcanzada a mediados del siglo XX media casi un milenio de perfeccionamiento y abaratamiento de costes de producción.
Al referirse a la capacidad tecnológica de China, Manuel Castells (Ob. cit. Vol. 1, p. 33) afirma que hacia 1400, cuando el Renacimiento europeo estaba plantando las semillas intelectuales del cambio tecnológico, que dominaría el mundo tres siglos después, China era la civilización tecnológica más avanzada de todas, según Joel Morkyr (1990, pp. 209 – 238). Los inventos clave se habían desarrollado siglos antes, incluso un milenio y medio antes (…) Además, Su Sung inventó el reloj de agua en 1086 d. C. sobrepasando la precisión de medida de los relojes mecánicos europeos de la misma.
Desde entonces hasta hoy se han dando pasos sorprendentes en el perfeccionamiento del reloj hasta conseguir que midiera unidades de tiempo inferiores a la hora como el minuto, definido como una unidad de tiempo sesenta veces menor que la hora, y el segundo, definido a su vez como la unidad de tiempo sesenta veces menor que el minuto. El segundo es la unidad de tiempo elegida por la Xª Conferencia General de Pesos y Medidas (París, 1954). Los relojes más avanzados hoy son los que utilizan la energía atómica. No debemos descartar que se sigan dando nuevos avances en el futuro previsible.
Al margen de la tecnología relojera de punta, hay que decir que el avance más importante se dio hace unos cien años, un avance más social que tecnológico, y que ha consistido en que casi todos los hombres y mujeres lleven un reloj personal como complemento habitual de su indumentaria, algo tan frecuente en nuestros tiempos que puede hacernos olvidar que tuvieron que pasar muchos siglos antes de que fuera así. En el pasado reciente los relojes personales solo eran poseídos por gobernantes políticos, jefes religiosos y, en general, por personas con alto nivel de renta. Hasta la generalización de los usos doméstico e individual de los relojes, la información sobre la hora del día corría a cargo de los relojes públicos instalados en los edificios civiles y religiosos de las ciudades.
Sin embargo, no bastó con la generalización del uso del reloj a todos los niveles. Como en el caso del calendario y el de los pesos y medidas, la progresiva globalización de la humanidad necesitaba la adopción de una convención aceptada por todos los países. Todavía en el siglo XVI, cada país tenía su propia forma de medir las horas y de entender el día de veinticuatro horas. Algunos países como España contaban las veinticuatro horas de un mediodía al siguiente. Otros como Italia las contaban desde una puesta del sol hasta la siguiente.
Combinemos los diferentes cómputos del tiempo de cada cultura con los diferentes calendarios y los diferentes modos de cuantificar las horas del día y nos percataremos de los inconvenientes que han existido hasta no hace tanto para la producción y el consumo de planes de desplazamiento circular. Solo así llegaremos a calibrar en toda su importancia la función facilitadora que han tenido las convenciones adoptadas en cada uno de los aspectos citados. El calendario gregoriano se acepta desde hace años como referencia de fecha (año, mes y día) en casi todo el mundo. El establecimiento de una convención universal para el día y la hora ha sido más tardío, pero en la actualidad se ha impuesto el criterio de que las veinticuatro horas del día empiezan a contarse a media noche. La elección del meridiano de la ciudad inglesa de Greenwitch como meridiano cero ha permitido fijar husos horarios, sumando o restando horas según el lugar se encuentre al este o al oeste, respectivamente, del citado meridiano.
Los últimos avances en la medida del tiempo se han dado con la aparición del cronómetro controlado y homologado por una comisión internacional de expertos. Sometidos a diferentes posturas y temperaturas, los cronómetros son capaces de medir el tiempo con una precisión casi absoluta. Se instalan en laboratorios especializados, en observatorios astronómicos y en los medios de navegación marítima, aérea y espacial. Queda aun un aspecto de interés a los efectos de la medición del tiempo. Como es sabido, la Tierra rota cada vez más despacio. Al final de cada año, los días son alrededor de un segundo más largos que al principio y cada cierto tiempo hay que ajustar el sistema de cómputo. Es previsible que tal ajuste haya que hacerlo con mayor frecuencia que hasta ahora. Los expertos creen que es aconsejable redefinir el concepto de segundo. Este asunto se discutió a primeros de agosto de 2000, en la Asamblea de la Unión Astronómica Internacional que tuvo lugar en Manchester. Según uno de los asistentes, el frenado constante del planeta obligará a añadir cada vez más segundos bisiestos y con mayor frecuencia, lo que traerá problemas a los sistemas de comunicaciones y de navegación, algo que afectará, entre otras cosas, a la elaboración y a la realización de desplazamiento circulares sobre todo en los que se dirigen al espacio extraterrestre.
No todo depende de los avances tecnológicos en la medición del paso del tiempo. También las convenciones son de enorme importancia en este campo.. El economista español Josep M. Colomer recuerda que, en una guía turística norteamericana de los años veinte del siglo XX, se incluyeron estas instrucciones: Al pasar la frontera de Portugal a España, usted deberá cambiar escudos por pesetas y adelantar su reloj veintiún minutos... Al cruzar a Francia, deberá cambiar pesetas por francos y adelantar su reloj veintitrés minutos... Al llegar a la frontera con Italia, deberá cambiar la moneda por liras y adelantar su reloj treinta y ocho minutos. La variedad de los cambos horarios de antaño se debía a que cada Estado había adoptado como oficial la hora solar de la capital y las distancias entre Lisboa, Madrid, París y Roma no son uniformes. Colomer termina diciendo: Actualmente, los costes de transacción y adaptación horaria del viajero han desaparecido gracias a la implantación de un horario único europeo (Ver J. M. Colomer, La hora del euro. El País, 3 de diciembre, 2001)
IX

GUÍAS


Los libros – guía son manuales de instrucción de quienes planifican o realizan desplazamientos circulares. Podemos pensar que los libros – guía son de muy reciente aparición. Sin embargo se trata de instrumentos de apoyo al vencimiento de la distancia que tienen cierta antigüedad. Los primeros libros fueron escritos en su mayor parte con fines sapienciales pero muchos se usaron como facilitadores de desplazamientos.
El investigador del CSIC José M. Galán nos ha regalado recientemente una valiosa obra José M. Galán, Cuatro viajes en la Literatura del Antiguo Egipto (Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid, 1998), en la que hace un minucioso estudio de cuatro manuscritos, previamente traducidos por él mismo del idioma ugarítico. Sus títulos son los siguientes: El Náufrago, Sinuhé, El Príncipe predestinado y Unamón.
El protagonista de El Náufrago es un personaje que puede parecer normal, pero dispone de tales cualidades que puede instruir al propio faraón. Este personaje narra su expedición a (Nu)Bia por encargo del faraón Sesostris. La embarcación naufraga a causa de una tormenta y los ciento veinte hombres de la tripulación perecen, pero él se salva. Arrastrado por una ola es llevado a una isla habitada por una Serpiente que le exige que le haga saber el motivo de su viaje si no quiere perecer. El náufrago lo hace y la Serpiente le concede el don de volver a Egipto cargado de mercancías maravillosas. A su regreso llevó las mercancías al faraón y éste le hizo rico.
Según Galán, el texto narra un viaje contrariado a causa de una catástrofe natural, un fenómeno totalmente fuera de su control, que surge inesperadamente y del que no hay escapatoria, pero también habla de las maravillas que hay en la isla, seguramente irreal, como el personaje de ficción que la habita. Hay en la narración bases para hacer toda suerte de interpretaciones, pero no cabe duda de que también puede ser interpretada como un manual de la navegación marítima en unos tiempos en los que, como las técnicas de navegación eran harto primitivas, se presumían peligros que solo un héroe podía superar.
El relato de Sinuhé tiene lugar en el siglo XX a. C., bajo el gobierno de Sesostris I. Sinuhé se encontraba fuera de Egipto acompañando al príncipe heredero, esposo de Nefer. El príncipe se entera por un mensajero de la muerte de su padre y parte de inmediato a su país. Sinuhé siente un miedo inexplicado y huye en una balsa sin timón empujada por el viento del oeste durante cincuenta días seguidos. Finalmente es rescatado por los nómadas. Con ellos vive muchos años vagando por tierras de Palestina y Líbano. El texto alude a que los nómadas le abastecían de todo tipo de viandas. La tierra es descrita como un paraíso similar a la isla donde se refugió el protagonista de El Náufrago. En ella se granjea la amistad del jeque, en un pasaje que de nuevo es comparable al de la recepción que la Serpiente brinda al náufrago del texto anterior. Alcanzada una avanzada edad, Sinuhé se siente fuera de su tierra y decide tomar el llamado Camino de Horus, la vía más frecuentada por los egipcios, en la que se topa con una guarnición egipcia apostada en el camino. El alto oficial le ayuda a embarcarse y Sinuhé llega al palacio del faraón Sesostris I, para postrarse humildemente ante él en el gran salón de audiencias. Este texto, al margen de sus enigmáticas intenciones, parece cumplir también una función de manual de viajes, tanto en lo que concierne a la descripción de las bellezas de tierras desconocidas y a las advertencias de los peligros que pueden surgir en todo viaje como al natural deseo de regresar al país de origen que siente todo aquel que lo abandona.
Lo mismo cabe decir de los dos libros atribuidos a Homero: la Ilíada y la Odisea. Incluso de los nueve libros de la Historia de Heródoto de Halicarnaso. La Eneida de Virgilio, imitación de la Odisea, no deja de ser también un libro de viajes. Durante milenios, los libros de viajes fueron las obras que se encargaron de transmitir los conocimientos que los viajeros lograban gracias a su estancia en tierras lejanas, empapadas de misterio, escenarios de hechos fabulosos y de civilizaciones arruinadas o en todo su esplendor.
Hay que esperar a la llegada del Renacimiento para que surjan obras con la intención de transmitir conocimientos más sistematizados, basados en el ejercicio de la razón y al margen de las fantasías que tanto abundan en las obras de la Antigüedad. Los libros de viajes siguieron apasionando al género humano. Aun hoy, nutren uno de los géneros más cultivados en todos los idiomas del mundo.
En la Edad Media tenemos el libro sobre los viajes de Marco Polo, ya citado aquí, en el que seguramente se mezclan hechos verídicos con la desbordante fantasía del autor, un expediente al que siempre recurrieron los autores de libros de viajes y que constituye una de las constantes del género. Según el lúcido comentario de Jorge Luis Borges, Marco Polo sabía que lo que imaginan los hombres no es menos real que lo que llaman la realidad. Marco Polo incluye en el libro que dictó a un compañero de la prisión de Génova, en la que estuvo recluido, comentarios sobre el estado de los caminos, las costumbres y peculiaridades de la corte del Gran Kan, las maravillas tanto vivas como monumentales de los países que visitó, la utilización de escoltas de hasta doscientos hombres en ciertos desplazamientos, la existencia de mensajeros y de casas de postas, el número de jornadas que se necesitan para cubrir determinadas rutas, la ausencia de albergues que padecen algunas de ellas, lo imprescindible que es ir provisto de agua al realizar desplazamientos, la descripción de fiestas, la abundancia de caza e incluso este interesante comentario sobre la prostitución como servicio pagado en los lugares con abundantes forasteros: Y también os digo que dentro de la ciudad no osa vivir ninguna mala mujer de las que obran impuramente con su cuerpo por dinero, sino que todas están en los arrabales. Y habéis de saber que son más de veinte mil las mujeres que pecan por dinero y aun os digo que todas resultan necesarias debido a la gran abundancia de mercaderes y forasteros que acuden (a la ciudad) de continuo.
No debo olvidar en esta relación de manuales del viajero el Codex Calixtinus, para algunos el primer libro de la historia realmente pensado como guía para quienes planean hacer un desplazamiento (peregrinación) al sepulcro del apóstol Santiago el Mayor en el Finisterre de Galicia. Desde la inventio del Sepulcro del Apóstol en Iria Flavia (año 812), el Camino de Santiago fue una realidad política, geográfica, cultural, social y religiosa que gozó de una muy intensa presencia en la vida de los europeos de toda condición entre los siglos IX y XVI. A partir del siglo XVII comenzó a ser solo un recuerdo del pasado hasta el punto de que se perdió la memoria del Sepulcro, recobrada hace ahora algo más de un siglo. En 1879 tuvo lugar la segunda inventio. Con ella, el culto jacobeo volvió a recuperar sus latidos.
No solo los papas dieron a Santiago de Compostela su alto reconocimiento. También los monarcas de la Cristiandad, los monasterios y las Ordenes Militares distinguieron el Camino con su más encendida fe y lo hicieron objeto de su más integral protección. El obispo Teodomiro avaló con su autoridad el prodigio de las luminarias nocturnas avistadas por el ermitaño Pelayo que dieron nombre al lugar (Campus Stellae, Compostela). Su fe la transmitió al rey asturiano Alfonso II el Casto (759 - 842). Alfonso la transmitió, a su vez, al emperador Carlomagno después de peregrinar con toda la corte hasta el lugar señalado. La protección real y la ayuda incondicional del Emperador, la primera autoridad política del momento, sirvió para la inmediata y eficaz difusión de los hechos por todos los reinos europeos, después de contar con las oportunas bendiciones del papa León III. El monasterio francés de Cluny asumió más tarde, de un modo ciertamente eficaz, las funciones de celoso administrador de tan fecundo patrimonio. La presencia de la presunta tumba de un apóstol de Cristo en uno de los confines occidentales de Europa (finis terrae), convirtió a Compostela en miembro destacado de la triada de los grandes centros de peregrinación del mundo cristiano medieval, junto con Roma, sede del Vicario de Cristo (objeto de peregrinación desde el siglo IV) y Jerusalén, lugar del Santo Sepulcro (cuyas peregrinaciones puede que empezaran muy pronto, sobre todo desde Bizancio). Goethe apuntó que Santiago fue el fermento de la identidad de Europa. Torrente Ballester se pregunta en un libro de 1948, recientemente reeditado, cómo fue posible que Santiago se impusiera a Roma como aglutinante de la unidad europea, a pesar de la competencia que pudo representar Roma, que tiene el sepulcro de Pedro. No es fácil dar una respuesta a esta pregunta. La que aporta Torrente es una más entre otras muchas igualmente discutibles. Pero lo cierto es que la semilla de Europa fue Santiago, contra todo pronóstico, no Roma.
Américo Castro habla de la presencia de Santiago de Galicia en la España cristiana de la Reconquista, una presencia que califica de real y palpable por el hecho de estar sólidamente enraizada en una creencia en la que participaron todos los estamentos sociales de la época, reyes, nobles, clérigos, soldados, pueblo llano y desheredados de la fortuna. La difusión de la noticia del Sepulcro de Santiago por la España cristiana y por otros reinos cristianos de Europa fue tan rápida que Compostela se convirtió muy pronto en el lugar de peregrinación por excelencia de los cristianos europeos. Algunas fuentes hablan de casi medio millón de peregrinos anuales durante la Alta Edad Media. Fue tan descomunal la afluencia de peregrinos que la Sede Compostelana se vio obligada a realizar un esfuerzo inusual en su época en materia de servicios públicos y de hospitalidad para responder a las necesidades de unos peregrinos que pertenecían a todas las clases sociales, desde miembros de familias reinantes hasta nobles, clérigos y monjes, desde teólogos, soldados y escritores hasta artesanos, vagabundos e incluso marginados y delincuentes en cumplimiento de penas a redimir por su presencia ante el Sepulcro. La fe y la peregrinación los unía a todos sin distinción en una auténtica reconstitución de las primitivas comunidades cristianas entonces ya ha tiempo olvidadas. Mucho habría que hablar del espíritu de democracia espontánea que generaron las peregrinaciones a Santiago de Compostela, sobre todo hasta el siglo XVI, época en la que sufrieron su primera crisis con motivo de la Reforma Luterana. Durante siglos, las peregrinaciones masivas no se tuvieron por turismo pero, desde hace algunas décadas, si. Y, sin embargo, hay turisperitos para quienes el turismo masivo solo tiene medio siglo de antigüedad.
Los peregrinos a Santiago tuvieron el privilegio de ver muy pronto satisfecha la necesidad de disponer de un libro - guía. En el siglo XII apareció el Codex Calixtinus, llamado así porque fue atribuido al papa Calixto II. El historiador francés Bedier, a principios de este siglo, llamó a esta obra Liber Sancti Jacobi, nombre con el que también se le conoce hoy. La obra ha llegado hasta nosotros como un conjunto de materiales de aluvión aportados durante los muchos siglos que estuvo en uso continuado hasta cristalizar en una combinación de textos entre los que podemos destacar el relato de viajes, la recopilación de consejos morales y la guía del peregrino. Los historiadores vienen considerando el Codex como un claro precedente de los modernos libros - guía. Su autor, sea quien sea, demuestra ser un consumado conocedor del Camino. Desde la aparición del Codex hasta hoy la producción de libros - guía fue y sigue siendo uno de los más dinámicos sectores de la próspera y tecnificada industria editorial del mundo.
Un hito destacable lo estableció la publicación de la obra en tres volúmenes del alemán D. J. J. Volkmann Noticias histórico – críticas de Italia, (Leipzig, 1770 – 71), obra que contiene una exacta descripción de este país, de sus usos y costumbres, forma de gobierno, comercio, economía, estado de las ciencias, y especialmente de las obras de arte, con un juicio de las mismas. Todo ello recopilado de las descripciones de viajes francesas e inglesas más recientes y de las propias observaciones personales (ver Rafael Cansinos Asséns, presentación de Viajes Italianos, J. W. Goethe, en Obras Completas, Aguilar, México, 1991). Puede decirse, continúa Cansinos, que esa obra fue la guía de viaje de Goethe, que este conocía por mediación de su amigo Knebel.
Fue en el siglo XIX cuando aparecieron los libros – guía que hoy conocemos. Los primeros editores de guías fueron John Murray en el Reino Unido y Karl Baedecker en Alemania. John Murray se desplazó por primera vez al Continente en 1829 con el fin de completar su educación. Como escribió más tarde, lo hizo desprovisto de guías a excepción de unas cuantas notas manuscritas sobre ciudades y fondas que le facilitó su buen amigo el dr. Somerville, lo que indica que dedicó tiempo, trabajo y tal vez dinero a preparar su plan de desplazamiento. Fueron las dificultades que encontró a la hora de hacer sus desplazamientos lo que le llevó a recoger y sistematizar toda la información que pudo. Dicho con sus propias palabras, todas aquellas informaciones y estadísticas que un turista inglés puede tal vez necesitar.
Murray continuó haciendo desplazamientos al Continente y recogiendo datos de utilidad. Con ellos publicó a fines de 1836 el manual del viajero titulado Holland, Belgium and the Rhine. Ante el éxito obtenido, años más tarde publicó el manual titulado France, South Germany and Swizerland. Estos dos manuales los escrbió él mismo, pero pronto encargó los demás manuales publicados a especialistas como Richard Ford (Spain), Sir Gardner Wilkinson (Egipt) o Sir Francis Palgrave (Nord Italy). Las llamadas “guías rojas” de Murray se hicieron mundialmente famosas.
El más importante competidor de Murray fue el alemán Karl Baedecker. Baedecker, siguiendo la profesión de su padre, fundó una librería y una imprenta en la ciudad alemana de Koblenz en 1827. Años más tarde compró los derechos de una obra titulada Rheinreise a su autor, un tal Klein. Baedecker rescribió personalmente esta obra y la publicó en 1839 con un nuevo título, Die Rheinlande. Siguiendo el método de Murray, Baedecker también realizó numerosos desplazamientos a fin de tomar los datos que necesitaba para las guías que se proponía publicar, para cuya cubierta también eligió el color rojo. La primera guía Baedecker se publicó en 1839, tres años después que la de Murray, con el título Belgien und Holland, en el que se advierte su clara intención de competir con la guía de Murray relativa a dos países comunes. En 1842 se publicó Handbuch und der Österreischichen Kaiserstaat (Viena), en 1844 Suddeutschland und Österreich, Ungarn und Salzburg y Die Schweiz, a la que siguió en 1855 Paris und Umgebungen. Baedecker obtuvo tanto éxito que continuó publicando guide – books para nuevos países tanto europeos como orientales y norteamericanos con versiones en los principales idiomas (inglés, alemán, francés) después de patentar su método.
El producto que el alemán Bernhard von Tauschnitz puso en el mercado no eran precisamente guías sino libros de lectura para aprovechar las horas muertas de muchos desplazamientos. En 1837 von Tauschnitz abrió en Leipzig una imprenta en la que cuatro años más tarde empezó a publicar libros de lectura para leerlos en los desplazamientos. Estos fueron los comienzos de la famosísima colección de autores ingleses que a mediados del siglo XIX ya había alcanzado 2.600 títulos. Von Tauschnitz tuvo tanto éxito que se hizo millonario y hasta compró un título nobiliario. Con sus publicaciones provocó una auténtica revolución en las prácticas de los desplazamientos ya que éstos, que solían hacerse con algún acompañamiento, empezaron a hacerse cada vez más en solitario. El sabía que los turistas tenían que soportar días lluviosos y prepararse para atardeceres aburridos; matar las largas horas de espera en los transbordos ferroviarios y combatir el demonio del tedio. Incluso si un extranjero se merecía realmente el agradecimiento del inglés que hace viajes, ése era el barón von Tauschnitz.nLos datos sobre Murray, Baedecker y Tauschnitz los he tomado de la obra de A. J. Norval. Norval, quien, a su vez, los tomo de las siguientes obras: Dictionary of National Biography, Encyclopaedia Britanica, Chalmer’s Enciclpaedia: Winkler Prins, Algemeine Encyclopaedië y Shand: Old Time Travel.
Las colecciones de guías iniciadas en la primera mitad del siglo XIX continuaron publicándose durante la primera mitad del siglo XX, época en la que aparecieron nuevas guías editadas por otras empresas. Entre ellas debo citar Les Guides Bleus de la editorial francesa Hachette.
A fines del siglo XIX, el escritor portugués Eça de Queiroz, que fue cónsul en Inglaterra, incluyó en uno de los artículos que publicó en la prensa de su país, una abrumadora referencia a los libros de viajes publicados en Londres en “estas dos últimas semanas”, copiada de dos periódicos ingleses que transcribo a continuación: Atheneum y Academy: Mi estancia en Medina, Entre las hijas de Han, En las aguas saladas, Lejos en las Pampas, Santuarios del Piamonte, El nuevo Japón, Una visita a Abisinia, La vida en el oeste de Irlanda, Por el Mahaka arriba y por el Barita abajo, A caballo por el Asia Menor, Escenas en Ceilán, A través de ciudades y prados, En mi bungaló, Huyendo para el Sur, Tierras del sol de media noche, Peregrinaciones en la Patagonia, El Sudán egipcio, Tierra de los Manglares, A través de la Siberia, Norks, Lapp y Finn (¿dónde estará esto?, se pregunta con sorna el editor), Guerra, peregrinaciones y ondas (¡qué título, Dios piadoso!), La linda Atenas, La península del Mar Blanco, Hombres y cosas de la India, A bordo del “Raposa”, Sport en la Crimea y el Cáucaso, Nueve años de cacerías en Africa, Diario de una perezosa en Sicilia, Al Oriente del Jordán.
A partir de la segunda mitad del siglo XX se asiste a tan descomunal aluvión de guías que no resulta fácil mostrar su evolución en el tiempo. Al llegar a las postrimerías del último siglo, las guías incorporan las recientes innovaciones en tecnologías de la información y el mercado se inunda de guías audiovisuales en formato CD-Rom.
Con este novedoso tipo de guías se inicia una nueva época en el largo proceso evolutivo de las guías de viaje al facilitar de un modo integral todo aquello que realmente necesita quien decide hacer un desplazamiento en nuestros días. Las guías en CD-Rom incorporan la geografía, las costumbres y la historia de cada uno de los países incluidos. Estas nuevas guías llevan hasta sus últimas consecuencias las técnicas que inició Heródoto de Halicarnaso con Los nueve libros de la Historia (fue Cicerón quien nos aclaró que historia significa, precisamente, investigación y verificación, los dos elementos con los que se deben elaborar las guías) en el siglo V a. C. (el siglo de Pericles), tradición que luego tantos eminentes viajeros cultivaron a lo largo de los dos milenios y medio que han pasado desde entonces. Las obras de aquellos primeros viajeros estaban destinadas a hacer partícipes a sus semejantes de los conocimientos que los autores lograron alcanzar sobre el mundo a través de sus viajes.
Como ya he dicho, los libros de viajes fueron los primeros textos utilizados para la difusión del saber. Los viajes fueron el primer método empírico utilizado por los sabios de la Antigüedad para conocer la realidad, un método que hoy sigue siendo necesario, pero ahora solo de un modo complementario, opcional y si se quiere lúdico, gracias a los numerosos bancos de datos existentes y a las grandes facilidades que la era de la información pone en nuestras manos.
















































X

SEGUROS



Los desplazamientos comportan la exposición de quienes los realizan a numerosos peligros. Si hoy es cierto lo que acabo de decir, en el pasado lo era aún más. Sin embargo, los servicios de seguro aparecieron relativamente tarde en la historia. Parece que en Grecia existían ciertos usos que hoy podríamos interpretar como seguros. En Palestina, un pueblo que vivía de la ganadería, se aseguraban los peligros de muerte que corre el ganado. Tales costumbres son antecedentes del seguro de un modo aproximado. Para que se presten estos servicios se precisa un cierto grado de desarrollo de las actividades productivas y de las instituciones sociales.
En el Digesto se incluye esta significativa frase: Los romanos tenían la noción precisa del riesgo que hace correr al propietarios de una cosa la detención de ésta por un tercero que la transporta o la conserva en sus almacenes. Conocían también perfectamente el riesgo que nace de las obligaciones y condicionales y los riesgos del crédito que habían procurado conjurar mediante un sistema de garantías personales primero, de garantías reales después. Con su finura de análisis y su lógica acostumbrada, los jurisconsultos romanos sentaron los principios según los cuales debía soportarse la pérdida de la cosa debida. La frase la he tomado del Diccionario Enciclopédico de Espasa. En esta magna obra se afirma que en la Edad Media existían vestigios de la práctica del seguro aplicado al transporte por vía marítima apoyado en una mutua o en una empresa mercantil. La obra citada expone que de todos estos seguros, el más importante a nuestro objeto es la comunión forzada entre todos los propietarios de naves creada en Portugal, e inmediatamente en España, la forma de seguro a prima fija. Perfeccionada esa forma de seguro y ya con caracteres modernos, salió en los países del Mediterráneo, habiendo una disposición del Estatuto de Génova, que se tiene por anterior a 1414 y una ordenanza de Barcelona de 1435, insertada en el libro del Consulado de Mar del año 1494, que se ocupan de estos seguros, y todavía anterior, el Estatuto de Calimala de Florencia, que, publicado en 1322, se ocupa de los seguros, y se conocen contratos en que junto con el transporte importaba este concepto del 12 al 15 por 100 de las mercancías.
En el siglo XIV tienen su origen los seguros del transporte terrestre por semejanza al de mar, y los seguros sobre la vida por causa del riesgo marítimo, pero esta forma solo por riesgo de muerte. Del Mediterráneo pasó el seguro a Inglaterra, donde se puede considerar nacido el seguro científico, pues desde 1671 el holandés Juan de Witt puso los primeros jalones de la institución con la colaboración del matemático Halley.
Le Robert, Dictinaire de les Letres Françaises, sostiene que el término assurance (seguro) existe en francés desde 1563 – 83 con el significado moderno de “contrato por el cual un asegurador garantiza al asegurado, mediante una prima o cotización, el pago de una cantidad convenida caso de que ocurra un riesgo determinado”. En el caso de la realización de un desplazamiento, los riesgos pueden ser numerosos. Abarcan desde los que pueden afectar a quien se desplaza (muerte, accidente, enfermedad) hasta los que pueden incidir en cosas de su pertenencia (mercancías, vestimenta, objetos personales) pasando por los que afectar al desplazamiento mismo (no llegar al lugar convenido) o a cualquiera de sus componentes (servicios de transportes, servicios de hospitalidad, servicios incentivadores). Por ello, los servicios de seguro encuentran un campo de actuación especialmente propicio en los desplazamientos, tanto si éstos son autoproducidos como si son alteroproducidos, sobre todo y muy especialmente en este último caso. Por esta razón, los servicios producidos por las compañías aseguradoras tienen un especialísimo interés en esta materia no cabiendo la menor duda de que cumplen una clara función facilitadora de los planes de desplazamiento.
Es evidente que los contratos de seguros tienen tanta mayor importancia cuanto mayor es la complejidad del sistema productivo de una sociedad. Son muy numerosos los riesgos asegurables en los planes de desplazamiento y en sus diferentes componentes por la misma conveniencia tanto de los consumidores como de los productores. desde hace años, los servicios de transportes de pasajeros solo puede prestarse amparados por seguros obligatorios. La alteroproducción de planes de desplazamiento también viene obligada por ley en numerosos países a incluir el aseguramiento de los consumidores.





































XI

DINERO Y BANCOS

Los primeros intercambios de bienes y servicios se hicieron en régimen de trueque, mercancía a mercancía. El “precio” de una mercancía se expresaba en unidades de cualquier otra. No todas las mercancías fueron objeto de trueque. Solo se intercambiaban las que suntuarias y las que tenían carácter simbólico o sagrado. El sistema no era flexible ni ágil. Sus inconvenientes fueron cada vez más palpables y no es de extrañar que, en estadios más avanzados de las relaciones mercantiles, cuando el intercambio se generalizó a todas las mercancías, se adjudicara a algunas de ellas la función de medir el valor de las demás expresado en unidades. Las cabezas de ganado cumplieron la función de medio de pago y por esta razón se habla hoy de pecunio (del latín pecus, ganado) para referirse al dinero. Aparecieron así los primeros rudimentos del dinero ligados a una mercancía concreta. Son muy variadas las mercancías que han cumplido esta función en la historia. La seda fue usada durante muchos años como medio de pago Además de las cabezas de ganado, las conchas marinas, los cigarrillos y las onzas de chocolate, entre tras mercancías, han sido utilizadas como medios de pago en el pasado.
La mercancía utilizada como dinero tenía que tener algunas características, entre ellas, alto valor intrínseco, ser fácilmente almacenable y ser fraccionable sin dificultad. Por ello, se comprende que ya en la Antigüedad estuviera bastante generalizado el uso de los metales preciosos (oro y plata) como dinero: son fraccionables, son almacenables y tienen alto valor de cambio incluso en cantidades muy pequeñas. Para facilitar su uso se optó por utilizar piezas relativamente normalizadas, con dimensiones y pesos preestablecidos por el uso. De aquí a la acuñación de monedas no había más que un paso. Las civilizaciones de la Antigüedad contaban con cecas, establecimientos dedicados al amonedamiento de oro, plata y otros metales. El uso de monedas no se generalizó hasta el siglo VI a. C. Las monedas de oro y plata tenían el mismo valor como dinero que como mercancía. A este tipo de dinero se le llama de pleno contenido. El derecho de acuñación era libre y todas las ciudades del mundo con entidad en el tráfico mercantil lo ejercieron. Esta libertad dio pronto lugar a frecuentes abusos que afectaron a la fiabilidad de muchas monedas.
Como medida frente a los abusos en el peso y en la ley de las monedas que circulaban por el mundo civilizado durante los siglos pasados, en la Edad Media surgió la profesión de los orfebres, expertos en el examen de monedas para determinar si tenían el peso y la ley que decían tener. Como las monedas de oro y plata no son de fácil transporte tanto por su peso, si la cantidad era grande, como por los peligros de robo que su poseedor podía sufrir tanto en posadas y caminos, los orfebres ofrecieron un servicio que cabe calificar de revolucionario. Nos referimos al servicio de depositantes de monedas. El depositario recibía un certificado de depósito con el que en cualquier momento podía recuperar las monedas depositadas en la casa del orfebre, quien se encargaba de su almacenamiento y custodia.
Los certificados de depósito llegaron a utilizarse por sus poseedores como dinero ya que pronto se emitieron “al portador”. El sistema evitaba pagar deudas o adquirir mercancía “en metálico”. Al percatarse los orfebres de que los depósitos monetarios no eran exigidos todos al mismo tiempo y que esto se traducía en que una parte permanecía en su poder de un modo permanente, optaron por prestar dinero por medio de certificados de depósito.
Angel B. Sanz, en su obra Un banquero de finales del siglo XIX (Colección Gaceta Financiera, Madrid, 1954) se refiere a los argentarii, que en el siglo III a. C. realizaban en Roma funciones de banqueros aunque originariamente eran meros cambistas de monedas: Realizaban depósitos, pagaban mediante orden escrita y prestaban con interés. Suministraban dinero a sus clientes en Italia y cursaban órdenes a las provincias romanas. No lo hacían fuera del Imperio. En Escandinavia y Ceilán han aparecido monedas romanas, lo que hace suponer que se pagaban las mercancías de aquellos países en efectivo. (…) Afirma G. H. Stevenson en el capítulo II, dedicado a comunicaciones y comercio, de su obra The legacy of Rome lo siguiente: “En general, el comercio romano fue poco obstaculizado por dificultades monetarias….”.
De este modo nació la función bancaria moderna. Al mero depósito de dinero se unió la capacidad de crearlo. Los certificados de depósito al portador son el antecedente lejano de los modernos billetes de banco, siglos después emitidos con la garantía oficial de su convertibilidad en el banco central (emisor) de cada país.
Angel B. Sanz (ob. cit.) cita la obra de J. H: Kramers The legacy of Islam, de cuyo capítulo III, dedicado a geografía y comercio, incluye la siguiente frase: Una prueba de la importancia del tráfico de esta región es que el geógrafo Ben Hangal (975) dice haber visto en Awdaghosht un cheque (que se deriva de la palabra árabe sark por la suma de 42.000 dinares, a pagar en la ciudad de Sijilmaaza, en el sur de Marruecos, y añade después: Ya hemos habado del cheque al describir el comercio africano y las palabras sinónimas, alemanas y holandesas (wechseh y wissel) son igualmente árabes; también lo es el término aval.
Los bancos se generalizaron después del Renacimiento, sobre todo en las ciudades dedicadas al comercio (Génova, Amsterdam y Venecia).
La convertibilidad del papel moneda terminó siendo abandonada por casi todos los países del mundo. El último en hacerlo fue el gobierno de los Estados Unidos. Hoy no hay dinero signo metálico. Todo el dinero que circula en el mundo es dinero signo de papel (billetes de banco) sin convertibilidad. Cuando se habla de dinero se emplea la expresión fiducias, término que procede del latín fides, fe o confianza. El dinero moderno es un documento especialmente impreso que circula por la fuerza de la ley del estado que lo emite y cuenta con la confianza de los ciudadanos del país emisor.
Fuera de cada país puede no tener aceptación el dinero emitido por un país en concreto. Para facilitar las transacciones internacionales existen las llamadas divisas, billetes de banco de países que cuentan con la confianza de los agentes del comercio internacional.
Durante la Edad Media y el Renacimiento, la moneda más aceptada internacionalmente fue el florín holandés, que fue sustituido por la libra esterlina hasta los comienzos del siglo XX en que fue sustituida, a su vez, por el dólar de Estados Unidos.
Doce países de la Unión Europea han puesto en circulación el euro, una moneda que nace con vocación de convertirse en una divisa mundial junto con el dólar En 1868 estuvo a punto de nacer la llamada Unión Monetaria Latina, un precedente directo de la actual Unión Monetaria Europea. Aquella se planteó alrededor del franco francés como ésta se ha basado en el marco alemán.
Los avances en las telecomunicaciones que hemos resumido antes han potenciado hasta límites insospechados las ya tupidas redes de ingresos y pagos realizadas por el sistema bancario de los países más industrializados. La revolución financiera que ha tenido lugar a partir de mediados del siglo XX ha sido espectacular. Hoy ya es posible hablar de un sistema financiero de dimensiones globales. En sus bases se encuentra la progresiva liberalización del comercio internacional que sustituyó a las de medidas protectoras del comercio y de los movimientos de capitales que se tomaron a partir de la gran crisis bursátil, comercial, económica y financiera del año 1929.
Durante las últimas décadas del siglo XX se desarrolló el llamado dinero de plástico, encarnado en tarjetas de dicho material con cuyo uso es posible disponer de saldos bancarios del titular en cualquier lugar del mundo. Este sistema ha venido a sustituir al uso de cheques bancarios que se generalizó años atrás en todos los países avanzados. Una modalidad del cheque bancario es el llamado cheque de viaje (travel cheq), muy utilizado en los desplazamientos de un país a otro, procedimiento de pago que facilitó enormemente los pagos en divisas en cualquier país con un sistema bancario desarrollado.








































XII

SEGURIDAD


Servicios de protección de la identidad física y de los bienes portados por quien realiza un desplazamiento han existido desde la más remota antigüedad. Estos servicios estuvieron integrados durante miles de años con los de acompañamiento que ya hemos visto. En efecto, la escolta que acompañaba a quienes realizaron desplazamientos en el pasado tenían la función de protegerlos contra los posibles ataques de enemigos de todo tipo: ladrones, piratas, bandidos, intolerantes y tantos otros de los que pudiera derivarse, en el mejor de los casos, la imposibilidad de llegar al lugar de destino o de regresar al de partida. La escolta presta por ello un claro servicio facilitador de los desplazamientos. Podríamos repetir aquí parte de lo dicho en el apartado dedicado al acompañamiento.
Si entendemos por policía un cuerpo de funcionarios públicos que tiene como función velar por el cumplimiento de las leyes, puede decirse que, en efecto, este servicio ya existía en las civilizaciones de la Antigüedad. Pero lo que diferencia a estos cuerpos de policía de los actuales es que tan solo se ocupaban del cumplimiento de unas leyes que poco o nada tenían que ver con la protección personal que figura desde no hace mucho entre sus funciones. Aun así, no cabe duda de que estos cuerpos antiguos constituyen los primeros antecedentes de la policía de nuestros días.
En el antiguo Egipto había cuerpos de policía encargados de vigilar las fronteras. Franco Ciammino nos dice que en los confines naturales se encontraban las fortalezas para la defensa de Egipto y los puestos de aduanas, que vigilaban y anotaban todo cuanto llegaba. Todos los pasajes de hombres y mercancías eran vigilados por oficiales de frontera, que recogían los impuestos y los derechos aduaneros. Los egipcios eran tolerantes con los extranjeros inclusive en lo concerniente a la religión, con tal de que los huéspedes se mostrasen respetuosos con las costumbres y creencias del país. Grandes enemigos eran considerados los beduinos, “los que vivían sobre la arena”, los fieros y poco fiables nómadas del desierto, que junto con los negros, sirios y libios fueron considerados siempre como los grandes enemigos del faraón, a pesar de que esos mismos negros, sirios y libios estuvieran siempre dispuestos a combatir como mercenarios a sueldo del soberano egipcio. Los egipcios acogieron bien a casi todos aquellos que solicitaban asilo (Ob. cit. pp. 32 y 33)
Egipto estaba organizado en regiones (nomos) gobernadas por los nomarcas o virreyes, auxiliados por un funcionario que ejercía las funciones de juez, jefe de policía y verdugo. Las funciones que hoy encargamos a la policía eran ejercidas en Egipto por el ejército. Bajo el faraón Samético II, de la XXVI dinastía, se creó una policía terrestre y fluvial encargada de vigilar el tráfico.
También en China había funcionarios que se encargaban de la vigilancia del pueblo. Además se encargaba de llevar un registro o censo de población y de vigilar a los sospechosos. Lo mismo puede decirse de los incas. En el imperio inca cada grupo de diez familias dependía de una especie de funcionario imperial conocido como mayoc. Sus funciones consistían en vigilar el cumplimiento de las obligaciones laborales de los vasallos y de llevar el control de los nacimientos (censo de población). Parece que también existía un cuerpo secreto encargado de ir de pueblo en pueblo para conocer el estado de la opinión de los gobernados y controlar los pleitos y los juicios.

Tantos unos como otros dedicaban sus esfuerzos, como hemos dicho, no a dar protección a los ciudadanos sino a velar por los privilegios del poder expresados en las leyes. Hay que llegar a Grecia para encontrar los más claros antecedentes de lo que hoy entendemos por orden público y protección física de vidas y haciendas de los particulares. En las ciudades griegas había un poliarca designado por sorteo mensualmente encargado de un cuerpo de guardianes cuya función era mantener el orden callejero, la seguridad pública y verificar la corrección de los pesos y las medidas con los que se realizaba el mercadeo. Estos guardianes tenían atribuciones para castigar a los delincuentes y para imponer multas.
El cuerpo romano de ediles fue creado por Numa con el encargo de mantener el orden público en la Urbe, prestar servicios contra incendios, muy frecuentes en Roma, velar por la limpieza de las calles y hacer seguros los caminos. Augusto sustituyó este cuerpo por 14 curatores, 424 stacionarii y 1.000 vigiles, cuerpos que prestaban servicios contra incendios y de policía (orden público, lucha contra rebeliones, persecusión de delincuentes) y control político – social). También el ejército tenía encomendadas misiones de vigilancia del orden interno además de las clásicas de defensa frente a agresiones exteriores y guerras de conquista.
Durante la Edad Media, los ejércitos formados por caballeros y vasallos con los que contaban los señores feudales, asumieron funciones militares y policiales, lo que supuso un retroceso en los avances de separación de funciones que habían conseguido las ciudades griegas y el Imperio Romano.
Los verdaderos comienzos de la policía como hoy la concebimos (vigilancia del cumplimiento de las leyes tanto en defensa de la sociedad como de la integridad física de sus miembros) hay que buscarlos en Francia. Joseph Fouché (1759 – 1820), duque de Otranto, fue nombrado en 1799 ministro de Policía del gobierno del Directorio que se hizo cargo del poder después de la Revolución Francesa. Cuando Napoleón Bonaparte se apoderó del poder mantuvo a Fouché en el ministerio de la Policía, un cargo que ocupó hasta 1810. Durante estos años logró modernizar los criterios organizativos y funcionales de la policía del antiguo régimen. Desde entonces se han ido mejorando ambos aspectos hasta llegar a nuestros días, en los que no se concibe un gobierno moderno y eficaz sin cuerpos de policía dotados de avanzados medios para asegurar el orden público tanto en las ciudades como en campo abierto y en todos aquellos lugares en los que se da una afluencia masiva de personas (estaciones, aeropuertos, mercados, estadios deportivos, centros de enseñanza, museos, etc.) Gracias a estos servicios, la protección tanto física y económica tanto de residentes como de forasteros queda garantizada a niveles inconcebibles hace unas décadas.
Debido al fuerte incremento de la delincuencia que se registra en las megalópolis modernas desde la generalización del consumo de alucinógenos se ha impuesto la necesidad de que numerosas empresas y comunidades privadas contraten servicios de vigilancia y protección profesionales. Estos servicios privados refuerzan y complementan los servicios públicos. Como consecuencia de ello, las escoltas y los guardaespaldas solo son hoy necesarios para las grandes figuras de la política y para personas con altos cargos en empresas privadas. También necesitan servicios de escolta personas de gran popularidad o dueños de grandes fortunas. Los demás pueden desplazarse por numerosos países sin necesidad de estar protegidos por cuerpos especiales privados.




XIII

INTÉRPRETES


La Biblia recoge en el Génesis (11, 1 - 9) la aspiración de la humanidad a entenderse en un idioma único con esta conocida frase: Toda la tierra hablaba una misma lengua y usaba las mismas palabras. Al emigrar los hombres desde oriente encontraron una llanura en la región de Senaar y se establecieron allí. Y se dijeron unos a otros: Vamos a hacer ladrillos y a cocerlos al fuego. Emplearon ladrillos en lugar de piedras y alquitrán en lugar de argamasa; y se dieron: Vamos a edificar una ciudad y una torre cuya cúspide llegue hasta el cielo; así nos haremos famosos y no nos dispersaremos sobre la faz de la Tierra. Pero el Señor bajó para ver la ciudad y la torre que los hombres estaban edificando, y se dijo: Todos forman un solo pueblo y hablan una misma lengua; y este es solo el principio de sus empresas: nada de lo que se propongan les resultará imposible. Voy a bajar a confundirle su idioma para que no se entiendan más los unos a los otros. De este modo el Seños los dispersó de allí por toda la tierra y dejaron de construir la ciudad. Por eso se llamó Babel, porque allí confundió el Señor la lengua de todos los habitantes de la Tierra, y desde allí los dispersó por toda la superficie.
Los filólogos actuales han demostrado, con Noam Chomsky a la cabeza, que la lengua que cada pueblo habla tiene raíces claramente biológicas. Por esta razón todas las lenguas obedecen a un amplio patrón universal diferenciándose tan solo en algunas variantes específicas y, sobre todo, en aspectos de vocabulario. De forma narrativa y simbólica, el texto bíblico refleja esa unidad lingüística básica y las diferencias existentes entre las lenguas. Las diferencias llegan a ser tales que los pueblos de la Tierra no pueden entenderse entre sí más que utilizando el lenguaje de los gestos, los signos y la mímica. Se trata, de un grave inconveniente para la realización de desplazamientos que bien pudo tener en el pasado efectos inhibitorios muy serios, aunque lo más probable es que no afloraran en toda su magnitud pues quedaron opacados por otros mucho más inmediatos y contundentes.
El inconveniente de las lenguas solo afectó a los desplazamientos que no requirieron el establecimiento de relaciones relativamente profundas entre quienes se desplazaban y los habitantes de los territorios por los que había que pasar. Los desplazamientos que exigían estos contactos no existieron hasta que no se desarrollaron las expediciones mercantiles especializadas en la época de las grandes civilizaciones de la Antigüedad. Para entonces ya había una solución para mitigar el obstáculo lingüístico. Como sabemos, en la Antigüedad, el idioma hegemónico fue el acadio. Este era el idioma utilizado por los mensajeros encargados de portar misivas de todo tipo de un reino a otro. Los mercaderes también lo conocían. Ya entonces había conocedores del acadio y de algún otro idioma dedicados a servir de intérpretes entre los interlocutores.
El papel del acadio lo jugó el griego entre los pueblos que habitaban la península del Peloponeso, y el resto de Grecia. Más tarde debió ser el latín el idioma que cumplió la útil y necesaria función de lengua internacional para el comercio, la diplomacia y las demás relaciones internacionales (religiosas, culturales, amistosas, deportivas, etc). Como es sabido, el latín ha sido la lengua internacional desde la fundación de Roma en el siglo VIII a. C. hasta la desaparición del Imperio de Occidente en el siglo IV. En el Imperio Bizantino siempre se habló griego aunque se conociera el latín. Este idioma logró desbordar las fronteras del antiguo Imperio de Occidente y convertirse en universal porque la iglesia católica lo tomó como idioma propio. También fue usado como vehículo de entendimiento entre estudiosos y eruditos.
El desarrollo de los actuales idiomas modernos, muchos de los cuales proceden del latín, tiene lugar a partir del siglo XII. El latín siguió utilizándose en el comercio, en la diplomacia y en la ciencia hasta el siglo XVII, aunque cada vez menos, siendo sustituido progresivamente por los idiomas modernos en todos los campos. El francés se convirtió en el idioma de la diplomacia y del comercio durante los siglos XVIII, XIX y parte del XX. El italiano fue un idioma muy utilizado en todos los países europeos desde el Renacimiento como medio de comunicación a efectos de arte y cultura. Después de la primera guerra mundial se impuso el inglés como idioma del comercio internacional y de comunicaciones entre científicos. A partir de la segunda guerra mundial la hegemonía del inglés es incuestionable. Hoy cumple la función de idioma universal a todos los efectos, seguido a una distancia progresivamente acortada por el español, aunque sin olvidar el enorme potencial del chino en el inmediato futuro.
Como muestra de los obstáculos derivados de la existencia de diferentes idiomas en materia de relaciones internacionales incluimos un párrafo tomado de la narración de la escritora británica Virginia Woolf (1882 – 1941) titulada Una posada andaluza (Ver V. Woolf: Viajes y viajeros, Plaza Janés, Barcelona, 2001): el tren llegó a la estación (de un pueblo de Granada que no cita donde quedó interrumpido el servicio). Apareció corriendo la inevitable multitud para contemplarnos, y se quedaron boquiabiertos cuando enseñamos la cuidada disposición de palabras españolas con que expresábamos nuestro deseo de una posada. Una frase en un manual de conversación es algo de una naturaleza semejante a un monstruo extinto en un museo: solo los especialmente iniciados pueden decirte si está emparentado con un animal vivo. De inmediato resultó obvio que nuestro espécimen era extinto sin remedio, y aun más se insinuó la terrible certeza de que tanto la naturaleza de lo que preguntábamos como la lengua en la que lo hacíamos eran ininteligibles.
Hoy nos puede resultar incomprensible que en 1905 nadie entendiera que la escritora y su acompañante se veían en la necesidad de pernoctar en el pueblo hasta que el tren reiniciara su marcha al día siguiente y que para ello preguntaban por un hotel, un término internacional que todavía era desconocido por los habitantes de aquel pueblo andaluz. Los residentes desconocían las posadas. Ni la ayuda de los diccionarios ni los supuestos conocimientos de francés de un empleado del ferrocarril sirvió para que los nativos entendieran a los forasteros.
Desde hace al menos un siglo existen en numerosas ciudades servicio profesionales de intérpretes y traductores desde de diferentes idiomas del mundo al idioma del lugar visitado. Por otra parte existen diccionarios bilingües que ofrecen la posibilidad de traducir un texto escrito en un idioma a cualquier otro. Incluso existen modernas máquinas electrónicas que hacen lo mismo de un modo automático. No cabe duda de que la situación actual, a efectos de las dificultades que las diferentes lenguas establecen para los desplazamientos de un país a otro, es hoy muy diferente a la del pasado no solo remoto.





XIV

METEOROLOGÍA


La elaboración de planes de desplazamiento es muy sensible a las condiciones meteorológicas desde sus más remotos orígenes. También su realización. Por lo que sabemos, durante la época de lluvias los pueblos de la Antigüedad suspendían las expediciones guerreras. Las expediciones comerciales sufrían una merma sustancial si es que se hacían algunas. Los desplazamientos por vía marítima fueron siempre más sensibles al estado del tiempo atmosférico que los terrestres. Lo mismo puede decirse hoy de las exploraciones del cosmos y de la navegación aérea.
Los pueblos antiguos tenían sistemas muy rudimentarios para prever los cambios climáticos. Se limitaban a la observación de señales muy variadas combinadas con una experiencia no sistematizada. El método más utilizado era la consulta a brujos y adivinos.
Alonso de Chaves ofrece un repertorio de reglas en el tratado último del segundo libro de su obra que trata de las señales naturales para conocer la mudanza de los tiempos porque, en largas y continuas navegaciones forzosamente se han de ofrecer infortunios y peligros de una o muchas maneras, principalmente por la mudanza y contrariedad de los tiempos y ásperas tormentas o tempestades, y porque la tal madrugada o trocamiento de los tiempos cuando quieren venir siempre de sí mismos alcanzan y enseñan unas ciertas señales naturales, las cuales siempre preceden y se anticipan por algún espacio de tiempo a los tales infortunios y se manifiestan y conocen en los cuerpos celestes de sol, y luna, y estrellas, y nubes, y vapores, y en las naves, y los otros animales terrestres, y en otros cuerpos elementales (Ob. cit. pp. 162 y 163)
Chaves propone partir primero de los más alto y más perfecto y acabar en lo menos perfecto y más bajo, es decir, basarse en las señales de las estrellas, el sol, las nubes, neblinas y vapores, arco del cielo, arco del cielo, truenos y relámpagos, presencia de aves y animales terrestres y de ciertos cuerpos inanimados.
La meteorología permaneció durante milenios en este estadio de simple observación de señales, lo que nos permite pensar en sus frecuentes errores de predicción. Hay que esperar hasta el siglo XX de nuestra era para disponer de técnicas aerológicas combinadas con una red mundial de centros de observación. La meteorología pasa entonces a ser considerada como una ciencia explicativa y predictiva.
Las dos guerras mundiales del siglo XX han impulsado no solo los instrumentos de observación y medición sino también la aparición de centros de investigación y de organismos encargados de la rápida difusión de los resultados. Hoy disponemos de una red de estaciones meteorológicas totalmente automatizadas al servicio de las predicciones de los cambios climáticos. Muchos de los avances tecnológicos que han tenido lugar en otros campos han sido aplicados con éxito a la meteorología. Pensemos en la conquista del espacio. La posibilidad de contar con el apoyo de satélites artificiales de la Tierra (tanto en órbita como geoestacionarios) ha supuesto un avance verdaderamente revolucionario para la meteorología. Los datos que están enviando continuamente los satélites son almacenados, procesados, interpretados y difundidos de un modo inmediato a todos los rincones de la Tierra. Los modernos medios de comunicación social (radio, TV, prensa, Internet) los ponen inmediatamente al alcance de los usuarios.
La Organización Meteorológica Internacional funcionó durante el siglo XIX como enlace de los servicios nacionales que se iban creando en los diferentes países. En 1946 pasó a denominarse Organización Meteorológica Mundial en el seno de la Organización de las Naciones Unidas. En España el actual Servicio Meteorológico Nacional tiene sus orígenes en los consejos del marino Jorge Juan para que se abrieran dos observatorios meteorológicos, el de San Fernando (1805) y el de Madrid (1860). En 1893 se creó el Instituto Meteorológico en el parque del Retiro de Madrid, organismo que pasó a llamarse Observatorio Central Meteorológico.
El generalizado interés por la meteorología se refleja en las grandes inversiones que se vienen haciendo desde hace al menos un siglo no solo para mejorar los instrumentos de toma de datos sino también en la creación de un banco de datos mundial en el que se dispone de series cronológicas cada vez más prolongadas. Se dispone así de la base de información imprescindible para formular con ayuda de la moderna estadística y de la física avanzada las leyes que explican los cambios climáticos tanto a nivel global como regional.

































XV

LOS QUE VENCEN LA DISTANCIA



“porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra
que da sus frutos para todos”
(F. García Lorca: Poeta en Nueva York)

Como expuse en el capítulo I, la distancia obstaculiza la satisfacción de ciertas necesidades. Los humanos lograron aplicar el conjunto de servicios tratados en los capítulos siguientes, desde los de accesibilidad hasta los de protección personal pasando por el transporte y la hospitalidad, la cartografía, los guías acompañantes, la mensajería y las comunicaciones sin olvidar la intermediación financiera y los seguros. El uso de los servicios con los que se consigue vencer la distancia implica un coste que si bien pueden afrontar algunos no lo pueden afrontar otros. En este capítulo expongo el paulatino proceso de ampliación que ha tenido lugar en el número y características de los usuarios de estos servicios desde las clases dirigentes en el pasado hasta las clases medias de hoy. Para ello me veo obligado a utilizar las aportaciones de los antropólogos culturales y los historiadores de las civilizaciones.
De la noción de ocio a la de tiempo libre

En los primeros años de la humanidad, las actividades de ocio eran, por definición, las encomendadas a las clases dirigentes. El resto de la sociedad realizaba otras actividades, las llamadas de no ocio (negocio). Las primeras eran dignificantes y conferían honor, las segundas, serviles e indignas. Las de ocio se basaban en el ejercicio de la violencia, las de negocio, en la pacífica y resignada labor de obtención o transformación de cosas útiles para satisfacer las necesidades vitales (producción). La más extremada rigidez presidía el reparto de unas y otras, primero entre hombres y mujeres y más tarde entre clases sociales (nobles y siervos). La humanidad puso en marcha un proceso irreversible de sublimación de la violencia cuyo trasunto institucional es la resignada y fructífera paz del trabajo.
Ocio es un término muy antiguo, perdido hace años y recuperado recientemente. Para indagar en su significado utilizo las aportaciones de antropólogos y filólogos, es decir, recurro a cosas ya sabidas porque creo con Martín Heidegger que en ellas se oculta aún algo digno de pensarse.
El término ocio es especialmente polisémico; es la forma romance del latín otium, cuya primera acepción, la más superficial, es la de reposo o descanso. El economista norteamericano Thorstein Veblen realizó en 1899 una investigación de la clase ociosa que después de un siglo no ha sido mejorada. El término ‘ocio’ tal como aquí se emplea, no comporta indolencia o quietud. Significa pasar el tiempo sin hacer nada productivo: 1) por un sentido de la indignidad del trabajo productivo, y 2) como demostración de una capacidad pecuniaria que permite una vida de ociosidad (Teoría de la clase ociosa, FCE, México, 1971, p. 51) Más adelante agrega: Desde el punto de vista económico, el ocio, considerado como ocupación, tiene un parecido muy cercano con la vida de hazaña (p.52) La institución de la clase ociosa es entendida por Veblen como la excrecencia de una discriminación de tareas con arreglo a la cual algunas de ellas son dignas y otras indignas (p.17)
Según Corominas y Pascual (1980), el término ocio está documentado en nuestro idioma desde 1433, pero hasta hoy sigue siendo voz culta, poco usual en el lenguaje hablado (Joan Corominas y J. A. Pascual, Diccionario Etimológico Castellano e Hispánico, Gredos, Madrid, 1980 aserto Posiblemente hoy los dos eximios lingüistas habrían matizado este aserto ya que el término ocio se ha popularizado durante los últimos veinte años. El programa del 6º Congreso Mundial de Ocio (Bilbao 3- 7 de julio, 2000) es una buena muestra de ello.
En el pasado lo habitual era referirse a los derivados ocioso, ociosa. Fernández Palencia distingue dos nociones de ocio, el vulgar y el filosófico. Algunos han dado en llamar al segundo ocio con dignidad para distinguirlo del primero, el ocio vulgar, sin dignidad, el ocio de la plebe, pero, sobre todo, el ocio de los marginados sociales. Cada una de estas formas de ocio correspondía a un grupo social determinado y generaba actitudes valorativas específicas. El citado lingüista recoge la distinción entre ambas formas de ocio con esta conocida frase: Si es ocio vulgar trae denuesto, pero si es filosófico lóase (Alonso Fernández Palencia: Universal vocabulario en latín y en romance. Sevilla, 1490)
Al cabo de los siglos, el significado de ocio se ha diversificado pasando por una polisemia creciente. Hoy con este término se designa tanto el descanso gratificante y necesario de quien realiza actividades productivas, como la vagancia o desocupación de los marginados y delincuentes. Sebastián de Covarrubias insiste en que el término ocio no es tan usado como ociosidad y que por ello, ya en su tiempo, era preferible referirse al ocioso como aquel que no se ocupa de cosa alguna (ver Alonso Fernández Palencia: Universal vocabulario en latín y en romance. Sevilla, 1490
Al tratar Covarrubias la voz oficio dice que alude vulgarmente a la ocupación que cada uno tiene en su estado y aclara que por eso podemos decir del ocioso y desacreditado que no tiene oficio ni beneficio. En la Europa del siglo XVII, ocio era ya algo más que cesación del trabajo. El término tenía una clara connotación peyorativa, presente en el refrán latino otium omnium malorum fomes (el ocio es el origen de todos los males o vicios). Son muy frecuentes las expresiones en las que figura la idea de ocio unida a la mala reputación. El Diccionario de Latín de Agustín Blánquez Fraile (Sopena, Barcelona, 1966), de donde se ha tomado la nota antes citada, recoge otras expresiones y significados: el espíritu se embota en la ociosidad”; ociosamente: sin fruto ni utilidad; ocioso: que no tiene uso; entregarse a la ociosidad; ociosidad: desidia. Como se ve, la relación entre el ocio y la ausencia de utilidad de las actividades realizadas por los ociosos es la idea dominante del concepto ocio al margen de las connotaciones de moral puritana que la civilización judeocristiana le infundió posteriormente, un significado con el que se ha utilizado el término hasta no hace tanto.
El significado peyorativo se está perdiendo también junto con el original desde hace algunos años, lo que sin duda se debe a las transformaciones que han tenido lugar en el modelo de sociedad a lo largo del tiempo.
El derecho a un periodo de vacaciones pagadas reconocido por el gobierno francés en 1936, y su posterior introducción en la legislación laboral de todos los países occidentales, puede estar en el origen de una noción de ocio desprovista de sus connotaciones originarias y también de las de moral puritana que tuvo hasta no hace tanto El art. 24 de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre (1948) recoge el derecho a un periodo anual de vacaciones pagadas como parte del contrato laboral.
Hoy se usa el término ocio por los estudiosos como sinónimo de tiempo libre, un tiempo no comprometido en el proceso productivo. Ocio significa ya vacación, cese de la actividad laboral; y negocio: su contrario, ocupación laboral siempre que sea remunerada.
La connotación de estatus social, su conexión con la clase dirigente, al que estuvo unido el término ocio en el pasado, se pierde y en su lugar se ha ido implantando un significado que hace referencia a la actividad laboral remunerada pero vista desde su cese temporal, desde la vacación, el tiempo no dedicado al trabajo. En consecuencia, las investigaciones sobre el ocio terminan centrándose en los tiempos consumidos tanto en el trabajo como en su interrupción transitoria y ocupándose de su cuantificación por grupos sociales (hombres y mujeres, activos, parados y jubilados, ricos y pobres, empresarios y asalariados, trabajadores remunerados y no remunerados, titulados y no titulados). Sorprendentemente, se desatiende la investigación de carácter teórico y conceptual que ofrezca el marco de referencia sin el que las cuantificaciones corren el riesgo de quedarse en los vacíos de la insignificancia.
Hay una célebre frase Torston Veblen (ob. cit.) que alude al carácter estatutario de quienes realizaban actividades de ocio, a la dignidad que su ejercicio daba a quienes las tenían institucionalmente asignadas y a su (falta de) conexión con el negocio, es decir, con las actividades que hoy incluimos entre las productivas y remuneradas realizadas por empresarios y asalariados públicos o privados: desde los días de los filósofos griegos hasta los nuestros, los hombres reflexivos han considerado siempre como un requisito necesario para poder llevar una vida digna, bella o incluso irreprochable, un cierto grado de ociosidad y de exención de todo contacto con los procesos industriales que sirven a las finalidades cotidianas inmediatas de la vida humana. Parece claro que con la frase transcrita Veblen no alude a la simple desocupación o al descanso vacacional, el llamado tiempo libre, sino a la ocupación en actividades superiores, honorables y socialmente dignificantes. Refiriéndose a la privación gubernativa que el historiador Ramón Carande sufrió en 1945, el también historiador Santos Juliá afirma que empleó sus ocios en revolver los papeles de Simancas que le sirvieron como sólido cimiento a sus tres volúmenes de Carlos V y sus banqueros (El País, Babelia, 24 de junio, 2000). Ocio es aquí sinónimo de cesantía o vacaciones, forzosas en este caso, pero significativamente dedicadas a una actividad investigadora.
Fue a mediados del siglo XX cuando se implantó legalmente el tiempo libre en la sociedad opulenta. Pero es cierto que antes hubo que pasar por una larga fase en la que los herederos de las clases dirigentes o partes significativas de ellos se entregaron a la corrupción de la más espuria ociosidad. El proceso continuó su curso hasta nuestros días en los que la noción de ocio ha perdido ambas referencias para quedar reducido a tiempo no comprometido con obligaciones sobre todo laborales. Ciertas actividades consuntivas, antes reservadas primero a las clases dirigentes y más tarde a los sectores sociales de altos niveles de renta, quedaron al alcance de quienes pertenecen a segmentos de niveles de ingresos cada vez más bajos.
Quienes realizan estas modernas actividades de ocio generan una demanda específica de bienes y servicios que dan lugar, a su vez, a líneas de producción antes desconocidas o poco significativas orientadas a satisfacerla. Al tiempo libre o no comprometido con compromisos de cualquier tipo se le viene llamando también tiempo de ocio sin tener en cuenta la riqueza conceptual del término. El 6º Congreso Mundial de Ocio de Bilbao ha ofrecido todo un festival de significados de ambos términos. Con los textos de las comunicaciones libres y los de las conferencias magistrales y temáticas de destacados especialistas en la materia podría hacerse un interesante estudio sobre la polisemia extrema de ambos términos. Como muestra de la misma citaremos una frase que incluye el programa del congreso. En ella se hace referencia a algunos de los incontables papeles desempeñados por el nuevo ocio en la sociedad actual: producto de consumo, elemento de disfrute y diversión, impulsor del desarrollo económico, generador de empleo, promotor del desarrollo personal y comunitario, etc. Las actividades productivas y consuntivas citadas son consideradas hoy, unas veces, de ocio, otras, de tiempo libre. Incluso se habla de empresas de ocio, de instalaciones de ocio y de equipamientos públicos de ocio. El término griego para ocio es skole, del que procede escuela en los idiomas modernos. Con este término se referían los antiguos griegos a los establecimientos en los que se formaban los hijos de las familias de la clase dirigente u ociosa, pero hoy lo usamos para denominar los centros en los que se forman los ciudadanos cualquiera que sea su clase social. La etimología conserva la idea de ocio en el término escuela, la institución dedicada a la práctica de actividades de ocio. Sin embargo, con la reiteración de su uso se ha perdido este significado primigenio y por ello podemos utilizar frases como esta: realización de actividades extraescolares de ocio. El sentido no se altera si sustituimos ocio por tiempo libre. Los nuevos tiempos han conseguido lo que no consiguieron los pasados: introducir en el habla ordinaria el culterano término ocio y hasta dar algún sentido a la expresión, contradictoria en sus términos, el ocio es negocio. Los investigadores científicos dedicados a los modernos estudios de ocio aceptan la polisemia del lenguaje ordinario y trabajan con ella sin aparentes incomodidades. En muchos de los abundantes trabajos que se presentaron al 6º Congreso de Ocio de Bilbao es posible encontrar usos y significados de ocio y tiempo libre desde diferentes enfoques mezclados luego como si se hubieran hecho desde el mismo punto de vista.
Como ya he dicho, lo contrario de ocio es no ocio, negocio, un cultismo que tuvo mejor fortuna en el habla popular. En los orígenes, negocio designaba el conjunto de tareas residuales que realizaban los miembros de los grupos dominados, la ocupación de quienes se encargaban de realizar las actividades ordinarias del colectivo, destinadas a generar recursos para satisfacer las necesidades derivadas del diario vivir. Según Sebastián de Covarrubias (ob. cit.), negocio es la ocupación de cosa particular, que obliga al hombre a poner en ella solicitud. Negocio, según Corominas y Pascual (ob. cit.) es un cultismo ya antiguo y bien arraigado en el habla popular. ¿Se debe tan dispar evolución lingüística de ambos términos a la doble correlación existente entre ocio y clases dirigentes, por un lado, y negocio y clases productoras, por otra?
Intento estudiar aquí la evolución del reparto del ocio por clases sociales con la pretensión de determinar si existen en la actualidad actividades de ocio en su sentido originario. El reverso no es otro que el reparto o distribución de actividades de negocio. Tanto unas como otras se repartieron primero entre hombres y mujeres y, más tarde, entre clases sociales. Las actividades de ocio eran nobles, dignas, inútiles (improductivas) y honorables y las de negocio, humillantes, indignas, útiles (productivas) y deshonrosas. Hubo pues dos grupos o estatus sociales bien diferenciados, los ociosos y los negociosos.
El término ocio necesitó de adjetivos cuando las clases nobles o dirigentes rompieron la rigidez imperante en las sociedades tradicionales y se dedicaron cada vez más a desarrollar actividades productivas. Pero antes, la degradación y la corrupción de las clases dirigentes del llamado Antiguo Régimen, pusieron las bases para que las sociedades productivistas que surgieron con las revoluciones industrial y burguesa a fines del siglo XVIII infundieran al término ocio primero un rechazo social y más tarde una condena moral.
El proceso se afianzó progresivamente hasta llegar a nuestros días. Hoy sigue habiendo actividades de hombres y actividades de mujeres. En el mundo rural aun quedan supervivencias muy marcadas de la primitiva distribución de tareas por géneros, pero ya sin apoyos legales, al menos en las sociedades avanzadas. Amando de Miguel cuenta en El miedo a la igualdad (Grijalbo, Barcelona, 1975) esta curiosa anécdota con motivo de una famosa revuelta estudiantil en la Universidad de Columbia: Encerrados para protestar contra la desigualdad y la represión de todo tipo, de repente se dieron cuenta de una extraña división del trabajo que se había producido: las chicas se ocupaban de preparar los bocadillos mientras los chicos preparaban los carteles y discursos. Excrecencias de la división del trabajo por géneros las habrá sin duda en diferentes países y culturas. Su extraordinaria antigüedad confiere una extraordinaria resistencia a la institución. Pero su demolición hace tiempo que comenzó y sin duda tiene los días contados. Tampoco existe el rígido reparto de actividades por clases sociales propio de las sociedades premodernas. De ambas instituciones tan solo quedan, como diría Veblen, excrecencias o supervivencias que sin duda desaparecerán en el futuro.
Las trabas y las rigideces de antaño en materia de reparto de actividades sociales han desaparecido, al menos en los países más avanzados. ¿Pero existen hoy actividades ociosas en el sentido originario? Y de existir, ¿qué grupos sociales las realizan? La respuesta requiere aplicar una visión retrospectiva desde sus orígenes.
Para ofrecer una visión retrospectiva de la distribución del ocio y del negocio entre géneros y clases sociales me basaré en la definición de cuatro grandes estadios. Para ello utilizo un modelo extremadamente simplificado y del concepto de deriva, un término procedente de la navegación marítima que está siendo utilizado con cierta frecuencia por algunos sociólogos. Con él se alude metafóricamente a la evolución no esperada que sigue algo o alguien provocada por fuerzas desconocidas o ingobernables. Represento la evolución de la sociedad por medio de cuatro derivas: la biológica, la económica, la femenina y la masculina.

Deriva genética

Los antropólogos sostienen hoy que la selección natural ha dejado de explicar por sí sola la aparición hace casi 2,5 millones de años de los seres humanos. Hoy se piensa que tuvo que darse, además, una imprevisible transmisión “anormal” o “defectuosa” de pequeñas porciones del código genético desde algún ejemplar de grandes simios a su prole. Este fenómeno, que pudo haber tenido lugar hace unos diez o doce millones de años, es conocido por los expertos como deriva biológica o genética. Su primera consecuencia fue un aumento de la biodiversidad. Gracias a ella apareció una nueva especie, los ancestros inmediatos de la especie humana, sometida como las demás a las leyes de la selección natural. Los homínidos legaron a la futura especie humana la vida en grupos organizados, la cooperación entre grupos diferentes y la exogamia. La dentición definitiva se fue retrasando con el consiguiente aumento del periodo de la infancia. Este hecho provocó el alargamiento de la unión procreativa de las parejas y con ello se introdujo la división de tareas entre machos y hembras (Ver Jesús González: Cazadores de la edad del hielo. En: Jesús González y Alfonso Moure: El origen del hombre. Arlanza Ediciones. Madrid, 2000. La cuestión del origen del hombre y de su comportamiento es, como se sabe, de extremada complejidad. Las teorías existentes son no solo abundantes sino también a veces enfrentadas. Además, en palabras del citado Jesús González: la hominización no es un fenómeno repentino sino una acumulación gradual de cambios, con algunas aceleraciones y estancamientos.
El reparto de tareas por género forma parte, pues, de la herencia que recibió la especie humana de sus antecesores. Los hombres se ocuparon exclusivamente de las actividades que implicaran trato con seres animados, es decir, con otros grupos humanos y con los animales en general. Se trataba de dominarlos y vencerlos haciendo uso de la violencia por medio de la guerra y la caza. Relacionadas con ambas, ejercía otras actividades como los juegos de destreza y habilidad y la hechicería y el “arte”, en la medida en la que, a través de estos procedimientos se proponía alcanzar objetivos cinegéticos o depredadores La asignación exclusiva al hombre de actividades relacionadas con lo esotérico (magia, hechicería, brujería e incluso la religión) ya en estadios superiores, ha de hacerse con cierta precaución ya que parece que está bien documentada la dedicación de mujeres a las mismas. No obstante, puede que la presencia de los hombres fuera claramente preponderante. Las actividades de ocio, realizadas al aire libre, fuera del hogar, eran cosa de hombres. Ellos fueron, por tanto, la primera clase ociosa o dirigente.
Por su parte, las mujeres se ocuparon, también exclusiva o preponderantemente, de las actividades relacionadas con el manejo de las cosas inanimadas (los objetos): manipulación de animales sacrificados y de vegetales, en ambos casos como aportadores de alimentos, vivienda y abrigo (utilidades o satisfactores de necesidades), además, obviamente, de la gestación y de la crianza de la prole En esta dedicación de las mujeres a las crías, que son sin duda seres animados, se aprecia cierta contradicción. No obstante, la contradicción puede quedar resuelta diciendo que se trata de una actividad a favor de la vida y su conservación, absolutamente alejada de la violencia intrínseca de las actividades encomendadas a los hombres, una violencia que buscaba precísamente la aniquilación cruenta de los seres animados con los que tenía que relacionarse (semejantes y animales). Digamos también que la utilidad es la esencia de las actividades femeninas mientras que en las actividades masculinas, ajenas a la conservación utilitaria de la vida, hay, como intuyó Thomas Mann al referirse al gran arte, algo de cruz, muerte y tumba, una construcción de mundos para después de destruirlos (citado por Rüddiger Safranski, 1997: El mal o el drama de la libertad. Tusquets, Barcelona, 2000)
Las mujeres realizaban actividades de negocio dentro del hogar o en su entorno inmediato. Ellas fueron, por tanto, la primera clase negociosa o productora.
La rigidez más extrema presidía el reparto de los dos tipos de actividades. Los dos eran igualmente imprescindibles y provechosos para el grupo social. Los tiempos que en la realización de ambas se consumían eran tiempos igualmente comprometidos.
Con el paso del tiempo, las actividades masculinas, las ociosas, terminaron por ser consideradas como generadoras de honor, poder y distinción, mientras que las actividades femeninas, las negociosas, fueron consideradas como humillantes, serviles y degradantes.
Los grupos humanos vivieron de esta forma durante casi 2,3 millones de años plenamente inmersos en la naturaleza. Solo eran conscientes del presente. Vivían plenamente inmersos en el aquí y ahora, y, como los animales que les rodeaban, eran soberanos y libres y sufrían las consecuencias de la escasez de recursos para cubrir sus necesidades vitales. Contaban ya con los primeros rudimentos de organización social, pero sus pautas de comportamiento obedecían exclusivamente a la satisfacción de las necesidades inmediatas. Su sistema productivo se basaba en el empleo de una tecnología incipiente (caza, pesca y recolección)

El simplificado modelo explicativo se resume en el cuadro 1





Cuadro 1
Modelo simplificado de la distribución de las actividades de ocio y de negocio por géneros en las sociedades arcaicas o primitivas


Hombres


Mujeres
Grupo 1.

Actividades relacionadas con seres animados (guerra, caza, juegos preparatorios, hechicería): Honor, dignidad, violencia física Actividades de ocio realizadas al aire libre (fuera del hogar)

Grupo 2.

Actividades relacionadas con objetos. Gestación y cuidado de la prole. Satisfacción de necesidades vitales. Servilidad. Actividades de negocio en el seno del hogar y entorno inmediato
Fuente: Elaboración propia con ideas de T. Veblen: Teoría de la clase ociosa (1899)

Deriva económica

Llamo deriva económica al largo proceso a través del cual tiene lugar un profundo y significativo cambio en el seno de los juicios de valor relacionados con la riqueza en los grupos humanos. El inicio del cambio es difícil de precisar.
Georges Bataille, inencasillable pensador francés (1898 – 1962), estuvo muy interesado en el estudio de la alienación del hombre, lo que le llevó a cultivar de un modo muy personal la antropología cultural, de la mano, en un principio, de Michel Leiris y Marcel Mauss. Sus aportaciones más conocidas en este campo son La notion de dèpense y La parte maudite. La primera es un artículo de 1933 publicado en la revista trotskista “La Critique Social”. La segunda es un libro publicado en 1949 por Les Editions de Minuit, de París, editorial que publicó ambas obras juntas en 1967 (La parte maudite precèdé de La notion de dèpense). Hay versión española de esta edición en Icaria, Barcelona, 1987 en traducción mía. Georges Bataille sostiene que, en una fase avanzada de la humanidad, el grupo vencedor dejó de exterminar al grupo vencido para eliminar solo a los machos adultos. Las crías y las hembras adultas eran incorporadas al grupo vencedor en igualdad de condiciones. En un estadio posterior, el grupo vencedor renuncia a exterminar a los hombres adultos y los incorpora, junto con todos los demás, a su propio grupo. Aunque ahora, no en igualdad de condiciones sino en calidad de siervos.
Tan profundo cambio de comportamiento supone una clara superación de la violencia cruenta. Para Bataille se debe a la adquisición del sentido del paso del tiempo por la especie humana. Denominamos a este proceso deriva económica porque dio lugar a la aparición de nuevas necesidades para cuya satisfacción fue imprescindible ampliar las actividades de negocio, el sistema productivo encomendado a las mujeres.
Asistimos al nacimiento de la sociedad de clases. Los miembros del grupo vencido son obligados a las tareas de las mujeres del grupo vencedor. Los hombres vencidos fueron degradados y obligados a la fuerza a realizar tareas femeninas.
Con la deriva económica tiene lugar un nuevo avance en el proceso de institucionalización de la sociedad cuyos efectos se acumularon al que abrió la deriva genética: supuso el abandono por una parte del género masculino (los hombres del grupo vencido) de ancestrales comportamientos cruentos y su sublimación paulatina en aras de un comportamiento acorde con los prolegómenos del principio de racionalidad o de eficiencia económica que estaba llamado a revolucionar la sociedad. Dicho de otro modo, la explotación de unos hombres por otros puede verse como un hito positivo en el proceso de hominización (alejamiento del estado animal). Como afirma el ya citado Safranski (1997), el mal es el precio de la libertad. El hombre no se reduce al nivel de la naturaleza, es el ‘animal no fijado’, usando una expresión de Nietzsche. El Génesis escenifica este trascendental proceso haciendo referencia a una grave trasgresión de la primera pareja y a su posterior expulsión del Paraíso (metáfora de la animalidad). A sus puertas, un arcángel con una espada de fuego impide el regreso.
Con la aparición de las clases se crea también una nueva institución social, encargada de la administración de los recursos escasos susceptibles de usos alternativos, la economía o norma del hogar, entendida como sistema eficiente de obtención (producción) de recursos aptos para satisfacer tanto la necesidades de hoy como las de mañana.
A su amparo surge el concepto de riqueza y patrimonio, la garantía de satisfacción de las imprevisibles necesidades futuras, algo que solo se consigue a costa de la satisfacción de las necesidades del presente, de las de aquí y ahora, en aras de las de allí y después. Como es sabido, Max Weber sitúa los orígenes del capitalismo en la moral calvinista, basada en la austeridad y en el ahorro (contención del consumo en el presente) como fórmula Se abandona la ancestral dilapidación de un recurso productivo, el representado por los hombres adultos de los grupos vencidos, los cuales fueron asignados, junto con las mujeres del grupo vencedor, a las tareas ordinarias, serviles y humillantes, es decir, a las actividades de negocio La división en clases de los grupos humanos no solo marca un estadio superior en el proceso de hominización por la progresiva renuncia a la violencia cruenta. También lo es porque introduce la primera equiparación social entre hombres (los vencidos) y mujeres.
La clase negociosa quedó ampliada y reforzada.
Los hombres del grupo vencedor pasaron a constituir la clase de los señores o nobles, la nueva clase ociosa, dominante y rectora del grupo ampliado En la división del trabajo por géneros que trajo consigo la deriva genética es posible observar los primeros indicios del principio de eficiencia que se desarrolla plenamente con motivo de la deriva económica aunque limitado a las necesidades de la supervivencia de la especie. Sus actividades obligatorias se llevaba a cabo campeando, fuera del hogar, en espacios abiertos.
Los siervos masculinos contaron con algunas posibilidades de ganar honores por su participación en guerras y en incursiones violentas a las órdenes de los señores, pero sus actividades eran, como las de las mujeres, productivas, en general fuera del hogar o en espacios cercanos. Los siervos femeninos no contaban con la posibilidad de asumir honores. Solo realizaban actividades productivas siempre dentro del hogar o en su entorno inmediato.
En una segunda fase, la clase de los señores pasó a nutrirse con aportaciones de individuos femeninos, las esposas de los señores y las hijas de éstos, las cuales serán más tarde esposas de señores. Participan por este conducto del honor de los señores pero de un modo derivado. Forman parte de una clase ociosa ampliada y realizan actividades que Veblen llama de ocio vicario, aunque siempre dentro del hogar o en lugares solemnes y dedicados a los ritos.
Se adopta, por tanto, una nueva y revolucionaria división del trabajo, esta vez horizontal, por clases sociales, que se combina con la tradicional, la división vertical o por géneros. Esta nueva sociedad, dotada de una doble división del trabajo, puede que apareciera bastante después del fin de las glaciaciones, hace unos quince o veinte mil años, en el llamado paleolítico inferior. En esta época se asiste a los primeros desarrollos técnicos, los utensilios de piedra y el arco y las flechas, la primera máquina conocida. La primera revolución tecnológica, como las que tendrán lugar miles de años más tarde, aumentó significativamente la productividad y la producción y, como consecuencia de ello, la población.
El posterior desarrollo del principio de eficiencia que la conciencia de futuro había aportado a la vida del hombre dio lugar miles de años después a una nueva revolución tecnológica: la agrícola y ganadera, técnicas de producción de bienes y servicios que vinieron acompañadas por la vida sedentaria en hábitat permanentes (aldeas y ciudades) y puso en marcha el trascendental proceso de independencia de la especie humana de los recursos aportados por la naturaleza. La productividad y la producción volvieron a aumentar y, en función de ellas, volvió a aumentar una vez más la población.
Las grandes civilizaciones de la Antigüedad recibieron en herencia la doble división del trabajo (por géneros y por clases sociales), la consolidaron durante milenios y la hicieron más compleja y refinada al elevarla a la categoría de complejas instituciones sociales.
En coherencia con el reparto de tareas de estas sociedades premodernas, el ocio se aposenta en el grupo de los hombres nobles y de sus mujeres (esposas e hijas). Aparece el ocio como ostentación, tan bien estudiado por Veblen (ob. cit.), caracterizado por altos niveles de consumo, en coherencia con el poder que detentan quienes pertenecen a este privilegiado estatus social, traducido en elevada participación en el producto social. Los hombres y mujeres siervos se hacen cargo de las actividades de negocio en base a las cuales se genera y aumenta el producto social. Las mujeres siguen recluidas en actividades de producción en el hogar y sus inmediaciones, el lugar del alumbramiento y de la crianza de los hijos, mientras que los hombres se dedican básicamente a la producción fuera del hogar, un ámbito productivo que estaba llamado a convertirse en hegemónico El proceso de división del trabajo productivo que la eficiencia económica puso en marcha provocó una especie de big – bang económico que terminó rompiendo los estrechos límites del hogar familiar, en el que se procedía a la llamada producción doméstica y no remunerada, para ganar ámbitos más amplios. La consecuencia fue el mercado moderno, la empresa lucrativa y el trabajo remunerado.
La producción doméstica queda progresivamente relegada a niveles cada vez menos significativos política, social y económicamente hablando.

Deriva femenina

Limitándonos a partir de este momento al mundo occidental, llegamos a la Baja Edad Media con sociedades altamente complejas, dotadas de instituciones sociales muy sólidas y con técnicas de producción relativamente avanzadas. Estas sociedades y las que le siguen en el tiempo responden a un modelo muy simplificado compuesto por cuatro grandes grupos sociales.












Cuadro 2
Modelo simplificado del reparto de actividades de ocio y de negocio
en las sociedades premodernas

Género / Origen

Hombres

Mujeres

Nobles
(descendientes del grupo de los vencedores)


Grupo 1.
Actividades relacionadas con seres animados (guerra, caza, pensamiento, juegos, expediciones, hechicería,):
Honor, dignidad, violencia física.
Ocio filosófico o creativo. Los espacios abiertos son su medio vital

Grupo 2.
Esposas e hijas de los nobles: Honor y dignidad derivados. Ocio vicario. Cosificación (la mujer como objeto de lujo). Los espacios cerrados o domésticos son su medio vital

Siervos
(descendientes de los grupos vencidos y sometidos por el grupo vencedor)


Grupo 3:
a) Actividades relacionadas con objetos (satisfacción de necesidades inmediatas): generación de utilidades. Servilismo. Ocio vulgar y vicario. b) particip. en activ. De nobles: Honor y dignidad de nivel inferior. Actividades en espacios abiertos

Grupo 4:
Actividades relacionadas con gestación, con cuidado de la prole y con objetos (satisfacción de necesidades vitales): Servilismo. Ocio vulgar. Actividades en espacios cerrados o domésticos
Fuente: Elaborada por el autor con desarrollos de T. Veblen (Teoría de la clase ociosa) y de G. Bataille (La parte maldita)

Las actividades sociales de ocio y negocio siguieron estando tan bien definidas como rígidamente asignadas a los miembros de cada grupo en las sociedades premodernas.
Los grupos 1 y 2 han sido siempre minoritarios y los dos últimos masivos. Los miembros de cada grupo se insertan en una línea imaginaria que va del primero (el más poderoso e influyente) al cuarto (el más humilde y sometido). Los grupos 2 y 3 participan de las características de los dos grupos extremos: los miembros del grupo 2, del poder del grupo 1, en virtud de una concesión graciosa, y adquieren el carácter de trofeo y símbolo, reflejo del poder y la riqueza del señor, el signo externo de su ocio ostentoso, a la cabeza de un nutrido cuerpo de servidores domésticos. Las mujeres del grupo 2 reflejan al mismo tiempo de este modo la inferioridad intrínseca atribuida a su género y realizan actividades de ocio vicario. Los miembros del grupo 3 participan de la servilidad de los miembros del grupo 4, pero también del honor del grupo 1, con cuyos miembros colaboran haciendo la guerra. La violencia y su ejercicio, la guerra, sigue siendo la fuente suprema del honor, el poder y la riqueza.
La clase ociosa se corrompe y, como ya hemos apuntado, degenera, dando al término ocio y a su derivado ociosidad sus significados más deleznables, que fueron intencionadamente utilizados para su descrédito por parte de la burguesía emergente.
La estructura social que acabamos de exponer simplificadamente estuvo en vigor hasta la Revolución Francesa. Las grandes revoluciones modernas (la industrial y la burguesa) dan fin al Antiguo Régimen en Europa y en América. Con él tiene lugar la definitiva entronización del principio de eficiencia o de racionalidad económica que llevó a la destrucción del mundo señorial y del modelo social milenario que acabamos de resumir.
La acumulación de capital sustituyó para siempre la acumulación de honores caballerescos. Las sociedades humanas dejaron de gravitar en el presente, bascularon hacia el futuro y quedaron definitivamente instaladas en el porvenir. Hasta entonces se habían combinado de un modo relativamente equilibrado presente y futuro. El sentido del honor, tan esencial en el Antiguo Régimen, queda definitivamente rebasado y sustituido por el sentido de la eficiencia acumuladora de utilidades que caracteriza a las sociedades dotadas de instituciones orientadas al crecimiento de la riqueza.
Se inicia entonces la deriva femenina, hace ahora unos doscientos años. Podemos interpretarla como una generalización y una profundización de la deriva económica. Incluso los miembros del grupo 1 (el de los señores) comienzan a realizar algunas actividades que hasta entonces habían estado estricta y celosamente reservadas primero a las mujeres y después a los siervos de ambos géneros. El proceso de institucionalización conquista un nuevo hito, desaparece el último baluarte de la rígida distribución de actividades entre hombres y mujeres.
Del estatus señorial quedaron numerosas reminiscencias después de la consolidación de la deriva femenina. Los honores y las dignidades fueron atribuidos al éxito político, empresarial, académico, intelectual, religioso, deportivo y artístico, actividades que asumen casi en exclusiva los hombres con niveles de renta y de formación superiores a la media. El honor y la dignidad social que antaño era adquirido exclusivamente a través de las guerras, los torneos y las justas se gana ahora por medio de nuevas actividades productivas, las remuneradas y realizadas fuera del hogar para las que se hace gala de atributos que no son otra cosa que una nueva sublimación de la violencia originaria: agresividad, agilidad, espíritu de aventura, amor al riesgo, rivalidad.
El grupo 2, el formado por las esposas y las hijas de los nuevos señores, sigue disfrutando de un modo reflejo del estatus alcanzado por los miembros del grupo 1 y gozando del ocio vicario.
Los dos grupos restantes varían escasamente su dedicación a actividades de negocio, pero la rigidez de antaño va progresivamente desapareciendo y permitiendo la ascensión social de los miembros del grupo 3, que se consolidan como fuerza laboral fuera del hogar al mismo tiempo que las mujeres del grupo 4 quedan relegadas a la producción doméstica aneja a la crianza de la prole y al cuidado de enfermos y ancianos, actividades que sufrieron una violenta pérdida de significación económica y social.

Deriva masculina

Consolidada la deriva femenina, los miembros del grupo 4 (el de mujeres de bajos niveles de ingresos) siguieron sin redimir y continuaron siendo la clase social más desfavorecida y humillada, dedicados exclusivamente a la crianza y a actividades productivas no remuneradas en el seno del hogar. Después de la segunda década del siglo XX se sucede una serie de acontecimientos y de circunstancias (sociales, tecnológicas y políticas Entre ellas se suelen citar como más importantes: la ocupación por mujeres de numerosos puestos de trabajo hasta entonces exclusivamente desempeñados por hombres con motivo de la primera guerra mundial, la disolución legal del matrimonio, la administración de la píldora anovulatoria y la posibilidad legal de interrupción voluntaria del embarazo. Son cuatro factores que materializaron la deriva masculina y que dieron a la mujer la posibilidad de equipararse con el hombre a efectos laborales y sexuales. Si añadimos la interpretación en clave de igualdad entre los géneros de numerosos preceptos constitucionales tendremos el marco legal y social básico en el que se sustenta la nueva estructura social en materia de reparto de actividades de ocio y de negocio entre hombres y mujeres) que alumbran el movimiento feminista, cuyo antecedente más inmediato lo constituye el sufragismo o lucha por el derecho al voto de las mujeres a fines del siglo XIX. Para no alargarnos demasiado diremos que el modelo a imitar para las mujeres pasó a ser el que ofrecieron los hombres previamente feminizados del grupo de los nuevos señores (de niveles altos y medios de ingresos) y del grupo 3 (de niveles de ingresos bajos).
Junto a la lucha feminista, centrada en las esferas legales y en la arena política, se asiste de un modo espontáneo a un proceso social que por analogía podemos llamar deriva masculina Distingo entre movimiento feminista y deriva masculina porque el primero es consecuencia de una organización mientras que la segunda no lo es, aunque los fines puedan coincidir. La deriva masculina se caracteriza por la tendencia a la emulación generalizada del modelo masculino imperante por parte de numerosas mujeres La empresaria bilbaína María José Alvarez, vicepresidenta del Grupo Eulen, fue elegida recientemente empresaria del año 1999 por la federación Española de Mujeres Directivas, Ejecutivas, Profesionales y Empresarias. La señora Alvarez, entrevistada por la revista vasca nosOtras (nº 7, mayo 2000), es consciente de la fuerza desplegada por la deriva masculina y por ello cree conveniente recomendar a las mujeres que trabajen por ellas mismas y sus ilusiones y que jamás se propongan el reto exclusivo de superar a ningún hombre. La recomendación puede que no sea seguida al pie de la letra. Hoy el modelo de productor, empresario o asalariado, es todavía predominantemente masculino.
Tanto el movimiento feminista como la deriva masculina están consiguiendo acabar con los últimos bastiones de la primera división del trabajo, la que se hizo por géneros en atención a las necesidades de la supervivencia de la especie. Los aspectos más visibles de la deriva masculina son la tendencia a salir del hogar del colectivo femenino del grupo 4 con el fin de realizar tareas productivas en los mismos ámbitos laborales que el hombre y la aspiración a llevar una vida de relaciones sexuales imitada de la del hombre, desligada tanto como es posible de la procreación Kingsley Browne se refiere en la obra ya citada a la inversión parental (encaminada a aumentar las posibilidades de supervivencia del descendiente) baja en el hombre y alta en la mujer. Tanto el feminismo como la deriva masculina convergen en el objetivo de lograr una progresiva equidad en este esfuerzo inversor aumentando el del hombre y disminuyendo el de la mujer. Los límites los establece hoy la biología, pero no es descartable que en el futuro sean rebasados con ayuda de la ciencia biológica.
Se profundiza así, una vez más, en el proceso que puso en marcha la deriva económica hace quince o veinte mil años y que fue reforzado posteriormente por la deriva femenina. Las dos últimas derivas aportaron, cada una a su modo, los nuevos valores de eficiencia que minaron los valores anacrónicos del honor. La deriva femenina, que tiene ya dos siglos de antigüedad, está conduciendo a modelos de sociedad caracterizados por una estructura social más flexible en el reparto de actividades y también más equitativa.
La deriva masculina no ha hecho más que empezar. E. Gil Calvo ha resumido magistralmente este proceso en su obra reciente Medias miradas. Un análisis cultural de la imagen femenina. Anagrama. Barcelona, 2000, con estas palabras: culto europeo al celibato, reglas cortesanas de etiqueta, ascetismo protestante, invención del amor romántico, ciclo de la moda, trabajo femenino extra doméstico, competencia igualitaria entre hombres y mujeres, higienismo medicalizado, práctica de deportes y culto a la juventud. No se puede expresar mejor con menos palabras.
A ella se debe la abundancia de literatura de género que se advierte actualmente en el mercado editorial. Las mujeres están hoy conquistando la equiparación laboral, política, cultural, deportiva y sexual con los hombres perdida al servicio de la supervivencia de la especie. En numerosos países, las mujeres pueden pertenecer a los ejércitos, desde los cuerpos más convencionales a los más elitistas. Han inundado los centros de enseñanza, desde los niveles más elementales a los más avanzados. Pueden realizar cualquier actividad productiva y, en consecuencia, disfrutar del tiempo libre que el trabajo remunerado conlleva. Permítasenos decir algo que por obvio se olvida: el proceso que empezó con la deriva económica está llegando a su culminación. Era inevitable. Los innegables y merecidos éxitos del feminismo y de la deriva masculina han sido posibles, entre otras cosas, porque navega con el viento de la eficiencia económica a favor de sus velas.
Las aportaciones de la deriva femenina, del movimiento feminista y de la deriva masculina se están comportando como eficaces aceleradores del proceso. Menos optimistas podemos mostrarnos con la superación y completa erradicación del modelo de división del trabajo productivo y del ocio creativo por clases sociales. Hasta hoy tan solo se ha conseguido repartir, todavía desigualmente, el trabajo remunerado y el llamado tiempo libre que lleva anexo. Siendo mucho más reciente que la división por géneros, la conquista de la igualdad social exige fórmulas extremadamente imaginativas y meditadas que se demorarán en el tiempo. Esta fue la meta del pensamiento y de la lucha socialista que se desarrolló durante el siglo XIX y de la frustrada pero fértil en varios aspectos revolución soviética del siglo XX.
Hemos visto la evolución seguida por el reparto de las actividades de ocio y de negocio, las sucesivas encarnaciones de las clases ociosa y negociosa a través del tiempo y la desaparición progresiva de la primera clase por su plena incorporación a la segunda. Las sociedades modernas son sociedades de productores, empresarios o asalariados. El principio de eficiencia económica ha triunfado plenamente y vive encarnado en la institución del mercado.
Seguimos manteniendo la pregunta ya realizada: ¿Existe hoy algún grupo social heredero del ocio primigenio? Y de existir, ¿qué grupo lo ha heredado? Antes de responder nos vamos a referir al tiempo libre y a la función productiva que cumple en las sociedades avanzadas.
El tiempo libre como banalización del ocio

Luis Cernuda combinó con gran brillantez la noción de ocio con la de trabajo en un texto escrito en México (Variaciones sobre tema mexicano, 1952, en Prosas Completas, Barral Editores. Barcelona, 1975) El poeta se alojaba en un hotel cercano a la playa. No hacía nada; solo pensar. En estas circunstancias escribió refiriéndose a sí mismo: No hacer nada es para ti una actividad bastante. Coincide con el significado de inactividad como sinónimo del ocio, la forma de actividad a la que los antiguos llamaron ocio, la actividad creadora. Cernuda se muestra receptivo al clima que disfruta en México y se percata de que tiene una serie de ventajas, entre ellas darse cuenta de que la vanidad y el aburrimiento contribuyen al exceso de actividad humana. La frase es una reivindicación del ocio creador y un rechazo del ocio vulgar. Sobre esta base acomete un ataque frontal contra el negocio alienante o destructor: Para vivir, ¿es necesario atarearse tanto? Si el hombre fuera capaz de estarse quieto en su habitación por un cuarto de hora. Pero no: tiene que hacer esto, y aquello, y lo otro, y lo de más allá. Entre tanto, ¿quién se toma el trabajo de vivir? ¿De vivir por vivir? ¿De vivir por el gusto de estar vivo y nada más? Bueno, deja ahí el soliloquio y echa una mirada en torno. Y continúa con estas clarividentes reflexiones: Mirar. Mirar. ¿Es esto ocio? ¿Quién mira el mundo? (…) Mirada y palabra hacen al poeta. Ahí tienes el trabajo que es tu ocio: quehacer de mirar y luego quehacer de esperar el advenimiento de la palabra. Ahora levántate y marcha a la playa. Por esta maña ya has trabajado casi suficiente en tu ocio.
Me imagino al poeta dando fin a su trabajo de ocio para practicar algún tipo de deporte acuático o simplemente para tumbarse en la arena de la playa para asolearse. Pasaba así del ocio filosófico al ocio vulgar, del pensamiento creador al dolce far niente al que muchos constriñen hoy el turismo, del ocio de las clases inútiles originarias al tiempo libre de los productores de hoy.
En cualquier caso, si nuestra civilización ha conseguido vaciar la noción de ocio del significado que tuvo en las culturas de la Antigüedad y lo hemos dejado reducido a simple tiempo libre, cabe preguntarse con el historiador italiano Carlo Schmidt (La segunda revolución industrial. Espasa. Madrid, 1974) si este tiempo es una bendición o una maldición. Para el citado historiador, en la sociedad de lo que él llama segunda revolución industrial (la que se beneficia de la aplicación industrial de las innovaciones tecnológicas provocadas por las necesidades bélicas durante la Segunda Guerra Mundial), el tiempo libre u ocio tiene un triple uso:
· la reproducción de la fuerza de trabajo
· el descanso o reposo para reponer las energías consumidas en el proceso de producción
· la formación profesional y el estudio en general para contrarrestar la enajenación del trabajo remunerado
El primer uso del tiempo libre hace referencia, en realidad, a la reproducción de la especie, una actividad de carácter genético a la que no suele darse connotaciones de uso del tiempo libre, aunque las autoras de una de las comunicaciones presentadas en el 6º Congreso de Ocio de Bilbao se preguntaban si el quedarse embarazada una mujer constituye una actividad de ocio. Era una más entre las innumerables formas de entender el ocio que se manejaron por los participantes en el citado Congreso. De dárselo, también habría que incluir el tiempo dedicado a comer y a dormir como de hecho hacen algunos expertos. La profesora María Luisa Setién, por ejemplo, lo hace. (Ver su obra El ocio de la sociedad apresurada: el caso vasco, en colaboración con Aranxa López Marugán. Documentos de Estudios de Ocio, nº 10. Instituto de Estudios de Ocio. Universidad de Deusto. Bilbao, 2000)
Pero esta conceptuación plantea disfunciones que habría que evitar si aspiramos a disponer de una noción precisa de ocio en nuestros días.
El tercer uso del tiempo libre al que se refiere Schmidt alude a una de las actividades que realizaban en exclusiva los miembros de la clase ociosa en el pasado, la asistencia a la escuela. Su proceso de socialización se inició en el siglo XIX como ya hemos dicho. Desde entonces la casi totalidad de las actividades propias de la clase ociosa han experimentado un proceso más o menos intenso de mercantilización convirtiéndose en actividades remuneradas. Podemos afirmar, por tanto, que desde mediados del siglo XX, todas las actividades sociales están orientadas, directa o indirectamente, al proceso de producción hegemonizado por el mercado. Incluso el descanso físico, como reconoce Schmidt, está al servicio de la producción. La mayor parte de los hombres (y cada vez más mujeres) tienen hoy el estatus de una máquina que por ser todavía orgánica y biológica se agota pasajeramente realizando actividades productivas. Ha habido que acudir a la institucionalización del tiempo libre, aparentemente no comprometido con las actividades productivas remuneradas, para reponer las fuerzas perdidas y poder seguir produciendo al día siguiente, a la semana siguiente o al mes siguiente, según los casos.
No es cierto que haya un triple uso del ocio en la actualidad. Tan solo existen diferentes momentos en la vida de los productores remunerados, hombres y mujeres, a los que el principio de eficiencia económica, llevado hasta sus últimas consecuencias lógicas, ha conducido a que todos estemos, o lleguemos a estar, plenamente dedicados a la producción remunerada.
En consecuencia, no estamos en realidad ante una situación que pueda dar lugar a la bendición o la maldición. Más acertado es pensar que la sociedad moderna ha erradicado las actividades de ocio por su incompatibilidad con el principio de eficiencia. Las ha sustituido por las actividades de tiempo libre[27], plenamente compatibles, éstas sí, con el mercado y con la producción remunerada. XXXXX Hombres y mujeres disponen hoy de suspensiones pasajeras y puntuales de la actividad productiva porque así lo exige la eficiencia de las actividades productivas. Solo a estas situaciones deberíamos llamarlas tiempo libre. En la medida en que todos seamos o lleguemos a ser productores todos tenemos, o tendremos, derecho a consumirlas[28].
En los centros de investigación de países avanzados hay estudiosos que se ocupan del ocio y del tiempo libre, pero en realidad más de éste que de aquél, con el acendrado y el puntilloso pundonor del contable. Sus investigaciones resultan de especial utilidad para la mejora del sistema productivo. Los poderes establecidos tienen necesidad de conocer en detalle a qué dedican los ciudadanos el tiempo no reglado ni disciplinado por el cumplimiento de las obligaciones laborales o sociales. La gobernación de la sociedad es viable cuando los productores se dedican a producir. En los momentos en los que los productores no producen por alguna razón (por disfrute de un tiempo libre o por desempleo involuntario, ambos en proceso de expansión) la gobernación de la res pública se complica. Se impone, entre otras medidas, la cosificación o banalización del ocio, su conversión en tiempo libre, en un producto que, sirve para recuperar las energías productivas perdidas o incorporadas a la producción. Pues de eso es de lo que se trata, precísamente. Ya que el tiempo libre está en franca expansión y lo seguirá estando, hay que evitar que no quede desvinculado, directa o indirecta, del proceso productivo remunerado, generador de riqueza y de disciplina social. El ocio, convertido de esta forma en tiempo libre al servicio de la producción, no es más que un eslabón más de la larga cadena del proceso de producción para el mercado.
El sistema productivo debe su existencia a la necesidad de combatir la escasez de recursos vitales. Es, pues, hijo del principio de eficiencia. Después de un desarrollo milenario ha logrado alcanzar tales cotas de éxito que en los países avanzados la escasez ha sido sustituida por la abundancia. Según el economista norteamericano Galbraith, una parte del mundo vive hoy en sociedades más que ricas opulentas. Lo que no ha llevado aún, ni previsiblemente llevará en años, a la adaptación de las antiguas instituciones a la nueva situación. Antes al contrario: el sistema se ha comportado desde sus orígenes como un generador de nuevas necesidades que lo mantienen en funcionamiento porque no solo no elimina la escasez sino que la crea. Satisface unas necesidades y crea otras nuevas.
El tiempo no fue percibido por las culturas del pasado como un recurso productivo. Pero ha ido adquiriendo la consideración de recurso escaso a partir de la revolución industrial del siglo XIX. El tiempo es oro, afirman los ingleses con no disimulado orgullo, pues atribuyen a esta creencia su pasada prosperidad. Las políticas de desarrollo aplicadas por los demás países consiguieron sus propósitos y, a la vez, lograron convertir el tiempo en un recurso especialmente escaso.
¿No convendría, antes de realizar investigaciones empíricas para medir el tiempo libre y su distribución por géneros, actividad, edad y nivel de formación, elaborar un marco teórico y de valores que sirva de referente para los resultados?

Nueva clase ociosa no violenta

A la progresiva implantación secular del principio de eficiencia económica podemos atribuir la evolución de la especie humana desde la animalidad primigenia hasta las cotas de civilidad alcanzadas en los albores del tercer milenio d. C. Aquel hombre inmerso en la animalidad era, como ya hemos dicho, soberano y libre. Hoy es dependiente y multicondicionado. Aquel ser primero sufría la escasez. El de hoy la ha llegado a combatir tan eficientemente que una gran minoría vive en la opulencia. La institución que ha conseguido hacerlo es el mercado, la quintaesencia del desarrollo y consolidación del principio de eficiencia. El mercado ha demostrado de un modo incuestionable su capacidad para crear riqueza y niveles de opulencia colectiva jamás soñados. A pesar de que numerosos sectores sociales disfrutan hoy de niveles de vida que hasta no hace tanto eran exclusivos de los herederos de las antiguas clases ociosas, lo cierto es que esto se está consiguiendo a través de la asignación de todos los recursos humanos al proceso de producción, eliminando a las clases ociosas y a sus herederos. También se logra por medio de la banalización de numerosos bienes y servicios, los que son deliberadamente producidos para ser puestos al alcance de las clases más modestas. Las clases ociosas primigenias (a las que podemos llamar inútiles porque estaban liberados por su estatus de las actividades productivas) se pusieron a disposición de la producción. Pero las desigualdades entre las minorías opulentas y las inmensas mayorías sociales no solo permanecen sino que, a juicio de los estudiosos más comprometidos y competentes, se agrandan.
¿Podemos imaginar un mundo en el que las desigualdades sociales desaparezcan? El economista y millonario Georges Soros cree que la solución está en fomentar el desarrollo de las sociedades abiertas (porque solo ellas) hacen posible que personas con opiniones, antecedentes e intereses distintos vivan juntos y en paz. Teniendo en cuenta nuestra naturaleza humana, no es posible evitar los conflictos, pero las probabilidades de que se produzcan crisis que precisen una intervención externa se ven enormemente reducidas[29].
Si por sociedad abierta entendemos con el creador de la expresión, el filósofo austro – británico Karl R. Popper, aquella en la que impera la tolerancia y la permanente sublimación de la violencia, habrá que hacer todo lo posible por institucionalizarla. Su culminación debería tener la virtud de devolver al actual tiempo libre de los productores las características del ocio creativo sin connotaciones de desigualdad social.
Las sociólogas vascas expertas en estudios de ocio María Luisa Setién y Arantxa López (ob. cit.) se basan en Lewis y Weigert[30] para distinguir “tres tipos de tiempo social a los que se atribuyen distintas características”:
· Tiempo organizacional, el dedicado a organizaciones o instituciones. Normalmente coincide con el tiempo de trabajo remunerado, formación y otras obligaciones ajenas a la capacidad de decisión individual
· Tiempo de interacción. Es el tiempo que se dedica a las relaciones personales, bien sean formales o informales (compromisos sociales, familiares) (…) pertenecer a una asociación, formar una familia, o ser miembro de un equipo deportivo de amigos
· Tiempo personal. Es el tiempo libre de obligaciones que tiene el individuo
Setién y López sostienen que solo este último es el que se dedica a actividades de ocio, al descanso, etc., (…) el que la persona tiene la libertad para decidir, en función de sus gustos y de las actividades que le producen mayor satisfacción.
Aplicando este enfoque, propio de la epistemología individualista que hoy impera en las ciencias sociales, corremos el riesgo de caer en el falso hedonismo del modelo norteamericano de sociedad. Manteniéndolo, perdemos de vista el ocio primigenio, el que se concibe como un compromiso con el prójimo como el que caracterizó a las clases ociosas de la antigüedad. Estas clases realizaban, como hemos visto, actividades tan provechosas para la sociedad como las que realizaban las clases negociosas. Por ello, ciñéndonos a la clasificación anterior, creemos que la recuperación del ocio originario en las sociedades actuales, más allá del tiempo personal o tiempo libre, el que se pone al servicio de la producción, se encuentra precisamente en la cantera del tiempo de interacción, un tiempo que puede llegar a ser tan comprometido como el tiempo organizacional, pero al margen del contrato laboral, si se inserta en un contrato más amplio al que podríamos llamar social.
Las actividades de voluntariado en su más amplio sentido (cooperación con países desfavorecidos, ayuda a personas necesitadas, militancia en organizaciones humanitarias y en partidos políticos y tantas otras) son la punta emergente de ese iceberg de actividades de ocio creador al servicio de la sociedad que tal vez algún día lleguemos a recuperar en toda su plenitud originaria[31]. Pero no hay que olvidar la existencia de grupos sociales todavía mayoritarios que también realizan actividades que consumen tiempo de interacción. Nos referimos a las amas de casa en general y a todos aquellos que realizan actividades no remuneradas (gestación y cría de la prole, tareas domésticas, cuidado de enfermos, minusválidos y ancianos).
A la luz del análisis precedente, parece claro que estos grupos (voluntarios y amas de casa) han logrado combinar en nuestros días parte de las actividades productivas de las antiguas clases negociosas (las que antaño se llevan a cabo en el hogar) con parte de las antiguas actividades de la clase ociosa, las que estaban desconectadas del negocio y hoy siguen desconectadas de la producción remunerada. Tanto unas como otras consumen un tiempo comprometido en el sentido interactivo de Lewis y Weigert (en el caso de los voluntarios, por propia decisión y, en el de las amas de casa, por la imposición de instituciones sociales obsoletas pero aun en vigor). Las actividades de ambos colectivos resultan, sin duda, de alto interés para la sociedad de la que forman parte[32]. Si todo ello es cierto como parece, ambos grupos, al realizar trabajos provechosos y no remunerados son depositarios de algunas de las actividades de la clase ociosa primitiva[33]. El resto de las actividades de ocio quedan recogidas por la producción de mercado y por instituciones sin fines de lucro, tanto públicas como privadas.
El reconocimiento del valor productivo de las actividades de las amas de casa es de justicia. Cuando queden remuneradas, dejarán de realizar sus actividades en tiempo interactivo y pasarán a consumir tiempo organizacional. Las últimas reminiscencias de una clase ociosa en la actualidad quedarían reducidas al voluntariado, una institución moderna de la que cabe esperar un desarrollo espectacular en el futuro como moderadora de la hegemonía actual del mercado.
Durante el tiempo libre o personal, no comprometido ni social ni laboralmente, se practican actividades muy diferentes. Son las que se orientan al cultivo del egocentrismo, una dedicación sin duda legítima pero también carente del honor y la dignidad que acompañaron siempre desde sus orígenes a las actividades de ocio.
Convendrá realizar las investigaciones empíricas pertinentes encaminadas a probar si existe en la realidad situaciones que las reflejen de un modo convincente. Es la tarea que acometeremos en el Instituto de Economía y Geografía del CSIC en el marco del libro en preparación antes citado. Por el momento, aprovecharemos los resultados de la encuesta realizada en el Departamento de Economía del citado instituto sobre trabajo no remunerado en la Comunidad de Madrid a una muestra de 1.133 mujeres responsables de hogar. Las mujeres encuestadas se distribuían por ocupación como sigue: el 64,5% eran amas de casa; el 24,6% estaban ocupadas; el 4,6% eran paradas en busca de empleo y el resto, el 6,3%, jubiladas. En la tabla que sigue se muestran los resultados obtenidos relativos al descanso vacacional.











Cuadro 3
Trabajo remunerado y vacaciones de mujeres en 1998 en la CAM


total
amas de casa
ocupadas
jubiladas
en paro
N
(1133)
(719)
(279)
(83)
(52)
Sin vacaciones
29,3
30,0
23,7
45,8
15,0
No le afectan las vacaciones.
14,1
15,3
10,8
13,3
17,3
Trabaja igual en vacaciones
15,1
16,1
13,3
12,0
15,4
Trabaja mucho menos en vacaciones
11,8
10,8
14,3
9,6
13,4
Trabaja algo menos en vacaciones.
19,2
17,8
23,7
13,3
23,1
Trabaja más en vacaciones.
6,6
6,1
9,3
3,6
3,8
Trabaja mucho más en vacaciones.
3,9
3,8
5,0
2,4
1,9
Trabaja menos en vacaciones.
31,0
28,6
38,0
22,9
36,6

Fuente: Durán, M. A.: Economía, ideología y ocio. Ponencia presentada en el 6º Congreso Mundial
de Ocio. Bilbao, julio. 2000

La tabla muestra claramente que más de las dos terceras partes de las mujeres de la CAM realizaban en 1998 trabajo no remunerado en el ámbito doméstico. De ellas, cerca de la tercera parte no disfrutaron vacaciones y casi las dos terceras partes siguieron trabajando igual o más que cuando no estaba de vacaciones. Los datos son especialmente expresivos de que la mayor parte de las mujeres no dispone de tiempo libre en el sentido de tiempo personal, siendo por tanto para ellas algo de tipo más retórico que real el disfrute de vacaciones convencionales. Se dedican indudablemente a realizar actividades de tiempo interactivo que, como ya hemos dicho, recogen las características de la primigenia clase ociosa: rigidez en la dedicación y provechosas para la sociedad. No presentan, sin embargo, las connotaciones de violencia, dignidad y honor que tenían aquellas, como tampoco aportan niveles de consumo similares.
Las mujeres de la CAM que realizan trabajos domésticos no remunerados, participan con las siguientes características de las actividades de la clase negociosa del pasado: rigidez en la dedicación y productivas de bienes y servicios en el ámbito del hogar.
Casi el 24% de las mujeres ocupadas en actividades remuneradas no tuvieron vacaciones y las dos terceras partes trabajaron en el hogar igual o más que fuera del periodo de vacaciones. Este colectivo combina las actividades de tiempo organizacional (trabajo remunerado) similares a las que realizan la mayor parte de los hombres, y como ellos en ámbitos extradomésticos, con las de tiempo interactivo, propias de las amas de casa (trabajo no remunerado en el ámbito doméstico). Su situación es, indudablemente, aún más singular que las de las amas de casa en lo que concierne al llamado tiempo libre o personal, un tiempo que tanto en el primer grupo como en el segundo brilla por su ausencia.
No deja de ser paradójica la transformación que ha tenido lugar después de miles de años: la antigua clase ociosa se ha convertido en negociosa y la que originariamente era negociosa ha heredado ciertas connotaciones de aquella, sin su violencia y sin la corrupción propia de la que existió en las sociedades premodernas. La situación que refleja la CAM se percibe como representativa del resto de España y de muchos países avanzados.













































XVI

RESUMIENDO


Hasta aquí he mostrado la evolución en el tiempo que han seguido los servicios o técnicas disponibles para vencer el obstáculo de la distancia, uno más entre los que dificultan la satisfacción de aquellas necesidades sentidas individual o colectivamente por los humanos que exigen desplazarse de un lugar a otro. El sujeto que siente estas necesidades, como he dicho en el capítulo primero, planifica su desplazamiento ateniéndose al Esquema Técnico de Desplazamiento Circular, en cuyo punto se enumeran los elementos o servicios que ha de utilizar para cumplir sus propósitos. De acuerdo con la exposición realizada en los capítulos anteriores podemos dividir la historia, a los efectos del vencimiento de la distancia, en los siguientes periodos combinando la disponibilidad de servicios facilitadores, servicios incentivadores (para estos servicios conviene ver el capítulo IX de la parte segunda) y espacio o territorio. Los periodos resultantes son al menos los siete siguientes:

Periodo Iº: Sedentarismo prehistórico.
Desde la aparición de aldeas neolíticas autosuficientes (aprox. en el milenio VIIº a. C.) hasta el desarrollo de las grandes civilizaciones de la Antigüedad (aprox. en el milenio IVº a. C.) Ausencia de elementos facilitadores. Los elementos incentivadores se limitan a los que aporta la Naturaleza. Espacio vital extremadamente restringido. La distancia es vencida exclusivamente por estrictas minorías muy poderosas.

Periodo IIº: Grandes Civilizaciones de la Antigüedad.
Desde el milenio IVº a. C. hasta la caída del Imperio Romano de Occidente en el siglo IV d. C. Aparición de los primeros rudimentos de una oferta de servicios facilitadores (caminos, animales de carga, carros, embarcaciones de remo y vela, posadas y villas, mensajería, seguros, dinero, cartografía, relojes y calendarios). Primeros estadios de una incentivación “espontánea” en núcleos habitados. Desarrollo de santuarios y caldas. El espacio disponible se expande abarcando el territorio de Afrasia. El grupo de quienes vencieron la distancia aumenta sensiblemente con respecto al periodo anterior, pero siempre eran hombres pertenecientes a las clases dominantes.

Periodo IIIº. Atomización del Poder en Occidente.
El periodo abarca desde la invasión del Imperio Romano por los pueblos bárbaros durante el siglo IV hasta el siglo XV (la llamada Edad Oscura o Media). Situación similar a la del periodo anterior en lo concerniente a la oferta de ciertos servicios facilitadores (posadas, mesones, seguridad), desarrollo de la hospitalidad en monasterios y conventos, mejora de otros servicios facilitadores (navegación marítima, cartografía, calendarios, relojes, dinero y seguros) y empeoramiento relativo de la oferta de servicios de transportes terrestres. La incentivación experimenta una cierta regresión con respecto al periodo precedente. Afrasia sigue siendo el espacio disponible. El grupo de los que vencieron la distancia se amplia muy significativamente. En este periodo abarca ya a los monjes y a los constructores de edificios emblemáticos. También al final a los intelectuales y pensadores.

Periodo IVº. Grandes Imperios Modernos.
Del siglo XV hasta mediados del siglo XIX. Proceso de aumento y mejora de la oferta de servicios de transportes terrestres y marítimos así como de servicios de hospitalidad. Los demás servicios facilitadores continuaron en una situación similar a la del periodo anterior, con excepción de la cartografía y de los libros – guía, dos facilitadores que inician durante este periodo su andadura y logran alcanzar un estadio muy avanzado. Maduración y generalización de la incentivación espontánea. Avances muy significativos en incentivación “intencionada”. Desbordamiento de Afrasia y conquista de la primera versión de un espacio global (“cilíndrico”) con el desvelamiento de las tierras y pueblos del continente americano para los pueblos orientales. El grupo de quienes pueden aspirar a vencer la distancia se amplia aun más hasta llegar a la burguesía adinerada.

Periodo Vº. Apogeo Industrial
De mediados del siglo XIX a mediados del siglo XX. Continúa la mejora de los servicios de transporte tanto terrestres como marítimos y de los servicios de hospitalidad. En materia de transporte hay que resaltar la automoción y el desarrollo de la aviación civil. Otros facilitadores (mensajería, acompañamiento, cartografía, seguros, dinero, libros – guía) consiguen su pleno desarrollo. Maduración de la incentivación intencionada pero todavía muy dependiente de la espontánea. Consecución de la versión definitiva del espacio global (“esférico”) con la conquista de los polos. Se amplia a la burguesía media el grupo que puede vencer la distancia en este periodo

Periodo VIº. Escasez de espacio.
De mediados a fines del siglo XX. Los servicios de transporte y hospitalidad continúan su imparable proceso de desarrollo cubriendo la superficie del planeta con costes cada vez menores, una situación que se mantuvo con altibajos. La mensajería alcanza un hito comparable al experimentado por los transportes y el alojamiento en el periodo anterior como consecuencia de los efectos de la llamada “era de la información” combinados con los de la revolución microelectrónica. Otros facilitadores (cartografía, libros – guía, seguros y dinero) se benefician de estas innovaciones tecnológicas, auténticos pilares materiales de la citada era. Fuerte desarrollo de la incentivación intencionada, autónoma ya de la espontánea, con la implantación del arte de la construcción de ciudades llamativas. Agotamiento del proceso de ocupación de la Tierra. Inicio de la apertura del espacio cósmico. Generalización a casi toda la humanidad del grupo que puede aspirar a encer la distancia.

Periodo VIIº. En el umbral del Cosmos
Se inicia con el siglo XXI. En este periodo continúan las mejoras en los diferentes servicios facilitadores, sobre todo en materia de rapidez del transporte, y de capacidad y rapidez de la mensajería. Avances de los medios de transporte cósmicos, fuertemente integrados con la aparición de nuevos y revolucionarios servicios de hospitalidad. Avances de la incentivación extraterrestre. Grandes exploraciones de conocimiento, ocupación y conquista del Cosmos. En este periodo se inicia el ciclo anterior, agotado en lo que se refiere a desplazamientos circulares y lineales en la Tierra. La distancia entre la Tierra y el Cosmos solo puede ser vencida por militares, científicos y por quienes disponen de inmensas fortunas. Una característica de este nuevo periodo que acaba de iniciarse en que, de momento, todos los desplazamientos son circulares. Aun no se contemplan los desplazamientos lineales ya que no hay lugares extraterrestres en los que quienes se desplacen puedan quedarse.
Un plan de desplazamiento circular puede ser concebido como un producto. Si lo concebimos así, podemos aplicarle el mismo tratamiento que a los demás productos con los que los seres humanos satisfacen sus necesidades. El sujeto que siente una necesidad tiene dos opciones:
- Elaborar él mismo el producto que la satisface (autoproducción)
- Utilizar el producto elaborado por un semejante (alteroproducción)
Durante miles de años los seres humanos se han visto obligados a practicar la autoproducción. Paulatinamente, el proceso de división del trabajo ha generalizado la fórmula de la alteroproducción, que se sustenta en la institución del mercado que facilita el intercambio, primero como trueque y más tarde con base en el dinero y los intermediarios financieros.
La clase pudiente disponía de servidores. Cuando además de pudiente disfrutaba del ejercicio del poder, algunos servidores se dedicaban exclusivamente a lo que se llama organización de los desplazamientos circulares de los miembros de la familia reinante. Es el caso, por ejemplo, del puesto de Caballerizo Mayor al servicio de los reyes de España. Eran ellos quienes se encargaban de ensamblar los servicios que he citado en los capítulos anteriores. Se trataba sin duda de alteroproducción aunque no se viene considerando como tal. La alteroproducción requiere que se lleve a cabo por una persona física o jurídica independiente o autónoma. Por eso la alteroproducción en el caso de los desplazamientos circulares es mucho más reciente en los demás productos sean bienes o servicios.
Este es el cometido de la segunda parte de esta obra, El turismo explicado con claridad. A ella remito a quien se interese por su desarrollo.


























INDICE DE LA PRIMERA PARTE

Introducción (12)
I El esquema técnico de desplazamiento circular (14)
II Infraestructuras, transportes y accesibilidad (23)
III Equipamientos y servicios de hospitalidad (55)
IV Mensajería y comunicaciones (78)
V Acompañamiento (86)
VI Cartografía (90)
VII Medición de la distancia (95)
VIII Medición del tiempo (97)
IX Guías (104)
X Seguros (110)
XI Dinero y bancos (112)
XII Seguridad 115)
XIII Intérpretes (117)
XIV Meteorología (119)
XV Los que vencen la distancia (121)
XVI Resumiendo (141)


[27] Existen en las sociedades modernas distinciones de clase basadas en las actividades de tiempo libre. En clave de humor ácido, Máximo publicaba en El País del 15 de julio de 2000 el siguiente diálogo entre dos ejecutivos: “-Adoro los weekends porque me voy a la segunda residencia y compro en las grandes superficies. –Yo, además del shock – shopping, hago jogging, juego padle y tras la siesta relax, mi chapuzón o swimming me motiva y energiza para el top of the day:¡la barbacoa!. –Supongo que luego vendrá el danzing y el cachondeo. –Yo solo respondo del drink y de la música. El glamur se lo trae cada uno. -¿No te parece que somos un poco gilipollas?. –Bueno, como todo el mundo, ¿no?
[28] No podemos entrar aquí en el problema del paro en general ni en el llamado masivo en particular. Tan solo diremos que los parados aspiran a insertarse en el proceso productivo cuanto antes. Los poderes públicos se afanan por financiar cursos de reciclaje para parados de larga duración, para jóvenes que aún no han conseguido su primer trabajo y para mujeres que todavía siguen dedicadas a sus labores en el seno del hogar y aspiran a tener un trabajo remunerado. Ni los parados ni las amas de casa consumen tiempo libre. Las amas de casa, porque no lo tienen, y los parados en contra de su voluntad, porque no lo quieren.
[29] Georges Soros: Capitalismo frente a democracia. El País, 15 de julio, 2000.
[30] Lewis y Weigert: Estructura y significado del tiempo social, en : R. Ramos Torres (comp.): Tiempo y
sociedad. CIS. Madrid, 1992 (pp 89 – 131)
[31] La llamadas “obras de misericordia” del cristianismo son un buen catálogo de actividades de este tipo.
[32] De especial interés resulta la investigación de la prof. María Angeles Durán publicada en la obra Los
costes invisibles de la enfermedad. (Fundación BBVA, Bilbao, 1999). En esta obra se cuantifican por primera vez en España las aportaciones de familiares y cuidadores a la atención complementaria a enfermos e incapacitados. Sin estas aportaciones, los servicios de la sanidad pública española quedarían colapsados.
[33] Antes hemos dicho que la división del trabajo llevó a que la primitiva producción doméstica rebasara
los estrechos límites del hogar familiar. Al mismo tiempo, las actividades de la clase ociosa original
rebasaron también las fronteras de las familias de la nobleza dirigente para expandirse por las instituciones de la sociedad moderna. El Estado heredó el llamado “monopolio de la violencia”, la atención a los desvalidos y la administración de justicia, entre otras tareas encomendadas a la antigua clase ociosa. Numerosas fundaciones privadas, entidades formalmente sin fines de lucro, han asumido otras actividades como el mecenazgo de las ciencias, de las artes, los deportes, las aventuras, los cultos, etc.)